Santina de Covadonga

8-9-2007 SANTINA DE COVADONGA (C)
Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19°; 12, 1.3-6°.10ab; Lc. 1, 39-47
Queridos hermanos:
Del 11 al 14 de agosto estuve en Fátima (Portugal). Fui con otro sacerdote y con un seminarista. Os voy a contar lo que vi allí:
- Vi una gran explanada con un pasillo de mármol en medio. Este pasillo iba hasta la capilla de las apariciones de la Virgen. Fuera de la explanada había hoteles, tiendas de recuerdos… Dentro de la explanada había y se percibía paz, fe, serenidad. Fuera había ruido, comercio, trasiego de gentes. Dentro había oración, peticiones, agradecimiento.
- Vi a hombres y mujeres de rodillas por la alfombra de mármol. Eran gente joven, de media edad y a mayores. Cumplían una promesa a la Virgen. Unos iban preparados con rodilleras acolchadas. Otros sin ellas y, ante las heridas en sus rodillas, se ponían a gatas. Quienes cumplían sus promesas estaban acompañados por sus familiares o iban solos.
Me quedó grabada la imagen de un hombre de unos 55 años. Iba con su hijo de unos 20 años. El hombre de rodillas, el hijo a su lado. Este con la vista baja, como avergonzado. El padre mirando de frente, como sin ver a nadie, ni fijándose en nadie en concreto y con el rostro transfigurado. Este hombre debía de estar cumpliendo una promesa la Virgen; quizás a favor de su hijo.
El sacerdote con el que fui a Fátima me comentó que quizás la gente no supiera que nosotros, los curas, podíamos cambiar las penitencias duras o las promesas duras que ellos mismos se autoimponían. Yo le contesté que la gente que le hizo una promesa a la Virgen ante un favor, normalmente no quería “rebajas”.
- Vi familias enteras con niños, abuelos…, que aparcaban sus coches detrás del santuario y que, como no tendrían para pagar una pensión o un hotel, ponían una tienda de campaña o simplemente unos trapos para acotar un trozo de terreno y allí dormían y comían. Estas familias no iban a Torremolinos, o a Marbella, o a Cancún. Iban a ver a la Virgen, a estar con la Virgen.
- Oí como un cura español (que vive en Fátima y está encargado de los peregrinos de habla castellana en Fátima) decía en la Misa en español que la gente que llegaba a Fátima experimentaba paz y serenidad. También comentaba que los que vivían en Fátima, si marchaban por unos días, al regresar notaban que necesitaban de esa paz y de esa serenidad que allí había.
- Vi que había un lugar, en la explanada, que ponía “Confesioes”. Y yo me puse a confesar y la gente venía en oleadas. Gente que iba a Fátima sin ánimo de confesarse y aparecía allí y llevaba años sin confesarse y salía en paz.
- Por la noche había multitud de gente. A pesar de que estábamos en agosto, hacía frío. La gente estaba con mantas, y rezaba el rosario y sostenía una vela. Hubo gente que se quedó toda la noche en vigilia y en oración ante la Virgen.
