Domingo IV de Adviento (C)



23-12-2012                             DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Ya estamos en el último domingo de Adviento. El otro día, desde Alemania, me escribió una persona para decirme que le había encantado la historia de Michela, pero que seguro que había más… Le contesté que tenía toda la razón y le remití el resto de la historia por correo electrónico. Como hoy viene muy a cuento, he pensado en narraros lo que el otro día ‘se quedó en el tintero’ de la historia de Michela y así la podemos compartir todos y aprovecharnos, espiritualmente hablando, de las maravillas que Dios hizo y hace en ella. Lo sucedido a Michela está perfectamente entroncado con dos palabras de las lecturas de hoy: Una de la carta a los Hebreos: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad y otra del evangelio, cuando Isabel le dice a su prima María: Dichosa tú que has creído. Y es que, efectivamente, estas dos palabras se cumplieron en Michela y querría que también lo hicieran en nosotros. Recordad el final del relato anterior, cuando Michela llegó a la casa de Chiara para matarla por orden de la secta satánica y allí se quedó. Escuchemos cómo sigue el relato:
Ahí comenzó mi camino. Mi camino de sanación, un camino en el que nunca nadie antes pudo sanar mis heridas, y donde sí que las pudo sanar Jesús. Pero pasado un tiempo, hubo una herida que no había podido sanar. Esa herida era la falta de una madre, porque a mí me faltaba una madre. Me faltaba en Navidad, cuando todas las madres telefoneaban a las demás y yo no recibía una llamada. Me faltaba el día que celebraba mi cumpleaños... Esa ausencia de mi madre, cada vez que pasaba esto, reabría las viejas heridas y había que empezar de nuevo. Un buen día, a Chiara se le ocurrió enviarme a un centro de ayuda para la vida. Se me había encargado abrir una casa de acogida para madres solteras y jóvenes embarazadas con riesgo de someterse a un aborto por miedo o por dificultad. Allí las podríamos acoger. Pero al poco tiempo empecé a recoger un grito de dolor. Era el grito de dolor de aquellas mujeres que habían abortado y que me decían: ‘¿Sabes? Hoy tendría un hijo de ocho años, pero lo llevé a matar’. Por las noches llegaba a casa y me ponía delante de Jesús, en el sagrario, y le entregaba todo ese dolor que llevaba de las mujeres. Una de esas noches, empecé a escuchar en mi corazón: ‘Michela, si hoy existes tú, es porque tu madre dijo sí a la vida’. Os tengo que decir que, cuando se experimenta la misericordia de Dios, la primera cosa que se aprende es a no juzgar. Y yo no tenía ningún derecho de juzgar a mi madre. Porque, si una madre llega a abandonar a un hijo, es porque hay un gran dolor.
En ese momento comenzó a despertar en mi interior la necesidad de buscar a mi madre, no para juzgarla ni regañarla, sino para darle las gracias por mi vida. Después de las investigaciones pertinentes localicé a mi madre. Comenzamos a telefonearnos, y un día me sugirió conocernos personalmente. La fecha concertada fue el 2 de Junio de 2004. Esa misma mañana partí hacia la ciudad donde ella vivía para encontrarme con ella. Pocos minutos después de encontrarnos, con una mirada que yo no le deseo ni a mi peor enemigo, mi madre me dijo: ‘Tú para mí no has existido nunca, no has existido hasta ahora, no existes hoy. Sal de mi vida’. Yo no sé qué siente una madre cuando un hijo dice NO a su amor, pero sí les puedo decir lo que siente un hijo cuando una madre le dice NO a su amor… Fue un gran dolor. Regresé a Roma, cogí a Chiara y sujetándola contra un muro le dije: ‘¿Pero yo qué le hecho de malo a Jesús? Trabajo para Él, ¿por qué no me puede ayudar?’
Era una situación dolorosa, de la que era difícil salir, por lo que entonces Chiara me propuso unos días de vacaciones. Yo pensé: ‘Estupendo, me iré a la playa y tomaré el sol’, pero Chiara ya había pensado en todo: ‘Hay un lugar al que puedes ir. Es un pueblo en Bosnia que se llama Medjugorje. Cógete unas vacaciones y vete allí’. Yo le dije a Chiara: ‘A Medjugorje yo no voy, Chiara. Mejor me pagas las vacaciones en Croacia, que está muy cerca y tiene un mar estupendo. Ya cuando esté allí, un día me acerco a Medjugorje. Pero yo no me voy a meter entre las colinas, las piedras y el calor. Eso no son vacaciones’. Chiara me respondió: ‘Te recuerdo que hiciste un voto de pobreza y otro de obediencia. Elige por cual de los dos quieres ir a Medjugorje’. Así que elegí el de la obediencia, y voluntariamente vine a Medjugorje.
