23-2-14 DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)
Queridos hermanos:
En este domingo sigue Jesús con el sermón de la montaña y nos continúa dando indicaciones a los cristianos para que llevemos una vida intachable.
En el evangelio de hoy se nos habla del “ojo por ojo y del diente por diente”: la ley del talión. Esta norma procede del Antiguo Testamento: Éxodo 21, 23-25: “Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión”. Hoy nos puede parecer esto una barbaridad, pero históricamente constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza.
Sin embargo, Jesús quiere que sus discípulos vayan más allá. No podemos conformarnos con no buscar la venganza, o con no hacer más daño del que nos han causado. Jesús nos pide más, mucho más[1]: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Este texto siempre me ha desestabilizado, pues supone pasar de la mera justicia humana a una exigencia mucho más profunda.
- A la hora de enfrentarse a estas palabras de Jesús podemos mirarlas desde el punto de vista (como quiere Jesús) de aquel que no hace frente al que le hiere, del que presenta la otra mejilla, del que tiene que dar también la capa, del que acompaña dos millas, es decir, el doble de lo que se le pide, del que da siempre y del que no rehúye prestar. Para hacer esto se requiere una preparación y unas actitudes interiores, pues de suyo el hombre es egoísta y tiende a hacer menos de lo que se le pide. Desde mi punto de vista, esto que pide Jesús es sobrehumano, es decir, el hombre por sí mismo no puede hacerlo. Pienso que la única manera de llevar esto a cabo es haciendo lo siguiente:
1) Pidiendo la ayuda a Dios; que Él nos transforme en hombres santos, que nos dé su fuerza, como se la dio a los santos. Sólo un santo puede presentar la mejilla a quien le pega. Sólo un santo puede dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Sólo un santo puede caminar dos millas a quien le pide que camine una milla junto a él. Sólo un santo puede prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o sí…
2) Amando. Quien ama (pienso en una madre) es capaz de presentar la mejilla a quien le pega[2]. Quien ama es capaz de dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Quien ama es capaz de caminar dos millas a quien le pide que camine una milla. Quien ama es capaz de dar y de prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o puede que no se lo devuelva.
3) Siendo menos egoísta. Como bien dice San Pablo, “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo” (1 Tim. 6, 7-8). Si aplicáramos está máxima, no nos aferraríamos tanto a las cosas materiales: capas, túnicas, dineros…, pero tampoco a razones, orgullos y soberbias. Una vez escuché decir a uno: ‘las cosas tienen la importancia que tienen, pero sobre todo la importancia que se le quieran dar’. Es cierto, cuántas veces he oído decir que, después de una enfermedad grave o de una accidente del que se salió con vida, uno fue consciente de las tonterías a las que uno estaba aferrado: en cosas o en opiniones, y que nada de ello merecía la pena.
4) Teniendo paz. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de ver las necesidades de los demás y se presta a cubrirlas. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de comprender y de perdonar a los demás.
- También es cierto que podemos mirar las palabras de Jesús desde el punto de vista de aquel que hiere, de aquel que abofetea, del que demanda injustamente ante el juez exigiendo la túnica, del que pide caminar una milla, del que pide y del que pide prestado. Quien hace estas cosas es una persona herida por la violencia interior, o por la codicia, o por el egoísmo, o por la necesidad. Recuerdo que en una ocasión me contaron el caso de una chica que toda su vida había vivido del dinero de su padre. Nunca había trabajado y siempre había pedido y obtenido todo de su padre: éste le había puesto dos o tres negocios, que ella había ido arruinando uno tras otro; además, el padre le daba unos 3000 ó 4000 € mensuales, que ella malgastaba de modo regular… En estos casos yo siempre digo que la mejor manera de ayudar a una persona es no ayudarla, es decir, no dar ese dinero, u obligar a que la persona asuma las consecuencias de sus propios actos, o enseñarle a vivir con responsabilidades. De esta manera la intención del que ayuda (no ayudando-no dando) no es simplemente no cubrir las necesidades materiales del que pide o exige, ni satisfacer sus caprichos o sus egoísmos, sino AYUDARLE A CRECER COMO PERSONA y con todas las virtudes.
En definitiva, cuando leo este evangelio: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”, siempre me pregunto si lo que tengo que primar es el bien del que pone la mejilla, del que da capa y túnica…, o si tengo que mirar más el bien de que abofetea, del que reclama injustamente, del que pide…, porque, de posicionarse en uno u otro lado, las acciones pueden ser distintas.
En todo caso, siempre que se actúe habrá de existir recta intención de querer cumplir el evangelio de Jesucristo y no una autojustificación para hacer finalmente lo que más le conviene a uno, egoístamente hablando.
[1] También Gandhi decía: ‘Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego’.
[2] Supongo que ya conocéis aquella leyenda de la Bretaña en que una madre tenía un hijo único. Ambos se amaban entrañablemente. Sucedió que el hijo se enamoró de una chica, la cual, conociendo el cariño que había entre madre e hijo, quiso poner a prueba a su novio y, por eso, le pidió que, como prueba de su amor hacia ella, le trajera en una bandeja el corazón de su madre. El chico se sorprendió y horrorizó, pero tanto le insistía su novia que él se llegó hasta donde estaba su madre, la mató, le abrió el pecho con un cuchillo y le sacó el corazón. Lo puso en una bandeja y se lo llevaba corriendo a su novia. En esto tropezó el chico y cayó por tierra juntamente con la bandeja y con el corazón de su madre. De éste surgió una voz que preguntó: ‘¿Te has hecho daño, hijo mío?’