Domingo IV de Adviento (A)

19-12-2010 DOMINGO IV ADVIENTO (A)

Is. 7, 10-14; Slm. 23; Rm. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24



Queridos hermanos:

- Existe un texto de la primera carta de San Pedro que es muy utilizado y hoy quiero comenzar con él al inicio de esta homilía. El texto dice así: “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones. Hacedlo, sin embargo, con dulzura y respeto” (1 Pe. 3, 15-16). Imaginaros que se acerca a nosotros un musulmán, o un ateo, o una persona bautizada, pero no creyente, y nos pregunta: ‘¿Qué es lo que celebráis los católicos en este tiempo o en estos días, que vosotros llamáis de “Adviento”?’ ¿Qué contestaríamos? No, no se trata de dar una simple respuesta teórica, sino que se trata de una respuesta de evangelio y de vida. Entre otras cosas, podemos decir lo siguiente:

1) Los católicos celebramos en estos días de Adviento el amor de Dios Padre, que no has creado. Él nos ama más que nuestros propios padres y tiene una paciencia infinita con todos nosotros.

2) Los católicos celebramos en estos días de Adviento que, a pesar del amor infinito que Dios nos tiene, nosotros hemos pecado y no le hemos sido fieles. Dios todo lo ha creado bueno, incluso los hombres, pero nosotros, con nuestra libertad, hemos dado la espalda a Dios (y lo seguimos haciendo a día de hoy).

3) Los católicos celebramos en estos días de Adviento que Dios no nos ha abandonado a nuestra suerte ni nos guarda rencor perpetuo por nuestros pecados. Por eso, como se dice en la profecía de Isaías que acabamos de escuchar, “el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz a un hijo, y le pone por nombre Enmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros’)”. Esta señal ha sido anunciada por los profetas ya varios cientos de años antes de que sucediera y con una precisión tremenda. Esta precisión sólo pudo provenir de una revelación de Dios mismo. En efecto, a los profetas se les anunció que Dios iba a darnos una señal de perdón para nuestros pecados. Esa señal sería una doncella, una virgen que, sin conocer varón, estaría, sin embargo, encinta de un niño. Esa señal sería igualmente que ese niño no sería un niño cualquiera, sino que sería el mismo Dios en medio de todos los hombres y de toda la creación.

4) Los católicos celebramos en estos días de Adviento que esperamos el nacimiento de ese Niño maravilloso. En ese Niño se encontrarán el hombre y Dios. Así lo dice San Pablo en la segunda lectura: “se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios”. En estas palabras se encierra el dogma, aunque yo prefiero decir hoy el misterio de la Encarnación: Dios mismo en su Segunda Persona, o sea, el Hijo viene a salvarnos a los hombres y lo hace hecho hombre. Es un hombre verdadero, de carne y hueso. Es un hombre verdadero sujeto al frío y al calor, al hambre y a la sed, a la alegría y al sufrimiento, a la vida y a la muerte. Es semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. En este Niño que viene no hay pecado: no hay pecado original, no habrá pecado personal, pues es Dios mismo; el Santo entre los santos.

5) Los católicos celebramos en estos días de Adviento que, si Dios se hizo hombre, también nosotros, los hombres, podemos ser alzados y convertidos en dioses. Sí, nosotros estamos llamados a convertirnos en el dios con minúscula del Dios con mayúscula. Y todo esto gracias a este Niño que esperamos ahora en el Adviento y que nacerá en la próxima Navidad.

Por todo esto y para todo esto los católicos nos preparamos en este tiempo de Adviento. Ya en el siglo VI los católicos en este mes de diciembre ayunaban algunos días, o acudían diariamente al templo para la oración litúrgica. Y hoy día existen católicos que hacen un plan personal para las cuatros semanas que dura el Adviento. Este plan personal debe tener dos facetas: por una parte, librarnos de todo aquello que nos aparta de Dios y de los hermanos, es decir, quitar malas o inútiles costumbres, pecados, egoísmos…; por otra parte, llenar nuestro ser de todo lo que procede de Dios, como la oración, el perdón de los pecados, la lectura de la Palabra de Dios, la reconciliación con nuestros enemigos, etc.

