Homilía de las Bodas de oro de mis padres

Para empezar tras el período vacacional os entrego esta homilía, que prediqué en la Misa de celebración de las bodas de oro de mis padres.
16-VIII-2008 50 ANIVERSARIO DE MATRIMONIO

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Queridos hermanos:
A la hora de preparar esta homilía del 50 aniversario de las bodas de mis padres se me ocurrió hacerlo sobre cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Estas cuatro palabras resumen el matrimonio de mis padres y también cuatro palabras que resumen nuestra vida, cualquiera vida humana:
- Gracias. Mis padres tienen que dar gracias ante todo a Dios. Tienes que dar gracias a Dios, porque les ha puesto en el camino uno ante el otro y viceversa. Su vida hubiera podido ser mejor o pero, pero seguro que, si no se hubieran conocido, hubiera sido muy distinta. Por lo tanto, Sabina y Emeterio tenéis que dar gracias a Dios, porque os puso en el camino mutuo e hizo surgir entre vosotros el amor, el cariño y la idea de pasar toda vuestra vida juntos. Gracias a Dios.
Gracias también a Dios, porque ha hecho posible, no sólo el que os conocierais, sino que también El os ha ido acompañando durante todos los años de vuestra vida: antes de casaros y después de casaros. Seguramente, en el momento en que pasaron las cosas, a lo mejor no fuisteis capaces de reconocerlo, de reconocer la presencia de Dios, pero, ahora que uno mira para atrás, uno ve claramente cómo siempre, siempre Dios estuvo a vuestro lado: ante tanta enfermedad, ante accidentes que casi le costaron la vida a mi padre, ante tantas dificultades de tipo económico, de tipo laboral… Ante tantas dificultades de todo tipo, Dios siempre estuvo ahí presente. Y Dios siempre os fue bendiciendo: ante las dificultades del matrimonio, estando ahí presente una y otra vez. Ante tantos problemas había que empezar una y otra vez. En muchas ocasiones daba ganas de arrojar la toalla, de mandarlo todo “a la porra”. Y sin embargo, una y otra vez Dios os decía en vuestro corazón: “merece la pena.”
Gracias a Dios también por los hijos que os ha ido dando, que hemos sido vuestra corona de espinas con tantos dolores de cabeza y sufrimientos, pero también vuestra corona de rosas. Hoy por hoy… miráis y lo que más queréis en esta vida es… a vuestros hijos. Hijos que os ha dado Dios. También yo doy gracias a mis padres porque se casaron en 1958. Si se hubiera casado en el año 2000, yo habría nacido; mi hermano Gerardo… quizás, pero Sara y Luci iban a quedarse “por el camino”, porque ahora sólo se tienen un hijo o dos hijos. Por lo tanto, doy gracias a mis padres, que no sabían demasiado de métodos anticonceptivos ni píldoras… y, gracias a eso, estamos hoy aquí cuatro hijos. Uno, (señalo para mí, porque soy el mayor), dos (señalo para Gerardo), tres (señalo para Sara) y cuatro (señalo a Luci). Y Dios se sirve también de esas cosas: de la ignorancia, del no saber, de pensar que es lo que toca: casarse, estar juntos y tener hijos. Por ello, igualmente hay que dar gracias a Dios por estos cuatro hijos… y los demás que venís detrás (me refiero a los nietos), darle gracias, porque si no… Juan, Beatriz y los demás (hijos de mi hermana Sara y de mi hermana Luci) no sé cómo estaríais. Gracias, gracias hay que dar a Dios. Esta es la primera palabra sobre la que quería reflexionar y orar hoy en este 50 aniversario de bodas.
