Domingo XV del Tiempo Ordinario (C)

11-7-2010 DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)

Dt. 30, 10-14; Slm. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el evangelio de hoy se nos presenta el caso de un hombre que quiere atrapar de mala manera a Jesús con sus palabras. Se acerca a Jesús y le pregunta qué tiene que hacer para ir al cielo. Jesús, como “buen gallego”, le contesta con otra pregunta: “¿Qué te dice la Biblia a esa pregunta?” A lo que el hombre responde muy acertadamente que para ir al cielo hay que amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo. Entonces Jesús le dice que ha respondido muy bien, que tiene matrícula de honor, pero, para que no se quede la cosa sólo en las palabras y en la teoría, que lo practique. “Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús: ‘¿Y quién es mi prójimo?’” Y este es el centro del evangelio y sobre el que quiero explicar la homilía de hoy. ¿Quién ES NUESTRO PROJIMO? ¿QUIEN ES MI PROJIMO?

En las escuelas rabínicas judías se planteaba en muchas ocasiones esta cuestión y las respuestas eran diversas. Vamos a examinar las distintas respuestas[1]. 1) Para los judíos estaba claro que sus prójimos eran los demás judíos, los cuales tenían su misma raza, su misma religión. El pueblo de Israel formaba una comunidad solidaria en la que cada uno tenía responsabilidades para con el otro, en la que cada uno estaba sostenido por el conjunto y así debía considerar al otro “como a sí mismo”. 2) Había excepciones: no podían considerarse como prójimos a los herejes, a los traidores a Israel, a los apóstatas, ni a los samaritanos, pues, siendo niño Jesús, habían esparcido huesos humanos durante las fiestas de Pascua por la plaza del templo de Jerusalén con el fin de hacer impuro al templo. 3) ¿Qué pasaba con los extranjeros? La Biblia dice claramente que se ha de amar a los extranjeros, pues el mismo Israel fue extranjero en Egipto. La solución que se daba a este interrogante era que el extranjero era “prójimo”, pero sólo… si vivía en Israel. Por todas estas discusiones rabínicas y por las distintas respuestas que existían el letrado quiso justificarse y saber la opinión de Jesús a esta discusión rabínica: “¿Y quién es mi prójimo?”

Para contestar a esta pregunta Jesús usa la parábola del buen samaritano. En el trayecto de Jerusalén a Jericó había bastantes asaltos de bandidos. Era un camino muy inseguro en aquella época. Por tanto, Jesús plantea un caso muy real y habitual. Un hombre que hacía este trayecto es asaltado, molido a palos, robado y dejado por muerto. Un sacerdote y un levita (una especie de sacristán) pasan por allá y no se paran; tal vez tenían miedo de entretenerse ayudando a aquel hombre y que les pasara lo mismo. Por fin pasa un samaritano (para los judíos era un pueblo de gente despreciable[2]), el cual no estaba obligado a ver en el malherido a su prójimo, pues pertenecía a un pueblo enemigo del suyo: era un judío. Pero, ¿qué hace el samaritano? No se pregunta si aquel malherido era su prójimo o no, si tenía obligación o no para con él. Jesús nos dice que el samaritano sintió lastima, pero las palabras originales son más fuertes que la traducción al español; dicen así: al samaritano se le conmovieron las entrañas. El mismo samaritano se convirtió en prójimo de aquel judío malherido por encima de cualquier consideración teológica, sociológica o de cualquier peligro (que los salteadores volvieran de nuevo y le robaran a él, y le molieran a él a palos). Si Jesús hubiera preguntado al letrado si el samaritano era prójimo suyo antes de narrarle el hecho, aquel hubiera dicho un no rotundo. Pero Jesús da la vuelta a la pregunta: es el mismo samaritano quien se hace prójimo a sí mismo, es decir, es el samaritano quien ama, quien abre su corazón a la necesidad del otro.

Veamos esto que acabo de decir con un ejemplo que a mí siempre me ha conmovido: una mujer alemana tenía a un hijo en el ejército alemán del frente ruso durante la segunda guerra mundial. En el año 1944 cuando la retirada de los alemanes, los rusos entraron en Alemania y un soldado ruso entró a pasar la noche en la casa de aquella señora. Ella se le tiró al cuello, lo besó, le quitó las botas y los calcetines, le curó las llagas de los pies, le preparó el baño, le dio de comer y le puso para dormir sábanas limpias. Al día siguiente, después de desayunar, al marchar el soldado ruso le preguntó que por qué hacía todo eso por él si era su enemigo, y la señora le contestó que sólo esperaba que, si su propio hijo se encontraba con su madre en Rusia, ésta le atendiera como ella le había atendido a él. La madre alemana al atender al soldado ruso estaba cuidando a su hijo. Aquella madre había convertido en su prójimo, en su hijo a aquel soldado ruso sin importarle si era su enemigo o si era de otro pueblo.

