Viernes Santo

21-3-08 VIERNES SANTO (A)

Is 52, 13-53, 12; Slm. 30; Heb. 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19, 42



Queridos hermanos:
Cuando nos detenemos ante un crucifijo y contemplamos pausadamente aquellos que está ante nuestros ojos...; cuando leemos el Evangelio y tratamos de profundizar en qué sucedió a Jesús, sobre todo durante su pasión, nos podemos dar cuenta de que los sufrimientos de Jesús en la cruz fueron de tres tipos:
1) De tipo físico. Al introducirle tres clavos. Dos en las manos/muñecas otro clavo en los pies superpuestos.
La muerte de un crucificado se produce no por dolores..., no por la pérdida de sangre..., sino por asfixia. El cuerpo que cuelga de la cruz, con los brazos estirados, ejerce una presión sobre la caja torácica de tal modo que impide la respiración del crucificado, por lo que éste debe empinar­se sobre sus pies ayudándose del clavo que tiene en ellos. Así levantándose un poco puede tomar aire, pero esto le causa tal dolor en los pies que debe dejarse caer. En este momento los pulmones quedan nuevamente "aprisionados", por así decirlo, y vuelve a faltarle el aire y se ha de repetir la operación: alzarse sobre los pies, dolor extremo y dejarse caer. Esta agonía puede durar de 3 a 4 horas, depende de la fortaleza del crucificado. Además, enseguida todo se agrava con calambres en los brazos, la angustia de quedar sin aire en los pulmones con la consiguien­te sensación de ahogo y la pérdida de sangre a través de las heridas que hace sufrir una sed atroz a los que padecen tal muer­te. De ahí que era normal tener algunas sustancias, como vinagre, que empapadas en una esponja servían en cierta medida para calmar y al mismo tiempo "anestesiar" o adormecer al reo.
A veces, como una medida de gracia, para acortar el sufri­miento y la agonía, se les partía los huesos de las piernas con unas mazas de hierro o madera de tal modo que, al no poder empinarse sobre los pies, la asfixia total llegase en breves minutos y, por tanto, la muerte. Esto fue lo que hicieron con los dos ladrones crucifica­dos a los lados de Jesús.
Se nos puede ocurrir una pregunta: ¿por qué Jesús murió antes que los otros que tenía a su izquierda y a su derecho? ¿Tal vez era menos resistente que ellos? No. Seguramente se debió al hecho de que Jesús había tenido el fenómeno de sudar sangre en el día anterior por la angustia y el terror ante lo que se le venía encima. Además, le había golpeado muy duramente los judíos en el Sanedrín. Y, por último, le había dado los 39 latigazos. Por todo ello, cuando Jesús llega a la cruz, estaba ya muy debilitado.
2) De tipo psicológico y afectivo. Jesús vio cómo sus discípulos amados lo negaban, lo traicionaban, lo abandonaban. Jesús vio cómo la gente a la que él había curado, predicado, dado de comer, querido... ahora se volvían contra él y pedían su crucifixión o simplemente se volvían a sus casas desilusionados. Salvo Juan, los demás apóstoles no estuvieron con él a la hora de su muerte. Aquellos apóstoles a los que había escogido, enseñado, querido y mimado durante tres años, ahora no estaban.
3) De tipo espiritual. Toda la obra de su vida se veía derrumbada. ¿Mereció la pena abandonar su Nazaret de la infancia para... nada? ¿Mereció la pena vivir en la incomprensión y remando contra corriente: contra su propia familia, contra sus conocidos, contra los apóstoles, contra toda la gente que le rodeó para... nada? Todo aquello por lo que había luchado desapareció en un instante.
En la cruz Jesús grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Jesús experimentó el abandono de Dios. Dios se sintió abandonado por Dios. Jesús experimentó el silencio de Dios ante el sufrimiento de los hombres. ¿Dónde estaba el Dios del monte Tabor? ¿Dónde?
Jesús cargó sobre sí con todos nuestros pecados, con los pecados y dolores de todos los hombres y de todos los tiem­pos. Los pecados de las guerras, de los niños con hambre o maltratados, de los exterminios nazis y otros a lo largo de la historia; toda esa podredumbre la tomó sobre sí. Todo el odio de los hombres, todas las injusticias, las calum­nias, avaricias, egoísmos, soberbias, etc. de los hombres se cargaron sobre Jesús en este momento. Este sufrimiento es algo totalmente misterioso para nosotros y sólo sabemos de él por algunos trozos de la Escritura como cuando Isaías dice "traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... tomó el pecado de todos..." (Isaías 53 5.8b).
Sin embargo, las lecturas bíblicas nos traen una frase de sentido a su pasión y muerte, de esperanza, de resurrección: "Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el 'Nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo-, y toda lengua proclame: 'Jesucristo es el Señor', para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11).