- Perdón. Es la segunda palabra. Los únicos que no tienen pecados son Jesucristo y la Virgen María. Todos los demás que estamos aquí, tenemos fallos, tenemos pecados. Pues bien, ¡cuántas veces mi padre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi madre! ¡Cuántas veces mi madre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi padre! Y, por eso, después de 50 años hay que pedirse perdón. Sabina pide perdón a Emeterio. Emeterio pide perdón a Sabina. Y Emeterio y Sabina tienen que pedir perdón a Dios por no haber hecho las cosas como El quiso o por haber herido asimismo a otras personas que estaban a su lado. La palabra “perdón” siempre tiene que estar en la boca de una persona de bien y sobre todo en la boca de un cristiano.
- Recuerdo de los ya fallecidos. Hace 50 años Emeterio y Sabina se casaban en esta misma iglesia. Y había gente, mucha o poca, pero ahora no están… salvo algunos, muy pocos. Recuerdo de los fallecidos. Voy a nombrar únicamente a aquellos más cercanos a mis padres: de mi abuela Paula, de mi abuelo Domingo, de mi tío Nicanor, de mi abuelo Constantino, de mi abuela Guadalupe, de mi tío Kiko, de mi tía Tina, de mi primo Paco, de mi tío Antolín, de mi tío Avelino, de mi tía Pili, y los demás. Tantos que hoy no están aquí físicamente, pero sí que están. Nuestra fe nos dice que sí que están presentes entre nosotros. Por eso, recuerdo, recuerdo de tantas personas que han estado y que ya no están físicamente. Recuerdo también, porque ese recuerdo nos pone en nuestro sitio. Mis padres han vivido 50 años casados. No vivirán, gracias a Dios, otros 50 años de casados. Ya están a las puertas de la muerte. ¿Cuándo? Cuando Dios quiera. ¿Cómo? Como Dios quiera, pero lo que les queda de vida es para estar juntos. No sé quién irá primero, no sé quién irá después. No importa. El Dios que les ha acompañado de solteros y de casados les acompañará hasta el día que falten. Y lo mismo que ellos cuidaron de nosotros, sus hijos y sus nietos, también nosotros vamos a cuidar de ellos.
- Fuerza o fortaleza. Y así de esta manera enlazo con la cuarta palabra: la fortaleza. Fortaleza para vivir lo que les queda. Cuando uno va para mayor, el cuerpo se deteriora. Uno puede perder la mente, pero, como decía el otro, que me quiten lo bailado, que le quiten a Emeterio y a Sabina lo que han “bailado” y lo que queda, Señor, te pido, te pedimos que los dejes juntos. Juntos hasta que los lleves a ti. Ojalá tengan tanta suerte, quizás, que se llevaron 13 días entre sí a la hora de morir. ¡Eso Dios lo dirá!
Termino y lo hago recordando las cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Y lo que he dicho de mis padres, igualmente quisiera decirlo de todos y cada uno de nosotros en nuestro matrimonio, en nuestro sacerdocio o en nuestra soltería.

