Domingo III de Adviento (B)

11-12-2008 DOMINGO III DE ADVIENTO (B)

Is. 61, 1-2a.10-11; Lc. 1, 46-50.53-54; 1 Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8.19-28


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Seguimos avanzando en este tiempo de Adviento. Ya estamos en el domingo tercero. Una vez más el evangelio de hoy nos habla de Juan el Bautista, aunque desde la perspectiva de San Juan evangelista, que fue discípulo suyo primero, y luego siguió a Jesús. San Juan evangelista narra este hecho que acabamos de escuchar por haberlo presenciado él personalmente. Voy a basar mi predicación de hoy sobre una pregunta corta que aparece en el relato.

- Nos dice el evangelio que unos judíos se aproximaron a Juan el Bautista y le preguntaron: “¿Tú quién eres?” ¿Se os acercado alguna vez una persona y os preguntado quiénes sois? Si contestamos que somos profesores, o amas de casa, u obreros, o curas…, se nos puede replicar: ‘Yo no te pregunto qué haces, sino quién eres’. Si contestamos que somos el marido de Zutana o la mujer de Mengano, se nos puede replicar: ‘No te pregunto con quién estás casado, sino quién eres’. Si contestamos que somos asturianos, o peruanos, o ecuatorianos…, se nos puede replicar: ‘Yo no te pregunto de dónde vienes o dónde naciste, sino quién eres’. Si contestamos que somos Rosa, Felipe, José, Pilar, Joaquín, Andrés…, se nos puede replicar: ‘Yo no te pregunto cómo te llamas, sino quién eres’.

Si quito de mí lo que hago, de dónde vengo, con quién estoy, cómo me llamo, cuánto tengo…, entonces ¿qué queda de mí? Por eso es muy importante que me pregunte QUIÉN SOY YO.

Sí, ¿quién soy yo para mí? Sí, ¿quién soy yo para los demás? Sí, ¿quién soy yo para Dios? Y es bueno que estas preguntas me las haga en este tiempo de Adviento.

- ¿Quién soy yo para mí? En cierta ocasión me comentó un amigo mío que él trabajaba como carpintero. Siempre tenía consigo una radio, que la tenía encendida todo el tiempo de trabajo. Resultó que en una ocasión tuvo que hacer un trabajo en una nave y llevó allí toda la herramienta que necesitaba y todo el material. Empezó a trabajar, pero de repente se dio cuenta que no había traído consigo la radio y allí tampoco había ninguna radio. Tuvo que estar todo el día trabajando, pero en silencio, sin escuchar ni una sola voz. Al principio lo pasó mal, pero poco a poco, al hacer su trabajo, empezó a reflexionar sobre su vida y siempre recordará el bien tan inmenso que le hizo aquel día y aquella reflexión personal que tuvo.

Yo te invito a que te mires de frente. No a la cara, sino más adentro. Mira detrás de ese maquillaje, detrás de la máscara que te pones ante los otros. Mira al fondo de tu corazón. ¿Qué tal soy, me conozco bien, cuáles son mis defectos y mis virtudes, tengo complejos y miedos, qué heridas tengo sin cerrar, a qué aspiro, en qué me siento derrotado, en qué he triunfado, amo y me siento amado, qué espero aún de la vida, en qué puedo aún mejorar? ¿Querría que se filmara la historia de mi vida y se reprodujera en un video ahora, aquí mismo? ¿Querría que todos pre­senciaran la película de mi vida? A lo mejor, ni yo mismo aguantaría la película de mi vida.

- ¿Quién soy yo para los demás? Hay una cosa que me ha hecho reflexionar al leer este evangelio y es el hecho de que a Juan el Bautista se le acercaron unas gentes a preguntarle. Su modo de vida y su persona les interrogaban y por eso le preguntaron. ¿A alguien le llama la atención nuestra forma de ser o de actuar o de hablar, hasta el punto de que nos pregunten quiénes somos? Si nuestra vida no ayuda a nadie, o no interroga a nadie, o no molesta a nadie, puede ser indicativo de mediocridad o de egoísmo. Como veíamos el domingo pasado las gentes de Judea y de Jerusalén veían en Juan el Bautista a un hombre austero, a un hombre orante y desinteresado, a un hombre que hablaba de parte de Dios y cuyas palabras conmovían el corazón de quienes le escuchaban. Por eso, se le acercaron –como nos cuenta el evangelio de hoy- y le preguntaron: “¿Tú quién eres?” Por eso, es bueno que me pregunte en este tiempo de Adviento ‘¿quién soy yo para los demás?’