- Pregunté por qué había tanta gente en aquel tiempo y me contestaron que los 13 de cada mes se reúne mucha gente en Fátima, pues el 13 de mayo de 1917 fue la primera aparición de la Virgen a los pastores. Ahora se cumplen los 90 años de las apariciones. Pregunté qué tenía de especial el 13 de agosto. Me contestaron que en esta fecha los 3 pastores (Jacinta, Francisco y Lucía) estaban en la cárcel. Algunos pensaban que mentían y que querían notoriedad al decir que se les aparecía una Señora. Para meterles miedo, los metieron en la cárcel. A Francisco le instaron a que dijese la verdad, o en caso contrario le matarían –le dijeron- como ya habían matado a Jacinta, pero los pastores se mantuvieron en su primera versión: en que se les había aparecido una Señora. Finalmente, tuvieron que soltarlos libres. Bien es verdad que, cuando metieron a Jacinta (la más pequeña de los tres) en la cárcel, ella lloraba mucho, pues nunca se había separado de su madre. Para darle más miedo la metieron en una celda con hombres, reos de algún delito. Jacinta lloraba. Uno de los encarcelados, movido a compasión, la cogió en brazos y le preguntó qué baile quería que hiciese para ella. Jacinta contestó que un fandango, y el preso bailó un fandango con Jacinta en sus brazos, y ésta se reía. De repente Jacinta se fijó en que en la celda había un crucifijo y quiso depositar sobre él su rosario y le preso la alzó en brazos para que lo hiciera. Luego ella empezó a rezar el rosario y todos los presos de aquella celda la siguieron en el rezo. La Virgen entró en la cárcel por una niña asustada y llorosa, y la Virgen ablandó el corazón de aquellos hombres endurecidos por la vida y por los delitos.
- Todo esto lo hizo y lo hace María. Ella eligió a 3 niños incultos y sin importancia a los ojos del mundo y de la sociedad. Si hoy quisiera aparecerse María a uno de nosotros, ¿a quién de nosotros elegiría? Pues a aquel que no tiene soberbia. Elegiría a aquel que no tiene orgullo, ni amor propio, ni rencor, ni doblez, sino un corazón noble y sensible.
Celebramos hoy en toda la Iglesia el nacimiento de María Virgen, y en Asturias celebramos a nuestra Patrona: la Santina de Covadonga. Fátima, Covadonga, Lourdes, Guadalupe, Pilar, Rocío… son distintos apellidos de una misma mujer, de la Virgen María. Ella quiere acercarse hoy y siempre a nosotros. Ella nos da su paz y alegría. Ella nos lleva a su Hijo, Jesucristo. Ella es la hija más amantísimo de Dios Padre. Ella es intercesora ante Dios de todas nuestras peticiones, dolores, soledades, anhelos y deseos.
En este día acerquémonos a ella con humildad, con confianza y con amor. Depositemos un beso en su mejilla y sintamos (en la fe) como ella nos abraza y pone nuestras cabezas en su corazón.

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (C)

2-9-2007 DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (C)
Ecl. 3, 19-21.30-31; Slm. 67; Hb. 12, 18-19.22-24a; Lc. 14, 1.7-14
Queridos hermanos:
Hace unos días muchos periódicos sacaban en sus páginas unos datos sobre la madre Teresa de Calcuta[1] muy llamativos. La Nueva España titulaba su noticia así: “La madre Teresa perdió la fe”. Después en el texto que acompaña el titular se matizaba esta afirmación. El ABC tenía otro títular: “La madre Teresa vivió una crisis espiritual durante cincuenta años”. Veamos algunas de las frases y datos que aportaban los medios de comunicación:
- La ausencia de Dios en la vida de la madre Teresa parece haber comenzado casi en el mismo momento en que empezó su labor ayudando a los desheredados de Calcuta en 1948 y, con la excepción de un breve periodo de cinco semanas en 1959, ese vacío estuvo siempre presente.
- La madre Teresa escribió: “mi sonrisa es una gran capa que esconde una multitud de penas”. Porque siempre sonreía, la gente pensaba que “mi fe, mi esperanza y mi amor me desbordan, y que mi intimidad con Dios y la unión con su voluntad llenan mi corazón. Si supieran...”, afirmaba la religiosa.
- En una carta remitida a un sacerdote amigo le escribía: “Jesús tiene un fuerte amor por ti. ¿Pero por mí? Los silencios son demasiado. Miro y no veo. Escucho y no oigo. Te pido que reces por mí. Ruégale que me eche una mano”. “Siento que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, y que El verdaderamente no existe”. En todos los escritos se percibe el gran dolor espiritual de la religiosa.