¿Por qué y para qué hacer todo esto? Si realmente nuestra fe se alimenta de lo dicho más arriba, debemos preparar nuestro espíritu para recibir a ese Niño que viene a nosotros. San José lo hizo. Él recibió y acogió en su casa, no sólo al Niño, sino también a la Madre. Mirad cómo no es dicho esto en el evangelio de hoy: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados […] Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

- Ya para terminar, y como hago todos los años por estas fechas, voy a romper delante de vosotros un décimo de la lotería de Navidad. Es un décimo de este año, no del año pasado, y lo rompo porque siento que Dios me lo pide (a otros les pedirá Dios otras cosas); lo rompo porque no quiero que me toque; lo rompo porque quiero con este gesto denunciar todo el mundo del juego y de los males que el juego trae consigo a tantas familias; lo rompo porque quiero denunciar el afán de poner nuestras esperanzas en golpes de fortuna y no en el trabajo y en el ahorro personal y familiar; lo rompo porque quiero que mi tesoro sea el Niño Jesús y no el dinero que me pueda tocar el 22 de diciembre. Sé que muchos de vosotros no estáis de acuerdo con este gesto mío. Hay quien me dice: ‘dáselo a los pobres si te toca y no lo rompas’. A lo que yo replico: ‘lo que no quiero para mí, no lo quiero para los demás’. Hay quien me dice: ‘pero, si te toca y no lo cobras, se lo quedará Zapatero’. A lo que yo replico: ‘¡que se lo quede!’

Os deseo una santa preparación para el nacimiento del Niño en vuestros espíritus y en vuestras familias, y entre todos nosotros, los hombres, que bien que lo necesitamos.

Domingo III de Adviento (A)

12-12-2010 DOMINGO III ADVIENTO (A)

Is. 35, 1-6a.10; Slm. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Estamos ya en el tercer domingo de Adviento. A esta celebración se le denomina “el domingo de la alegría”. La alegría es un signo de felicidad, pero ¿de dónde procede la felicidad? ¿Quién es feliz? ¿Cómo podemos ser felices?

- Hace un tiempo recibí un correo electrónico con un archivo adjunto. Dicho archivo decía así: “En cierta ocasión, durante un seminario para matrimonios, le preguntaron a una mujer: -'¿Te hace feliz tu esposo? ¿Verdaderamente te hace feliz?’ En ese momento el esposo levantó ligeramente el cuello en señal de seguridad; sabía que su esposa diría que sí, pues ella jamás se había quejado durante su matrimonio. Sin embargo, la esposa respondió con un rotundo: - 'No, no me hace feliz'. Y ante el asombro del marido continuó: - 'Él no me hace feliz. ¡Yo soy feliz! El que yo sea feliz o no, eso no depende de él, sino de mí. Yo soy la única persona de quien depende mi felicidad. Yo determino ser feliz en cada situación y en cada momento de mi vida, pues, si mi felicidad dependiera de alguna persona, cosa o circunstancia sobre la faz de esta tierra, yo estaría en serios problemas. Todo lo que existe en esta vida cambia continuamente: el ser humano, las riquezas, mi cuerpo, el clima, los placeres, etc. Y así podría decir una lista interminable. A través de toda mi vida he aprendido algo: he decido ser feliz y lo demás lo llamo 'experiencias': amar, perdonar, ayudar, comprender, aceptar, escuchar, consolar. Hay gente que dice: - No puedo ser feliz, porque estoy enfermo, porque no tengo dinero, porque hace mucho calor, porque alguien me insultó, porque alguien ha dejado de amarme, porque alguien no me valoró. Pero lo que no sabes es que PUEDES SER FELIZ, aunque estés enfermo, aunque haga calor, aunque no tengas dinero, aunque alguien te haya insultado, aunque alguien no te amó, o no te haya valorado. ¡¡¡SER FELIZ ES UNA ACTITUD ANTE LA VIDA QUE CADA UNO DECIDE!!!’”

