13-10-2013 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.
Homilía de audio en MP3Queridos hermanos:
En las lecturas del domingo de hoy se nos habla de los leprosos. La lepra era una enfermedad crónica y que llevaba a la muerte.
De toda Palabra de Dios se pueden sacar muchas enseñanzas y reflexiones. En esta ocasión quisiera hacer la homilía sobre los enfermos y aquellas personas que se acercan a ellos.
- Cuando un hombre padece una enfermedad (no me refiero a una simple gripe, por ejemplo), acontece en él una serie de cambios en su psicología, en su personalidad, en su forma de percibir lo que le rodea y en su forma de relacionarse con aquellos que están a su lado. Sí, un hombre enfermo de una dolencia crónica y/o grave y/o dolorosa y/o que le incapacita para llevar una vida normal, como la que llevaba hasta que se manifestó dicha enfermedad, siente y/o se comporta de este modo: puede encerrarse en sí mismo y/o puede airear su frustración y amargura contra quienes lo rodean y contra Dios; un enfermo se convierte en una persona dependiente de los demás: hasta para asearse o alimentarse o simplemente ir al baño; un enfermo vive y experimenta, hasta para los más mínimos detalles, su propia limitación; un enfermo puede convertirse en una persona egoísta y posesiva; un enfermo aviva la esperanza de ser curado o, pasado un tiempo, puede llegar a perder esa esperanza; un enfermo se siente arrastrado fuera de su vida ordinaria y como condenado al ostracismo; un enfermo se vuelve mucho más sensible a lo que se le dice, a lo que se dice a sus espaldas, a los gestos y silencios de las personas que le rodean; a un enfermo le puede cambiar la percepción del tiempo: las noches se le hacen eternas, los días pesados y, en muchas ocasiones, el aburrimiento hace presa de él; un enfermo deja de valorar cosas a las que antes daba demasiada importancia y empieza a valorar otras en las que no se había fijado antes; un enfermo descubre nuevas amistades y puede llegar a perder otras que no han sido fieles y constantes durante su enfermedad; un enfermo ‘remueve Roma con Santiago’ para curarse: yendo a este médico u a otro, probando esta medicina u otra, rezando a Dios, a la Virgen o a los santos, cuando quizás antes no lo hiciera tanto;… y así podemos seguir añadiendo tantas y tantas cosas.
- En la primera lectura se nos presenta el caso de Naamán, el general sirio. Naamán estaba enfermo de lepra. Llegó a Israel cargado de oro para ‘comprar’ su curación. Pero la mayor enfermedad de Naamán no era su lepra, sino su soberbia y su autosuficiencia. Por ello, Naamán se enfada cuando no le recibe el propio profeta, sino que éste manda a un criado; se enfada cuando el profeta le manda que se lave en un río de Israel y, por soberbia y por ira, no quería hacerlo. Cuando, finalmente, obedece y es curado, quiere pagar el favor recibido, pero se da cuenta que, para el hombre de Dios, ese oro no tiene valor alguno y es entonces cuando Naamán entra en la humildad y, a través de ella, en la fe. Naamán fue curado por dentro y por fuera: en el cuerpo y en el alma.
En el evangelio nos encontramos con 10 leprosos. Ellos no tienen oro y sólo pueden suplicar: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al ser curados, todos se marchan. Todos excepto uno, que vuelve para dar gracias a Jesús y para dar gloria a Dios. Y ello lo hace desde la humildad, la cual es representada al decir el evangelio que el curado “se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. Por eso, este hombre recibe un regalo extra, ya que Jesús le dice: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Los otros nueve se marcharon curados por fuera, en su cuerpo. Este, en cambio, se marchó curado por dentro y por fuera: en el cuerpo y en el alma.
Con estos textos Jesús nos quiere decir que la enfermedad puede ser ocasión de crecimiento interior. Podemos aprovechar el dolor y el sufrimiento o podemos desperdiciarlo. Todos vamos a estar enfermos en algún momento de nuestra vida. Debemos aprovechar ese tiempo para madurar, para acercarnos más a los hombres y a Dios. Voy a poneros un ejemplo de ello; voy a leeros un trozo de una carta que me escribió una amiga el 7 de diciembre de 2009. Murió en enero de 2012: “Querido amigo, Padre Andrés, quiero agradecerte todo lo que has rezado y rezas por mí, por tenerme en tus oraciones. Tú no sabes cómo me sentí en la primera aplicación de la quimio. Fue algo inexplicable; sentí una fuerza enorme; era como si estuviese rodeada de Ángeles celestiales que me acompañaban en esos momentos. ¿Sabes, Andrés? Yo estoy preparada para todo lo que venga. Doy gracias a Dios de vivir cada momento y de compartirlo con mi marido, pues nos queremos mucho. Siempre, cuando rezo el Padre Nuestro y repito ‘que se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo’, me queda aun más claro; ÉL es el único que sabe cómo seguirá todo. Él ha escuchado y escucha todas las suplicas mías, tuyas, de mi marido y de todos los amigos que están en cadenas de oración. A veces me pregunto: ¿soy merecedora de tanto amor? Quiero ser buena; quiero aprovechar esta oportunidad de seguir viviendo un tiempo más para tratar de ser una buena cristiana y de arrepentirme cada día de todas las ofensas que le hecho a mi Señor. Estoy feliz y contenta, pues esta situación nos ha acercado más aún a Dios. El 06.01.2010 será la segunda quimio; ojalá resulte tan bien como ésta. Saludos a tus padres y ¡¡¡que Dios te siga iluminando y dándote fuerzas para seguir siendo un buen sacerdote!!! Tu amiga de siempre… X”.