Jueves Santo

20-3-08 JUEVES SANTO (A)

Ex. 12, 1-8.11-14; Slm. 115; 1 Co. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15


Queridos hermanos:
Nuestro modelo de santidad ha de ser únicamente Jesús. Si queremos ser santos ha de ser cómo El lo ha sido. Dice el evangelio de hoy: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis."
Veamos su ejemplo. Hay una palabra que resume muy bien su actuación y es la de VACIAMIENTO.
- Cuando se encarna Jesús asume la humanidad y se vacía de su divinidad, pues ésta queda oculta por su humanidad. Lo eterno por lo perecedero, lo todopoderoso por lo débil, lo grande por lo miserable.
- Después está 30 años oculto a los hombres y en obediencia a un hombre y a una mujer. El es simplemente el hijo de un carpintero. Ya que se hizo hombre podía haber destacado como hombre, pero fue uno de tantos, o más bien de los más bajos y despreciables de los hombres. Su vaciamiento continuó en este aspecto, pues ni siquiera como hombre destacó en sus primeros 30 años.
- A los 30 años deja a su madre y escandaliza a la gente de su pueblo (es primero la obligación que la devoción, cuida a tu madre mejor que andar por ahí hablando de Dios, predica con el ejemplo). Empieza un aspecto más de su vaciamiento al perder su fama ante sus vecinos y familiares, la poca que podía tener.
- Se vacía cuando empieza a sacar sus enseñanzas y las da a la gente en el sermón de la montaña, ante la viuda de Naín, con las parábolas. Lo que tiene lo da. También se vacía con sus milagros, como cuando le toca la mujer y nota que fuerza le ha salido de su ser.
- Pero su vaciamiento más total es cuando sucede la pasión y muerte: se vacía de su humanidad, pues con los insultos, golpes, escupitajos, ultrajes, azotes… se convierte en una piltrafa humana. Se vacía con sus miedos en Getsemaní, con su abandono en que ve que no ha servido para nada todo lo que ha hecho (ha sido un fracaso absoluto). Se vacía incluso de su fe y confianza en Dios (“¿Por qué me has abandonado?”). Finalmente, se vacía de su espíritu cuando grita al morir que encomienda su espíritu al Padre. Al final sólo queda el cascarón de hombre, pero todo lo demás no está. Cristo está totalmente vacío.
Signo de este vaciamiento es la Eucaristía. “Tomad y comed todos de mi cuerpo”. “Tomad y bebed de este cáliz, cáliz con mi sangre derramada”. Sangre no recogida, no echada, sino derramada por el suelo y pisada y hecha barro con el polvo y las piedras del camino. De ahí las palabras de S. Pablo en la segunda lectura: “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.” Cada Eucaristía es signo y realidad de es desprendimiento total de Cristo, de este vaciamiento.
Pero, ¿por qué y para qué se vacía Cristo de sí mismo? Se vacía por amor y para amar. Lo dice el evangelio: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” No tiene sentido el vaciamiento si no es por el amor de Cristo. Por eso la Eucaristía es la expresión más pura y digna del amor de Cristo.
Si queremos ser santos, hemos de imitar este vaciamiento en nosotros. No somos santos porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni mis hermanos, no cabe ni Dios. Sólo quien se vacía, puede ser llenado de Dios. Y este vaciamiento debe ser hecho por amor y para amar. A esto aprendemos en la Eucaristía, cuya institución por Cristo hoy celebramos.

