Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (C)

4-8-2013                     DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
                            Ecl. 1,2;2,21-23; Slm. 89; Col. 3,1-5.9-11; Lc. 12,13-21
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Jesús se fue convirtiendo, con el paso del tiempo, en un hombre, en un profeta y en un maestro que era referente para toda la gente de Israel: le presentaban enfermos para que los curase, escuchaban sus palabras, le preguntaban todas las dudas, le pedían que les enseñase a orar, y también (como hoy) le pedían que intermediara en problemas de familiares (Marta y María, y en casos de herencias). Como veis, estos problemas de las herencias no suceden sólo ahora, sino que ya hace 2000 años también estaban presentes. Vamos a analizar el caso y veremos las enseñanzas que Jesús deseaba que aprendieran los que le escucharon entonces, pero que igualmente nosotros hoy día podemos y debemos aprender de Él.
            Por lo visto, unos padres murieron. Estos padres tenían dos hijos y ambos debían heredar, bien fuera mitad por mitad, bien fuera un porcentaje uno y otro porcentaje distinto el otro hijo. Pero parecer ser que uno de los hijos se quedó con toda la herencia y no quería dar nada a su hermano. Por eso, el hermano al que no se le había dado su parte se quejó a Jesús diciendo: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Jesús, al conocer el caso, podía haber adoptado dos posiciones: 1) ‘¡Qué razón tiene este hombre y tengo que hacer lo posible para que el hermano le entregue, en justicia, lo que es suyo y lo que los padres les dejaron para ambos’. Esto es lo que todos esperábamos que hiciera Jesús: que diera a cada uno lo suyo, pues eso era lo justo. 2) También es cierto que Jesús podía haber dicho: ‘¡Ay, ay, ay! A mí no me metáis en líos de dinero. Yo sólo estoy para las cosas espirituales y de Dios. Paisano, vete al juzgado y denuncia los hechos, y que el juez te dé lo que te corresponde por testamento (si lo hay) o por ley’. Bueno, en este caso podríamos haber dicho que Jesús se había lavado las manos, aunque era correcto el consejo que le daba.
Sin embargo, Jesús no dijo ni lo primero ni lo segundo. Jesús dijo otra cosa que desconcertó entonces al que pedía su parte de la herencia y a los que escucharon sus palabras. En efecto, dijo Jesús: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” Ésta parece que es la segunda respuesta, es decir, que Jesús se desentendía de aquel lío, pero, y aquí está lo importante, añadió: Guardaros de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y Jesús termina el evangelio diciendo que no hay que amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios. Vamos a profundizar en estas palabras de Jesús:
            1) Lo peor del caso que presentan a Jesús no es que un hermano robe a otro lo que en justicia le debe. NO. Lo peor es que el hermano que se quedó con toda la herencia puso por encima del amor a su hermano, por encima de la voluntad de sus padres, por encima de lo que era justo…, puso su codicia y su amor y apego a las cosas materiales por encima de todo lo demás: Para este hombre eran más importante las cosas materiales que su hermano, las cosas materiales que sus padres, las cosas materiales que la justicia, las cosas materiales que la mala fama que pudiera tener por su comportamiento ante sus vecinos y conocidos, las cosas materiales que la voluntad de Dios.
            2) Pero Jesús también vio en el hermano que se había quedado sin nada, además de la injusticia que le había hecho su hermano de sangre, que en su corazón también había: a) codicia de las cosas materiales, b) rencor y odio contra su hermano, y c) un deseo de utilizar lo más sagrado (la mediación de Jesús y de Dios) para conseguir sus fines y objetivos. Y sus fines eran recobrar las cosas que eran suyas, acrecentar la mala fama de su hermano, y vencer a su hermano y humillarlo cuando tuviera que repartir a la fuerza con él la herencia. Todo esto lo observó Jesús. Por eso dijo refiriéndose a los dos hermanos (al que se había quedado con todo y al que se había quedado sin nada), pero también refiriéndose a todos los que escuchaban sus palabras: “Guardaros de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.