Asimismo, en esta homilía dedicada a los enfermos, quiero reseñar aquí un escrito que llegó a mis manos hace tiempo en donde se dan una serie de orientaciones prácticas a la hora de visitar a los enfermos. Aquí os los pongo por si pueden ayudar a alguien:
- Hay que buscar la hora más oportuna para hacer la visita, tanto pensando en el enfermo como en su familia.
- No se ha de ir a la visita con el tiempo prefijado. Hay que dar a la visita el tiempo requerido por el enfermo.
- No hacer visitas protocolarias, ni tomarse confianzas excesivas. Hay que actuar siempre con naturalidad y sencillez.
- El enfermo tiene una sensibilidad especial para captar quién se le acerca por compromiso social, o sea para “cumplir”, o el que lo hace para hacerle un favor, o sea por “compasión”, o el que va con aires de superioridad, ya que “él está sano”, o el que le visita con plena disponibilidad y con afán de compartir.
- Al enfermo se le ha de dar ocasión de hablar de su enfermedad, de sus dolores, de sus preocupaciones y temores. Hay que demostrar interés, con sinceridad y delicadeza. Hay que saber aceptar lo que afirma sin discutírselo, pero a la vez sin reafirmarle aquello que nos parece que es exageración.
- El enfermo ha de poder explicar y decir todo lo que le plazca. No podemos obligarle ni presionarle para que diga más de lo que él quiera.
- No se puede imponer al enfermo el tema de la conversación. Se le ha de dar libertad de elección. No podemos cansarlo con nuestra conversación. No debemos hablarle de temas religiosos a la fuerza.
- No podemos compadecernos de él en su presencia. Ni tampoco mostrar lástima de su situación ante él. No somos “plañideras”.
- Hemos de velar para que, en lo posible, el enfermo siga viviendo los problemas de la sociedad entera, y en especial de su ambiente de trabajo y amistades. En caso contrario sufriría al verse fuera de juego de esta sociedad o de su comunidad. Todavía sufriría más de ser nosotros quienes ‘le expulsáramos’ al no decirle o explicarle las cosas que pasan con la excusa de ‘no preocuparlo’.
- Incluso cuando el enfermo no tiene interés, hemos de procurar interesarlo por los problemas de la vida ‘normal’. Es malo para él encerrarse en sí mismo y en los problemas domésticos.
- No le debemos mentir en lo referente a su situación y estado. No se trata de decirle ‘toda’ la verdad, pero sí de que ‘todo lo que le digamos sea verdad’. Hemos de decirle la verdad que él sea capaz de aceptar y asimilar. Tendremos que animarle y darle esperanza, pero nunca engañarle.
- Al visitar a un enfermo hemos de saber escuchar con atención y hablar con calma y sin nervios. Muchas veces, como no ‘dominamos’ la situación, nos ponemos nerviosos y tendemos a hablar mucho y gritando.
- La cama es propiedad del enfermo y de su uso exclusivo. Debemos respetarlo.
- El enfermo tiene necesidades fisiológicas de todo tipo que se le pueden hacer urgentes durante nuestra visita. Hemos de estar al tanto y tenerlo presente.
- La visita al enfermo no es para que nosotros hablemos y le obliguemos a escucharnos. La visita es fundamentalmente para que el enfermo tenga ocasión de hablar y pueda encontrar oyentes acogedores.
- Lo que se ve, lo que se oye y lo que se dice en la habitación de un enfermo es secreto. No podemos luego hacer comentarios.
- Hay que hacer la visita con espíritu de colaboración y no para sustituir la iniciativa del enfermo. Hemos de ir con espíritu de disponibilidad, no con afán de dominio ni de imposición.
- No podemos hacer la visita tan sólo ‘por amor a Dios’. Más bien ha de ser por amor al prójimo ‘con el amor de Dios’.
- Cuando se trata de un enfermo creyente, se ha de intentar ayudarle a progresar y a madurar en la fe y en su situación de enfermo. Si estamos ante un no creyente, debemos ofrecerle que comparta nuestra fe. Si no quiere hacerlo, le seguiremos visitando con la misma disponibilidad.