- Y es que la madre Teresa de Calcuta pasó la mayor parte de sus últimos cincuenta años de vida en medio de una profunda crisis espiritual que le llevó a dudar de la existencia de Dios. En una de sus cartas a su director espiritual decía en 1980: “El silencio y el vacío son tan grandes que miro pero no veo, escucho pero no oigo, la lengua se mueve (durante la oración) pero no habla”. Esas palabras llegaban después de otras bien diferentes: las que pronunció durante la ceremonia de recogida de entrega del premio Nobel de la Paz, la madre Teresa había dicho que “Cristo está en nuestros corazones, en los pobres a los que encontramos, en la sonrisa que ofrecemos y en la que recibimos”.
¿Qué pensamos de todo esto? ¿Cuál es nuestra opinión? ¿Mintió la madre Teresa cuando decía en la entrega del premio Nobel de la Paz que Cristo estaba en nuestros corazones, y a la vez a sus amigos íntimos y confesores les decía que no veía a Dios, que no escuchaba a Dios, que no existía Dios?
Ante todo se ha de decir que el sufrimiento espiritual de la madre Teresa de Calcuta fue tremendo; su oscuridad en el alma y en el corazón debió de ser terrible; seguramente pensaría que podía estar engañando a las chicas que querían entrar en su congregación religiosa para seguir su camino; seguramente pensaría que podía ser una hipócrita por engañar a tanta gente en el mundo que le daba su dinero, su admiración, su cariño y su confianza, porque la creían cerca de Dios y ella se sentía tan lejos de El, pues en momentos llegó a dudar de su existencia.
Pero repito las preguntas de arriba: ¿Mentía la madre Teresa cuando hablaba y escribía tantas maravillas de Dios[2] y en su interior vivía otra cosa muy distinta? ¿Llegó a perder la fe realmente la madre Teresa?
Quien no entienda ni sepa de cosas del espíritu contestará afirmativamente a estas preguntas y se escandalizará de los escritos y de las vivencias íntimas de la madre Teresa. Pero quien sepa algo de la vida de fe y quien conozca un poco de la vida de los santos verá que, lo que le pasó a la madre Teresa, era algo completamente normal y habitual en el camino de santidad y en el camino de cada cristiano:
- Quién no recuerda las palabras de Jesús en la cruz, cuando dijo a voz en grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Jesús experimentó el silencio de Dios, la ausencia de Dios y todo ello en medio de un sufrimiento atroz. Dios no estaba cuando más lo necesitaba. Pero, ¿recordáis las últimas palabras de Jesús en la cruz antes de morir? “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y es que la prueba, el silencio y el aparente abandono de Dios no hace que Jesús o una persona de fe auténtica reniegue de Dios, sino que hace que uno viva desde la pura fe, oscura y cierta, y se entregue con confianza absoluta en sus manos.
- Hay unas palabras de Sta. Teresita del Niño Jesús que a mí siempre me dieron mucha luz. Ella entró en el convento de la Carmelitas Descalzas cuando tenía unos 16 años y murió hacia los 24 años de tuberculosis. Su vida siempre fue de muchas pruebas exteriores e interiores. Poco antes de morir escribía ella: “Al entrar en el convento entre Tú y yo había un velo. Ahora hay un muro…, pero sé que detrás del muro estás Tú”. Teresita casi “tocaba” a Dios al entrar en el convento. Su corazón y su alma estaban henchidos de gozo. Mas al entrar todo se volvió oscuridad y tuvo que aprender a descubrir la presencia de Dios, no a través de los sentidos o de la razón, sino de la pura fe. Ella ya no veía a Dios, ya no escuchaba a Dios, ya no sentía a Dios, pero sabía que Dios estaba.
- Quien conoce un poco de la vida de S. Francisco de Asís sabe que los últimos años de su vida los pasó en medio de la oscuridad del alma. Cuando sentía a Dios, todo lo podía. Cuando El le faltaba, no era nada.
