Ap. Jorge Pompa
10 niveles de poder (de la fe). (Ap. Jorge Pompa)
Ap. Jorge Pompa
Domingo IX del Tiempo Ordinario (A)
6-3-11 DOMINGO IX TIEMPO ORDINARIO (A)
Dt. 11, 18.26-28; Slm. 30; Rm. 3, 21-25.28; Mt. 7, 21-27
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- Hace unos años, teniendo yo unos 35 años, salía por la mañana de mi casa y me encuentro con un señor de unos 55 años en el portal. Como yo no lo conocía de nada, hice ademán de seguir mi camino, pero él me habló y me llamó por mi nombre. Yo me fije más en él: tenía bigote y éste estaba muy sucio por el tabaco; los dedos de una mano también tenían ese color marrón consecuencia de fumar mucho; los ojos inyectados en sangre y los carrillos muy colorados, como de haber bebido, no en ese momento, pero sí de modo habitual. A pesar de fijarme bastante en él hice un gesto con mi rostro de no reconocerle. Entonces él me dijo que era fulano, y que habíamos ido juntos al instituto de La Luz (Avilés) allá por 1975. Realmente era imposible, al menos para mí, identificar a aquel señor “de unos 55 años” con el compañero mío de un curso del instituto y que en realidad tenía 35 años como yo.
Creo que me lo habéis oído contar en alguna ocasión: en una de mis primeras parroquias había una chica de unos 16 años que, con frecuencia, me decía que no estaba de acuerdo con la Iglesia al impedir ésta las relaciones prematrimoniales. Yo trataba de argumentarle para darle a conocer las razones de todo ello, pero esta chica me decía que no quedaba para nada convencida. Recuerdo que muy poco tiempo después de una de estas “disputas” vinieron sus padres a verme, pues ella se había quedado embarazada de un chico y “había que casarlos”. Yo les di mi opinión y finalmente la pareja, que tenían una edad parecida, se casaron en otra parroquia distinta de las que me correspondía a mí. La chica tuvo que dejar de estudiar; no pudo acabar el bachiller. El chico tuvo que ponerse a trabajar y los padres de ambos les buscaron un piso de alquiler y para allá se fueron los tres. Digo los tres, porque el hijo nació enseguida. Muy poco tiempo después supe que había problemas en el matrimonio… y se separaron casi inmediatamente. Dos inmaduros asumieron (o quisieron asumir, o les hicieron asumir) de repente una serie de obligaciones para las que no estaban preparados ni por supuesto convencidos de ello: tuvieron que asumir la atención de un bebé, las tareas de un hogar, el trabajo fuera de casa, la administración del sueldo, la convivencia conyugal… Luego yo me marché para Roma a estudiar y, al cabo de unos años, regresé por allí; me encontré con la madre de esta chica, y me contó que ésta andaba mucho de discoteca hasta altas horas de la madrugada. Ella, tras la separación, se había ido a vivir con sus padres y eran estos, es decir, los abuelos del niño quienes tuvieron que asumir toda la atención y educación del niño, pues la madre de éste quería vivir la juventud en la que aún estaba.
¿A qué vienen estos ejemplos y muchos más que se pueden poner? Como digo muchas veces, hay acciones del hombre que no traen ninguna consecuencia al mismo: por ejemplo, ponerse una chaqueta u otra, decidir si de postre se come un plátano o una manzana… Pero sí es cierto que otras acciones del hombre sí que traen consecuencias… para sí mismo y para otros. En efecto, el compañero mío de instituto ha ido tomando una serie de decisiones que lo llevaron a un deterioro físico muy importante. En efecto, la chica de antes, la que no veía problemas en tener relaciones sexuales a los 16 años…; pues bien, su decisión y su acción de mantener dichas relaciones le llevaron a elegir inmaduramente a un chico que era tan inmaduro como ella, a un embarazo no deseado, a un matrimonio no conveniente, a un truncar su vida en cuanto a estudios y preparación, a un no asumir su maternidad… y su hijo tuvo que pagar las consecuencias de todo esto. Como dice el refrán: “De aquellos polvos, vienen estos lodos”.