- ¿Quién soy yo para Dios? Sinceramente, al pensar sobre esta pregunta me viene insistentemente dos palabras a la cabeza: amor y paciencia. El amor que Dios me tiene desde toda la eternidad y para toda la eternidad, y la paciencia que tiene conmigo. Asimismo, me viene al pensamiento esta historia que leí hace un tiempo y que refleja muy bien cómo es Dios y quién soy yo para Dios. “Un día, Abraham invitó a un mendigo a comer en su casa. Cuando Abraham estaba dando gracias y bendiciendo la mesa, el otro empezó a maldecir a Dios y a decir que no soportaba oír su nombre. Presa de indignación, Abraham echó al blasfemo de su casa. Aquella noche, cuando estaba Abraham haciendo sus oraciones, le dijo Dios: ‘Ese hombre ha blasfemado de mí y me ha injuriado durante cincuenta años y, sin embargo, yo le he dado de comer todos los días. ¿No podías tú haberlo soportado durante un solo almuerzo?’” Como ya os habréis dado cuenta “el mendigo blasfemo” somos cada uno de nosotros.

Inmaculada Concepción (B)

8-12-2011 INMACULADA CONCEPCION (B)

Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Cuando preparaba la homilía que ahora estoy predicando, empecé primero a leer las lecturas del día y, al llegar al evangelio, en el que se narra el encuentro del ángel con la Virgen María, me di cuenta que en este texto se contiene perfectamente los pasos de toda vocación o llamada por parte de Dios. En este caso concreto se nos describe la vocación de la Virgen María, pero también es aplicable a cada uno de nosotros:

* Se dice en el texto que “el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen” llamada María. Es Dios siempre quien primero se acerca a nosotros, quien toma la iniciativa. No somos nosotros quienes queremos ser la Virgen María, o quienes queremos ser sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos…, sino que es El quien nos llama para sí como Virgen María, sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos… Se dice que Dios envió a su ángel a Nazaret, “una ciudad de Galilea”; mas Nazaret debía de ser una aldea perdida, pues no aparece en ningún mapa de la época. ¿Por qué digo esto? Porque Dios no viaja simplemente por lugares famosos y conocidos, sino que busca a personas concretas, estén donde estén. Nosotros no éramos los más listos, los más buenos, los más habilidosos de nuestras familias y de nuestros entornos, pero Dios nos eligió para sí. Dios nos elige porque sí, porque nos ama. Y es que el amor no tiene razones. El se enamoró de nosotros y nos cortejó para sí y quiere desposarse con nosotros en matrimonio perpetuo.

* En el evangelio se nos narra el diálogo que hubo entre María y el ángel de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo […] Has encontrado gracia ante Dios […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. En toda vocación existe un diálogo entre Dios y la persona elegida. También hubo un diálogo entre Dios y la Virgen María, entre Dios y nosotros; nosotros hemos sido cortejados por Dios. Dios nos fue dando durante años luz y fuerza ante nuestras dudas e incertidumbres. Nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentimos elegidos y queridos por Dios. Él tenía y tiene una misión para María, para nosotros: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. Y esta misión concreta: de concebir en nuestro espíritu y de dar a luz a Jesús, se ha de hacer realidad sobre todo en este tiempo de Adviento. A esto se resume todo plan de Adviento, que año tras año os propongo: Hemos de quedar “embarazados”, no en nuestro vientre, sino en nuestro espíritu, en nuestro ser más íntimo del Hijo de Dios, de Jesús.

Pero este diálogo entre Dios y la criatura, entre el Novio y la novia, entre el Esposo y la esposa no termina una vez que La Virgen María dio a luz en Belén, o cuando nosotros nos hacemos curas, o entramos en un convento, o nos casamos, o nos bautizamos, o decimos que no al matrimonio… Ese diálogo se sigue prolongando a lo largo de toda la vida terrena y a lo largo de toda la VIDA ETERNA. Cuando era joven, veía cómo amigos míos dejaban la pandilla para empezar a salir con una chica en una relación de noviazgo. Después se casaban y pasado un tiempo el amigo regresaba a la pandilla dejando a la mujer en casa. Recuerdo una imagen que se me quedó grabada teniendo yo unos 15 años: iba un matrimonio de paseo; él con el transistor pegado a la oreja para escuchar los partidos de fútbol y sin hacer caso de su mujer, y ésta mirando para el paisaje sin nada que decirse. No sucede esto con Dios. El siempre tiene cosas que decirnos y El siempre nos escucha.