- Esto mismo lo experimentaba Sta. Teresa de Jesús; por eso llegó a escribir aquello de “si tienes a Dios, ¿qué te falta? Si te falta Dios, ¿qué tienes?” Ella llegó a confiar tanto, tanto en Dios, que escribió aquella poesía preciosa y terrible a la vez, que muy pocos estarían (estaríamos) dispuestos a firmar:
“¿Qué mandáis hacer de mí?/
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida,
flaqueza o fuerza a mi vida,
que a todo diré que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?/
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida, dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?/
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad;
si, abundancia y devoción,
y, si no, esterilidad;
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?/
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar,
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando. Amén”
- S. Ignacio de Loyola, uno de los mejores maestros de espíritus de la Iglesia, nos define qué es y cómo es sentirse cerca de Dios y poseído por El. Y qué es y cómo es sentirse alejado de Dios. Lo primero lo llama consolación y lo segundo desolación: “Llamo consolación espiritual cuando en el alma se produce alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador; y asimismo, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando derrama lágrimas que mueven a amor de su Señor, sea por el dolor de sus pecados o por la pasión de Cristo, o por otras cosas directamente ordenadas a su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud del alma, aquietándola y pacificándola en su Creador.” “Llamo desolación todo el contrario, así como oscuridad del alma, turbación en ella, inclinación hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador.”
- S. Juan de la Cruz llamaba a todo este proceso “noche oscura”: noche oscura de los sentidos y noche oscura del espíritu.
Por eso, para caminar en la vida de fe es necesaria la ayuda de un director espiritual. El te orienta, te guía, te da seguridad, paciencia y hace que te abandones en las manos de Dios. El fin de todo este proceso, de lo que le pasó a la madre Teresa, a todos los santos y a todos los que quieran seguir el camino de Dios es la purificación, es decir, el desprendernos de todo lo que no es Dios para que quede únicamente nuestro ser más íntimo, desnudo y solo, para El.
[1] Hemos de recordar que la madre Teresa, la monja albanesa cuya dedicación a los pobres de Calcuta la convirtió en símbolo de la caridad, fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en 2003.

[2] ¿No habéis leído libros de la madre Teresa con palabras que nos reconfortan y ayudan en nuestra fe?

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (C)

EN EL MES DE AGOSTO NO PONDRE HOMILIAS EN EL BLOG, PUES ESTARE DE VACACIONES Y NO ME SERÁ FACIL ACCEDER A UN ORDENADOR CON INTERNET. SI TARDO UN POCO EN SUBIR LOS COMENTARIOS QUE SE HAGAN A ESTA HOMILIA, TENER, POR FAVOR, UN POCO DE PACIENCIA. ¡QUE DIOS OS BENDIGA, BUEN DESCANSO Y HASTA SEPTIEMBRE!
29-7-2007 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (C)
Gn. 18, 20-32; Slm. 137; Col. 2, 12-14; Lc. 11, 1-13
Queridos hermanos:
- Hay gente que se asusta con frecuencia de lo que trae el Antiguo Testamento y no quiere leerlo, porque no lo entiende y porque transmite una imagen de un Dios terrible y vengador. Un ejemplo típico de esto se da en la primera lectura que acabamos de escuchar: Se ve a un hombre (Abraham) suplicando a Dios para que no destruya a Sodoma y Gomorra: “Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: ‘¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable […] El Señor contestó: - ‘Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.’ Abrahán respondió: - ‘Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?’” Y Abraham va bajando la cifra de posibles justos, como regateando a Dios para intentar arrancarle una sentencia de perdón. En este texto aparece un hombre más misericordioso que Dios mismo.