            3) Todos hemos nacido desnudos y sin poseer nada. Todos moriremos desnudos (bien porque al incinerarnos nos quemen la ropa o mortaja que nos pongan al morir, bien porque esa ropa no nos sirva de nada en la sepultura) y sin podernos llevar nada para allá. Mirad el ejemplo de los faraones: Amontonaban riquezas, se las metían todas en sus tumbas y pirámides hasta que, con el paso del tiempo, se las fueron robando. Por eso, dice la primera lectura: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado”. Tantas veces he sido testigo de dinero y bienes logrados por una familia o unos padres, para que los descendientes lo dilapiden en unos pocos años. Por ello, no nos agotemos a ganar y acaparar bienes materiales, pues nuestra vida eterna no depende de nuestros bienes y lo que importa es ser rico ante Dios y no ante los demás.
En el accidente ferroviario de Santiago de Compostela murieron 79 personas. Cada uno tenía sus estudios, sus ilusiones, sus bienes materiales…, pero nada de eso les sirve ahora. Fueron llamados por la muerte cuando menos lo esperaban. Ahora sólo les importa si eran ricos ante Dios y no ante sí mismos o ante los demás. Por eso, en la segunda lectura se nos dice a todos: “Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra […] No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo”.
4) La codiciaes el deseo obsesivo e irrefrenable de tener cosas materiales y que éstas sean lo principal en la vida. Se aman las cosas con todo el corazón, con toda la mente, con todo el ser y con toda el alma. Por eso, la codicia, como dice la segunda lectura, es una idolatría, o sea, un falso Dios, que produce frutos terribles: ira y rencillas entre los hombres: Necesitamos comer, vestidos, vivienda, descanso, cultura, etc., pero muchas veces queremos más cosas y por las cosas nos peleamos: recuerdo que supe el caso de una mujer que hace unos años se enfadó porque se repartió un plus de productividad en su empresa y a otros se lo dieron y a ella no. Tenía toda la razón, humanamente hablando, pero la codicia le hizo mirar mal, a partir de entonces, a los compañeros, a los jefes, no dormir, murmurar, trabajar a disgusto, etc. O también tenemos ejemplos de tantas familias rotas por las herencias. Envidia: la persona que es poseída por la codicia siente envidia de otras personas que tienen cosas materiales, o se enfadan con otras personas que se las pueden quitar. Ansiedad, nerviosismo y falta de paz: Se desea un coche mejor, una casa mejor, un abrigo mejor, una bicicleta mejor. Se desea más dinero, por eso se trabaja más horas, se juega a juegos de azar y se procura no gastar y que otros gasten para uno (caso de mi prima y su pretendido novio). El corazón de uno lo ocupan las cosas, nunca se tiene bastante y roban la paz de nuestro ser. Afecta a las relaciones familiares y a la educación de los hijos: Por ejemplo, la codicia produce que un padre o una madre no puedan tratar mucho con sus hijos ni los eduquen por estar más pendientes de sus trabajos, de sus éxitos profesionales, de conseguir más bienes materiales que… de sus hijos. Supe de un caso en que un padre reñía a su hijo en medio de una discusión: ‘Todo el día traba­jando para traerte cosas y así me lo pagas’. Y el hijo contestaba: ‘Eso; tú me has dado cosas: ropas, moto, viajes, etc., pero no me has dado cariño. Cuando yo tenía problemas o quería jugar contigo, tú nunca tenías tiempo’. La codicia endurece el corazón del hombre contra el hombre. La codicia también produce alejamiento de Dios: ‘Trabajo toda la semana y, para un día que puedo dormir, no voy a ir a Misa; además, para ser un buen cristiano no hace falta ir a Misa’. Y éste, que es ‘buen cristiano’, no tiene tiempo para Dios, para escuchar su Pala­bra, para rezarle, para estar con otros cristianos. Ya lo dice Jesús: "No se puede servir a Dios y al dinero. Porque se aborre­cerá a uno y se amará al otro". Dice Jesús: Quien ama al dinero, a las cosas, aborrece a Dios.

            Para terminar os voy a dar dos buenos remedios contra la codicia, son unos remedios infalibles: * Haced pocos gastos superfluos y evitaréis rodearos de tantos ‘cacharritos’: cosas innecesarias. * Dad limosnas y así seréis ricos para Dios, aunque al final de la vida tengáis menos cosas materiales de vuestra propiedad.