* Nos dice el evangelio de hoy que, una vez que María escuchó lo que el ángel le dijo, ella “contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’”. En toda vocación hay un acercamiento de Dios, hay un diálogo entre el Creador y la criatura, y ha de existir una respuesta clara por parte nuestra. Pero esta respuesta no se ha de dar una vez en la vida, sino que la hemos de ir dando cada día, cada minuto de nuestra existencia: “Hágase en mí según tu palabra”.

Voy a poneros un ejemplo concreto de ese diálogo permanente entre Dios y sus hijos queridos. Este caso me lo comentó una persona hace tiempo; le pedí permiso para compartirlo con más gente y me lo dio. Ahí va: “En una reunión con los carismáticos en Santiago de Compostela, había una señora de otra provincia que cantaba muy mal; era una mujer alta y grande y tenía un vozarrón imposible de aguantar, pero ella se llenaba de júbilo cantando al Señor y, aunque lo descomponía todo, no se reprimía y gritaba y gritaba ante el asombro de todos. Por un momento sentí que quería entrarme por aquí una fuerte tentación de juicio hacia ella por su protagonismo y su falta de prudencia; la cosa empeoró cuando durante la Misa se puso a mi lado y la tentación me rondaba acechándome más intensamente, queriendo inquietar mi alma a través de lo que oían mis oídos. Mas en aquel momento vino el Señor a comunicarle a mi alma que tenía que escuchar su canto como Él lo escuchaba, y si a Él le sonaba a canto de ángeles, así debería de sonarme a mí. Y así lo hice: cerré los ojos y me imaginé al coro de los ángeles dando gloria y alabanza Dios y, ante el cambio de actitud por mi parte, el canto de la señora dejó de molestarme para hacérseme pura armonía celestial, y es que para entonces ya no escucha sus gritos; entonces yo escuchaba el amor y la sinfonía que producía el sonido del amor al irse elevando como aromático incienso.

Cuando fuimos a comer, en la mesa, cerca de mí, algunas personas del grupo hacían un juicio sobre esta señora por su falta de prudencia y su querer sobresalir, (porque, de verdad, padre, que cantaba mal). Yo no estaba en aquella conversación y ni siquiera le prestaba atención, pero en un momento estas personas se dirigieron a mí comentándome lo mal que tuve que haberlo pasado teniendo aquel griterío a mi lado; pero, padre, les respondí lo que había vivido; les dije que no me molestó su canto, pues cerré los ojos, lo interioricé y lo escuché como Dios lo escuchaba, y como Dios lo escuchaba: como suave sonido de amor; a Él aquel canto de la señora le sonaba a ángeles y a mí también. Entonces estas personas me respondieron: ‘viéndolo así, cambia la cosa’.

Domingo II de Adviento (B)

4-12-2011 2º DOMINGO ADVIENTO (B)

Is. 40, 1-5.9-11; Slm. 84; 2 Pe. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy el 2º Domingo de Adviento; y el evangelio nos habla de cuatro personajes: primero, del profeta Isaías; segundo, de Juan el Bau­tista, tercero, de las gentes de Judea y de Jerusalén, y cuarto, del Señor. Éste último está todavía en la penumbra. Todo converge en Él, pero aquí sólo está indicada su presencia próxima.

- El primer personaje es el profeta Isaías. Él anuncia al Señor y al mensajero del Señor. Supo con claridad que los dos vendrían, aunque nos sabía cuándo ocurriría esto. No lo vio en vida y seguramente en muchas ocasiones pensó que aquello que sentía en su interior podía ser una imaginación suya. Sin embargo, sin miedo a ser tomado por un loco o por un iluminado, Isaías dijo a todos de parte de Dios: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’”. Aquí, Isaías anunciaba la venida de Jesús y la existencia de un hombre que le precedería poco antes.

