Domingo III de Pascua (C)

22-4-2007 DOMINGO III DE PASCUA (C)

Hch. 5, 27b-32; Slm. 29; Ap. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19
Queridos hermanos:
- Leemos en la última parte del evangelio de este domingo III de Pascua: “Dice Jesús a Simón Pedro: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos.’ Vuelve a decirle por segunda vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’ Le dice por tercera vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’ Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’” Fijaros que Jesús pregunta por tres veces a Pedro sobre su amor hacia El. ¿Por qué? Algunos dicen que, como Pedro había negado a Jesús tres veces antes de su muerte, ahora el Señor le dio la oportunidad de reparar aquella triple negación con una triple afirmación.
Las tres preguntas que le hace Jesús a Pedro son distintas, aunque son sobre lo mismo: el amor de Pedro hacia Jesús. En primer lugar pregunta Jesús: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Es decir, ¿me amas a mí (Jesús) más que el resto de los discípulos? Pero, además, Pedro ¿me amas más a tu padre y a tu madre, más que a tu mujer e hijos, más que a tus amigos, más que a tus ilusiones y deseos, más que a tus posesiones (casas, dineros, ordenadores, CDs, DVDs, ropa…), títulos (de estudios, en el trabajo, ante los vecinos, ante la sociedad…), aficiones (Fernando Alonso, fútbol, juergas nocturnas y de fin de semana…), miedos, etc.? En segundo lugar pregunta Jesús a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Ahora la pregunta no está planteada en términos comparativos. Simplemente Jesús le pregunta si lo ama. O sea, Pedro, ¿me amas por Mí mismo, me amas con Mi origen (pobre y sencillo) y con Mi destino (de pasión, de muerte, de desprecios, de trabajos), en Mi situación, con Mi manera de ser? ¿Me amas a Mí… cuando estoy resucitado, cuando me aplauden, cuando hago milagros? ¿Me amas a Mí… cuando soy insultado, escupido, vapuleado, puesto en ridículo, golpeado, flagelado y asesinado? ¿Me amas a Mí con todas mis circunstancias? ¿Me amas a Mí, simplemente a Mí? En tercer lugar Jesús pregunta a Pedro: “¿Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Jesús necesita sentirse, no sólo amado, sino también querido; no sólo querido, sino también amado. Jesús utiliza en el texto original dos palabras distintas (“¿me amas?”, “¿me quieres?”) para expresar la misma realidad: la del amor, pero utiliza los dos términos para abordar el amor desde todas las perspectivas posibles. Jesús pregunta con ansia a Pedro si de verdad le quiere.
A las dos primeras preguntas Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Es decir, Pedro le dice a Jesús que sí le quiere más que nadie, y más a nada ni a nadie en este mundo. Además, Pedro le dice que El ya sabe que lo quiere. Cuando Jesús le pregunta, por tercera vez, si Pedro lo quiere, nos narra el evangelio lo siguiente: “Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Se entristece Pedro de que el Señor le pregunte por tercera vez, porque se le viene a la memoria las tres veces que lo negó, las veces que le falló a lo largo de los tres años que estuvieron juntos. Pero Pedro se mantiene firme y le contesta a Jesús que El lo sabe todo, que El sabe que de verdad lo quiere, y que eso no lo puede cambiar ningún pecado suyo pasado, presente o futuro. ¿Por qué digo lo de “futuro”? Pues porque me acuerdo ahora de la famosa leyenda del “Quo vadis, Domine?” Creo que la conocéis: cuando arreciaba la persecución de Nerón contra los cristianos. Muchos de éstos quisieron salvar a Pedro y le dijeron que se marchara de Roma para protegerse de la muerte. Pedro se dejó convencer y, huyendo de Roma por la famosa vía Apia, reconoció a Jesús que venía en dirección contraria, es decir, para entrar en Roma. Pedro le pregunta a Jesús: “Quo vadis, Domine?” (¿A dónde vas, Señor?) Y Jesús le contesta que va a Roma, a morir de nuevo crucificado, visto que Pedro abandonaba a Su rebaño. Pedro inmediatamente se da la vuelta, y huye de su propia huída, de su propia prudencia, de su propia cobardía y regresa a Roma siendo martirizado a los pocos días.
