Domingo XVI Tiempo Ordinario (B)


22-7-2012                     DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En la homilía de hoy quisiera comentar las últimas frases del evangelio: Muchoslos vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.
            - En efecto, quisiera resaltar la gran cantidad de personas que se acercaban diariamente a Jesús. Por eso, el evangelio nos habla de ‘muchos’, de ‘todas las aldeas’ y de ‘una multitud’. Y ante esta cantidad ingente de personas Jesús alza su mirada y no se vio a sí mismo ensalzado, vitoreado y aclamado por las gentes, sino que los vio a ellos: Jesús vio las grandes necesidades y carencias de todo tipo de aquellas gentes que, dejando casas, trabajos y ocupaciones, le seguían y perseguían por todas partes. Sí, Jesús vio que todos ellos “andaban como ovejas sin pastor” y, por ello, se puso a enseñarles con calma.
            - El evangelio nos dice que era tanta la gente que venía a buscar a Jesús, que ni Él ni sus discípulos tenían tiempo para comer. Por eso, Jesús quiso buscar un sitio tranquilo y apartado para descansar un tiempo, pero… no pudo ser. La multitud reconoció a Jesús y a sus discípulos y adivinó el lugar a donde se dirigían, y ya le esperaba allí cuando ellos llegaron. Me asombra el hecho de que Jesús no se enfadara ni incomodara con todos aquellos que le seguían a todas partes. ¡Tenía Jesús todo el derecho del mundo a descansar un rato, a tomar unas pequeñas vacaciones! ¿Por qué sabemos que Jesús no se enfadó? Por lo que nos dice el mismo evangelio: tuvo lástima de la multitud y se puso a enseñarles con calma. Y es que Jesús pensaba antes en las personas que en sí mismo. Él había venido para ellos y no para sí mismo.
            - Ahora quiero fijarme en otro aspecto del texto evangélico y es que puede dar la impresión de que Jesús atendía a las multitudes, a todas las aldeas, a muchas gentes…, pero en conjunto y en general. Y eso no es cierto. Jesús atendía a las multitudes, porque atendía personalmente a cada persona. Es decir, Jesús escuchaba a Jairo y a la hemorroisa, se preocupaba de la hija de Jairo y de María Magdalena, de la Samaritana y de Nicodemo… ¡Cuántos ejemplos nos ponen los evangelios de los contactos personales e individuales de Jesús!
            Hace ya un tiempo que he escuchado el modo de actuar de los Testigos de Jehová cuando se acercan a la gente: por ejemplo, van por el cementerio de El Salvador y allí se hacen los encontradizos con las personas que oran y lloran ante las tumbas de sus seres queridos; van por las casas, y hablan y escuchan a tantas personas que viven solas y que no tienen visitas de nadie; van a la cárcel de Villabona y hablan, escuchan y acompañan a los presos en un tú a tú, y esto lo hacen de modo periódico, frecuente y constante. Y de esta forma entran en el corazón de tanta gente lastimada y solitaria; y de esta forma entran en contacto con ‘muchos’, con ‘todas las aldeas’ y con una ‘multitud’ de gentes, que están como ovejas sin pastor.
            Voy a contaros un hecho que sucedió hace muchos años y que es un ejemplo de ese contacto personal que nos enseña Jesús y que ha sido copiado por los santos: “El abad Anastasio tenía un libro de finísimo pergamino que valía veinte monedas y que contenía el antiguo y el nuevo testamento. Una vez fue a visitarle cierto monje que, al ver el libro, se encaprichó de él y se lo llevó. De modo que aquel día, cuando Anastasio fue a leer su libro, descubrió que había desaparecido, y al instante supo que el monje se lo había robado. Pero no le denunció, por temor a que, al pecado de hurto, pudiera añadir el de perjurio. El monje se había ido a la ciudad y quiso vender el libro, por el que pedía dieciocho monedas. El posible comprador le dijo: ‘Déjeme el libro para que pueda averiguar si vale tanto dinero’ Entonces fue a ver al santo Anastasio y le dijo: ‘Padre, mire este libro y dígame si cree usted que vale dieciocho monedas’. Y Anastasio le dijo: ‘Sí, es un libro precioso, y por dieciocho monedas es una ganga’. El otro volvió a donde estaba el monje y le dijo: ‘Aquí tienes tu dinero. He enseñado el libro al Padre Anastasio y me ha dicho que sí vale las dieciocho monedas’. El monje estaba anonadado: ‘¿Fue eso todo lo que le dijo? ¿No dijo nada más?’ ‘No, no dijo una sola palabra más’. ‘Bueno, verás… he cambiado de opinión… y ahora ya no quiero vender el libro…’ Entonces el monje regresó adonde Anastasio y, con lágrimas en los ojos, le suplicó que volviera a quedarse con el libro. Pero Anastasio le dijo con toda paz: ‘No, hermano, quédate con él. Es un regalo que quiero hacerte’. Sin embargo, el monje dijo: ‘Si no lo recuperas, jamás tendré paz’. Y desde entonces, el monje se quedó con Anastasio para el resto de sus días”.
            Anastasio no se preocupó de recuperar su valioso y bello libro; Anastasio no se preocupó de denunciar el pecado ni al pecador; Anastasio no quiso humillar al monje; Anastasio no quiso que el monje añadiera al pecado de robo el pecado de perjurio, es decir, de negar falsamente el robo que había hecho; Anastasio no quiso recuperar el libro, pues era más importante para él que no se perdiera el hombre, pues siempre el hombre es más importante que un valioso y bello libro; Anastasio se preocupó por el hombre concreto, pues de nada sirve salvar a muchos si se pierde uno solo… Y, por todo esto, Anastasio recuperó el libro, redimió del pecado al monje y logró que éste entrara en un camino de santidad y de entrega total a Dios.
            - Conclusiones:
* Las ‘multitudes’ y ‘todas las aldeas’ no están compuestas de muchos hombres anónimos e indeterminados, sino de hombres concretos e individuales. Dios no creó multitudes, sino que creó hombres. Dios no salva multitudes, sino que salva hombres.
* Jesucristo nos atiende a nosotros, siente lástima y nos enseña con calma a todos y A CADA UNO DE NOSOTROS.
* Doce apóstoles, casi analfabetos e ignorantes, cambiaron el mundo yendo de aldea en aldea, de puerta en puerta, de persona en persona, de corazón en corazón.
* Tomemos ejemplo de los Testigos de Jehová en su ir de corazón en corazón; tomemos ejemplo de Anastasio de preocuparse y de amar al hombre concreto, sea santo o sea pecador.
* Tomemos ejemplo de Cristo Jesús en su calma y atención de cada ser humano concreto y en sus circunstancias particulares.