Por esto, no es extraño que con frecuencia en nuestra sociedad se tenga una imagen de Dios falsa. Veamos un ejemplo: hace unos meses he recibido una carta de una antigua alumna mía y me mandaba una “oración” del “Padre nuestro”, que había compuesto su hijo de 14 años, y me preguntaba mi opinión. Os leo lo que escribió el chico: “Padre nuestro, de todos nosotros, de los pobres, de los sin techo, de los marginados y de los desprotegidos, de los desheredados y de los dueños de la miseria, de los que te siguen y de lo que en ti ya no creemos. Baja de los cielos, pues aquí está el infierno. Baja de tu trono, pues aquí hay guerras, hambre, injusticias. No hace falta que seas uno y trino, con uno solo que tenga ganas de ayudar, nos bastaría. ¿Cuál es tu reino? ¿El Vaticano? ¿La banca? ¿La alta política? Nuestro reino es Nigeria, Etiopía, Colombia, Hiroshima. El pan nuestro de cada día son las violaciones, la violencia de género, la pederastia, las dictaduras, el cambio climático. En la tentación caigo a diario, no hay mañana en la que no esté tentado de crear a un Dios humilde, a un Dios justo. Un Dios que esté en la tierra, en los valles, los ríos, un Dios que viva en la lluvia, que viaje a través del viento y acaricie nuestro Alma. Un Dios de los tristes, de los homosexuales. Un Dios más humano… Un Dios que no castigue, que enseñe. Un Dios que no amenace, que proteja. Que, si me caigo, me levante, que si me pierdo, me tienda su mano. Un Dios que si yerro, no me culpe y que, si dudo, me entienda. Pues para eso me dotó de inteligencia, para dudar de todo. Padre nuestro, de todos nosotros. ¿Por qué nos has olvidado? Padre nuestro, ciego, sordo y desocupado, ¿por qué nos has abandonado?”
- Pasemos ahora al evangelio, en donde ya se nos presenta una imagen de Dios muy distinta. Jesús, que es el Hijo de Dios y que conoce al Padre por experiencia propia y no de oídas, nos da la verdadera descripción de Dios: “¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0 si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” Por lo tanto, la auténtica medida del amor, de la misericordia, de la comprensión, del perdón… para Jesús no es el hombre, sino que es Dios mismo, su Padre. Jesús no dice otra cosa que lo que ha aprendido de su Padre; no hace otra cosa -al curar a los hombres y al consolarlos- que poner por obra lo que ha visto hacer a su Padre. Con esta confianza, Jesús se dirige a los discípulos y a todos los hombres, y les habla de su propia experiencia en el trato con Dios Padre y exclama: “Así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.”
Hace un año me hablaron de un hombre angustiado, porque su hija de unos 20 años era un auténtico desastre: bebía, no estudiaba, contestaba mal en casa… Sus padres estaban inmersos en el ámbito educacional y conocían técnicas para tratar casos difíciles, pero, todo lo que valía para decir a los padres de los otros, fallaban en aquella hija. El padre de esta chica estaba muy perdido y habló con un sacerdote exponiéndole toda esta situación. Este sacerdote le escuchó, le dio algunas palabras de ánimo y, al despedirse, le dijo: ‘Yo voy a rezar a Dios por tu hija’. Esto era en el mes de agosto. En octubre la chica, sin más ni más, dejó de beber, se matriculó en la universidad y cambió su comportamiento en la casa. El padre dice que ha sido algo milagroso y, una y otra vez, le vienen a su mente y a su corazón las palabras de aquel cura: ‘Yo voy a rezar a Dios por tu hija’.
¿Creo yo en Dios de tal manera que me dirijo a El con total confianza? ¿Mi oración a Dios es confiada y me abandono totalmente a su cariño y a su amor por mí? Os recuerdo una vez más las palabras de Jesús: “Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” El Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, ha experimentado a este Dios providente, al Dios de Jesús. Por eso exclamó aquello de “Dios es Padre, pero sobre todo es Madre”; tanta era la ternura que veía en El.