Vacaciones de verano

Queridos amigos:

Esta vez no publico la homilía, sino un pequeño texto para deciros que mañana empezaré mis vacaciones y estaré todo el mes de agosto fuera. Por este motivo no "colgaré" en el blog las homilías durante este tiempo. Si Dios quiere, reanudaré mi tarea en el blog a partir del mes de septiembre.

Os encomiendo mis oraciones y en la Santa Misa. Por favor, haced vosotros lo mismo conmigo. Gracias.

Andrés Pérez

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (A)

27-7-08 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (A)
1 Re. 3, 5.7-12; Slm. 118; Rm. 8, 28-30; Mt. 13, 44-52

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Queridos hermanos:
- Dice Jesús en el evangelio de hoy que el Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido o a una perla de gran valor, que, cuando uno los encuentra, vende TODO lo que tiene y, con lo que saca, se compra esa perla o ese campo en donde está enterrado el tesoro.
En la vida ordinaria esto se hace comúnmente: El otro día un amigo mío aprobó una oposición de funcionario y le tocó como destino la otra punta de España; deja aquí todo lo querido por él para ir a trabajar allá; renuncia, aunque sea momentáneamente, a todo por aquello que considera más valioso: su puesto de trabajo. Otro caso: un chico y una chica se conocen; cada uno es de un punto de España o del mundo; se enamoran y deciden pasar su vida juntos, pues cada uno es para el otro como esa perla de gran valor o ese tesoro escondido; por ello, uno o los dos dejan su familia, sus amigos, su trabajo, su ambiente de toda la vida y se va al lado de su amado o de su amada.
Pues si esto lo hacemos en nuestra vida ordinaria y es entendido como algo normal, ¿por qué no admitir como algo normal el “vender todo por el Reino de los cielos”? Tenemos el caso del P. Kolbe, sacerdote polaco, que murió en un campo de concentración nazi. Estaba en unos barracones del que un prisionero se fugó. El comandante del campo sometió al bloque a torturas espeluznantes, hasta que por fin se decidió a elegir a diez presos que irían a morir a las celdas de hambre. Formados en el centro del campo, a la vista de todos los compañeros de otros bloques, el comandante ordenó a los diez elegidos: - Descalzaos, vais a la celda del hambre. Los desgraciados gritaron adiós... Y se oyó el lamento desesperado de uno de ellos: -Decidles adiós a mi mujer, a mis hijos, decidles adiós. Hubo un instante de terror cuando los presos vieron que de la formación uno se atrevía a salir hacia el comandante. Los guardias echaron mano a la pistola. Pero se detuvieron atónitos. Nunca nadie en Auschwitz vio que un preso le hablara al comandante. "Kolbe, es el padre Kolbe", se pasaban la noticia los detenidos. Le conocían todos, porque hablar de noche unos minutos con él servía de consuelo. - Señor comandante... Kolbe se ha quitado el gorro de preso y habla educadamente. - ¿Qué pasa? -Señor comandante, yo le pido permiso para ocupar el puesto de uno de los condenados. -¿Morir tú en su lugar? ¿Por qué? -Yo estoy viejo y enfermo, ya no sirvo para trabajar. - ¿A cuál de los condenados quieres sustituir? - A ese que tiene mujer y tiene hijos. - Pero ¿tú quien eres? - Soy un sacerdote católico. - Un cura. Kolbe sabe que las SS ponen a los curas en el segundo lugar de la basura humana. Primero los judíos, segundo los curas. El comandante cederá. - Acepto, tú ocuparás su lugar. Duró quince días la lenta agonía, el martirio por hambre. A los diez condenados los encerraron desnudos en el sótano, en el famoso búnker, todos juntos en la celda del hambre. Ni una chispa de pan, ni una gota de agua. Al segundo, al tercer día, comenzaron a morir. Pero aquella vez los sótanos de Auschwitz, entre lamento y lamento, escucharon plegarias y cantos a la Virgen. Los alemanes tenían un polaco guardián encargado de sacar fuera el cadáver de los que morían y de vaciar la única letrina colocada en la celda. Él lo ha contado y su relato está en las arcas de los tribunales de justicia y en los archivos del Vaticano. Kolbe y otros tres duraron hasta el día quince: El comandante necesitaba la celda para un nuevo lote de condenados y mandó al médico del campo que con una inyección de ácido fénico apagara el último pulso de sus vidas.