- Juan el Bautista es el segundo personaje y, además, el personaje central (salvo Jesús) del evangelio de hoy. Juan nació en un pueblecito de las montañas de Judea. Su padre era un sacerdote judío. Juan, de joven, se marchó de su casa y se fue al desierto. Allí aprendió a vivir entre alacranes, serpientes y fieras salvajes. Creció y maduró teniendo sed, calor y frío. Juan llevó una vida dura, austera y pobre: En efecto, el evangelio nos dice de él: “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Juan se dedicaba a la oración; había algo que dentro de él le impulsaba a vivir así[1]. Un día Juan descubrió -Dios se lo debió de decir en su interior- que estaba a punto de llegar el Salvador de Israel, del mundo ente­ro. Juan vio a la gente de Israel que estaba despistada, distraída con otras cosas y él tenía que anunciarles que se preparasen para recibir al Mesías. Y así Juan se convirtió en el mensajero de Dios y se cumplió en él lo que había dicho el profeta Isaías 500 años antes de que sucediera. Juan era el mensajero del Hijo de Dios, y decía a la gente que se arrepintiera de sus pecados, pues el Señor estaba llegando a este mundo.

- El tercer personaje eran las gentes de Judea y de Jerusalén. Ellas escucharon las palabras de Juan el Bautista, y sus palabras, que les hablaban de conversión, de la necesidad de un cambio de vida, de una esperanza, de la venida del Mesías…, les llegaron al corazón y, dejando sus cosas, se acercaron a recibir un bautismo de perdón, de purificación de los pecados, de cambio de vida.

- ¿Qué hubiera pasado si el profeta Isaías, por vergüenza, por cobardía, por comodidad… no hubiera escrito ni predicado lo que Dios ponía en su corazón? ¿Qué hubiera pasado si Juan el Bautista no hubiera escuchado esa llamada interior desde su juventud para seguir a Dios al desierto, para vivir en oración y en pobreza; qué hubiera pasado si él no hubiera predicado la necesidad de preparar el camino del Mesías, de cambiar de vida, de arrepentirse de los pecados…? ¿Qué hubiera pasado si las gentes de Judea y de Jerusalén no hubieran escuchado las palabras de Juan y hubieran seguido instalados en sus egoísmos y en sus cosas? Gracias al profeta Isaías hubo Juan Bautista. Gracias a Juan Bautista hubo gentes de Judea y de Jerusalén que se prepararon para recibir al Mesías de Dios. Los primeros son necesarios para que existan los siguientes.

También hoy nosotros somos llamados por Dios a ser unos el profeta Isaías, otros Juan Bautista y otros las gentes de Judea y de Jerusalén, que escuchen la voz de Dios y que reciban a Dios. Si aquellos no hubieran sido dóciles, se hubiera roto la cadena de salvación querida por Dios. ¿Soy yo hoy día eslabón que sigue haciendo que la cadena de Dios continúe o en mí se acaba la cadena de Dios? Esta pregunta puede ser orada durante esta semana.


[1] Hace un tiempo oí hablar de un joven que vivía en Gijón. Trabajaba como carpintero y no cobraba nunca dinero por sus trabajos, sólo comida. En su humilde vivienda compartía lo que tenía con otras personas que aparecían por allí y les daba también techo y cobijo. En ocasiones fue robado por esos mismos a los que había alimentado y acogido, pero a él no le importaba y continuaba actuando del mismo modo. Su tiempo durante el día lo dedica a trabajar, a acoger a la gente que se acerca a él y, sobre todo, a orar con Dios.

Domingo I de Adviento (B)

27-11-2011 1º DOMINGO ADVIENTO (B)http://www.blogger.com/img/blank.gif
Is. 63, 16b-17; 64, 1.3b-8; Slm. 79; 1ª Co. 1, 3-9; Mc. 13, 33-37