- En una sola homilía no se puede tratar con detenimiento la Palabra de Dios u otros temas, pero sí que quiero decir algunas palabras, que pueden servirnos de orientación. Este texto que acabamos de escuchar es propio de los “libros de autoayuda”, que son seguidos por mucha gente y a la vez muy criticados por otra gente. No voy a entrar en ese debate ahora mismo, pero sí quiero hacer un pequeño análisis del texto antes leído: 1) Hay partes con las que estoy de acuerdo y otras con las que no. 2) No estoy de acuerdo en que la felicidad del ser humano depende exclusivamente de uno mismo, sin tener en cuenta a los demás que están alrededor o las circunstancias que nos rodean. 3) Por otra parte, sí estoy de acuerdo en que, si mi felicidad depende sólo y exclusivamente de las circunstancias y de las personas que me rodean, mal me iría. 4) Desde el punto de vista cristiano y evangélico la crítica más fuerte que hago a toda la filosofía de la autoayuda (reconociendo una serie de valores) es que dicha concepción de la vida dice que… todo depende de uno mismo. NO. Para el cristiano el origen de todo bien, de toda alegría, de toda felicidad, de toda seguridad… es Dios y no yo mismo.

Cuando en el evangelio de hoy Jesús responde a los mensajeros de Juan Bautista, les dice así: “los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Todas estas afirmaciones son fuente de alegría y de felicidad para los beneficiarios de estos bienes y para quienes son testigos de ellos. Pero… ¿de dónde o de quién vienen todos estos regalos? Es el salmo 145 quien nos lo desvela: El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda”. Sí, es el Señor quien nos regala todos los bienes, quien nos da la alegría y quien nos hace felices. Por eso, la respuesta que hemos dado tras cada estrofa del salmo ha sido ésta: Ven, Señor, a salvarnos. Por lo tanto, no soy yo quien me salvo, ni quien fabrico mi alegría, ni quien soy feliz por mí mismo. Es el Señor el origen y la fuente de todo esto.

Celebramos en estas semanas el Adviento, es decir, el Señor que viene a salvarnos. No esperamos que nos salve y que nos dé la felicidad ni la alegría un hombre, o unas ideas, o unos bienes materiales, ni siquiera yo mismo. Sino que todo esto lo esperamos únicamente de Dios y de su Hijo Jesucristo, cuyo nacimiento esperamos y anunciamos.

- Siendo seminarista escuché por primera vez un dicho, que entonces no descubrí en toda su profundidad, pero hoy, pasados ya unos cuantos años, veo más claro cada día. Le decía yo a un sacerdote que me aburría en la oración, que no la hacía bien, que perdía el tiempo. Y decía todo esto, porque no sentía nada en la oración. A estas palabras mías el sacerdote me contestó con el siguiente dicho: “Hay que buscar al Jesús del caramelo y no el caramelo de Jesús”. ¿Por qué digo esto ahora? Muy sencillo: porque, aunque siga ciego, inválido, sordo, pobre, preso, hambriento… he de saber que lo más importante no es que me sea quitado todo esto, sino que lo más importante es el mismo Jesús. Y aquí sí que estoy totalmente de acuerdo con esta parte del texto leído al principio de la homilía: “Hay gente que dice: - No puedo ser feliz, porque estoy enfermo, porque no tengo dinero, porque hace mucho calor, porque alguien me insultó, porque alguien ha dejado de amarme, porque alguien no me valoró. Pero lo que no sabes es que PUEDES SER FELIZ, aunque estés enfermo, aunque haga calor, aunque no tengas dinero, aunque alguien te haya insultado, aunque alguien no te amó, o no te haya valorado”. Sí, puedo ser feliz, porque es Dios mi felicidad, mi alegría, mis ojos, mis piernas, mis oídos, mi riqueza, mi libertad, mi pan…

¡Qué pena tan grande sería que lucháramos toda nuestra vida por tener los “caramelos” de Jesús o de quien sea, y no por tener al Jesús de todos los “caramelos”!

¡Ven, Señor Jesús!