Vamos a dar un paso más en la explicación de esta parábola: * El camino de Jerusalén a Jericó es nuestro mundo y nuestra sociedad: tantas veces peligroso e inseguro. * El hombre malherido es todo hombre que sufre y que ve impotente cómo tantos le dejan abandonado y no le socorren, cuando pasan a su lado, pues ellos van a sus cosas. * Jesús es el buen samaritano, al que se le conmueven las entrañas; Jesús es el que no nos debe nada y, sin embargo, es el que se para a riesgo de su propia vida, nos recoge, nos lleva a la posada, nos limpia las heridas y nos cuida; Jesús es quien encarga al tabernero que nos siga atendiendo a costa de su dinero. JESUS ES EL BUEN SAMARITANO POR EXCELENCIA.

Reflexionemos ahora, a la luz de estas palabras que acabo de decir:

- ¿Quién es nuestro prójimo?: ¿Sólo nuestros familiares? ¿Sólo nuestros amigos y conocidos? ¿Sólo los de Oviedo? ¿Sólo los asturianos? ¿Sólo los españoles? ¿Sólo los que votan al PP, o al PSOE, o los que son del Madrid, o los que son de Barça[3]…? ¿Sólo los católicos y que, además, vienen a Misa?

- ¿Cuántas veces en mi vida he sido como ese sacerdote o ese levita, y hemos pasado de largo, por miedo o vergüenza o porque ése no era mi problema, al lado de hombres malheridos?

- ¿Cuántas veces en mi vida he sido como ese hombre malherido, al lado de cual han pasado varias gentes y he experimentado la sorpresa de que me atendiera quien menos lo esperaba?

- Jesús nos convierte en sus prójimos y por eso nos ama como a sí mismo. Para Él somos el nieto de los 20 €, el hijo de la mujer alemana perdido en la inmensidad de la Rusia hostil, el soldado ruso lleno de llagas y con el corazón endurecido de tanto matar, pero también hijo de una madre. Sí, cada uno de nosotros somos el prójimo de Jesús.



[1] Atención. No se trata de una cuestión antigua y que no tenga nada que ver con nosotros. Es una cuestión de plena actualidad. Voy a poner un ejemplo: hace un tiempo una señora, que iba a Misa habitualmente, comentó que en la cesta de la iglesia echaba únicamente 20 céntimos de euro cada domingo, pues “la vida estaba muy achuchada”. Nada más comentar esto delante de mí se acercó su nieto y la señora le saludó con un beso, echó mano a la cartera y le dio 20 €. Y yo me pregunté: ¿Por qué la vida estaba achuchada en la Misa para dar 20 céntimos y no estaba tan achuchada para dar 20 € al nieto para que los gastase por ahí de juerga? Pues porque, para esta señora, el prójimo era su nieto y la Iglesia, la parroquia, los curas, la otra gente… no eran su prójimo.

[2] Pocos versículos atrás (Lc. 9, 52s) se nos narra cómo Jesús quiso alojarse con sus discípulos en una aldea de samaritanos y estos no quisieron recibirlos por ser judíos. Entonces, Juan y Santiago le dijeron a Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y que acabe con ellos?”

[3] El presidente de ERC, Joan Puigcercós, ha afirmado al día siguiente de la victoria de España sobre Alemania que, sin los jugadores catalanes, la selección española "sería muy poca cosa".

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (C)

4-7-2010 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (C)
Is. 66, 10-14a; Slm. 65; Gal. 6, 14-18; Lc. 10, 1-12.17-20