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Iniciamos hoy el año litúrgico nuevo. En este tiempo leeremos los domingos preferentemente el evangelio de San Marcos. Asimismo, en el día de hoy iniciamos el tiempo de Adviento como preparación para el nacimiento del Hijo de Dios: Jesús.
Se nos propone hoy por parte de Jesús una nueva parábola: se la conoce como la parábola del portero. La función de éste es estar de modo perenne ante la puerta esperando a que llamen. La gente viene a la puerta cuando le parece, o cuando puede, o cuando quiere. Cada uno tiene su vida y sus horarios, pero el portero ha de estar siempre ahí dispuesto a abrir al que llama, sea la hora que sea. Jesús quiere que nosotros seamos como esos porteros. A cualquier hora del día o de la noche, de la mañana o de la tarde, puede presentarse Jesús a nuestra puerta. Nosotros hemos de estar atentos y vigilantes para escuchar a Jesús y su llamada, y para abrirle la puerta de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo: de nuestro ser. Así lo dice el evangelio de un modo insistente: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento […] Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa […]; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”
¿De qué manera podemos estar vigilantes y atentos a esa llamada de Dios a nuestra puerta, a ese paso de Dios por nuestra vida? Van aquí algunos modos y maneras de estar en vela:
- Vigilancia que implica un trato asiduo con Dios. Sin Él no tiene sentido nuestra vida de fe… y la otra tampoco. Hace algunos días hablaba con un amigo no creyente, y me preguntaba por mis padres. Yo le contestaba: “Están bien, gracias a Dios”. Y él me replicaba: “Será gracias a ti que los cuidas, será gracias a los médicos que los examinan y les dan medicinas; será gracias a tus hermanos que también los atienden… ¡Estos curas dicen que todo es ‘gracias a Dios’!” En un primer momento me quedé sorprendido de esta respuesta de mi amigo, pues en mí había surgido de modo natural y espontáneo lo de “gracias a Dios”, pero lo cierto es que para nosotros, los cristianos, todo es “GRACIAS A DIOS”, pues a Él se lo debemos todo, aunque sabemos que nosotros somos colaboradores suyos. También sabemos que nada podemos sin Él y sabemos igualmente que todo lo podemos con Él y todo lo esperamos de Él. Quien tiene fe, entiende lo que estoy diciendo; quien no la tiene, entonces… estará de acuerdo con mi amigo. En definitiva, buscar y procurar el trato frecuente con Dios es una de las maneras privilegiadas de estar vigilantes y atentos a la llamada de Dios a nuestras puertas.
- Vigilancia en la doctrina. En la sociedad de hoy estamos instalados en el relativismo: no hay verdades absolutas, y lo que hoy vale, mañana puede no valer. De aquí se siguen consecuencias como que la verdad está en la mayoría o lo de aquella expresión: “lo políticamente correcto”. Este tema de la doctrina, de lo que es relativo o permanente, etc., es un tema complejo y en unas pocas líneas no se puede exponer o aclarar todo lo que ello conlleva, pero sí que quiero llamar la atención en lo siguiente: los católicos hemos de estar vigilantes para ser fieles al credo de nuestra fe, el cual contiene el evangelio de Cristo y la doctrina de la Iglesia, resumida y comprendida en el Catecismo promulgado por el Beato Juan Pablo II. Recuerdo haber escuchado hace años cómo algunos cristianos anglicanos votaron si el adulterio era pecado o no. Ganó el no, o sea que rechazaron que el adulterio fuera pecado; con otras cuestiones del evangelio hicieron lo mismo. Pues bien, es Cristo quien nos expone y propone la verdad de Dios para creerla y vivir según ella, y no las televisiones o los libros de última moda (por ejemplo, el Código Da Vinci), ni tampoco las votaciones de los hombres. A este respecto recuerdo unas palabras de Casiano sobre este tema. Decía él refiriéndose a algunos cristianos: “Se dejaron seducir por el brillo de un lenguaje acicalado y por ciertas máximas de los filósofos. Éstas, a primera vista, no parecían estar en pugna con nuestros sentimientos religiosos ni en desacuerdo con nuestra santa fe. Tenían el brillo del oro; pero en realidad era un brillo falso, postizo. Por eso, después de haberse dejado engañar con esta apariencia de doctrina que, en la superficie, parecía inocua y verdadera, se encontraron de pronto en la miseria más absoluta, como quienes se han provisto sólo de moneda falsa”. En este caso concreto, la vigilancia en la doctrina significa lectura espiritual frecuente y formación permanente. Caso de no estar aquí vigilantes, cualquiera nos puede hacer callar o nos puede envolver con las doctrinas de moda, que no son las de Cristo y de su Santa Iglesia.
Ya no debo extenderme más en la homilía de hoy, pero os dejo de modo sumario otras ideas que había pensado para explicar. Quizás otro día…

- Vigilancia en las virtudes. Sabemos que ellas son don de Dios, pero también sabemos que “para con Dios hay que tirar por el carro”.
- A la vigilancia se opone la negligencia y la falta de prudencia en el actuar.
- Con la falta de vigilancia la voluntad se va debilitando, y nos volvemos flojos y perezosos. Los impulsos y las pasiones toman presa de nosotros y la tristeza nos cubre como la niebla. Al final, el pecado o determinados pecados ocupan nuestro corazón.