Estos dos ejemplos, y otros muchos que se puede poner, vienen a iluminar y a corroborar las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “…aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”. Pero si os fijáis bien, los dos ejemplos que acabo de narrar son casos de la vida corriente y pueden ser contados y/o escuchados por personas sin fe. Y es que con esta primera parte de la homilía quiero hablar simplemente a nivel humano. O sea, lo dicho hasta ahora vale para creyentes y para no creyentes. Y la moraleja es: Nuestras palabras, nuestros actos tienen consecuencias. Y las consecuencias son para nosotros y para los demás. Una buena elección y decisión mía afecta positivamente a los que me rodean, pero al revés también sucede, es decir, mi mala cabeza puede afectar negativamente a los que me rodean. El escoger determinadas compañías, el no fomentar y esforzarme por valores humanos correctos, etc., me va a afectar inexorablemente a mí y a los míos. Un señor juega a las máquinas de modo desorbitado y las consecuencias son: pierde dinero, pierde el trabajo, pierde la vivienda, pierde la familia y, además,
- Repito: Todo esto que he dicho en un sentido negativo, también sucede en un sentido positivo. Todo lo bueno que siembro en mí, en los míos, en los que me rodean… dará su fruto en algún momento. A este respecto recuerdo que en 1984, en mi primera parroquia había un hombre de unos 84 años de edad. Hacía mucho tiempo que no iba por la iglesia y empezó a acudir a mi llegada. Se empezó a confesar conmigo y me dijo que debía su fe a… (pensé que iba a decirme que a mí) a un sacerdote que hubo en la parroquia, cuando él tenía 14 años. Aquel sacerdote se había marchado y él había abandonado la práctica de la fe, pero ahí estuvo sembrada y 70 años después (sin saber cómo; Dios lo sabrá) salió a
- Ya pasando ahora de un modo más explícito al aspecto religioso vemos que Jesús parte de una premisa: “El que escucha estas palabras mías…”. Y a partir de esta escucha se pueden seguir, fundamentalmente, dos posturas diversas: ponerlas en práctica o no. Quien las pone en práctica es un hombre prudente. Quien no las pone en práctica es un hombre necio. El resultado no se ve de modo inmediato, ya que ambos hombres construyen una casa, una vida. Si se mira superficialmente las dos casas, las dos vidas… podemos concluir que las casas se pueden parecer entre sí, aunque la del hombre necio es más barata, ya que no ha tenido que gastar en cimientos. Se ha ahorrado una buena “pasta” en cimientos. En cambio, la casa del hombre prudente es más cara y le ha costado más tiempo, esfuerzo y dinero levantarla. Pero una casa y una vida quedan acreditadas sólo en las pruebas. La casa y la vida del hombre necio –dice Jesús- sucumben ante las pruebas. La casa y la vida del hombre prudente –dice Jesús- resisten ante las pruebas.
Pienso que todos los hombres, de un modo u otro, escuchamos las palabras de Dios, de Jesús. Puede que lleguen a nuestros oídos. Puede que lleguen a nuestro entendimiento. Puede que lleguen al sentimiento. Puede que llegue a nuestra voluntad. Puede que llegue a nuestro corazón, el núcleo íntimo de todo el ser. Muchas palabras nos resbalan, es cierto, pero muchas nos iluminan y nos emocionan. No muchas son las que realmente nos cambian y transforman.
¿Escucho las palabras de Jesús? ¿Cuánto tiempo a la semana dedico a esto? ¿Las pongo en práctica? ¿Mi casa, mi vida está asentada sobre roca o sobre arena?
5 Secretos de un campeon (Ptr. Gustavo Falcon)
El hecho que no parezca un campeón, no significa que no lo sea.
Secreto No. 2
Mientras sientas pasión en tu corazón, lo lograras.
Jesús en la cruz = 5 personas.
Ama tu propósito y tu visión para tener un buen resultado.
Se perseverante, aguanta todo.
Inténtalo una y otra vez.
Olvida tus fracasos, tómalos como experiencia y nunca como amargura.
No renuncies a tus sueños.
Continuara...