Homilía de audio de MP3
Queridos hermanos:
Cuando voy a preparar las homilías, leo las lecturas y procuro empaparme de su significado y dejándome impactar por una palabra o una frase o una idea. A partir de aquí confecciono y elaboro las homilías. Así lo he hecho para la predicación de hoy.
El otro domingo os preguntaba, de la mano de Jesucristo: ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros? Hoy os pregunto: ¿Quién es Dios para vosotros? O para concretar un poco más: ¿Cuál es la imagen que tenéis de Dios en vuestra mente, en vuestro corazón, en vuestra vida de cada día? Voy a ayudaros a profundizar en esta pregunta:
- Normalmente, cuando se dice a los creyentes o a la gente en general que lea la Biblia, bastantes responden que prefieren leer el Nuevo Testamento y no todo, pues el Antiguo Testamento y varias partes del Nuevo Testamento no son fácilmente comprensibles. En muchas ocasiones se ve en el Antiguo Testamento a un Dios asesino de hombres y haciendo o diciendo cosas horribles. Sin embargo, la realidad es que, cuando se lee todo el Antiguo Testamento, se descubren en él cosas preciosas. Yo soy un enamorado del Antiguo Testamento. Para entender lo horrible y para descubrir lo precioso conviene tener una cierta guía a la hora de leer la Biblia. Una de esas cosas preciosas del Antiguo Testamento la hemos escuchado hoy. En efecto, en la primera lectura decía Dios a través del profeta Isaías: “como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo”. Fijaros qué imagen más bonita y sugerente utiliza el profeta para hablar de las cosas de Dios y en nombre de Dios. Quién no vio alguna vez a una madre atender a su hijo. Hace un tiempo fui a visitar a una familia y la hija del matrimonio, una niña de año y medio de edad, estaba entretenida en la nevera con una cosa. Yo me acerqué por detrás y le di un beso en la mejilla y, como extrañara mi presencia, se puso a llorar desconsolada y corrió a refugiarse con su madre. Ésta la abrazó, y la niña lloraba diciendo: "¡Mamá, mamá!" La madre la acariciaba y la consolaba. Así es como veo yo a Dios en muchas ocasiones y así nos es descrito en el día de hoy por el profeta Isaías: “como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo”.
Las imágenes que se nos han transmitido de Dios con frecuen­cia han sido terribles, como unas malvadas caricaturas y, por lo tanto, falsas:
a) Se nos ha transmitido la imagen de un Dios terrible que castiga a los hombres, que les guarda rencor perpetuo y que nunca les podrá perdonar sus pecados. Es el Dios policía.
b) También la del Dios que nos castiga con el infierno o con enfermeda­des o con desgracias. Fruto de esta mentalidad es la famosa y antigua cadena de la carta y de la peseta en el sobre. Si no mandábamos nueve cartas con una peseta en cada carta, nos íbamos a morir, perderíamos el trabajo y, si las mandábamos, entonces nos tocaría la lotería y similares. En varias ocasiones tuve que romper esas cartas, que feligreses míos habían recibido y estaban atemorizados. A este Dios terrible le trata­mos de aplacar y que se muestre proclive a nosotros con ofreci­mientos de promesas, de misas, de rezos, de limosnas...
c) Otra imagen falsa de Dios es la de un Dios que nos ignora, que está en su mundo y que no se preocupa de nosotros. Cada está en su mundo, en su casa y Dios no se ocupa de nosotros para nada.
Algunas de estas imágenes de Dios, ¿están dentro de vosotros o conocéis a gente que las tengan?
- El otro domingo sabéis que prediqué sobre el seguimiento de Jesús. El evangelio era muy exigente y fuerte, y yo prediqué en el mismo sentido. Como sabéis, siempre grabo en MP3 la homilía y luego a subo al blog que tengo. Enseguida apareció un comentario a la homilía y el comentario decía lo siguiente:
“Buenos días, Removedor de Conciencias.
Sólo unas palabras para que te hagas una idea de como le queda a uno, que conoces bien, su espíritu después de escucharte.
Antes de decirlo tú, ya a mi lado oí la expresión: ‘¡Qué Evangelio más duro!’ En el curso de la homilía tenía la esperanza de oír de tu boca alguna expresión que suavizase un poco las condiciones que pone Jesús para seguirlo (porque ya sabemos que a veces la Parábola tiene varias interpretaciones). Pero el final llegó y el listón no se movió ni un milímetro que facilitara cumplir esos requisitos; mas bien lo contrario: tus palabras no dejaron resquicio a la duda.
Resignación y seguiremos viendo los toros desde este lado de la barrera.
Un abrazo
Un penitente agradecido”.