- Sin embargo, ante las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”, alguien puede decir que él reza a Dios, que le pide a Dios, pero que Dios no le concede siempre lo que se le pide. Esto es real. Recuerdo que en la década de los 60, cuando llegaron en África al poder varios regímenes comunistas, un jefe comunista entró en una escuela católica rodeado de soldados y en medio de todos los niños les preguntó si creían en Dios. Todos dijeron que sí. Entonces este jefe les dijo a los niños que pidieran caramelos a Dios. Los niños los pidieron, pero… los caramelos no bajaron del cielo. Luego el jefe les dijo que le pidieran caramelos a él y él les dio caramelos. Concluyó este jefe su presencia diciendo que Dios no existía, porque no atendía a la gente cuando se le pedía cosas, y que en él sí que tenían que creer, porque él sí que está presente, a él sí que lo veían, y él sí que daba caramelos.
Por lo tanto, ¿qué decir cuando Dios no nos concede lo que le pedimos? A esto hemos de responder con unos textos de Jesús: * en la versión del “Padre nuestro” de S. Mateo (la de hoy es la del evangelio de S. Lucas) se dice: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt. 6, 10). Es decir, no que yo haga la voluntad de Dios o que Dios haga mi voluntad, sino que se cumpla la voluntad de Dios. * Cuando Jesús ora en Getsemaní pide al Padre que pase de él aquel sufrimiento, aunque a continuación añade: “pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt. 26, 39b.42b). Es decir, que se cumpla la voluntad de Dios y no la de Jesús. * Y en el evangelio de hoy Jesús dice: “¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”, es decir, el Padre no da coches deportivos, casas, vacaciones, puestos de trabajo…, sino que El da lo que es verdaderamente importante para nosotros y nos sirve para siempre y no sólo para un momento de nuestra vida: Dios Padre nos da ESPIRITU SANTO.
De este modo aprende el cristiano, como aprendió Jesús y todos los santos, que la vida de fe y la petición en la oración consiste en que caminemos nosotros hacia la voluntad de Dios y no que El camine hacia nuestra voluntad y hacia nuestros gustos.

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (C)

22-7-2007 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (C)
Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42
Queridos hermanos:
- En esta semana un sacerdote, creo que de la diócesis de Córdoba, fue asesinado en su cama y en su casa. Parece ser que el asesino fue un inmigrante al que había dado cobijo y trabajo. Este sacerdote solía hospedar a gente necesitada e igualmente le daba trabajo. De esta práctica habitual suya se derivó su muerte, una muerte violenta. Cuando uno ve estos hechos, desde el Señor, debe preguntarse a quién se parece más uno: ¿al sacerdote asesinado o al asesino? No puedo sin más condenar o juzgar a las otras personas. No puedo juzgar al sacerdote por ser un ingenuo y un inconsciente. No puedo juzgar al asesino por ser un desagradecido y un desgraciado. ¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria: al sacerdote o al asesino?
En el salmo 14 se dice en la respuesta: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” Y la respuesta es la siguiente: “El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que […] honra a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente.“ Pues bien, nosotros, con frecuencia, estamos hospedados en la tienda del Señor y somos como ese asesino del sacerdote. Nosotros también respondemos con mal a la mano que nos da de comer (a Dios y sus hijos, nuestros prójimos), a la mano que nos cobija (a Dios y a sus hijos, nuestros prójimos), a la mano que nos da cariño (a Dios y a sus hijos, nuestros prójimos).