Domingo de Ramos (A)

16-3-08 DOMINGO DE RAMOS (A)

Is. 50, 4-7; Slm. 21; Flp. 2, 6-11; Mt. 26, 14-27, 66



Queridos hermanos:
* En esta semana celebraremos los misterios principales de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Dios y Señor. La semana empieza por el Domingo de Ramos, en donde Jesús es elevado a la cima de su popularidad entre la gente:
La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!’ Pero, a partir de aquí, Jesús entra en barrena respecto a su popularidad y en menos de una semana acaba apresado, abandonado, insultado, condenado y ajusticiado. Jesús va perdiendo y le van quitando todo lo que tenía, y esto le sucede en menos de 24 horas: el tiempo que va desde el jueves por la noche hasta el viernes, a primera hora de la tarde. A Jesús se le machaca físicamente, se le quita cualquier apoyo humano, aparentemente todo el mundo (de toda orden y condición) está en contra de él, y ni siquiera Dios parece estar presente en él:
- Jesús es machacado físicamente. 1) En primer lugar Jesús hace un ofrecimiento de toda su carne, de su cuerpo, y de toda su sangre en lo que se conocerá más adelante como la Institución de la Eucaristía:
Tomad, comed: esto es mi cuerpo [...] ésta es mi sangre derramada por todos 2) En el huerto de los Olivos a Jesús lo detienen soldados y gente que viene con espadas y palos. Dice el evangelio que le echaron mano y lo harían de mala manera. Empezaba el calvario físico para Jesús. 3) En casa de Caifás a Jesús le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo: ’Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?’” 4) Para llevarlo hasta Pilatos a Jesús lo ataron y a empujones lo fueron llevando como un trofeo por las calles atestadas de gente. Tanto sufrimiento físico le estarían dando a Jesús que hasta el mismo Judas sintió un gran remordimiento y quiso dar marcha atrás. 5) Pilatos lo manda azotar por sus soldados. Estos le dieron un buen “repaso” para prepararlo para la crucifixión. De un modo muy crudo es descrito por el evangelista: “Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él […] luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza.” 6) Finalmente, ya lo crucificaron. Le dieron muerte y de un modo atroz: atravesando con clavos sus manos y sus pies, y dejando que colgara de un madero hasta que todo acabara.
- Las personas humanas somos hombres en relación. Un hombre aislado y completamente solitario acaba mal. Cuando llegamos nuevos a un sitio y vemos alguien conocido, se nos alegra el semblante. Nos necesitamos unos a otros. Pues bien, Jesús en pocas horas es despojado de sus amigos y de sus seres más queridos. 1) Nos dice el evangelio que el primero en marcharse de su lado fue Judas, y lo hizo con una traición. No sólo abandonó a Jesús, sino que lo vendió por unas monedas. 2) Luego Pedro, Santiago y Juan no fueron capaces de velar con Jesús y acompañarle en su dolor y en su angustia. Se dormían. Su sueño era más fuerte que el dolor y el miedo de su amigo Jesús. 3) Cuando detuvieron a Jesús en el huerto de los Olivos, nos dice el evangelio que “en aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.” Ya no le quedó nadie. Ya estaba Jesús completamente solo y a merced de sus captores. 4) Es verdad que Pedro siguió a Jesús con el poco valor que le quedaba, pero, en cuanto se vio pillado, juró y perjuró que no conocía a aquel hombre. Ahora sí que estaba Jesús completamente solo. 5) S. Mateo quiere resaltar tanto la soledad de Jesús en aquellos momentos que reseña la presencia de algunas mujeres, pero… ellas estaban lejos y no al pie de la cruz. 6) Después del fallecimiento de Jesús, ya aparece José de Arimatea, mas él viene, no a ayudar a un vivo, sino a enterrar a un muerto.
- En el relato de la pasión de Jesús parece que todos se pusieron de acuerdo para machacarlo: 1) Los sumos sacerdotes intrigaban para prender a Jesús y acabar con él. 2)
Un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo entró en el huerto de los Olivos para apresar a Jesús. 3) Cuando lo llevaron a casa de Caifás, allí Jesús se encontró con los escribas y ancianos, y ”los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían.” 4) Todavía existía una posibilidad de librar a Jesús. Había costumbre de librar a un preso[1] en las fiestas de la Pascua judía por parte de los romanos. Pilato plantea esta posibilidad y da a elegir a la gente entre Jesús y Barrabás: “los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.” 5) Hemos visto antes cómo los soldados romanos se ensañaron contra Jesús con los azotes, los palos en la cabeza cubierta de la corona de espinas y las burlas. 6) Cuando Jesús está en la cruz, sigue toda la gente concitada contra él: “Los que pasaban lo injuriaban […] los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también […] hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.” Otro evangelista nos dice que uno de los ladrones crucificados lo defendió, pero aquí se nos dice que los dos insultaban a Jesús. Durante los tres años de vida pública de Jesús su paso entre la gente provocaba mayoritariamente simpatía y buenos sentimientos, pero en estas 24 horas, entre el Jueves Santo y el Viernes Santo, parecía que una rabia instintiva y asesina se iba apoderando de todos los que iban teniendo contacto con Jesús: todos contra un solo hombre.
- Cuando uno se ve atacado y asaltado por todo y por todos, cuando no hay remedio por ningún lado, sólo le queda el recurso a Dios, que a Jesús parece no hacerle mucho caso. 1) Jesús acudió a El en el huerto de los Olivos y le suplicaba:
Me muero de tristeza […] Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres […] Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. 2) Estando en la cruz Jesús se dirige de nuevo a su Padre Dios y le grita que por qué lo ha abandonado, y a continuación le entrega lo único que le quedaba: su espíritu.
* Pero la celebración de la Semana Santa no es simplemente un momento para unas vacaciones, para asistir a los unos pasos procesionales y para un recordar una historia que sucedió hace 2000 años. Hoy también es Semana Santa para tanta gente que sufre y que muere. En esta semana pasada leíamos que el Arzobispo caldeo (católico) de Mosul-Iraq, Boulos Faray Raho, ha sido asesinado por sus captores y su cadáver ha sido encontrado hoy con varios disparos en la cabeza en una carretera cerca de Mosul (400 kilómetros al norte de Bagdad). El arzobispo fue secuestrado el pasado 29 de febrero en un asalto que costó la vida al conductor del vehículo en el que viajaba y a sus dos guardaespaldas.
Ayer me escribía Olga, una de las religiosas que estaba en la Delegación de Misiones de aquí, de Oviedo y me dice que está en Colombia de vacaciones (van cada 3 ó 4 años) y “pierde” algunos días de estar descansando o con su familia para acompañar a unas personas de Asturias que están estudiando la viabilidad de un proyecto: la construcción de una casa para ancianos, pues la situación de muchos es muy deprimente y sin dónde vivir, solos, con muchas dificultades, y sin recursos económicos.