La vida de Pedro es la nuestra: llena de tantas caídas, cobardías, negaciones, búsquedas de nosotros mismos, egoísmos, iras, soberbia… y a la vez llena de tantas experiencias del amor incondicional de Jesús para con nosotros. Nosotros, como Pedro, hemos tocado el cielo y al Señor con nuestros dedos, y luego hemos embarrado en nuestros propios pecados esos dedos consagrados con el toque de Dios. Nosotros le hemos negado, y a la vez le hemos dicho a Jesús tantas veces que lo queríamos y que le queremos y que le amamos.
- Solamente desde esta experiencia del amor de Pedro hacia Jesús se puede entender lo que hemos escuchado en la primera lectura de este domingo. Dicen Pedro y los apóstoles en la primera lectura que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Sólo quien ama a Dios más que a nada ni a nadie puede obedecer a Dios antes que los hombres o antes que a su propio egoísmo. Nosotros, ¿a quién obedecemos primero, a Dios o a los hombres?..... Yo confieso que obedezco con muchísima frecuencia más a los hombres, a lo que me dice mi egoísmo, mi comodidad, a lo que me dice la sociedad, que a lo que me dice Dios. Entre otras cosas, porque es más cómodo y me produce más beneficios inmediatos obedecer a los hombres que a Dios.
El domingo pasado os hablaba en la homilía de la cobardía que tenemos los cristianos de ahora. Voy a leeros un testimonio de los primeros cristianos. Ellos morían y estaban dispuestos a morir simplemente por no dejar la Misa del domingo, en donde 1) escuchaban la Palabra de su Amado Jesús, en donde 2) comían y bebían el Cuerpo y la Sangre de su Amado Jesús, y en donde 3) se encontraban con otros hermanos que tenían su misma fe: "Victoria, la gloriosa testigo del Señor, dijo al procónsul Anulino: 'He asistido a las reuniones y he celebrado con los hermanos la Eucaristía dominical porque soy cristiana...' El procónsul dijo a Saturnino: 'Has actuado contra las prescripcio­nes de los emperadores y de los césares reuniendo a todas estas personas.' Y el presbítero Saturnino, inspirado por el Espíritu del Señor, respondió: 'Hemos celebrado la Eucaristía dominical sin preocuparnos para nada de ellos.' El procónsul preguntó: '¿Por qué?' Respondió: 'Porque la Eucaristía dominical no se puede dejar.' Volviéndose después a Emérito, el procónsul preguntó: '¿En tu casa ha habido reuniones contra el decreto de los emperado­res?' Emérito, lleno del Espíritu Santo, dijo: 'En mi casa hemos celebrado la Eucaristía dominical'. Y el procónsul le dijo: '¿Por qué les han permitido entrar?' Replicó: 'Porque son mis hermanos y no podría impedírselo.' Entonces respondió el procónsul: '¡Tú tenías el deber de impedírselo!' Y Emérito dijo: 'No habría podido porque nosotros, los cristianos, no podemos estar sin la Eucaristía dominical...' A Félix el procónsul le dijo así: 'No nos digas si eres cristiano. Solamente responde si has participado en las reunio­nes.' Pero Félix respondió: '¡Como si el cristiano pudiera exis­tir sin la Eucaristía dominical o la Eucaristía dominical pudiese existir sin el cristiano! ¿No sabes que el cristiano encuentra su fundamento en la Eucaristía dominical y la Eucaristía domini­cal en el cristiano, de tal manera que uno no puede subsistir sin el otro? Cuando escuches el nombre de cristiano, debes saber que él se reúne con los hermanos ante el Señor y cuando escuchas hablar de reuniones, debes de reconocer en ellas el nombre de cristiano... Nosotros hemos celebrado las reuniones con toda la solemnidad y siempre nos hemos reunido para la Eucaristía domini­cal y para leer las escrituras del Señor."