Al leer el comentario, en un primer momento me sonreí, pero luego quedé preocupado. Quedé preocupado, pues se me pasó por la cabeza el hecho de que pudiera estar yo predicando a un Dios terrible, castigador, duro, inflexible… ¡Nada más lejos de mi intención!
El Dios con el que yo me identifico, el Dios que me ha enamorado, el Dios que quiero predicar… es el Dios que aparece en la primera lectura. En efecto, dice Dios: "como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo". Esta es la verdadera imagen de Dios. El Dios de Jesucristo quiere nuestro bien, está siempre dispuesto a escucharnos, a perdonarnos, a darnos muestras de cariño, y esto es así porque Él nos ama. Nos ama desde siempre y nos ama para siempre. Independientemente de lo que hagamos nosotros. El hombre puede llegar a cansarse de amar a otra perso­na, pero Dios nunca se cansará de amarnos. Por eso, tengamos una confianza absoluta e ilimitada en él.
- Termino como en una clase del colegio, con un ejercicio práctico. Voy a poneros un caso real de un hombre italiano y vosotros tenéis que descubrir la imagen de Dios que tiene esta persona. Vamos allá:
Esta información apareció en el diario de La Repubblica (es como decir aquí de El País) el 4 de julio de 2004. En el 2004 hubo un campeonato de fútbol europeo. En uno de los partidos jugaba Italia contra Dinamarca. En un momento del encuentro Francesco Totti, jugador italiano, escupió sobre el danés Poulsen. Por este hecho, Totti fue descalificado y se le prohibió jugar durante 3 partidos. Al llegar a Italia, a su casa, descalificado y no pudo seguir jugando con su equipo. Totti cogió un papel y escribió: “Santísima Virgen del Divino Amor (nombre de la devoción de un santuario mariano muy famoso en Italia), te pido perdón y te ruego que nunca me abandones. Tu Francesco”. Este papel lo envolvió en su camiseta de la selección y lo entregó al santuario a través de un sacerdote, al que conocía desde niño. Totti ha elegido el camino de la fe para borrar su feo gesto con otro jugador. Decía Totti: “El modo más hermoso para pedir perdón es dirigirse al único que sabe perdonar. Y por eso he sentido la exigencia de regalarle a la Virgen del Divino Amor mi camiseta. En ella confío y me siento en paz con Dios y con los hombres”.

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (C)

27-6-2010 DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (C)

1 Re. 19, 16b.19-21; Slm. 15; Gal. 5, 1. 13-18; Lc. 9, 51-62



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El domingo pasado ponía Jesús una serie de condiciones a quienes deseaban seguir sus pasos y estar con Él: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”. En el evangelio de hoy Jesús continúa especificando algunas condiciones que han de cumplir sus seguidores: “Mientras iban de camino, le dijo uno: ‘Te seguiré a donde vayas’. Jesús le respondió: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza’. A otro le dijo: ‘Sígueme’. El respondió: ‘Déjame primero ir a enterrar a mi padre’. Le contestó: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios’. Otro le dijo: ‘Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia’. Jesús le contestó: ‘El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios’”.

- Como veis, se mencionan tres exigencias radicales de Jesús para todos aquellos que deseen seguir sus pasos. Con esto Jesús quiere advertir a los discípulos la seriedad y los riesgos del camino que van a emprender con Él:

1) Efectivamente, cuando alguien se encuentra con Jesús, lo escucha y quiere seguir sus pasos, Jesús no quiere engañar a nadie y le muestra la realidad que le espera a su lado: casi todos los hombres tienen un techo donde cobijarse, incluso los animales, pero Él, el Hijo de Dios, “no tiene dónde reclinar la cabeza”. Hace poco tiempo me decía un hombre creyente que él creía en Dios, pero que pensaba que Éste no se ocupaba de las cosas ordinarias de la tierra y de la vida de cada día. Sin embargo, aquellos que quieran seguir de verdad a Jesús deben saber que… no saben nada, que es Jesús quien marca el rumbo y los tiempos de la vida. Nada hay seguro con Jesús más que el mismo Jesús (nada más y nada menos). Quien quiere seguir a Dios tiene que estar dispuesto a acoger como venido de las manos de Dios o permitido por Él lo que acontezca en su vida. Por lo tanto, entiendo que esa expresión de Jesús, que Él “no tiene dónde reclinar la cabeza”, no se puede entender sólo en un sentido material (no tiene vivienda alguna), sino también en un sentido alegórico: el discípulo de Jesús no puede exigir seguridades.

2) En otras ocasiones es el mismo Jesús quien invita a alguien a seguirlo, pero se ponen excusas, las cuales parecen perfectamente justificadas (“Déjame primero ir a enterrar a mi padre […] Déjame primero despedirme de mi familia”). Pero la reacción de Jesús es extrema (“Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios […] El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”). De hecho, con frecuencia alguna gente me pregunta por qué Jesús tiene estas respuestas tan faltas de sensibilidad para la familia y para acciones normales, fruto del amor filial (enterrar a un padre recién fallecido). Mi respuesta va en la línea de subrayar la exigencia de total radicalidad para quienes quieren seguir a Jesús y las miles de justificaciones “razonables” que todos tenemos para no hacer caso de la llamada de Jesús o para posponer la respuesta afirmativa a dicha llamada. Aquí resulta muy esclarecedora la poesía de Lope de Vega (sabéis que él se ordenó sacerdote de bastante mayor) sobre este tema: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?/ ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,/ que a mi puerta, cubierto de rocío,/ pasas las noches del invierno oscuras?/ ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,/ pues no te abrí!; ¡qué extraño desvarío,/ si de mi ingratitud el hielo frío/ secó las llagas de tus plantas puras!/ ¡Cuántas veces el ángel me decía:/ ‘Alma, asómate ahora a la venta,/ verás con cuánto amor llamar porfía’!/ ¡Y cuántas, hermosura soberana: ‘Mañana le abriremos’, respondía,/ para lo mismo responder mañana!”.