Hay otro caso y que a mí se me quedó grabado desde que lo supe: hacia 1980 en El Salvador (Centroamérica) hubo una guerra civil en que se hicieron auténticas barbaridades. En una aldea había una capilla, a la que la gente acudía los domingos a cantar salmos y a escuchar la palabra de Dios. No había sacerdote y dirigía el culto un catequista. Un domingo, mientras estaba la gente allí, se presentó un capitán del ejército con algunos soldados y entraron en la capilla buscando guerrilleros. Dijo que aquello era una reunión subversiva, tiró el crucifijo al suelo y dijo que fueran saliendo todos, y que escupieran al crucifijo. Quien no lo hiciera, sería muerto allí mismo. Hubo un silencio y al cabo de unos minutos salió un hombre de la aldea de unos 45 años; al marchar escupió y calló el escupitajo en pleno rostro del Cristo. A continuación se adelantó una niña de unos 12 años, se arrodilló ante el crucifijo y puso sus labios en el rostro de Jesús, justo donde había caído el escupitajo. El capitán, al ver aquello, le pegó un tiro en la cabeza a la niña y le reventó el cerebro. El padre de la niña se lanzó hacia ésta y la abrazaba llorando. Entonces el capitán se marchó con sus soldados. La niña sólo vio a su amado Jesús escupido y por el suelo, y no pensó en su vida, sino en su Dios y su todo. Jesús era su tesoro escondido y su perla, por la que estaba dispuesta a perder todo, hasta su propia vida.
¿Cuál es mi tesoro y mi perla por la que estoy dispuesto a vender todo lo que tengo?
- En esta segunda parte de la homilía quisiera pararme en la primera lectura. Si, como a Salomón, Dios se nos apareciera y nos dijera: “Pídeme lo que quieras”. ¿Qué le pediríamos? Creo que habría gente que le pediría salud; poder jubilarse y disfrutar durante unos años de la pensión; un trabajo y algo de dinero para los hijos; que los hijos o los nietos acaben unos buenos estudios; que le toque la lotería; que le dé una enfermedad al jefe para que deje a uno tranquilo; que se muera un vecino, la mujer, el marido o el que me está fastidiando; etc.
Fijaros en lo que pidió Salomón: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Y Dios valora mucho su absoluto desinterés y su falta de egoísmo cuando le responde: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”
Para acertar en la vida del cristiano hemos de mirar las cosas y los hechos que nos rodean con los ojos de Dios y no con los ojos del mundo, ya que, lo que un momento nos parece malo o negativo, a la larga puede ser lo mejor y lo conveniente (así se dice en la segunda lectura: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”). Desde esta perspectiva se entienden perfectamente las palabras de los santos que encontraron un día a ese Dios. Por ejemplo, Santa Teresa de Ávila, la cual decía: “Dadme muerte, dadme vida: dad salud o enfermedad, honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz cumplida, flaqueza o fuerza a mi vida, que todo diré que sí. ¿Qué queréis hacer de mí? Dadme riqueza o pobreza, dad consuelo o desconsuelo, dadme alegría o tristeza, dadme infierno o dadme cielo, vida dulce, sol sin velo, pues del todo me rendí. ¿Qué mandáis hacer de mí? Si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar, si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando”.