Domingo II de Pascua (C)

15-4-2007 DOMINGO II DE PASCUA (C)

Hch. 5, 12-16; Slm. 117; Ap. 1, 9-11a.12-13.17-19; Jn. 20, 19-31
Queridos hermanos:
- A finales del siglo XX el Papa Juan Pablo II instituyó el segundo domingo de Pascua como DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA. ¿De dónde viene esto? Una joven monja polaca, María Faustina Kowalska, que fue canonizada en abril de 2000, escribió un diario por indicación de su director espiritual en el que narraba las revelaciones que Cristo Jesús le hizo. Estamos hablando de 1930. Esta monja no tenía ni la EGB y falleció en 1938. Lo que ella escribió en el diario y que le fue revelado por Jesús no es nada nuevo: Dios es misericordioso y nos perdona, también nosotros debemos ser misericordiosos con los demás y perdonar. No importa lo grandes que hayan sido nuestras faltas, el mucho tiempo durante el cual hayamos pecado. Su misericordia es más grande que nuestros pecados y todos ellos han sido borrados por la sangre derramada por Cristo en la cruz.
- En este tiempo de Pascua celebramos que Cristo Jesús ha resucitado. La resurrección de Cristo significa su aceptación por el Padre. Este no lo ha abandonado, como podía pensarse durante su pasión y muerte de cruz. Dios ha acogido a su Hijo muerto y sacrificado por todos los hombres. La resurrección de Cristo significa el gran SI del Padre al Hijo: su respuesta de amor al amor del Hijo. Por eso, la resurrección de Cristo es el centro del mensaje evangélico. Como dice S. Pablo: “si Cristo no ha resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carece de sentido […] Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido y seguís aún hundidos en vuestros pecados […] Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres” (1 Co 15, 14.17.19). De este modo, la resurrección de Cristo conlleva: 1) nuestra propia resurrección y 2) el perdón irrevocable de todos nuestros pecados (los que hemos cometido hasta hoy, los que cometemos hoy, los que cometeremos hasta el día de nuestra muerte). La cruz ya no es un escándalo sin sentido; nuestra vida no es un inútil absurdo. La condición humana ha cambiado radicalmente.
- En el evangelio de hoy se nos habla de una aparición de Jesús a sus discípulos. En todas las apariciones de Jesús resucitado, narradas en los evangelios, hay algunos puntos esenciales y comunes:
1) Se parte de una situación humana de tristeza, de miedo y de incredulidad: María Magdalena está llorando; los discípulos de Emaús están tristes; los apóstoles, en el cenáculo, llenos de miedo; Sto. Tomás no cree en lo que le dicen los otros apóstoles…
2) Jesús se aparece y no es reconocido y, entonces, El interpela y pregunta. Jesús irrumpe en medio de las lágrimas, de la tristeza y del miedo preguntando: “¿Por qué lloras?”, a la Magdalena; “¿qué os pasa, a dónde vais?”, a los discípulos de Emaús.
3) Se produce la revelación de Cristo. Reconocen a Cristo. María Magdalena lo reconoce cuando El la llama; los discípulos de Emaús, al partir del pan; S. Juan, desde la barca del lago, al ver la pesca milagrosa, dice: “Es el Señor…”
4) Cristo da el encargo de una misión. La aparición nunca busca el consuelo para la persona a la que Jesús se aparece. El le da la misión de anunciar y compartir el gozo.
Veamos a continuación la aparición de Jesús a los apóstoles y a Sto. Tomás:
a) Se parte de una situación humana de miedo y de incredulidad. “Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Cuando a Sto. Tomás se le dijo que se les había aparecido Jesús, aquél dice: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. También hoy Jesús se encuentra con cristianos encerrados en sus casas, en sus iglesias, en sí mismos… por miedo a los agnósticos, a los ateos, a los vecinos y familiares. Tenemos miedo de confesar nuestra fe, de que nos reconozcan como personas de fe o de Misa o de oración. Tenemos una fe vergonzante. También hoy Jesús se encuentra con cristianos tibios, con muchas dudas de fe, con pocas ganas de salir de esta apatía. Somos los cristianos comodones, miedosos y dubitativos: Nos da reparo hacer la señal de la cruz al pasar por delante de una iglesia, al entrar en un templo. Nos da reparo el bendecir la mesa al comer, cuando estamos en un bar o restaurante ante tanta gente desconocida. Nos da reparo y vergüenza hacer la genuflexión ante el sagrario. Nos da reparo y vergüenza defender el Vaticano, a la jerarquía de la Iglesia, la abstinencia de comer carne los viernes de Cuaresma… y todo aquello que huela a carca o no sea “política o culturalmente correcto”. Vemos normal el ir una semana a realizar un crucero al mar Egeo, pero no encontramos tiempo o nos da vergüenza hacer unos ejercicios espirituales o un retiro y el decirlo a nuestros familiares y conocidos.
b) Ante esta situación de miedo de los apóstoles y de incredulidad de Sto. Tomás, Jesús se presenta a éste y le dice: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Sí, Jesús hoy también coge nuestro dedo y lo introduce, no en su bolsillo, ni entre sus labios, ni siquiera entre sus manos, sino en el agujero que los clavos dejaron en sus manos. Mete nuestro dedo en una parte de su cuerpo que le produce a El dolor, pero a nosotros nos confirma en la realidad de su dolor, pero también en la realidad de su amor por nosotros, ya que es capaz de no mirar su dolor (al reabrir su herida con nuestro dedo) con tal que nuestras dudas se disipen y percibamos su amor para con nosotros. Del mismo modo Jesús coge nuestra mano y la lleva a su costado abierto. Jesús no se preocupa de su sufrimiento, de sus necesidades, sino de nuestras necesidades, de nuestros miedos, incredulidades y dudas.
Todo esto (introducir nuestro dedo y nuestra mano en sus heridas) lo hace para que creamos. “Y no seas incrédulo, sino creyente”. Porque sabe que el que cree tiene otra forma de afrontar la vida distinta del que no cree. ¿Qué sería de nosotros sin fe, sin la certeza íntima de Su presencia, de Su amor, de Su ternura, de Sus detalles para con nosotros, de Su alegría y de Su fuerza? ¿Qué sería de nosotros sin El? Imaginemos por un instante nuestra vida sin la existencia de Dios. Pero los que creemos tenemos VIDA, según el evangelio de hoy: “Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.”
c) La respuesta de Sto. Tomás a las palabras de Jesús fue ésta: “¡Señor mío y Dios mío!”. El apóstol es incrédulo (“no lo creo”) y desconfiado (“si no meto…”), pero, cuando Jesús se le muestra, todas sus dudas y desconfianzas desaparecen, y hace un acto de fe en Jesús. ¿Qué significa un acto de fe? Significa que le confiesa, no como “maestro”, como hicieron los fariseos en la entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos, sino que le confiesa como “Dios”, pero “Dios suyo” (hay una relación de comunión y de intimidad entre Dios y el creyente). Y también le confiesa como “Señor”, pero “Señor suyo”. Jesús es confesado como el único Dios y el único Señor. Sto. Tomás ha reconocido a Jesús y esto implica que ha renacido a la nueva vida del Resucitado. El Jesús que ha reconocido ahora Sto. Tomás, no es simplemente el Jesús físico y carnal, sino que es nuestro mismo Jesús: el Jesús de la fe. Y en este punto, Sto. Tomás y nosotros no nos diferenciamos en nada.
d) Y termina el evangelio de hoy con un mensaje para nosotros: los que no hemos comido y bebido con el Jesús físico y carnal, los que no hemos visto su pasión y muerte, los que no hemos metido físicamente nuestro dedo y nuestra mano en sus heridas. A nosotros, Jesús nos dice: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Nosotros no hemos visto carnalmente. A pesar de ello, ¿creemos en su resurrección? Pues entonces DICHOSOS DE NOSOTROS, PUES TENEMOS VIDA EN SU NOMBRE.