- El Evangelio de Jesús nos enseña que ser discípulo suyo es seguirlo, y que en eso consiste la vida cristiana. Jesús exigió fundamentalmente el seguimiento, y todo nuestro cristianismo se construye sobre nuestra respuesta a esta llamada (v. gr., Mt 8,18-22; 9,9; 10,38; 17, 24; 19,21.28; Mc 1,17-18; 3,13-14; Lc 14,25-27; Jn 1,43; 8,12;
10,1-ó.27; 21,15-22; etc.). Desde entonces, la esencia de la espiritualidad cristiana es el seguimiento de Cristo bajo la guía de la Iglesia. Seguir a Cristo implica la decisión de someter todo otro seguimiento sobre la tierra al seguimiento de Dios hecho carne. Por eso hablar de seguimiento de Cristo es hablar de conversión, de «venderlo todo», en la expresión evangélica, con tal de adquirir esa perla y ese tesoro escondido que constituye el seguir a Jesús (Mt 13,44-46). Sólo Dios puede exigir un seguimiento así, y es que seguir a Jesús es seguir a Dios, el único absoluto.

Por lo tanto, el seguimiento es la raíz de todas las exigencias cristianas y el único criterio para valorar la espiritualidad de una determinada persona:

* El discípulo de Jesús ama. Ser cristiano es seguir a Cristo por amor. Es Jesús quien nos pregunta si lo amamos, si nosotros respondemos que sí, entonces Él nos invita a seguirlo: “Simón Pedro, ¿me amas?... Sí, Señor... Entonces sígueme...” (Jn 21). Eso es todo. Así de simple. Ignorantes, llenos de defectos, Jesús nos conducirá a la santidad, a condición que comencemos por amarlo y que tengamos el valor de ir en su seguimiento. El cristianismo no consiste sólo en el conocimiento de Jesús y de sus enseñanzas transmitidas por la Iglesia. Consiste en su seguimiento. Sólo ahí se verifica nuestra fidelidad.

* El discípulo de Jesús ora. No existe una «espiritualidad de la oración», sino del seguimiento. El seguimiento nos lleva a incorporarnos a la oración de aquel a quien seguimos.

* El discípulo de Jesús debe ser pobre. No existe una «espiritualidad de la pobreza», sino del seguimiento. Éste nos despojará, si somos fieles en seguir a un Dios empobrecido. Hace años un chico se acercó al obispado enviado por alguien, ya que este chico tenía inquietudes vocacionales y deseaba discernir su vocación. Llegó ante mí y me dijo que quería hacerme varias preguntas sobre el sacerdocio. La primera pregunta que me hizo fue… cuánto ganaba un cura. Con eso estaba dicho todo, y por el resto de preguntas vi que lo que deseaba este chico era tener un modo de vida o profesión como cualquier otra, y no seguir a Jesucristo. Por supuesto, después de contestar a todas sus preguntas, desapareció y no volví a saber más de él.

* El discípulo de Jesús sufre. No existe una «espiritualidad de la cruz», sino del seguimiento; seguimiento que en ciertos momentos nos exigirá la cruz.

* El discípulo de Jesús es comprometido. No existe una «espiritualidad del compromiso», pues todo compromiso o entrega al otro es un fruto de la fidelidad al camino que siguió Jesús.

Domingo XII del Tiempo Ordinario (C)

20-6-2010 DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO (C)

Zac. 12, 10-11; 13, 1; Slm. 62; Gal. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24

Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

* En el evangelio de hoy Jesús pregunta a los apóstoles qué dice la gente de Él. Después de un diálogo, Jesús llega al meollo de la cuestión y les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Asimismo, en el evangelio de hoy tenemos las respuestas a una y a otra pregunta.

Del mismo modo, quisiera hoy preguntaros qué dice la gente de Jesús. Unos dirán que fue un buen hombre, que fue un santo, que fue el fundador de una religión… Veamos algunas opiniones de gente no cristiana sobre Jesús: “Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús” (Ghandi). “Lo que los comunistas reprochamos a los cristianos no es el ser seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo” (Machovec). “Yo no creo en su Resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. Ante El y ante su historia no experimento más que respeto y veneración” (Albert Camus, escritor francés).