Inmaculada Concepción (A)

8-12-2010 INMACULADA CONCEPCIÓN (A)

Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6, 11-12; Lc. 1, 26-38



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En este día dedicado a la Virgen María querría contaros un cuento. Escuchad atentamente, porque lo uniré con la festividad de María y con el tiempo de Adviento.

Una vez, un miembro de un tribu se presentó furioso ante su jefe para hacerle saber que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo, que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad! El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero que antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo, pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa. Nuevamente, el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que, ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y estuvo media hora meditando. Después regresó adonde estaba el jefe y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Como siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación, como lo había hecho las veces anteriores. El hombre, medio molesto, pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol sagrado, y allí, sentado, fue convirtiendo en humo su tabaco y su bronca. Cuando terminó volvió al jefe y le dijo: ‘Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré adonde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré a un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho’. El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: ‘Eso es precisamente lo que pensaba yo desde el principio que tenías que hacer, pero no podía decírtelo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo’”.

Vemos que el jefe saca la moraleja de todo lo acaecido y dicha moraleja es muy importante: “Eso es precisamente lo que pensaba yo desde el principio que tenías que hacer, pero no podía decírtelo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo”.

Vamos nosotros a profundizar un poco más en algún aspecto del cuento: 1) Por mucho que el jefe viera que el deseo del hombre de su tribu de matar a su “enemigo” fuera desorbitado, no podía decírselo. ¿Por qué? Pues porque el otro no le hubiera escuchado y hubiera pensado que el jefe estaba de parte del otro. Se puede pensar que el jefe actuó de un modo fariseo e hipócrita al no decirle abiertamente lo que pensaba, pero el jefe sabía que, si se lo decía abiertamente, entonces cortaría todos los puentes de comunicación que tenía con el “ofendido”. 2) Hay cosas que, aunque se las digan claramente a uno, éste no puede verlas y comprenderlas de un modo inmediato. Necesita de un tiempo. Debemos dejar que el tiempo, que Dios haga su labor en las personas. Podemos argumentar, razonar, intentar convencer, pero cada uno tiene su momento. Hay que tener paciencia y saber esperar. 3) El jefe, que sabía todo lo anterior, tuvo la sagacidad de darle los instrumentos para que el miembro de su tribu pudiera reflexionar y ver las cosas desde la serenidad. Por ello el jefe le ofreció una pipa, un poco de tabaco y el árbol sagrado para que meditase sobre lo que iba a hacer, el por qué lo iba a hacer, el para qué lo iba a hacer y las consecuencias para el otro y para él mismo. Para nosotros “ese tabaco, esa pipa y ese árbol sagrado” son el sagrario, la oración, la Sagrada Escritura 4) El cambio en el ofendido fue gradual. Pasó de querer darle muerte a… querer darle una paliza; pasó de querer darle una paliza a… echarle en cara todo y dejarle en evidencia; pasó de querer dejarle en evidencia ante los demás a… darle un abrazo y a considerarle su amigo.

- El evangelio de hoy nos expone cómo Dios, como el jefe de la tribu, fue enseñando a la Virgen María con infinita paciencia. 1) Dios fue disponiendo toda la genealogía de antepasados hasta que llegó a San Joaquín y Santa Ana, los padres de María. 2) Al ser concebida la Virgen María en el seno de su madre fue preservada del pecado original. En María no hubo ninguna mancha de pecado, ni siquiera al nacer. 3) María llevó una vida completamente normal. En nada se diferenciaba de los otros habitantes del pueblo ni de las otras niñas de la aldea. 4) Después el Señor se le muestra, a través del arcángel Gabriel, y tiene lugar el maravilloso diálogo que acabamos de escuchar. A María se le comunica que va a ser la madre del Mesías, el Hijo de Dios. 5) Finalmente, después de toda la preparación que tuvo, María contesta: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Ésta es la moraleja del evangelio de hoy: María quiere ser dócil a la voluntad de Dios. Ella no piensa en sí misma y en todo el honor y gloria que se le puede tributar por ser la Madre de Dios. Ella sólo piensa y desea ser fiel a ese Dios que la fue preparando y amando desde el inicio de los tiempos.