Domingo de Pascua (C)

Estuve todo el Tríduo Pascual en cama con gripe y no pude celebrar los cultos en estos días. Tampoco he podido preparar la homilía para este domingo de Pascua como yo hubiera querido. Por lo tanto, no publicaré nada para este domingo. Lo siento.
¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!

Domingo de Ramos

1-4-2007 DOMINGO DE RAMOS (C)

Is. 50, 4-7; Slm. 21; Flp. 2, 6-11; Lc. 22, 14-23, 56
Queridos hermanos:
* El evangelio de S. Lucas que hemos leído y escuchado al principio de la celebración, para la bendición de los ramos, nos mencionan tres tipos de personas que están presentes en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: los discípulos, los fariseos y el pueblo-la gente. Los discípulos “echando sus mantos sobre el pollino, ayudaron a montar a Jesús. Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, (1) toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: -‘Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.’ Algunos de los (2) fariseos, que estaban entre la (3) gente, le dijeron: ‘Maestro, reprende a tus discípulos.’ Respondió: ‘Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.’”
- A diferencia de los otros tres evangelistas (S. Mateo, S. Marcos y S. Juan), al relatar la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, S. Lucas especifica que solamente el grupo de los discípulos aclamaba a Jesús “por todos los milagros que habían visto”. ¿Quién es discípulo? Discípulo es el que ha visto a Jesús amar (a Lázaro y a sus hermanas), perdonar (a la adúltera), acoger sin importarle la procedencia ni otras circunstancias de la persona (a la samaritana), comprender, acariciar (a los niños, que eran rechazados por todos), curar (al endemoniado de Genesaret, al ciego, al leproso y a tantos y tantos hombres y mujeres y niños), aceptar a los demás como son (a Pedro, tan bocazas y tan impulsivo y a la vez tan amante de Jesús y tan fiel), escuchar con paciencia (a Nicodemo). Discípulo es el que ha compartido el pan, el frío, el calor, los miedos, los ratos largos de oración, los gozos, los fracasos, los triunfos, las soledades y las multitudes con Jesús. Discípulo es el que ha escuchado a Jesús las parábolas y tantas enseñanzas y se ha sentido encandilado (“Jamás nadie ha hablado como habla ese hombre” ([Jn. 7, 46] o aquello de S. Pedro “Señor, ¿a dónde vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” [Jn. 6, 68s]). Sí, discípulo es el que cree en Jesús como Dios, como Señor, como Rey del Universo. Porque el discípulo acompaña a Jesús en su entrada a Jerusalén, se quita los mantos o los abrigos o todo aquello en que confiaba antes de tener fe (riquezas, títulos, fama, poder, buena vida, rencores, murmuraciones, viajes…) y con todo eso el discípulo alfombra el suelo para que Jesús lo pise subido en un pollino, en un borrico. Sí, un borrico pisa todo aquello a lo que estamos atados, a lo que estábamos atados antes de tener fe. Y todo esto provoca en el discípulo ENTUSIASMO, ALABANZAS A DIOS, GRITOS DE JÚBILO sin importarle que los demás le tengan por un loco.
- Los fariseos son aquellos que no consienten que otro, ni siquiera Jesús, estén por encima de ellos. Los fariseos con sus palabras o con sus obras no reconocen a Jesús como Señor, como Rey, como Dios. Le llaman simplemente “maestro”. Maestro: como si fuera únicamente un título universitario, pero que no compromete a nada. Los fariseos quieren meter cizaña entre Jesús y sus discípulos: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Los fariseos no aguantan el entusiasmo y la alegría de los otros, sobre todo si no son ellos quienes provocan esta alegría o si no son para beneficio suyo estas alabanzas. Los fariseos son como el perro del hortelano, que ni comen ni dejan comer.
La diferencia entre los discípulos y los fariseos es la diferencia entre la incredulidad y la fe, el rechazo y la aceptación.
- Las gentes en este pasaje de la entrada de Jesús en Jerusalén son aquellos que asisten como espectadores. No se involucran ni se comprometen. Ni ven ni quieren escuchar. No son ni frío ni caliente, ni arriba ni abajo, ni a la derecha ni a la izquierda. Son mudos asistentes a un espectáculo y, además, gratis. Jesús, para esta gente, es un hombre que pasea subido a un burro y los discípulos no dejan de ser unos exaltados que gritan, y que son talibanes, fundamentalistas, carcas o raros. Recuerdo que en la Semana Santa de 1985 estaba yo celebrando uno de los cultos del Triduo Pascual en la iglesia parroquial de Taramundi y subió por el pueblo una profesora atea, compañera mía del instituto de Vegadeo (en donde yo impartía clase de religión) y, al ver que estábamos más de media hora en la iglesia, decía por el pueblo: ‘Pero, ¿qué hacen tanto tiempo ahí dentro metidos?’ Sí, para la gente sin fe, lo nuestro es un espectáculo decimonónico o medieval, para hacer una foto de turismo, pero nada más.
Vamos a empezar el recorrido de la Semana Santa con esta celebración del Domingo de Ramos. También hoy puede haber una división en tres grupos de personas: los discípulos, los fariseos y la gente. En nuestra mano está el pertenecer esta Semana Santa a uno u otro de estos grupos.
* Cuando los fariseos le dicen en el evangelio a Jesús que mande callar a sus discípulos, El les responde “que si éstos callan gritarán las piedras.” Sí, es tan grande lo que vamos a vivir y celebrar en estos días santos que, si todos los discípulos se callaran, gritaría la creación entera. Recuerdo un hecho milagroso atribuido a S. Antonio de Padua. El estaba predicando a la gente, les hablaba de Dios y nadie le quería escuchar. Entonces S. Antonio dijo a la gente que, si no querían oír hablar de Dios, que entonces les hablaría de Dios a los animales de la creación. Así, S. Antonio se puso a predicar el evangelio a los pájaros que revoloteaban por allí y a los peces de un río cercano. Y los peces asomaban sus morros de entre el agua para escuchar al santo y los pájaros se pararon sobre las ramas de los árboles y alrededor del santo para escucharlo. Y así se cumplió la palabra de Jesús: “si éstos callan gritarán las piedras.”

