Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (B)



14-10-2012               DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            La situación que nos presenta Marcos en este evangelio es la siguiente: Jesús va subiendo hacia Jerusalén con sus discípulos. Sabe que se va acer­cando el final de su vida y que eso supone para Él sufrimiento, cruz y muerte; pero Él sigue adelante, porque ésa es la voluntad de su Padre Dios y porque así logrará el perdón de los pecados de los hombres y la resurrección.
            En este contexto tiene lugar el episodio del encuentro de Jesús con el joven rico. Jesús se encontró a lo largo de su vida con muchos hombres y mujeres, pero sólo algunos de estos diálogos fueron recogidos en los evangelios: tenemos los casos de Nicodemo, de la samaritana, de María Magdalena, del centurión… y del joven rico. Vamos a adentrarnos en este pasaje del evangelio, que es de una riqueza extraordinaria.
            - Un hombre joven había oído hablar de Jesús, le habían dicho que Jesús era muy bueno y que enseñaba la verdad. Este hombre era un judío fervoro­so, cumplidor de la Ley de Moisés, pero quiere saber si puede hacer algo más. Por eso, se acerca a Jesús, se arrodilla ante él y le pregunta: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dice que guarde los mandamien­tos. Él replica que desde joven los ha guardado. Jesús se da cuenta que a aquel hombre no le basta con decirle ‘no hagas esto’, ‘no hagas lo otro’; Jesús se da cuenta de que este hombre busca algo más. Entonces Jesús le miró fijamente, le tomó cariño; toda su misericordia divina se volcó sobre él. Le miró como un padre mira a su primer hijo recién nacido, como un enamorado a una enamorada, pero todo esto elevado al infinito, ya que no era un hombre el que miraba: era Dios mismo el que miraba amando. Entonces Jesús le invita, no ‘a que no haga’, sino ‘a que haga’: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. Jesús le invita a dejarlo todo, a dárselo a los pobres y seguirle. De este modo será libre y Cristo podrá mostrarle un mundo nuevo, que nunca hubiera imaginado.
            Pero el hombre, al oír estas palabras, sintió un mazazo en su interior. Algo muy hondo se desgarró en él; no podía hacer lo que Jesús decía, porque era un hombre muy rico. Y este hombre, este joven se marchó muy triste: 1) triste, porque no se atrevió a hacer lo que Jesús le pedía; 2) triste, porque, durante toda su vida había pensado que él amaba a Dios sobre todas las cosas, y ahora Jesús le había hecho caer en la cuenta de que él, el que cumplía todos los mandamientos desde pequeño, resulta que amaba a su riqueza sobre todo y sobre todos, incluso sobre Dios. Sí, este joven cumplía los mandamientos de no hacer lo malo, pero no cumplía el Shemá, que es el mandamiento principal para un judío y para cualquier cristiano: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt. 6, 4-5).
El joven se marchó muy triste, pero Jesús también estaba triste mientas le veía alejarse. Jesús tiene un momento de desconcierto. Nos lo indica el evangelio al decir: “Jesús, mirando alrededor, les dijo a sus discípulos…” (Mc. 10,23).
- Sobre esta escena existe un cuadro o un mural que a mí me gusta mucho. La pintura es de Heinrich Hoffmann, pintor alemán (1824-1911). Fue pintada en 1889 y está en la Riverside Church de Nueva York. (A los que recibís la homilía por correo o miráis el blog, os acompaño una copia de esta imagen):
En el cuadro que representa la escena entre Jesús y el joven rico se ve a éste con atributos de rico: un manto de buena calidad con ribetes dorados, un gorro con una joya, una cinta dorada a la cintura, el cabello cuidado… Se ve a Jesús que lo mira con inmenso amor y misericordia. Se ven a los pobres de los tiempos de Jesús representados así: 1) un anciano, que está tullido, que parece ciego y sin una pensión de jubilación (entonces no las había); 2) se ve a una viuda que no tiene quien la sostenga y mira al joven rico como esperando su sostenimiento de él y anhela su respuesta positiva; 3) se ve que ahí es donde viven: con un poco de paja sobre sus cabezas y por donde se cuela la lluvia y por los lados el viento frío del día y de la noche. También se ve a Jesús mostrándole a los pobres con las dos manos y diciéndole: “una cosa te falta: da tu dinero a los pobres y luego ven y sígueme”. Se ve al joven rico con el brazo izquierdo sobre su cadera con gesto descuidado, como diciendo: ‘y a mí qué’. Se ve sus dos manos para atrás, mientras que las de Jesús están en dirección a los pobres: Jesús invitando hacia ellos y él con las manos atrás como rechazando. Pero lo que más me llama la atención y me duele es el rostro del joven rico: un rostro bello y cuidado, pero un rostro duro. No le conmueven las palabras de Jesús, ni la visión de las necesidades de otros hombres. Me llama la atención que no mire para Jesús, pues eso indica que no ve ni a Jesús, ni a los pobres, ni a nadie que no sea a sí mismo.