Domingo de Jesucristo, Rey del Universo (A)

20-11-11 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A)

Ez. 34,http://www.blogger.com/img/blank.gif 11-12.15-17; Slm. 22; 1 Co. 15, 20-26a.28; Mt. 25, 31-46


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy el último domingo del año litúrgico: Cristo Jesús: Rey del Universo entero; Rey del Cielo y de la Tierra; Rey de nuestro corazón.

Todo el evangelio que acabamos de escuchar es precioso, pero sólo voy a fijarme en un aspecto del texto. Hay dos grupos de personas ante Jesús: aquellos que han sido misericordiosos durante su vida con las personas que han pasado o estado a su lado, y aquellos otros que han sido egoístas y no han tenido misericordia con los demás. A los primeros, “el rey les dirá: ‘Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’”. Y poco más tarde dice a los segundos, a los que no atendieron las necesidades de comida, de vestido, de sed, de hospitalidad, de visita en la enfermedad o en la cárcel, lo siguiente: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”.

- Pienso que para Jesús lo fundamental no es hacer el bien, ni siquiera llevar una lista completa de las obras buenas realizadas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, hospedar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al que está preso, y otras muchas cosas buenas que pueden hacerse. Porque, al final, si uno pone el acento en hacer cosas buenas, lo que importaría realmente sería: 1) uno mismo que hace eso bueno y 2) las cosas buenas que se hacen. En esta misma línea está el fariseo, que ante Dios enumera sus virtudes y méritos, pero desprecia al publicano que está detrás de él. Es decir, lo que le importa al fariseo es: 1) lo bueno que él hace y 2) quien es el autor de las cosas buenas, o sea, él mismo… Pero no importa nada de esto. O al menos, no le importa a Jesús. A Jesús lo que le importa de verdad es el hombre necesitado: el que tiene hambre y sed, el que es forastero y no conoce a nadie, el que está desnudo o solo en un ambiente hostil, como es la enfermedad y el dolor o la misma cárcel. Importa el hombre concreto: sus ilusiones, sus anhelos, sus necesidades materiales y morales, su soledad y su compañía… Y en el evangelio de hoy, y a fin de animarnos a ejercer ese bien sobre los hombres dolientes, Jesús se identifica con ellos. Quien le hace algo bueno a un hombre, se lo hace al mismo Jesús. Quien le hace algo malo a un hombre, se lo hace al mismo Jesús. Quien no hace nada bueno a un hombre, es al mismo Jesús a quien deja de hacérselo.

Por lo tanto, lo importante no es qué se hace, ni quién lo hace, sino A QUIÉN SE HACE: AL HOMBRE CONCRETO, QUE ES EL MISMO JESUCRISTO. Algunos, por Jesucristo, llegan al hombre doliente. Otros, por el hombre doliente, llegan a Jesucristo. Uno (Jesús) nos lleva al otro (hombre), o el otro (hombre) nos lleva al uno (Jesús). Pero, al final, los dos están juntos. Para mí, está aquí lo fundamental de la parábola de hoy, y no tanto en si el destino de los hombres es el Reino de Dios o la condenación eterna. Estos destinos no dejan de ser consecuencia del amor o del desamor por el prójimo.

- Por otra parte, como ya se ha dicho más arriba y con las palabras del fariseo, cuando busco hacer el bien, en realidad me puedo estar buscando a mí mismo. Sin embargo, cuando pienso en el hombre que tengo junto a mí al modo de Jesús, entonces me importa él y sólo él. Vamos a ver un ejemplo concreto de preocupación por el hombre y no tanto por hacer simplemente el bien:

“Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales. Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un día en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando: ‘No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi ancianidad tendré cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía’. Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde su hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano. También el hermano soltero empezó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo: ‘Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo?’ Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su hermano. Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél”.

¡Ojalá nunca se hubieran encontrado los hermanos, y así hubiera pasado desapercibido el hecho, pues es mejor hacer y que no se sepa! Esto es lo más perfecto.

¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!