Pero vamos a dar un paso más y os pregunto qué decís de Jesús vosotros, los que estáis aquí, en la catedral o los que venís a Misa regularmente.

Y todavía voy a subir otro peldaño más: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se puede hacer, pues el momento no se presta a ello, pero sí que me gustaría que, quienes lo desearais, fuerais respondiendo a esta pregunta aquí mismo. Os pido que dediquemos unos minutos a lo largo de la semana o de la vida a pensar en esto: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se trata de dar una respuesta del catecismo, o una respuesta de teología, o una respuesta teórica. Me gustaría que diéramos una respuesta de experiencia. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué puesto ocupa Él en mi vida de cada día? Hace años estaba dando clase de religión en la escuela de Taramundi a críos de unos 12 años. Les pregunté que a quién querían más: si a un lápiz o a Jesús. Se morían de risa y me dijeron a una voz que a Jesús. Luego les pregunté si querían más a un balón, que estaba por allí y con el que jugaban en el recreo, o a Jesús. Se morían de risa y pensaban que el cura estaba aquel día muy gracioso; dijeron todos que a Jesús. Para continuar con el “chiste” les pregunté si querían más a una vaca, de las que tenían sus padres en el establo, o a Jesús. Aquí ya fueron apoteósicas la risa y las carcajadas. Todos dijeron que a Jesús. Para finalizar les pregunté si querían más a sus padres o a Jesús. Aquí se les cortó a todos la risa. El mayor de ellos, muy serio, me dijo: ‘Señor cura, yo quiero más a mis padres que a Jesús’. Los demás asentían a esto.

Repito, por tanto, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que mis aficiones, que mis posesiones, que mi tiempo de ocio, que mis amigos, que mi familia, que yo mismo? Recordad que la pregunta no os la hago yo. Es el mismo Jesús quien nos la hace a todos nosotros en el día de hoy a través del evangelio: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Ahora voy a presentaros un caso sucedido hace menos de tres meses. Es un ejemplo vivo de la relación entre una joven esposa y madre con Jesús. Leo directamente de Internet: “La decisión de una joven musulmana de convertirse al cristianismo saca a luz la precaria situación de los musulmanes en Pakistán que quieren dejar la religión musulmana. Sehar Muhammad Shafi, de 24 años, ha huido de Karachi, su ciudad natal, con su marido y dos hijas pequeñas, luego de haber sido atacada y violada por ‘cambiar de religión’. Shafi dijo que su familia vive con temor de ser descubierta. ‘Mi esposo está dispuesto a conseguir un trabajo de comercial’, dijo Shafi. ‘Sin embargo, no quiero que trabaje tan expuesto al público, ya que así sería fácilmente reconocido’. Si bien el volver al Islam, supuestamente, resolvería muchos de los problemas de Shafi, ella dijo que eso ya no es una opción. ‘No es chiste cambiar de religión’, dijo. ‘Nos hemos enamorado de Jesús; entonces, ¿cómo lo podríamos traicionar?’” A la luz de este caso y de otros muchos desconocidos para nosotros, os pregunto y me pregunto una vez más, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que yo mismo? En definitiva: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?”

* Cualquier tipo de respuesta que demos a las preguntas arriba reseñadas no queda o no debe quedar en el plano teórico. En efecto, a Jesús no le basta que digamos que Él es el Hijo de Dios. Él nos interpela y nos propone las consecuencias de nuestra respuesta: “Y dirigiéndose a todos[1], dijo: ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’”. Y es que confesar a Jesús como el Hijo de Dios implica: 1) Seguirlo. 2) Negarnos a nosotros mismos y poner todas las cosas y todo lo nuestro detrás de Él. 3) Cargar con la cruz diaria sin protestas ni reproches contra Él y contra la sociedad. 4) Acompañar a Jesús en todo momento y todos los días de nuestra vida. Hace un tiempo me decía una persona adulta que ya había sido catequista unos años en una parroquia, que ya había colaborado bastante con Dios y con la Iglesia hace años, qué más podía hacer; no se le podía exigir más. 5) Perder la vida por Jesús. La pérdida de la vida no debe de ser simplemente de una forma sangrienta. Lo más corriente es un gastarse y desgastarse día a día por Él y con Él: en la familia, en el trabajo, en los amigos, en la ciudad, en el barrio, en la comunidad de vecinos, en el estudio, en la Iglesia