Llegué a Medjugorje ¡Me daban una pena los peregrinos! Porque yo pensaba que yo estaba allí porque me habían obligado, pero no entendía por qué ellos no iban al mar, pudiendo hacerlo. En fin, los primeros diez días fueron un desastre. Yo no quise saber nada de peregrinos, ni del fenómeno de Medjugorje, ni de nada. El día decimoprimero, estaba tras la explanada. Estaba tumbada en mi toalla, tomando el sol. Y ahí tirada me vio Marija, una de las videntes. Se acercó a mí y me dijo: ‘Hola, ¿qué haces?’ ‘Estoy esperando a que comience la Misa’. Entonces Marija, sin más, con toda la naturalidad, me dijo: ‘Vente mañana conmigo a una aparición’. En Medjugorje, si no vives el fenómeno, tampoco es que haya mucho que hacer. Mis primeros diez días allí fueron tan aburridos, que por muy absurdo que pareciese, asistir a una aparición suponía algo distinto en medio de aquel aburrimiento, así que el día siguiente aparecí a la hora que me había dicho Marija. Al llegar allí, aquello estaba lleno de gente. Al cabo de unos minutos llegó Marija. Me vio en el jardín, me cogió de la mano y me llevó dentro de la capilla con ella, delante del todo, a su lado. Me llevó hasta allí a rastras y de un empujón me puso de rodillas. Todo el mundo rezaba y yo pensaba: ‘¡Qué buenos todos estos peregrinos, mira cómo rezan!’, pero mi corazón estaba muy cerrado y no quería participar con ellos. Recuerdo el momento en que comenzó la aparición. Todo el mundo se quedó en silencio y Marija se quedó mirando extasiada hacia arriba. En ese momento pensé: ‘Cualquiera desearía estar aquí a su lado, ¿cómo es posible que a mí no afecte?’ La miré a Marija y vi que, sin emitir ningún sonido, movía sus labios. En cierto momento de la aparición ocurrió algo. Y se lo cuenta la persona más racional que existe. Empecé a sentir un calor en el cuerpo. Era un calor que llegaba hasta la punta de mis dedos, hasta mis pies. Era un calor maravilloso. Sentí como si algo me abrazara, me rodeara y me cubriese entera, y entonces ocurrió lo más increíble, y es que sentí como si me hiciesen un trasplante de corazón. Digo trasplante porque sentí como si algo se metía en mi pecho y me arrancara una piedra de dentro. Era un corazón herido, enfermo, y sentí como si me colocasen un corazón nuevo ahí dentro, en su lugar. Subrayo la palabra trasplante, porque no fue un corazón curado, sino un corazón nuevo, que me llenaba de paz el alma, la mente y el cuerpo.
Al acabar la aparición yo no entendía nada de lo que estaba sintiendo, pero era bellísimo. Entonces Marija se levantó e hizo lo que hace siempre. Explicó a todos lo sucedido: ‘He presentado a la Virgen María todas vuestras intenciones de oración. La Virgen María ha orado por ustedes y les ha bendecido’. A todo esto yo seguía de rodillas a su lado. Entonces ella, delante de todos me miró y dijo: ‘La Virgen María ha hecho suyo el dolor de tu corazón. A partir de hoy sólo ella será tu madre’. Desde aquel día hasta hoy he sentido a María en mi vida. La he sentido de una manera muy concreta. He descubierto que cada vez que tengo el rosario en las manos, es María quien me coge de la mano.
Aquella tarde aprendí otra cosa: Era cierto que hasta ese día había trabajado para Dios, pero María quería que yo trabajase con Dios. Y otra cosa bellísima fue que si yo quería ser santa, debía tomar a la Virgen María como modelo de santidad. Os aseguro que eso, para un carácter como el mío, no es nada fácil. No es fácil vivir la obediencia. No es fácil vivir la humildad. No es fácil vivir el silencio de María. El silencio de María bajo la cruz. Pensad que María estaba bajo la cruz. Aquella fue una experiencia bellísima, porque descubrí que el dolor puede ser transformado en amor por la humanidad.
            Conclusiones que nos pueden ayudar de este relato:
            - La conversión no es cosa de un instante y que valga ya para toda la vida. Requiere paciencia…, sobre todo, con nosotros mismos, y decir una y mil veces a Dios: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.
            - Una de las formas de sanar nuestras heridas internas y de crecer en santidad es ‘mirarse lo menos posible al ombligo’ y estar más pendiente de los demás. Así, Michela, al empezar a ayudar y acompañar a las chicas embarazadas o que habían abortado se pudo olvidar más de sí para tener más presente las necesidades de los otros.
            - Sólo Dios sana en realidad nuestras heridas. Sólo Él nos enseña a no juzgar a los demás. Sólo Él puede arrancarnos el corazón de piedra y darnos un corazón de carne.
            - Escuchemos a María. Ella nos enseña tantas cosas de su Padre Dios, de su Hijo Jesús, y de su Esposo, el Santo Espíritu.
            - Nunca más trabajemos para Dios. A partir de hoy trabajemos con Dios.
            - Las demás conclusiones…, ya las podéis sacar vosotros mismos.