Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (C)



20-10-2013                 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (C)
                                          Ex. 17, 8-13; Slm. 120; 2 Tim. 3, 14-4, 2;Lc. 18, 1-8

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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Celebramos hoy la Jornada del DOMUND y en España el lema que se nos propone para este año es “Fe + Caridad = Misión”.
            En esta ocasión no voy yo a hacer la homilía, sino que voy a dejar que sea Jano (Alejandro) un diácono de Asturias quien la haga. Resulta que él y otro diácono (Juanjo) fueron enviados por el Arzobispo de Oviedo a Benín (en donde está una parroquia misionera asturiana) para vivir durante unos meses esa experiencia del Evangelio en el África. Pues bien, Jano ha escrito a su familia y a sus amigos dos correos, de los cuales entresaco algunas cosas que nos pueden centrar en el día que hoy celebramos en toda la Iglesia Católica.
            Correo del 10 de octubre: Desde el primer momento que pisé suelo africano me he sentido familiarmente acogido. La gente es muy hospitalaria, tanto que a veces sobrecoge. Aquí el saludo es todo un ritual. En fin, no sé cómo será el resto de África, pero Benín me parece el país de la eterna sonrisa.
     Hubo un detalle que me llamó la atención desde el principio, y es el trato que tienen las madres africanas con sus hijos pequeños. Desde que vienen al mundo, las madres se los colocan a su espalda, sujetados simplemente con un trozo de tela que recogen en la cintura, sin ningún tipo de lazada; es todo un arte observar cómo lo hacen. Es muy habitual ver hileras de mujeres que se dirigen a los mercados cargando sus enormes cacerolas en la cabeza llenas de mil productos distintos y a sus bebés a la espalda. También las ves realizando todo tipo de trabajos sin atender aparentemente a sus hijos. Cuando se despiertan y se ponen a llorar, y sus madres dejan lo que estaban haciendo, se sientan, y en un solo movimiento con el brazo acercan al bebé rodeando la cintura, se levantan la camiseta y les dan el pecho. Y al terminar regresan a la actividad anterior.
     Durante los primeros días me quedé con la idea de que estos pequeños vivían en permanente soledad. Y entonces comencé a ‘ver’ lo especiales que son estas madres. Les dan el pecho hasta los dos años; no hay actividad más importante que el cuidado de su bebé; por eso, cuando éste llora, se deja todo y se le atiende. Cuando caminan al borde de la carretera, en dirección a los mercados, con una mano sujetan las enormes cacerolas que llevan a la cabeza, y con la otra van dando pequeñas palmaditas al bebé en el culete, como para decirles: "no te preocupes, estoy contigo". Y mientras les dan el pecho les van acariciando el moflete mientras les susurran las primeras oraciones o bellísimas nanas, y escuchan por primera vez su nombre en labios de la persona a la que más quieren, su madre.
     Os reiréis, pero así me siento yo con el Señor. Es Dios mismo el que me ha tomado consigo y me lleva a todas partes, sujeto a la espalda. Sabe que no puedo comunicarme, que no sé hablar, pero me hace presente en todos los lugares y me muestra a todo el que se acerca. Si siento soledad Él acerca su mano y me da pequeños golpecitos que me hacen sentir que a pesar de todo está siempre ahí. Y cuando ve que es oportuno me pone a su regazo y me habla en una lengua que cada vez me resulta más familiar. Con ella me canta y me enseña a rezar, y también, por primera vez, escucho mi nombre en sus labios. Es mi Padre, que aquí, en su omnipotencia e infinita misericordia, se hace Madre. Sí, tenéis razón, puede que sea una tontería, una ñoñería de Jano, pero aquí se ‘ve’ a Dios de una manera muy intensa en todos los acontecimientos del día.
     Un día llegué a una de las misiones y nos estaban esperando tres ancianos de la aldea. Habían atado un cabrito a la puerta de la casa. Decían que era un sencillo regalo como agradecimiento por la presencia y acción de los misioneros españoles en su tierra. Emocionados explicaban que si tenían pozos en la aldea, o luz en algunas casas, o farolas, o escuelas o dispensarios, era por la ayuda de los misioneros. Por eso, un cabritillo no era nada en comparación con todo lo que sus corazones querían agradecer. Y tanto es así que aunque ellos o sus hijos murieran, los hijos de sus hijos, y sus hijos, seguirían recordando lo que las manos y los corazones de los misioneros hicieron por ellos. Teníais que haber visto los lagrimones de aquel emociona-do sacerdote que me iba traduciendo del baribá.