[1] Esta costumbre está instaurada también en muchos lugares de España por estas fechas y las autoridades civiles indultan a un preso a petición de una cofradía o de otra institución católica.

Domingo V de Cuaresma (A)

9-3-08 DOMINGO V CUARESMA (A)


Ez. 37, 12-14; Slm. 129; Rm. 8, 8-11; Jn. 11, 1-45




Queridos hermanos:
* Las lecturas de hoy nos hablan de muertos y de muerte. Ello nos recuerda una realidad muy presente en nuestra vida de cada día.
Al leer el periódico de cada día, unos lo abren primeramente por la sección de economía, otros por la sección de deporte, otros por la sección de programas de televisión y muchos por la sección de las esquelas. En éstas se mira la edad que tenían los difuntos y, cuando se ve habitualmente gente más joven que uno mismo o de edad parecida, entonces eso recuerda que se está ya en “lista de espera”…
A veces miramos fotografías antiguas de nuestra boda, de la ordenación sacerdotal, de primeras comuniones, del colegio o de la universidad, de otros eventos… y nos fijamos en personas que ya han fallecido y que no están entre nosotros. Ya no están abuelos, padres, tíos, primos, vecinos, amigos…
Una de las actividades más frecuentes que hemos de hacer a lo largo del año es ir a los tanatorios a dar pésames, ir a las iglesias a funerales, y acudir a cementerios o a columbarios para depositar allí los restos o las cenizas de los fallecidos.
Por tanto, repito que el contacto con la muerte es algo habitual y corriente en nuestra vida ordinaria.
* También el evangelio de hoy nos cuenta la muerte de Lázaro, un amigo de Jesús, y nos da una serie de datos que rodearon aquel suceso y que hoy, 2000 años después, se siguen dando:
- Ante la enfermedad grave de Lázaro y la posibilidad real de una muerte inmediata, se avisa por parte de los familiares a los amigos más íntimos.
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: -‘Señor, tu amigo está enfermo’.
- Una vez que Lázaro falleció, éste fue enterrado y la gente que se enteró después del entierro acudió, no obstante, ante las hermanas del difunto para darles el pésame:
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado […] muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
- Las lágrimas y el desconsuelo forman parte de la gente que tiene un parentesco con el difunto o de la gente que tiene amistad con el mismo. Así, el evangelio nos cuenta que los vecinos y amigos estaban consolando a María por la muerte de su hermano, ya que ésta lloraba. Nos dice el evangelio que Jesús, ante la muerte de Lázaro y viendo llorar a María, también solloza él y se conmueve. Por tres veces se dice que Jesús sollozó y lloró de pena ante la muerte de Lázaro. He de decir, como sacerdote que para mí, éste es uno de los momentos más duros: Cuando no sabes qué decir o qué hacer a la gente que sufre y llora por el fallecimiento de un ser querido. Recuerdo que, en junio de 1988, un domingo había celebrado las Misas por la mañana en el concejo de Taramundi. Comí después con un matrimonio mayor y me entretuve con ellos en su casa. A media tarde me vinieron a buscar el médico y el juez de paz de la villa. Querían que los acompañara, pues un chico de unos 26 años, que se iba a casar en un mes, se había ahorcado (en los cuatro años que estuve en Taramundi enterré a 8 personas que se habían suicidado; esto era muy común por aquella zona). Pues bien, llegamos a un monte, que estaba a una media hora de camino de la casa del chico ahorcado. Allí colgaba él de un árbol; tenía abundante saliva en la boca. La saliva ya estaba verde y tenía moscas por su cara y en la comisura de sus labios. La cuerda estaba hundida en su cuello. La escena era muy desagradable y fuerte. El chico había salido por la mañana de casa para atender el ganado que estaba libre en la montaña, pero tardaba en venir para comer. Entonces, un hermano y su padre salieron a buscarlo y lo encontraron así. No podían moverlo ni descolgarlo hasta que el médico y el juez