- Estamos en el tiempo de Adviento. Tiempo de preparación para recibir al Señor. También el Señor nos va ayudando con paciencia para que preparemos nuestro ser y nuestro espíritu para recibir a su Hijo y para que en nosotros se cumpla la voluntad de Dios. Tenemos muchas cosas y acontecimientos que nos pueden distraer de lo fundamental. Si aquel miembro de la tribu se hubiera dejado llevar de su irritación e impulsividad, hubiera acabado de mala manera con su “enemigo”. Tambiénmbigo"ulsividad, hubiera acabado de mala manera con su "u irritamental. e el inicio de los tiempos. otras niñas de la aldea. hoy día tenemos tantos acontecimientos y prisas que nos empujan a matar al “enemigo”: vas a los supermercados y ya están desde hace más de 15 días los productos navideños por todas partes con villancicos incluidos; las prisas, las impaciencias y las voces en el trato con los demás; el escaso tiempo para pararnos “ante el árbol sagrado y fumar la pipa” (oración y lectura de la Palabra de Dios); la política partidista, que nos hace estar unos contra otros… NO. Parémonos a escuchar al Señor y a desear su venida a nosotros y entre nosotros.

María lo supo hacer. Pidámosle ayuda a ella para que nos ayude. Digamos, junto con María: “Hágase en nosotros según tu palabra”.

Domingo II de Adviento (A)


En esta ocasión no he preparado la homilía de este segundo domingo de Adviento, pues me encontraré ese día fuera de Asturias.
Si Dios quiere, para la celebración de la Inmaculada Concepción ya estaré de nuevo con vosotros.
Un abrazo

Andrés

Domingo I de Adviento (A)

28-11-2010 1º DOMINGO ADVIENTO (A)

Is. 2, 1-5; Slm. 121; Rm. 13, 11-14a; Mt. 24, 37-44



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Con este domingo de Adviento comenzamos el nuevo año litúrgico y, además, el tiempo de preparación para la Navidad.

Una de mis labores como sacerdote consiste en ayudaros (y a mí mismo también) a que os encontréis en la mejor disposición para estos días santos que se avecinan. Así, vosotros y yo cumpliremos el mandato de Jesús en el evangelio de hoy: “Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

Por estas fechas, con frecuencia, os insisto en que sería conveniente preparar un plan de acción y de vivencia como un buen modo de disponerse a experimentar el Adviento y situarnos de cara a la Navidad. Si me lo permitís, voy a proponeros algunas líneas concretas de acción y para ello me serviré de unas palabras del Papa Benedicto XVI en su reciente viaje a España. Resulta que en aquellos días los periódicos resaltaron unas palabras del Papa contra el laicismo imperante en la sociedad española y a muchos les pareció mal, pues pensaron que el Papa quería entrometerse en vida social y política de España[1]. Yo he buscado entre las palabras del Papa a fin de contrastar la información e ir, además, directamente a la fuente. Pues bien, he encontrado las palabras del Papa, las cuales no fueron dichas en un discurso u homilía, sino en respuesta a un periodista: “España ha sido siempre un país «originario» de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España”.