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (A)

20-7-08 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (A)
Sab. 12, 13.16-19; Slm. 85; Rm. 8, 26-27; Mt. 13, 24-43

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Queridos hermanos:
- En estos días se celebra la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney-Australia. El Papa Benedicto XVI se ha reunido en un país tan lejano con jóvenes de todo el mundo. Desde España y desde sturias han ido jóvenes, a pesar de la distancia, para compartir su fe con otros católicos del mundo.
Muchas personas se trasladaron a finales de junio a Austria y a Suiza para ver jugar a España en la Eurocopa del fútbol. Estuvieron ahorrando y trabajando durante tiempo para pagarse el viaje, la estancia y las entradas. Otros harán lo mismo para irse a Pekín-China, a los juegos olímpicos. Pues bien, jóvenes católicos han estado ahorrando y trabajando para estar en Australia celebrando y compartiendo su fe. Allí es invierno; tienen una temperatura entre 8 grados de mínima y 16 grados de máxima; algunos han cogido la gripe, según he leído; los jóvenes están en oración, en catequesis, en teatro y conciertos religiosos, y también en vigilia durante algunas noches.
La gente puede entender que se pasen unos días de veraneo o de viaje de novios en Cancún u otro sitio paradisíaco; pueden entender que se vaya a ver la final de la Eurocopa entre España y Alemania (este día me comentaron que el marido de la Belén Esteban se fue, pocas horas después de casarse con ésta, a ver la final del fútbol con unos amigos); la gente puede entender que se vaya a los juegos olímpicos de Pekín; pero ya se entiende menos lo de irse a Australia a Misa, a ver al Papa y a rezar.
- A la hora de preparar la homilía sobre el evangelio de hoy, que relata la parábola del trigo y de la cizaña, me encontré con algunas reflexiones que católicos seglares hacían sobre dicha parábola. En efecto, desde su fe y experiencia de Dios, y desde su situación concreta estos católicos escribieron lo que este evangelio les decía:
* Una mujer casada, con dos hijas, de baja laboral y enferma de cáncer: “¡Qué grande es el campo que tenemos que sembrar hoy en día! Tan grande que hay tantas semillas como malas hierbas. Desde nuestra condición humana, nuestro primer instinto sería aniquilar esas malas hierbas para que la semilla creciera sin problemas, de la misma forma que los campesinos propusieron al dueño del campo. Sin embargo, Jesús nos dice en esta parábola que debemos aprender a con-vivir con todo lo que nos rodea. Qué fácil sería vivir sin problemas al lado: sin ese familiar que te hace sufrir gratuitamente, sin el vecino que critica tu forma de vida, sin tu jefe, sin políticos, sin guerras, sin enfermedad... Pero seamos auténticos, nuestra misión en este mundo es vivir conforme a nuestro principal mandamiento, que no es otro que el amor a los demás. Ese amor hace y conseguirá que el mundo cambie desde dentro. Pensemos en todas las personas que viven dedicadas a los demás, sea el campo que sea. ¿Verdad que siempre nos encontramos con gentes entregadas? Eso es lo importante y debemos tener ojos para verlo, y corazón para reconocerlos.”
* Un hombre casado, trabaja, pertenece a comunidad cristiana y es voluntario patrullando la calle en una ONG católica para atender a drogadictos y gente sin techo: “En la realidad de las personas sin hogar no es fácil encontrar el fruto de la buena semilla. La cizaña, disfrazada de indiferencia, soledad, desidia de las administraciones o desprotección, es capaz de acabar por sí sola con cualquier atisbo de esperanza. Sin embargo, el haber sido testigo de recuperaciones increíbles, me ayuda a confiar ciegamente en el evangelio y a no ceder a la tentación de abandonar. Puedo dar fe de que, en situaciones en las que parecía que todo estaba perdido, la obra de Dios ha emergido por encima de las dificultades. Así, he visto cómo una toxicómana en fase terminal, que literalmente se arrastraba por las calles, ha encontrado trabajo y disfruta ahora de su hogar. Cuento también con orgullo cómo un ex convicto, con una vida totalmente desestructurada, colabora en un programa de ayuda a la reinserción de personas, cuyo presente se asemeja enormemente al que para él es ahora su pasado. Puede que esto no convenza a los incrédulos, pero yo las vivo como signo de la manifestación del Reino de Dios en nuestras vidas.”
* Un matrimonio que trabaja en residencia de ancianos y pertenece a comunidad cristiana: “Conforme pasan los años, nos hacemos más conscientes de lo efímera que es nuestra existencia, y que pronto nos llegará la ‘siega’. En ese momento todos querremos ser trigo y no cizaña, pero, a diferencia de las plantas, que se sabe de antemano qué son desde antes de sembrarlas, nosotros sólo lo sabremos al final…, por nuestros frutos. Nuestras acciones y omisiones determinarán el que alcancemos o no la vida eterna. Pero, todavía estamos a tiempo, sólo tenemos que rezar para que Dios avive nuestra fe.”
En tantas ocasiones gente mayor me pregunta si a su edad está a tiempo de cambiar, de acercarse a Dios, si no estaré perdiendo el tiempo con ellos… Y yo les contesto que siempre estamos a tiempo, puesto que contamos con la paciencia de Dios y con su misericordia que todo lo puede. En definitiva, este evangelio nos enseña que:
1) Dios tiene una paciencia infinita con todos y cada uno de nosotros, independientemente de nuestra historia personal y de nuestra situación. Así lo dice el salmo: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan.”
2) La paciencia y la misericordia de Dios han de producir en nosotros ESPERANZA. Por eso, decía S. Pablo. “Todo lo puedo en Aquel que me conforta.”
3) Nadie puede señalar al otro como “cizaña”, y creerse a sí mismo como “trigo”. Esto sólo corresponde a Dios y se verá por los frutos.
4) Mientras hay vida… el “trigo” puede volverse “cizaña”, y la “cizaña” puede volverse “trigo”. Ese refrán que dice: “la cabra siempre tira al monte”, será muy castizo, pero no es evangélico. Mientras hay vida, hay esperanza de cambio, no sólo por nuestra acción, sino sobre todo por la acción amorosa de Dios en nosotros.