de paz hicieran el levantamiento del cadáver. Eran las 8 de la tarde cuando pudimos bajarlo del árbol. El hermano y yo lo cogimos por los pies para alzarlo un poco y el padre cortó la cuerda. Lo metimos en un todo terreno. Ya estaba rígido y no pudimos encogerle las piernas, que sobresalían por la puerta de atrás del vehículo. Pero lo más duro estaba por llegar: cuando metimos entre los tres (padre, hermano y yo) al chico en la casa por la cocina y allí estaba la madre, ésta empezó a dar gritos y a llorar de modo desconsolado por su querido hijo. En estos momentos lo único que puedes hacer es estar, tener gestos físicos de cariño y de cercanía y callar o decir palabras sueltas de consuelo y de fortaleza.
- Asimismo con ocasión de una defunción, puede haber malos olores, sobre todo si la persona difunta estaba muy medicada. Cuando Jesús le dice a María que quite la tapa del sepulcro, con mucho sentido común la hermana le responde:
Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
* ¿Qué postura hemos de tener las personas de fe ante la muerte? ¿Podemos reaccionar igual que los que no tienen fe y que los creyentes no practicantes? ¿Qué respuesta nos da Jesucristo ante la muerte? ¿Nos da El también el pésame? ¿Sus palabras son palabras de consuelo, como cualquier amigo o como cualquier persona de buen corazón? Veamos lo que nos dicen las lecturas de hoy:
- Ante el sufrimiento y ante la muerte, los creyentes debemos reaccionar como dice el salmo 129, es decir, volviéndonos a Dios para suplicarle con entera confianza, para poner en sus manos nuestros corazones destrozados:
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica […] Mi alma espera a en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.”
- Esta entera confianza en Dios la vemos en las dos hermanas de Lázaro, las cuales por separado dicen a Jesús lo mismo: (María) “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.” (Marta) “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.” Implícitamente hay una especie de reproche: ‘Señor, te habíamos avisado con tiempo. ¿Por qué te entretuviste en venir? ¿Por qué no viniste enseguida? Podrías haberlo curado, como curaste al ciego de nacimiento.’ Sin embargo, a continuación de este de reproche, una de las hermanas afirma totalmente convencida su esperanza en Jesús, en Dios y en la vida eterna: “Pero aún ahora (que mi hermano está muerto) sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. […] Sé que (mi hermano) resucitará en la resurrección del último día.”
Hasta ahora hemos visto los que hemos de hacer los creyentes ante el sufrimiento y ante la muerte. Ahora veamos la respuesta de Dios a estas súplicas y a estas necesidades de sus hijos:
- Dios, a través del profeta Ezequiel, nos responde:
Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío […] Os infundiré mi espíritu, y viviréis.” Fijaros en la fuerza de esta imagen que nos presenta el profeta: Será Dios mismo quien venga a nuestros cementerios, ante nuestros nichos, a donde estén depositados nuestros restos o cenizas y abrirás las puertas y las losas; escarbará en la tierra y buceará por el mar, si nuestras cenizas fueron esparcidas por el agua, y nos recogerá con sus manos y nos hará salir de allí. Y en ese momento nos soplará con su aliento de vida y viviremos de nuevo, y viviremos para siempre.
- Y el mismo Jesús dice en el evangelio de hoy nos dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.” Jesús es la VIDA auténtica. La única manera de beber de esta fuente de VIDA, tanto si estamos muertos como si estamos vivos, físicamente hablando, es a través de la fe en El. Por eso Jesús pregunta a Marta si cree, y cuando María duda en abrir el sepulcro de Lázaro, porque huele ya mal, Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Marta creyó y lo confesó abiertamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Que Dios Padre nos conceda tener esta fe. Pidámosela a El, que es quien nos la puede dar.