Para terminar, voy a contaros una experiencia de tipo personal: Jesús ha sido para mí, desde bastante joven, alguien muy cercano. Nunca nadie me ha amado tanto ni me ha exigido tanto como Él. Siempre he comprendido que la fe en Él no debía quedarse en algo teórico o espiritualizado. Él siempre me ha pedido que lleve mi fe a la vida ordinaria. Un ejemplo de esto lo tengo en el evangelio de este lunes. Desde que, hace muchos años, lo leí por primera vez y lo escuché, (pues anteriormente, cuando se leía en la Misa, lo oía, pero no lo escuchaba), siempre me ha zarandeado. Leo: Yo os digo: No resistáis al malo. Más bien, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera llevarte a juicio y quitarte la túnica, déjale también el manto. A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos (Mt. 5, 39-41). Me cuesta mucho trabajo cumplir esto en mi vida y, una y otra vez, encuentro mil motivos y razones para que no se cumpla en mí.


[1] El sábado 12 bauticé a una nieta de Chony. Luego fuimos a comer juntos. Se suscitó un diálogo en un momento determinado y uno de los invitados decía que el evangelio exigía más a los sacerdotes que a los seglares. Sin embargo, vemos cómo en el evangelio de hoy Jesús se dirige a “todos” y no de una forma especial a los sacerdotes.

Domingo XI del Tiempo Ordinario (C)

13-6-2010 DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (C)

2 Sam. 12, 7-10.13; Slm. 31; Gal. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el relato del evangelio de hoy se nos cuenta un episodio de María Magdalena. Ella era una prostituta. Para conocer un poco más lo que sucedió aquel día tenemos que tratar de acercarnos a la realidad social de las mujeres de aquella época y de las prostitutas en concreto.

Ante todo hemos de decir que sorprende ver a Jesús en los relatos evangélicos rodeado de tantas mujeres: amigas entrañables como María Magdalena; las hermanas de Lázaro: Marta y María; mujeres enfermas como la hemorroisa o paganas como la siro-fenicia; prostitutas despreciadas por todos o seguidoras fieles, como Salomé y otras muchas que le acompañaron hasta Jerusalén y no le abandonaron ni en el momento de su ejecución. De ningún profeta de Israel se dice algo parecido. ¿Qué encontraban estas mujeres en Jesús? ¿Qué las atraía tanto? ¿Cómo se atrevieron a acercarse a Él para escuchar su mensaje? ¿Por qué se aventuraron algunas a abandonar su hogar y subir con Él a Jerusalén, provocando seguramente el escándalo de algunos?

En tiempos de Jesús se vivía una sociedad patriarcal en que la mujer vivía en inferioridad y sometida a los varones. Para los judíos había sido Eva, una mujer, quien se había dejado engañar por la serpiente y quien había instigado a Adán a desobedecer a Dios y a pecar. Por ello, el pueblo judío tenía una visión negativa de la mujer, la cual era fuente siempre de peligrosa tentación y de pecado. A la mujer había que acercarse con mucha cautela y mantenerla siempre sometida. Por otra parte, la mujer siempre era propiedad de un varón: primero pertenecía al padre; al casarse pasaba a ser propiedad del marido; si quedaba viuda, pertenecía a los hijos o volvía a pertenecer al padre o a sus hermanos. Era impensable una mujer con autonomía. La mujer tenía sólo dos funciones sociales: tener hijos y servir fielmente al varón. Además, la mujer era considerada un ser vulnerable al que había que proteger, por eso se la retenía recluida en el hogar. Lo más seguro era encerrarlas en casa para tener mejor guardado su honor y el honor de la familia. Fuera del hogar, las mujeres no “existían”. No podían alejarse de la casa sin ir acompañadas por un varón y sin ocultar su rostro con un velo. No les estaba permitido hablar en público con ningún varón. No tenían los derechos de los que gozaban los varones. Incluso hubo un maestro judío que mandaba rezar a los varones así: “Bendito seas, Señor, porque no me has creado pagano ni me has hecho mujer ni ignorante”.

Veamos ahora lo que podría ser la condición de las prostitutas en tiempos de Jesús. Eran mujeres, como hoy día, usadas como pañuelos de papel: usar y tirar. En ellas los hombres descargaban todas sus frustraciones, todas sus apeten­cias, todos sus complejos. Eran mujeres sobre las que se podía hacer o decir todo, porque para eso eran pagadas (seguro que muchos de los que gritaron contra María Magdalena habían ido en alguna ocasión a yacer junto a ella). Eran mujeres que, al ir a coger el agua en la fuente del pueblo, eran despreciadas, escupidas, insultadas o maltratadas de obra por las otras mujeres a las que les robaban sus maridos; por eso, tendrían que ir a coger el agua cuando más apretaba el sol y la fuente estaba vacía para evitar improperios y bofetadas. Las prostitutas eran mujeres sin derechos. Eran mujeres en las que sólo se veía un trozo de carne y no una persona con sentimientos. Eran mujeres que tenían que matar a los hijos engendrados de sus relaciones, pues una mujer embara­zada no era apetitosa y, además, no podía atender a sus hijos. Eran mujeres que no podían volver a sus hogares familiares, porque no eran admitidas; habían deshonrado, no sólo a ellas mismas, sino y sobre todo a su familia. Este era el caso de María Magdalena.