¡Señor, si somos "trigo", no dejes que nos volvamos "cizaña"!

¡Señor, si somos "cizaña", vuélvenos "trigo"!

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (A)

6-7-08 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (A)
Zac. 9, 9-10; Slm. 144; Rm. 8, 9.11-13; Mt. 11, 25-30

Queridos hermanos:
- Me encanta este evangelio que acabamos de escuchar. Ya me cautivó siendo yo seminarista. En su parte primera dice Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. A lo largo de mi vida de fe he visto que esto se ha hecho realidad en personas muy diferentes y en los países más distintos y distantes. En efecto, quien está en contacto frecuente con el Señor y se abre humildemente a su presencia empieza a ver la vida y las personas de otra manera: Deja de ser retorcido, de ser desconfiado, ve la parte buena de los demás, se le quita el resentimiento, se vuelve comprensivo con los demás, percibe la presencia de Dios en todo y en todos… Recuerdo que, cuando estaba de párroco en Taramundi, había una señora anciana que vivía con su marido casi inválido, con un hijo soltero mayor y que iba a lo suyo, y con su hija de unos 35 años de edad y que tenía el síndrome de Down. Quisiera que hubierais visto la fe tan grande que esta madre había inculcado a su hija, sobre todo en la Virgen María, quisiera que hubierais visto el amor que se percibía casi sensiblemente de la madre hacia la hija, y la paz y seguridad que la hija tenía al lado de su madre. A mí me llamaba esto la atención y me empecé a fijar en esta anciana porque, cuando yo empezaba la Misa y hacía la señal de la cruz y luego decía “el Señor esté con vosotros”, ella siempre respondía: “y con ‘su’ espíritu”. No decía “y con tu espíritu”, pues al cura no se le podía tratar de tu, pues era un ministro del Señor. En el rostro de esta anciana se reflejaba paz, serenidad, alegría profunda. Siempre he pensado que esta señora estaba más cerca de Dios que el cura párroco y que otras muchas personas. Para mí vivía la santidad ante el desconocimiento de todos, menos de Dios. Dios se reveló a esta señora humilde y sencilla, y me encomiendo a ella, que ya estará en el Reino de los cielos. Ciertamente en ella se cumplía este evangelio de hoy.
En esta misma línea quisiera poneros otros ejemplos de gente que, por su sencillez, humildad y candidez, saborean al Señor y Este les revela su corazón: Hace un tiempo me vino un correo adjunto por Internet en el que se ponían algunas frases de niños entre 4 y 8 años referidas al amor. Las preguntas las hicieron psicólogos y recogieron las que les parecieron más significativas. Vamos a ver qué es el amor a través de los ojos y la experiencia de estos niños, y a través de sus palabras palparemos a Dios y lo que Dios les ha revelado y enseñado:
“Amor es cuando alguien te incomoda, y tú, aunque estés muy enojado, no gritas, porque sabes que hieres sus sentimientos.” Mateo, 6 años.
“Cuando mi abuela se enfermó de artritis, ella no se podía agachar para pintarse las unas de los pies; mi abuelo, desde entonces, pinta las uñas de ella, aunque él también tiene artritis.” Rebeca, 8 años.
Amor es cuando una niña se echa perfume y el niño se echa loción para después de afeitarse; ellos salen juntos y se huelen.” Carlos, 5 años.
“Yo sé que mi hermana mayor me ama, porque ella me dio todas sus ropas viejas y tuvo que salir a comprar ropas nuevas.” Lorena, 4 años.
“Amor es como una viejita y un viejito que son muy amigos todavía, aunque se conocen hace mucho tiempo.” Tomás, 6 años.
“Cuando alguien te ama, la forma de decir tu nombre es diferente.” Patricio, 4 años.
“Amar es cuanto tú sales a comer y ofreces tus patatas fritas sin esperar que la otra persona te ofrezca las patatas fritas de ella.” Cristina, 6 años.
“Amor es lo que sentimos en la Navidad, cuando tú paras de abrir los regalos y los escuchas.” Roberto, 5 años.
“Si tú quieres aprender a amar mejor, debes comenzar con un amigo que a ti no te guste.” Maggie, 6 años.
“Cuando tú hablas con alguien de ti, sobre una cosa mala, aunque sientas miedo de que esta persona no te ame más por este motivo, ahí tú te sorprendes, ya que no sólo te continua amando, como ahora, sino que te ama más todavía.” Quena, 7 años.
“Hay dos tipos de amor: nuestro amor y el amor de Dios, mas el amor de Dios junta los dos.” Jaime, 4 años.
“Amor es cuando la mamá ve al papá sucio y con mal olor, y dice que él es más bonito que Robert Redford.” Cristina, 8 años.
“Durante mi presentación de piano, yo vi a mi papá en la platea levantando su mano y sonriendo. Era la única persona haciendo esto, y yo no sentía miedo.” Marcela, 8 años.
“No deberíamos decir ‘te amo’ sino cuando realmente lo sentimos, y si lo sentimos, deberíamos decirlo muchas veces. Las personas se olvidan de decirlo.” Jessica, 8 años.
“Amor es cuando tu perro te lame la cara, aunque tú lo dejas solo el día entero.” Ana, 4 años.
“Dios debería haber dicho algunas palabras mágicas para que los clavos se cayeran de la cruz, mas El no lo hizo. Esto es amor.” Max, 5 años.
- Finalmente, quisiera decir algunas palabras de las últimas palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” Hoy en que estamos todos tan estresados, con tantos problemas, con tantas carencias afectivas y de cariño; hoy día en que hay una competitividad exacerbada, que hay codazos para ser los primeros, para que no me quiten mi parte de la herencia, para que se reconozcan mis derechos; hoy día en que tanta gente es pisoteada y despreciada; hoy día en que crece la soberbia, la apariencia, el querer ser más que los demás…; hoy día es más necesario que nunca volver nuestro rostro, nuestro corazón y nuestro espíritu a Jesús, y escuchar sus palabras de paz: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso.”
¡Cuántas veces he oído a personas que se ponen ante Jesús o ante Dios o ante la Virgen María y desahogan, y la paz los llena! Sus problemas no se han solucionado, pero ahora están de otra manera. Pues con Dios, todo sigue igual, pero todo es distinto.