Domingo V de Cuaresma

25-3-2007 DOMINGO V CUARESMA (C)
Is. 43, 16-21; Slm. 125; Flp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11
Queridos hermanos:
Este es ya el último domingo de Cuaresma; el próximo será ya el domingo de Ramos.
- Nos decía el profeta Isaías en la 1ª lectura: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" Nos decía S. Pablo en la 2ª lectura: "Olvidándome de todo lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús".
Entiendo que, con esta Palabra, Dios nos dice que no hemos de mirar obsesivamente el pasado, no podemos quedarnos anclados en el pasado: “Me han hecho daño, mucho daño: mis padres, mis hermanos, los vecinos. No tuve oportunidades en la vida. No aprobé aquel examen. No me dieron aquel trabajo. No me casé con aquél o con aquélla. No tuve hijos. Tuve estos hijos y no otros. Estuve enfermo y no sano…” Tampoco podemos estar pendiente de un futuro mejor, pero incierto: “Cuando apruebe las oposiciones, cuando me jubile, cuando sane, cuando me toque la quiniela, cuando me reconozcan lo que hice, cuando…” Hemos de vivir el presente, el hoy. Hay gente que, por estar encadenado al pasado o esperando el futuro, deja pasar el presente; no vive el hoy, y éste se le escapa entre los dedos, y eso ya nunca volverá. Se preguntaba Teresa de Calcuta cuál era el día más bello de nuestra vida y se contestaba a sí mismo de esta manera: Hoy. No el ayer ni el mañana, sino el hoy.
Una de las cosas que más nos esclaviza al pasado es la falta de perdón: 1) ¡Qué difícil nos es el perdonar u olvidar lo que nos han hecho otras personas! Siempre le estamos dando vueltas. “Me dejaron en ridículo; me hicieron mucho daño y yo no les había hecho nada o le había hecho bien; hablaron mal de mi sin fundamento, etc.” Nuestro evangelio nos pide no sólo ‘el perdono, pero no olvido’, sino incluso también el ‘olvido’, en el sentido de no quedarse enquistado en el daño sufrido. Voy a poneros dos ejemplos donde Dios y los que le siguen lo hacen así: *En la parábola del hijo pródigo, el padre ‘ha olvidado’ todo lo que hizo su hijo. Sólo se preocupa de que él hijo ha vuelto, no se fija en si ha derrochado todo lo que se le había entregado. No le echa en cara que su marcha lo ha dejado mal ante los vecinos y conocidos, que no cumplido las expectativas que tenía puestas en él… *Dice S. Francisco de Paula, ermitaño ita­liano del 1400, sobre el ‘estar anclados’ en el pasado de los males recibidos: "El recuerdo del mal recibido es una injuria, complemento de la cólera, conservación del pecado, odio a la justicia, flecha oxidada, veneno del alma, destrucción del bien obrar, gusano de la mente, motivo de distracciones en la oración, anulación de las peticiones que hacemos a Dios, enajenación de la caridad, espina clavada en el alma, iniquidad que nunca duer­me, pecado que nunca se acaba y muerte cotidia­na".
2) ¡Qué difícil nos es el perdonar u olvidar el mal que hemos hecho! El caso más típico es con ocasión de un aborto. ¡Qué difícilmente se perdonan a sí mismos la mujer o el hombre que han abortado! Cuando ven a niños pequeños de la edad que ya pudiera tener su hijo, cuando alguien menciona el tema en TV o en la iglesia o en periódicos..., se les revuelven las entrañas. O también otro caso: me contaban el viernes que una señora que atendió a su madre en sus últimos meses de vida, al verla sufrir tanto, le pidió a Dios que se la llevara, que se muriera. Finalmente, se murió la madre. Ahora esta hija tiene un remordimiento espantoso. Es más fácil a estas personas (que abortaron o que pidieron la muerte de sus seres queridos o que…) admitir que las perdone Dios que se perdonen ellas mismas. Así, estas personas se tienen que acusar una y otra vez de los mismos pecados. Aquí nos deben resonar una y otra vez las palabras de Jesús a la mujer del evangelio: "Mujer[1] […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más".