Ptr. Gustavo Falcon
Domingo VIII del Tiempo Ordinario (A)
27-2-11 DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 49, 14-15; Slm. 61; 1 Cor. 4, 1-5; Mt. 6, 24-34
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- Confianza absoluta en Dios. El evangelio de hoy es precioso. Sólo puede decir este evangelio un lunático o un enamorado de Dios, pero, en este último caso, tiene que ser una persona que haya experimentado en su propio ser el cuidado y la ternura de ese Dios del que habla. Dice Jesús en esta parte del sermón de la montaña: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el vestido pensando con qué os vais a vestir […] No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos”. Pero ¡qué difícil es vivir así cuando todo el mundo que nos rodea y toda la experiencia de vida nos indica que hay que ser previsores! ¡Qué difícil es vivir así cuando va faltando el trabajo, van cerrando empresa tras empresa, no se llega a final de mes, no se puede pagar la letra de la hipoteca, has conseguido ahorrar 150 € en un mes y se te estropea la lavadora y, al comprarla te gastas, 500 €…! ¡Qué difícil es vivir fiándose de Dios cuando Él no parece tener prisa o, al menos, no tiene la misma prisa que nosotros p0r arreglar las cosas! Y, sin embargo, Jesús y los santos que han experimentado a Dios en sus vidas nos dicen y nos repiten: “Mirad a los pájaros: ni siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? […] Fijaros cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?”
Haríamos muy mal si, al ver a un persona que practica este modo de vida y esta confianza, nos fijáramos en dicha persona y la admiráramos como a un ser extraordinario. Lo extraordinario no es que una persona viva así. NO. Lo extraordinario es comprobar cómo Dios cumple esa Palabra que acabamos de escuchar: realmente Dios alimenta a los pájaros, pero mucho más a nosotros sus hijos. Realmente Dios viste de belleza a los lirios y a las hierbas del campo, pero nos cubre mucho más a nosotros. Y, cuando esto no sucede en el mundo, no es por culpa de Dios, sino del hombre que roba al otro hombre.
El otro día me decía un hombre que vino a hacer dirección espiritual que le había llamado mucho la atención una entrevista que hicieron a Mourihno, entrenador del Real Madrid. Decía él que era muy creyente, que Dios era muy importante para él, que él debía ser un buen tipo, ya que Dios le regalaba tantas cosas: una familia, unos amigos, un trabajo que le gustaba, una salud, unos bienes materiales para cubrir sus necesidades y las de los suyos. Y, al hilo de esta entrevista, me decía el hombre que vino a hacer dirección espiritual que él se sentía también como Mourihno: un privilegiado, pues Dios le regalaba tantas cosas y eso a pesar de que tenía tantos problemas en su trabajo, en su familia, en su entorno…, pero él era capaz de ver la mano providente y misericordiosa de Dios.
Voy a contaros un relato de indios americanos, que enlaza muy bien con todo lo que os estoy contando aquí. Leo: “¿Conoces la historia del rito en el paso de la infancia a la juventud de los indios Cherokee? Cuando el niño empieza su adolescencia, su padre le lleva al bosque, le venda los ojos y se va dejándolo solo. Él tiene la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no puede quitarse la venda hasta que los rayos del sol brillan de nuevo en la mañana. Él no puede pedir auxilio a nadie. Una vez que sobrevive esa noche, él ya es un hombre. El niño está, naturalmente, aterrorizado. Él puede oír toda clase de ruidos: Bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que aúllan... Quizás algún humano puede hacerle daño. Escucha el viento soplar y la hierba crujir, sentado estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda; ya que es la única manera en que puede llegar a ser un hombre. Por último, después de esa horrible noche, aparece el sol y el niño se quita la venda… Es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre no se ha ido, ha velado toda la noche en silencio, sentado en un tronco para proteger a su hijo del peligro sin que él se dé cuenta”. Cuando vienen los problemas y la oscuridad en nuestra vida, lo único que tenemos que hacer es confiar en Él. Algún día vendrá el amanecer y lo veremos cara a cara tal cual es. En la noche más negra, recordemos quién es nuestro Padre. Esto mismo nos es recordado por el profeta Isaías con unas palabras bellísimas, que acabamos de escuchar en la primera lectura: “¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. O también las palabras del Salmo 61: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré […] Pueblo suyo, confiad en Él, desahogad ante Él vuestro corazón”.