El encuentro que nos narra el evangelio de hoy entre María Magdalena y Jesús no fue el primero entre ellos. Seguramente María Magdalena había oído hablar de Jesús. Le habrían dicho que era un profeta, que hablaba en nombre de Dios, que curaba, que daba de comer a la gente…, pero María Magdalena conocía bien a los hombres. Bajo el manto de la riqueza, o del poder, o de la religión… los hombres eran todos iguales. Antes o después todos iban a lo mismo. Seguramente, por curiosidad, se acercó a él y encontró en Jesús un hombre que la miró entera: por dentro y por fuera. No miró de modo lujurioso sus senos, sus piernas, sus glúteos, sus labios… Jesús le miró el corazón, el espíritu y un cuerpo bello, pero cansado de que la sobaran todos los hombres con los que se encontraba. Jesús habló a María Magdalena como a una persona, tan importante como otra cualquiera. En Jesús María Magdalena encon­tró compresión, perdón, cariño, acogida, aceptación. Y ella no permaneció indiferente. Por fin, había encontrado un hombre, un ser humano que la miraba a ella y no a su cuerpo, que hablaba con ella y de lo que a ella le interesaba y no con la intención de acostarse con ella. María Magdalena encon­tró a alguien que no la juzgaba ni la condenaba, sino que la quería y la aceptaba sin más, independientemente de lo que fuera o de cómo se ganara la vida o de lo que hubiera hecho anteriormente. Jesús le devolvió su dignidad, la misma con la que Dios le había creado. María Magdalena encon­tró a un hombre que la quiso y… el amor con amor se paga. Por eso, ella quiso y amó a este hombre del mismo modo que se sintió amada por él: de un modo puro y desinteresado.

Ahora ya podemos entender un poco más el relato del evangelio de hoy. Ahora conocemos un poco más de la vida de las mujeres en tiempos de Jesús, de la vida de las prostitutas en tiempos de Jesús y de la relación entre Jesús y María Magdalena. El evangelio nos dice que María Magdalena “colocándose detrás junto a sus pies llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume”.

Sí, María Magdalena 1) se postró detrás de Jesús, pero no en la parte de su cabeza, sino de los pies, no de un modo servil, sino amoroso, y allí dio rienda suelta a su amor, al perdón y a la aceptación de Jesús hacia ella. 2) Sus lágrimas de arrepentimiento y de cariño bañaron los pies de Jesús para quitarle el barro del camino. 3) Sus bellos cabellos, esos que sólo se mostraban en el pueblo judío por parte de las esposas a los maridos o que le sirvieron a María Magdalena en tantas ocasiones para conquistar y atrapar a los hombres en su lazo, ahora ella los usaba para limpiar los pies de Jesús. 4) Sus besos no fueron entonces utilizados para dar placer a un hombre, sino como muestra del amor más rotundo y profundo a Jesús. Pero no le besa los labios, ni las mejillas, ni la cabeza, ni las manos…, sino los pies, porque para ella, lo más humillante (los pies), se convirtió en la expresión máxima de su amor. Él, que no rehusó tratar con una prostituta y amar a una prostituta, ésta, es decir, María Magdalena tampoco rehusó besar los pies de Jesús. 5) Los pies de Jesús ya estaban limpios, secos, ablandados por los besos de María Magdalena. Ahora sólo faltaba el perfume que cubriera aquellos pies que llevaban la buena noticia a tanta gente necesitada de Dios, de perdón, de comprensión y de amor.

Jesús se dejó hacer, porque comprendía el signifi­cado de todo aquello que hacía María Magdalena con él. No le importaba a Jesús lo que pudiera decir la gente que le rodeaba. A él sólo le importaba aquella mujer herida y necesitada de amor, y lo que dijera su Padre del Cielo.

Sería muy interesante profundizar en el personaje de Simón, el fariseo que invitó a comer a Jesús en su casa y que juzgó a María Magdalena, pero hoy no nos da tiempo. Hacedlo vosotros. A ver qué os dice Dios de él. ¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria en la relación con Dios y con los demás: a Simón el fariseo o a María Magdalena?