¿Realmente estamos viviendo un laicismo beligerante en España contra el hecho religioso? La semana pasada se publicaba en un periódico de la región una noticia, de la cual entresaco estas afirmaciones: “Los padres de los alumnos que no se matriculan en la asignatura de Religión dicen sentirse discriminados. ¿Qué denuncian entonces estas familias? Fundamentalmente (1) la desatención de sus hijos durante la hora en la que están en Atención Educativa, que es la materia optativa a Religión, y la pérdida de tiempo que supone tener a unos alumnos metidos una hora en una clase en la que no se hace nada, ya que no se pueden adelantar contenidos del currículo. Pero además critican (2) los alicientes que se ofrece a los estudiantes que se matriculan en Religión. ‘Se organizan actividades extraescolares con el dinero de todos y en las instalaciones de todos, generalmente de carácter festivo para los niños de Religión, mientras los de alternativa siguen siendo mal atendidos y la sensación de castigo es aún mayor’. En el caso concreto de Secundaria, los docentes de Religión ‘han dotado a su materia de todas las actividades extraescolares posibles, con viajes, convivencias, salidas del centro...’, todo esto (3) ‘con cargo al presupuesto del centro’. Pero esta programación (4) está vedada a los estudiantes de la alternativa, ‘que carecen de toda actividad extraescolar’, ya que esta asignatura no tiene ningún tipo de programación ni planificación”. Habiendo consultado con diversos docentes de institutos estatales sobre las afirmaciones del artículo periodístico, me hicieron las siguientes matizaciones: (1) La clase alternativa a la asignatura de religión, según establece la ley, tiene contenido, el cual ha de ser elaborado por cada centro y/o por el profesor; en la mayoría de los casos esto no se hace por desidia o comodidad del centro y/o de los profesores. (2) Cada profesor y departamento es libre para realizar actividades extraescolares y así se hace sin ningún tipo de problema. Además, ¡claro que los alumnos de religión usan los locales del Instituto, puesto que son alumnos y todos los alumnos tienen derecho a ello! Por eso no se entiende la denuncia en este aspecto. (3) Las actividades extraescolares no son subvencionadas por los centros, sino por los propios alumnos. Sólo en casos muy contados los centros aportan algo, pero más bien se trata de una cantidad simbólica, ya que andan escasos de presupuesto. (4) Las actividades extraescolares de la clase de religión no están vedadas a otros alumnos, los cuales pueden participar siempre que quieran, aunque con un permiso escrito de sus padres.

Una vez expuesto todo esto, he pensado en elaborar un plan para este tiempo de Adviento: un tiempo de gracia y de proximidad de Cristo que viene a nuestro encuentro y para nuestra salvación. Sí, es Jesucristo el que viene a nosotros y él mismo nos dice en el evangelio de hoy: “Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. ¿Qué podemos hacer por nuestra parte para recibirlo en esta Navidad que se acerca? Y aquí enmarco el plan de Adviento que os propongo, teniendo en cuenta, además, las circunstancias que vive España de una “laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo”, como nos ha dicho el Papa en su reciente visita:

- Procuraré en este tiempo de Adviento luchar por vivir en la verdad y en la coherencia. Vivir la verdad significa estar dispuesto a decir lo cierto, cueste lo que cueste y sean cuales sean las consecuencias. Pero la verdad no es sólo una realidad de ida; también es una realidad de vuelta. O sea, tengo que estar dispuesto a decir la verdad, pero igualmente a que se me diga. Mi vida tiene que estar de acuerdo, no sólo con lo que pienso, sino y sobre todo con el evangelio de Jesús. No a las mentiras; no a los fariseísmos. Quiero que éstas sean las pajas del colchón de la cuna del Niño Jesús.

- Procuraré en este tiempo de Adviento vivir en la libertad ante lo que digan o piensen los demás. Promoveré mi libertad, pero también la de los demás, aunque no estén de acuerdo conmigo. No me dejaré esclavizar por comidas, bebidas, televisiones, ordenadores, dineros, ropas, aficiones, gustos, ideologías, perezas, obsesiones, personas… Sólo serviré a Dios, mi Señor. Quiero que esto sean las patas y el armazón de la cuna del Niño Jesús.

- Procuraré en este tiempo de Adviento manifestar lo que soy y en lo que creo. Asimismo procuraré vivir mi fe en Dios en medio del mundo, y no simplemente en la intimidad de mi conciencia por miedo a los demás o por cobardía ante la reacción de los que me rodean. Quiero que todo ello sea el portal donde estén la cuna y las pajas en donde nazca el Niño Jesús.



[1] Laicismo es la corriente de pensamiento, ideología, movimiento político, legislación o política de gobierno que defiende, favorece o impone la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente, es decir, de forma independiente, o en su caso ajena a las confesiones religiosas. Laicidad supone un mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte. El laicismo significa e implica una hostilidad o indeferencia contra la religión.