- Según nos cuenta el evangelio, Jesús estaba constantemente ocupado y de acá para allá. Siempre hablando y enseñando a la gente. Siempre curando y caminando de una aldea a otra, de un pueblo a otro. No podía sacar tiempo ni para estar a solas. Solía apartarse un poco por la noche para estar con Dios a solas. Asimismo ¡cuántas veces quiso estar con los apóstoles únicamente, pero no podía! Jesús necesitaba, como todos los hombres, su espacio de silencio, de soledad, de estar en paz, de “quitarse los zapatos y andar las zapatillas”! Y lo mismo que nosotros tenemos nuestros rincones preferidos, nuestros amigos… también Jesús lo tenía y se llamaba Betania. Era un pequeño pueblo cercano a Jerusalén, en donde habitaban sus amigos Lázaro, Marta y María; hermanos entre sí. El evangelio de hoy nos narra un episodio ocurrido en Betania, en casa de los tres hermanos: Llega Jesús y con él sus discípulos. Las amas de casa ya sabéis lo que come un hombre de más en el hogar. ¡Pues imaginaros 12 hombres y Jesús: en total 13 varones! En aquel tiempo no había agua en la casa, no había neveras ni supermercados con comida rápida. Para cualquier mujer toda esta situación hubiera supuesto un verdadero quebradero de cabeza. Lo sería hoy día con todos los medios modernos con los que cuentan las casas, ¡cuánto más en tiempos de Jesús! Por eso, nos cuenta el evangelio que Marta se multiplicaba para atender a todo y a todos, y al ver a su hermana María que no hacía nada, que no ayudaba en nada, y que estaba sentada a los pies de Jesús escuchándolo, fue cuando Marta se paró y le dijo a Jesús aquello de: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.” Marta tenía toda la razón, pero el Señor con su respuesta parece que se la quita. En efecto, Jesús le dice: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.” Podía Marta haber contestado que entonces ella también pararía de trabajar y de preparar comidas y lechos para dormir, que ella también se sentaría a los pies de Jesús a escuchar y a no hacer nada. Y, cuando llegase la hora de comer, que cada cual se arreglase por sí mismo.
Hay personas (sobre todo mujeres) que me han comentado lo mal que les parece esta respuesta de Jesús… por injusta y porque se ve que Jesús es un hombre y que no pisa los pies en el suelo. Sin embargo, yo entiendo que Jesús no contesta a Marta para aquel momento concreto, sino que más bien le dice algo a Marta que llega a lo más profundo de su corazón y de su alma. En efecto, Jesús ve que Marta es una persona ajetreada, pero no sólo en ese momento, sino en todos los momentos de su vida. Es una persona toda actividad y poca reflexión, toda impaciente y con poca paz, todo ruido y con poco silencio, todo el ‘aquí y ahora’ y no ver las cosas un poco más allá. (El jueves me contaba una persona que pasó unos días de julio en Orense y que se dio cuenta de lo mucho que gritaba y hablaba alto la gente por allá. Antes esta persona hacía igual, pero, desde que conoció al Señor más de cerca, habla más suave y más pausadamente y su corazón no está tan agitado).
Ante este texto y esta explicación, ahora os pregunto yo: ¿Nosotros nos parecemos en nuestra vida ordinaria más a Marta (inquietos, nerviosos, con falta de paz, ruidosos, volubles…) o a María (con más serenidad, con más paciencia y más paz, estables, con equilibrio en nuestra personalidad…)? Cuanto más estamos con el Señor, El nos da los dones de María y nos va quitando los nerviosismos de Marta.
- El texto de la segunda lectura es muy denso. Voy a destacar dos frases: 1) “Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.” La fe de S. Pablo es cristocéntrica. El no cree simplemente en Dios, sino en el Dios de Jesucristo. En sus predicaciones habla sólo de Cristo y de aquello que conduzca a Cristo. Es un enamorado de Cristo. Recuerdo que, hace años, un chico entró en el Seminario de Oviedo y con los jóvenes de la parroquia en donde realizaba su labor hablaba de Jesús una y otra vez. Un día le dijeron: ‘Basta ya. No sabes más que hablar de Jesús. ¿No tienes otro tema de conversación?’ De momento el seminarista se quedó parado, pero enseguida respondió: ‘Un novio habla de su amor, de su novia. Yo hablo de mi amor, de Cristo’. Y siguió con su monotema. A mí me tiene dicho gente que le trataba, que este seminarista arrastraba a los que tenía a su alrededor, pues hablaba desde el corazón y no desde lo que había aprendido en los libros.