Domingo IV de Cuaresma (A)

2-3-08 DOMINGO IV CUARESMA (A)
1 Sam. 16, 1b.6-7.10-13a; Slm. 23; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41



Queridos hermanos:
Nos presenta la liturgia de hoy, en este IV domingo de Cuaresma, la curación del ciego de nacimiento por parte de Jesús. Es un evangelio largo y muy rico en símbolos y significados. Voy a fijarme principalmente en tres personajes: el ciego, los fariseos y Jesús.
a) El ciego. Es hombre que no ve desde su nacimiento. No sabe cómo son los árboles, cómo son los pájaros, cómo son los hombres, cómo son los colores… Algo que nos parece tan corriente para todos y cada uno de nosotros y, sin embargo, un ciego no tiene noticia cierta de ello. ¡Cuántas angustias pasadas a lo largo de su vida por no poder ser como los demás, por estar condenado en vida a llevar una vida en el ostracismo! ¡Cuántas veces renegaría de Dios o preguntaría a Dios el porqué de aquella situación!: ¿Qué mal había hecho él en su vida para nacer ya ciego?
Nos cuenta el evangelio que el ciego estaba por allí y sin pedir nada a Jesús; es éste quien se le acerca y le unta los ojos con barro, que había hecho con su propia saliva y un poco de polvo del camino. El ciego adquiere la vista física. Y poco a poco empieza este hombre a caminar hacia la luz de la fe, pues él también estaba ciego de fe.
Así, este hombre sabe que fue Jesús quien le dio luz en los ojos, pero no sabe dónde está, cuando le preguntan por él. “Le preguntaron: ‘¿Dónde está él?’ Contestó: ‘No sé.’” Este hombre sólo sabe lo que Jesús hizo con él: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.” Pero, a partir de aquí y ante las preguntas insistentes de los fariseos, empieza él mismo también a darse respuestas de lo que había detrás de un gesto tan sencillo como untar barro en unos ojos invidentes. Y el hombre da estas respuestas y estos pasos hasta alcanzar la fe. Veamos cómo transcurre todo: 1) Los fariseos le dicen: “nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” A lo que él responde: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” 2) Cuando los fariseos le replican que no saben de dónde viene Jesús, el hombre curado da un paso más en su encuentro hacia Dios y dice: “Pues eso es lo raro; que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.” Es decir, en un primer momento este hombre no sabe si Jesús era un pecador o no lo era, pero luego, reflexionando sobre ello, se da cuenta que Jesús no puede ser un pecador, pues un pecador no hace las cosas de Dios. 3) Ya el hombre curado de su ceguera física ha hecho el camino de fe y está maduro para recibir la luz de Dios, y es entonces cuando Jesús le sale nuevamente al encuentro. Este hombre ya puede ver a Jesús con sus ojos físicos recién curados. Y Jesús le pregunta. “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” A lo que el hombre responde: “’Creo, Señor.’ Y se postró ante él.”
No desesperes en tu camino, si tienes grandes problemas y casi todo te va mal. Espera en el Señor. El te saldrá al encuentro. Te paciencia.
Si el Señor soluciona tus problemas físicos y humanos, piensa que todavía te queda mucho por recorrer: te queda el camino de la fe. ¿De qué te sirve tener la luz física y/o tener todos o casi todos tus problemas humanos y materiales solucionados, si te falta la luz de la fe, que te hace reconocer a Dios como tu salvador y como tu Padre?
b) Los fariseos. Al leer este evangelio y orar sobre él he sentido angustia y temor. ¿Por qué? Porque yo soy tantas veces uno de estos fariseos. Ellos veían físicamente, pero estaban ciegos, pues daban frutos de ceguera. Nos lo dice el evangelio: 1) Al ver aquel hecho tan maravilloso de que un ciego de nacimiento había sido curado por Jesús, sólo se les ocurre decir: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Y es que Jesús había hecho barro en sábado y esto se consideraba por los judíos un trabajo, lo cual estaba prohibido en sábado. 