- “Nadie puede estar al servicio de dos amos […] No podéis servir a Dios y al dinero”. Quien no confía y se abandona en Dios como se ha dicho hasta ahora en la homilía, entonces es que confía y se apoya en el dinero, en el mundo, en su fuerza, en sus miedos, en sus títulos, en sus posesiones, en su salud… Y uno que quiere seguir de verdad a Cristo Jesús se apoya y está al servicio sólo de Dios. Para conseguir esto es necesario morir a un mismo y a las propias seguridades.
- “A cada día le bastan sus disgustos”. También dice Jesús en el Padre nuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Vivamos el hoy…, con sus cosas buenas y con sus cosas malas. Si abrimos de verdad los ojos, veremos y percibiremos la presencia de Dios junto a nosotros, como el niño Cherokee. Tantas veces no somos capaces de reconocerlo por la venda que tenemos, por la oscuridad que nos rodea o por nuestros propios miedos y terrores, que nos impiden sentir la cercanía del Padre.
Ya para terminar quisiera aquí leeros algunos trozos compuestos por el Papa Juan XXIII, ya que, como os decía el domingo pasado, vivir así es sobre todo un don y un regalo de Dios, pero también en una pequeña parte un esfuerzo y una tarea nuestra. Veamos ahora cómo Juan XXIII se esforzaba en vivir en el día a día en total confianza con Dios:
“Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida en un momento.
Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.
Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.
Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos procuraré que nadie se entere.
Sólo por hoy creeré firmemente –aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie existiera en el mundo.
Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedos de gozar de lo que es bello y de crecer en la bondad”.
Domingo VII Tiempo Ordinario (A)
20-2-11 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)
Lv. 19, 1-2.17-18; Slm. 102; 1 Cor. 3, 16-23; Mt. 5, 38-48
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- En la primera lectura se dice: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. Y a continuación se señalan algunas acciones que han de realizar los santos como, por ejemplo, no odiar de corazón al prójimo, aconsejar y reprender al que se equivoca, no vengarse ni guardar rencor, y amar al prójimo como a uno mismo.
En el evangelio, que acabamos de escuchar es todo muy parecido: Jesús nos dice que no hagamos frente al que nos hiere de algún modo. También nos dice que hemos de amar al prójimo, pero no basta con esto: además, hemos de amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y rezar por los que nos persiguen o calumnian. Y termina Jesús el evangelio como empieza la primera lectura: “Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Años atrás se hablaba más de santidad que ahora. Podría parecer que tener fe puede ser cosa de muchos, pero ser santos es sólo para algunos privilegiados, escogidos o ya predestinados a ello. Sin embargo, esto no es así. La santidad es una tarea de todo cristiano, de todo bautizado y a la vez es un don y regalo, que Dios quiere entregarnos a cada uno de nosotros. Tarea y don: regalo de Dios y esfuerzo nuestro. Así se nos dice en las lecturas que acabamos de escuchar, pero también en el concilio Vaticano II se nos dice: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium 11).
Es muy importante lo que se nos dice en el concilio: 1) La santidad es para todos, y no sólo para unos pocos. 2) La santidad ha de ser buscada por todos los discípulos de Jesús, independientemente de su estado: casado, soltero, célibe, viudo, divorciado. Igualmente da igual que uno sea viejo o joven, esté sano o enfermo, sea rico o pobre, listo o tonto, viva solo o acompañado… 3) No hay 2, 4 ó 10 caminos de santidad. NO. Hay tantos caminos y modelos de santidad como discípulos de Jesús hay en el mundo. No tenemos que imitar a nadie, no tenemos que ir a ningún sitio. NO. Sólo tenemos que dejar que Dios nos muestre cuál es nuestro propio camino de santidad y ser fiel a él. 4) La santidad consiste en ser… como Dios: santo como Dios es santo, puro como Dios es puro, perfecto como Dios es perfecto. 5) Recordad: la santidad es tarea nuestra y don de Dios. Uno no tiene que hacer todo; sólo ha de empezar a caminar y enseguida se encontrará en ese camino con Dios, que le acompaña, que le guía y que le lleva en sus brazos amorosos.