     Correo del 13 de octubre: “Habíamos terminado la Eucaristía en una de las aldeas, y nos dirigíamos en el 4x4 a la siguiente. Muchos de los niños quisieron subirse a la parte de atrás, para que les paseáramos por la aldea y les vieran los mayores. Eran unos veinte y cantaban una misma canción sin parar. Le pregunté a Juan Pablo, el misionero de Logroño que me acogió estos días, qué decía la canción. Y él me contestó: ‘tanto si nos van las cosas bien, como si nos van las cosas mal, yo creo en Jesús’. Ese es su grito de guerra, en un lugar donde los cristianos somos minoría, y vivimos y fortalecemos nuestra fe entre musulmanes y religiones ancestrales, como las de los fetiches. Pese a todo, son una lección de convivencia armónica, tanto en unos casos como en otros. Los misioneros y religiosas conocen muy bien las luchas de estas personas por salir adelante, ya que trabajan para llevar el evangelio a los sitios más apartados y casi olvidados de todo el mundo. Ellos saben que con muy poco aquí se hacen verdaderos milagros. Han entendido, desde un principio, que al igual que Cristo anunciaba el Reino, también curaba enfermos y sanaba almas; pues ellos, tomándolo siempre como modelo, también luchan por la evangelización además de la promoción de los pueblos y sus gentes. No puedes hablar de Jesús como Pan, como Luz, como Agua…si ellos no tienen en sus casas ninguna de estas cosas.
Muchas familias viven con menos de 1 € al día, pero nunca pierden ni su ilusión ni su fe. Los rostros de esta gente muestran preocupación por el futuro de sus hijos, y por su presente más inmediato, pero ahí están, levantándose cada mañana, exprimiendo la tierra y el ingenio para decirle al destino: ‘hoy no te llevarás a mis hijos ni a mis ilusiones’. Y le devuelven una sonrisa al cielo que deslumbra al mismo sol.
Cuando llegamos a una aldea para la celebración eucarística salen los niños a hacernos el ‘baile de acogida’. Nos rodean y nos cantan, aunque los más pequeños lloran, porque les damos un poco de miedo por nuestro color (o falta de él). Las madres se tronchan de risa y a veces nos los acercan a propósito para verlos llorar y que las abracen.
Pero lo más impresionante nos espera dentro de las capillas. Estas capillas son construcciones sencillas, sin puerta y con muchos espacios abiertos por los laterales para que el aire fluya con libertad. Los bancos son muy bajos y cuando no queda sitio, que es la mayoría de las veces, la gente va a casa y se trae esterillas. Las celebraciones aquí son preciosas. Lo cantan todo, dejándose la voz y las manos, tocando todo tipo de instrumentos de percusión, todo vale si suena bien y con ritmo. Las palmas y el cuerpo forman parte de estas originales orquestas, pero todo tiene su liturgia. Unas veces se canta sin palmas, ni baile, y otras a todo lo que da. Tienen una gran veneración por la Eucaristía y en varias ocasiones se ponen de rodillas durante la celebración. Los hombres suelen ponerse a un lado y las mujeres al otro, y el gran coro, que suele ocupar varios bancos, se coloca delante del todo. La inmensa mayoría de los asistentes son hombres, de distintas edades, y todos llevan constantemente sus rosarios en las manos. De verdad que es increíble. Incluso en las misas diarias, los hombres son casi el triple que las mujeres. Casi la mitad de los asistentes tienen menos de 18 años. Hay equipos de liturgia, de cantos, de catequistas…, con gran participación masculina. Ah, y se pasa la cesta dos veces. La primera para las necesidades señaladas en ese día y la segunda, tras la Comunión, para la formación y material de los diferentes grupos de la parroquia. Y para ésta, se colocan las cestas en el pasillo, y mientras se canta una canción muy alegre y repetitiva, van saliendo las personas que hayan nacido en enero y entregan alguna moneda; luego los de febrero y así hasta el final, regresando a los sitios bailando, como no podría ser menos.
Os voy a desvelar un secreto: Todas las ayudas que mandamos a través del Domund, o de Manos Unidas, u otras intenciones relacionadas con las misiones, verdaderamente llegan; aquí he podido confirmarlo. Y con esas ayudas es con lo que cuentan los misioneros para la construcción de pozos de agua, de dispensarios, de escuelas, de internados, o la colocación de farolas en los pueblos, donde cada noche se reúnen profesores con unos diez alumnos, de todas las edades, para poder estudiar, pues en sus casas no tienen más que una vela, en el mejor de los casos.
Fijaros que la gente de aquí (de Benín) ha colaborado, y mucho, en la campaña del Domund, entregando sus monedas, como la viuda del Evangelio, porque ellos dices que quizá haya gente que lo necesite más que ellos. Pues lo dicho, sí llegan las ayudas, tanto desde algunas entidades importantes, como los 10 € de esa señorina en Asturias que me decía: ‘toma fiu, pa los negritos de África. Nun ye munchu, pero pa tapar algún furaquín val’ (Toma, hijo, para los negritos de África. No es mucho, pero, para tapar algún agujero, vale). Pues a esa buena mujer le digo que han llegado y se van a utilizar, claro que sí”.
            Al terminar de leer esto, me dan ganas de repetir lo que acabamos de escuchar en el Salmo:
“Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra
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