Permitidme leeros una carta de una prostituta que escribe a Dios. Fijaros cómo integra su pasado y su futuro en el presente de Dios, de su fe: “Dios mío: Aunque ya tengo 75 años y estoy a punto de juntarme contigo, sé que tú me conoces desde antes de nacer y sabes los problemas que pasó mi madre, que era una niña de quince años que, de pronto, se dio cuenta de su embarazo, y cuando se lo contó a sus padres la echaron de casa, y el novio, que era bastante mayor que ella, no quiso saber tampoco nada de mí, así que la pobrecita nada más dar a luz me tuvo que dejar en la beneficencia […] Ahí fue lo más difícil de todo, cuando yo, que era una niña, tuve que trabajar en la prostitución para poder pagarme la pensión, y tenía que hacer todas las cosas que los hombres me pedían, y se enfadaban conmigo porque era sosa, y me pegaban y me echaban y pedían que fuera otra… Así que la dueña de la pensión me enseñó que había que sonreír siempre a los clientes, que me comiera mis lágrimas, que ellos pagaban para divertirse y aprendí a no enseñar a nadie lo que tenía por dentro y a hacer cosas que nunca me atrevería a contar a nadie, pero que sólo tú, Dios, las sabes perfectamente, porque estabas siempre a mi lado, y a mí me gustaba ponerme una estampa en la ropa interior para recordarte aún en los momentos más difíciles y con los clientes más extraños. Siempre te he pedido ayuda y siempre me la has dado. Estoy segura que, cuando estaba en aquel infierno y empecé a beber para soportarlo, tú estabas a mi lado ayudándome para que no me quitara la vida, que era lo que me venía una y otra vez a la cabeza. Yo creo, Señor, que no pecaba, que pecado es hacer daño a alguien, y yo nunca se lo he hecho más que a mí misma y tú no estarás enfadado conmigo, porque ya sabes que no sabía qué otra cosa podía hacer […] También me gusta ir a una iglesia y hablar contigo, pero no comulgo, ¡que me gustaría!, porque sería un sacrilegio hacerlo sin confesar. Así que, ya sabes, te pido que me des un par de añitos más para que me dé tiempo a ponerme a bien contigo. Llevo en mi cartera tu foto, ya sabes tú bien que me gusta mucho hablarte, como esta mañana, cuando estaba en la cola de las entradas de toros, para que un señor las revenda, me he pasado el rato hablando contigo y pidiéndote por todos los borrachines y gente como yo que andaba en la misma cola. Tú nos conoces bien a todos. Tú eres el rey de los reyes y el juez de los jueces, pero sé muy bien que tú eres misericordioso, y yo creo que no nos vas a castigar. Hoy quiero darte las gracias por todo lo que me has ayudado siempre, y te pido que sigas a mi lado hasta que sea el final. No me dejes sola ni un momento, por favor, te lo pido, Dios.”
- Dice S. Pablo en la 2ª lectura: "Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él". Esto es una gran verdad. El encuentro personal con Jesús en nuestra vida hace que empecemos a cambiar nuestra escala de valores; lo que antes era importante, ahora deja de serlo. Conozco un joven que, como los demás, tener un buen puesto de trabajo, casarse y no tener hijos para vivir la vida, buen coche y remuneración. Se encontró en su vida con Dios y ahora casado, a los diez meses con un hijo, le ofrecieron un puesto mejor con más dinero, pero con más engaños a compañeros, a la empresa, y dijo que no. Podía vivir tranquilo con su familia y está trabajando en la Iglesia, en un sindicato. Y todo esto porque un día se encontró con Jesús. Todo lo estima basura en comparación con lo que Cristo le da. ¿Y tú?

[1] Jesús no la llama: “adúltera”, “mala madre”, “mala esposa”, “puta”, “gocha”, “asquerosa”… Jesús la llama “mujer”: “mujer” creada por Dios, “mujer” hecha a imagen y semejanza de Dios; “mujer” necesitada de amor y llena de amor para dar. “Mujer” equivocada, pero “mujer” de Dios. Con la palabra “mujer” Jesús HABLA de respeto, de comprensión, de cariño, de perdón, de cercanía, no juicio ni condenación.