- Sí, pero (insistiréis vosotros)… ¿es difícil ser santo? ¿Es algo irrealizable para la mayoría de nosotros? En el cielo sólo entrarán los que hayan alcanzado la santidad, pues al lado de Dios no puede haber nada oscuro ni impuro. Si esto es así, parece que el cielo es algo inalcanzable para la inmensa mayoría de los que estamos aquí.
Venía yo desde Alemania el lunes pasado y en el avión coincidí con los seguidores de un equipo de fútbol alemán, en el que juega ahora Raúl (exjugador del Real Madrid). Aquellos aficionados venían a ver cómo jugaba su equipo en Valencia. Dejaron su casa, su comodidad, cogieron días de sus vacaciones, se gastaron un dinero, pasaron apuros por no poder entender el español, malcomieron o “maldurmieron”… y todo esto para ver a su equipo favorito durante 90 minutos… y luego vuelta para casa. Podían haber visto el partido de fútbol cómodamente desde sus casas y sin tanto gasto de tiempo, de dinero y de energías.
Algunos de vosotros me diréis: ¿A qué viene este ejemplo de los aficionados alemanes? Pues a que…, si buscáramos y procurásemos nosotros de este modo la santidad de vida, ¡cuán pronto la hallaríamos! “Si buscáis la virtud y la perfección, que es la verdadera sabiduría, con la diligencia y el cuidado que los hombres del mundo buscan el dinero y cavan las minas y tesoros, sin duda las encontraréis” (Prov. 2, 4). ¿Quiénes de nosotros deja unos días libres al año para estar a solas con Dios, para hacer unos ejercicios espirituales? ¿Cuántos de nosotros dejamos un tiempo al día para estar a solas con Dios y con su Palabra sagrada? ¿Cuántos de nosotros tratan de cumplir el evangelio de hoy? Hace ya muchos siglos el abad de un convento en Egipto llegó hasta la ciudad de Alejandría y se encontró con una prostituta. “El abad vio que esta mujer iba muy compuesta y aderezada, y comenzó a llorar y a gemir: ‘¡Ay de mí! ¡Ay miserable de mí!’ Le preguntaron los discípulos: ‘Padre, ¿por qué lloras?’ Y él les contestó: ‘¿No queréis que llore, que veo a esta mujer que pone más cuidado en componerse para agradar a los hombres, que yo para agradar a Dios; veo que trabaja más ella para enredar a los hombres y llevarlos al infierno, que yo para llevarlos al cielo?’” (P. Alonso Rodríguez, Virtudes cristianas, Ed. Testimonio, 51-52). Asimismo se cuenta de San Francisco Javier “que se avergonzaba de ver que primero habían ido los mercaderes al Japón a llevar sus mercancías caducas y perecederas que él a llevar los tesoros y riquezas del Evangelio para dilatar la fe y ensanchar y amplificar el reino de los cielos. Pues confundámonos y avergoncémonos nosotros que los ‘hijos de este mundo son más prudentes y diligentes en las cosas del mundo’ que nosotros en las de Dios” (P. Alonso Rodríguez, Virtudes cristianas, Ed. Testimonio, 52).
- Termino esta homilía con un acto concreto de santidad. Yo he aprendido mucho leyendo a los santos. Ellos me han enseñado, me ha enfervorizado en amor a Dios y a los hombres. Voy a narraros un caso que recuerdo haber leído siendo seminarista, y que me hizo mucho bien. Éste y otros muchos me hicieron anhelar y buscar a Dios y la santidad de vida. Ahí os va el hecho: En la vida de San Juan de
¡Señor, concédeme, por amor a tu Hijo Jesucristo, el don de la humildad para contigo y para con mis hermanos! ¡Concédeme el don de la mansedumbre ante la violencia de los hombres y también ante mi propia violencia e ira! ¡Concédeme el don de la santidad, porque Tú eres santo, y dámela en la misma medida que Tú la tienes, ya que, si Tú no me la das, yo nunca la podré alcanzar!
AMEN