2) Como los fariseos seguían sin creer ni aceptar aquel hecho maravilloso, dan vueltas y más vueltas preguntando una y otra vez al que había sido ciego, y también a sus padres. Me recuerda esto aquel texto del libro de la Sabiduría, que dice: Dios “se manifiesta a quienes no exigen pruebas, se revelan a quienes no desconfían. Los pensamientos torcidos alejan de Dios” (Sab. 1, 2-3). 3) Nos sigue diciendo el evangelio que los fariseos metían miedo a la gente, pues habían dicho que quien reconociese a Jesús como Mesías lo echarían de la sinagoga. Esto indica una dureza de corazón impresionante. Duros de corazón para los hombres, duros de corazón para Dios. 4) Estos fariseos se empeñan en negar lo evidente y encima quieren que los demás participen de su empecinamiento con un juramento en falso: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” 5) Cuando no salen las cosas como ellos quieren, entonces insultan al hombre que había sido agraciado con el dedo de Dios y con su misericordia. Y estos insultos los hacen desde la “seguridad” que tienen de ser los auténticos discípulos de Moisés, al que es totalmente seguro que Dios habló: “Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés.” 6) Cuando el hombre curado les dice cosas de sentido común (“sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”), los fariseos se pican en su amor propio y tildan al antiguo ciego de pecador “de pies a cabeza”, y lo expulsan, lo echan a la calle.
A medida que el antiguo ciego se va adentrando en el camino de la fe y va ablandando su corazón a Dios, con estos fariseos sucede todo lo contrario: se van alejando más y más de Dios, y van endureciendo su corazón hasta límites insospechados: maltratan, insultan y expulsan a un hombre que fue objeto de la misericordia divina y que va a pasos agigantados hacia Dios. La envidia de que aquel hombre y otros encuentren a Dios por caminos distintos a los que ellos marcan les impide reconocer y adorar al único Dios, que sí reconoció y sí adoró Moisés. La soberbia y la ira les hacen machacar a sus hermanos, los hijos de Dios. ¡Cuántas veces yo me veo reflejado en mi vida ordinaria en el comportamiento y en las actitudes de estos fariseos!
c) Jesús. En este evangelio Jesús sólo aparece al principio y al final del mismo. Durante todo el evangelio se hablará de El y de sus obras, pero no está El presente.
Al principio del evangelio, 1) Jesús se presenta como la luz del mundo. Luz para los que no ven, físicamente hablando, y por eso les devuelve la vista, aunque sean ciegos de nacimiento. Pero Jesús también es luz para los que no ven, espiritualmente hablando, y por eso les da la fe. 2) Tiene también Jesús al principio del evangelio unas palabras enigmáticas: “Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.” Con estas palabras Jesús anuncia su muerte ya cercana y anuncia también su misión. En efecto, es de día, mientras Jesús vive en la tierra. Mientras Jesús está en la tierra es de día, porque El es el único y eterno Sol, que da vida, calor y luz a toda la creación. Cuando este Sol se apague, es decir, cuando lo crucifiquen y muera, entonces será de noche. Mientras es de día, Jesús hará las obras de su Padre Dios. Cuando sea de noche, porque el Sol esté apagado y muerto, entonces nadie podrá hacer las obras del Padre. Es la hora de las tinieblas y del Maligno.
Al final del evangelio vuelve a aparecer Jesús. Me fijaré en dos detalles: 1) De cara al hombre que estaba ciego. Jesús se acercó a él, pero sólo cuando tiene alguna necesidad (lo mismo hace con cada ser humano). Al principio se acercó, porque estaba ciego. Ahora se acerca una vez más, porque lo habían expulsado los “representantes” de Dios. Y Jesús quiere llevar a este hombre a Dios a través de la fe. Y este hombre sigue dócilmente a Jesús. 2) De cara a los fariseos. Jesús se convierte en juez y emite una sentencia: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.” Pero, atención, no se trata de una sentencia que condena a la ceguera a los que ven, sino que se trata de una condena que constata una realidad: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”