Sacad vosotros más conclusiones de este cuadro. Me pregunto: ¿qué habrá sido del joven rico con el tiempo?, ¿qué habrá sido de él después de su muerte?, ¿quién ES el joven rico hoy para Dios?
            - Jesús nos está mirando con cariño hoy mismo a todos y a cada uno de nosotros. Nos mira con amor y quiere nuestra felicidad y nos invita a seguirle, a dejar todo por seguir sus pasos. Este evan­gelio no es un ejemplo, no es una parábola, ni una comparación. Debemos tomarlo tal como lo leemos.          Jesús nos dice que no podemos conformarnos con cumplir los mandamientos, con ser buenas personas; para eso no hacía falta que Él viniese a la tierra. Él quiere más de nosotros.
            Nosotros los cristianos podemos tomar el evangelio de dos formas, según lo que Dios nos pida a cada uno. 1) Para unos, la llamada de Jesús se tomará literalmente: dejarlo todo para seguirle (ejemplo de S. Francisco y compañero à biblia[1]; Francisco cambia su ropa  con la de otro más pobre. Teresa de Calcuta à abandonó el colegio en Calcuta para irse a las chabolas). Cada uno de nosotros hemos de preguntarnos si Dios nos llama a esto. Preguntárselo en la oración, sinceramente. 2) Para otros, los más, la llamada de Jesús significará permanecer con la posesión de las cosas materiales para mantener una familia y el progreso de la sociedad, pero esa posesión no es la de un propietario, sino la de un administrador: Los bienes son de Dios (lo de Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó”) y nosotros los hemos de administrar según su voluntad, es decir, al servicio de los demás. La riqueza, en sí misma, no es ni buena ni mala, pero hay que saber utilizarla, y Dios nos enseña a hacerlo.
            Hoy también, como al joven rico, Jesús nos dice a nosotros: Una cosa te falta… Escuchemos de labios de Jesús qué nos falta y sigamos su voz y sus indicaciones.



[1] Messer Bernardo llamó a San Francisco y le dijo: -- Hermano Francisco: he decidido en mi corazón dejar el mundo y seguirte en la forma que tú me mandes.
San Francisco, al oírle, se alegró en el espíritu y le habló así: -- Messer Bernardo, lo que me acabáis de decir es algo tan grande y tan serio, que es necesario pedir para ello el consejo de nuestro Señor Jesucristo, rogándole tenga a bien mostrarnos su voluntad y enseñarnos cómo lo podemos llevar a efecto. Vamos, pues, los dos al obispado; allí hay un buen sacerdote, a quien pediremos diga la misa, y después permaneceremos en oración hasta la hora de tercia, rogando a Dios que, al abrir tres veces el misal, nos haga ver el camino que a Él le agrada que sigamos.
Respondió messer Bernardo que lo haría de buen grado. Así, pues, se pusieron en camino y fueron al obispado. Oída la misa y habiendo estado en oración hasta la hora de tercia, el sacerdote, a ruegos de San Francisco, tomó el misal y, haciendo la señal de la cruz, lo abrió por tres veces en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Al abrirlo la primera vez salieron las palabras que dijo Jesucristo en el Evangelio al joven que le preguntaba sobre el camino de la perfección: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme’ (Mt 11,21). La segunda vez salió lo que Cristo dijo a los apóstoles cuando los mandó a predicar: ‘No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni calzado, ni dinero’ (Mt 10,9), queriendo con esto hacerles comprender que debían poner y abandonar en Dios todo cuidado de la vida y no tener otra mira que predicar el santo Evangelio. Al abrir por tercera vez el misal dieron con estas palabras de Cristo: ‘El que quiera venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16,24). Entonces dijo San Francisco a messer Bernardo: -- Ahí tienes el consejo que nos da Cristo. Anda, pues, y haz al pie de la letra lo que has escuchado; y bendito sea nuestro Señor Jesucristo, que se ha dignado indicarnos su camino evangélico.
En oyendo esto, fuese messer Bernardo, vendió todos sus bienes, que eran muchos, y con grande alegría distribuyó todo a los pobres, a las viudas, a los huérfanos, a los peregrinos, a los monasterios y a los hospitales” (De las Florecillas de San Francisco).