S. Pablo hablaba de Cristo a todas horas y su afán era que todos los que lo escucharan creyeran en El, y madurasen en la vida de fe. ¿Noto cómo madura de mi vida de fe con el paso de los años o sigo igual que hace tiempo?
2) La segunda frase que destaco es ésta: “Me alegro de sufrir por vosotros; así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.” S. Pablo tenía dos amores: Cristo y la Iglesia. Para él el sufrimiento era tomar parte de los dolores de Cristo Jesús, compartía sus sinsabores y fracasos. Pero S. Pablo sufría, como Cristo, por la Iglesia, por los cristianos, por los hombres, por todos los hombres y por cada hombre en particular. Hay gente a la que le hablan mal de la Iglesia y es como si le clavaran una puñalada. Hay gente que ve un pecado en la Iglesia y es como si le clavaran una puñalada. Sufrir con Cristo y sufrir por la Iglesia es un don de Dios, que no todo el mundo tiene, sino sólo aquellos a los que Dios se lo ha concedido y han trabajado por ello en su vida espiritual. ¿Tengo yo estos dones? ¿Son Cristo y la Iglesia mis grandes amores como lo eran para S. Pablo?

Domingo XV del Tiempo Ordinario (C)

15-7-2007 DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (C)
Dt. 30, 10-14; Slm. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37
Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy se dice: “En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: - ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Él le dijo: - ‘¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?’ Él contestó: - ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.’ Él le dijo: - ‘Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.’”
Cuando empecé a preparar la homilía de hoy, enseguida me vino a la mente la primera encíclica del Papa Benedicto XVI: “Dios es amor”. Es una encíclica preciosa, que, si no habéis leído, yo os lo aconsejo vivamente. Tiene una lectura fácil y es muy provechosa. Al menos, a mí me gustado mucho. Por eso, si me lo permitís, os trascribiré algunos pasajes:
- “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial” (n. 20). Como bien nos dice el Papa en este texto y nos dice Jesús en el evangelio de hoy, no puede separarse el amor a Dios y amor al prójimo, al hombre concreto. Y esta tarea (la de amar a Dios y al prójimo) es de cada fiel y de toda la Iglesia, bien sea la universal, la de una diócesis o la de una parroquia. Cuando uno de nosotros hace un acto de caridad o de amor (es lo mismo), es la misma Iglesia quien lo hace. Y la Iglesia ama y actúa en caridad a través de sus hijos, de hijos concretos, con nombres y apellidos. Por eso, no se puede decir que la M. Teresa de Calcuta es una santa y, por el contrario, la Iglesia es “una tal y una cual”, porque el actuar de la M. Teresa de Calcuta es el actuar concreto de la Iglesia. Lo mismo se ha de decir de cada sacerdote, de cada obispo, de cada fiel…
- Este amor concreto comenzó ya en la primitiva Iglesia, cuando los cristianos compartían sus bienes para que nadie pasara necesidad alguna. La ‘comunión entre los fieles’ se transforma en ‘comunicación de bienes’, que “consiste precisamente en que los creyentes tienen todo en común y en que, entre ellos, ya no hay diferencia entre ricos y pobres (cf. también Hch 4, 32-37)” (n. 20). “Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra (n. 22). “Esta función se manifiesta vigorosamente en la figura del diácono Lorenzo († 258) […] A él, como responsable de la asistencia a los pobres de Roma, tras ser apresados sus compañeros y el Papa, se le concedió un cierto tiempo para recoger los tesoros de la Iglesia y entregarlos a las autoridades. Lorenzo distribuyó el dinero disponible a los pobres y luego presentó a éstos a las autoridades como el verdadero tesoro de la Iglesia” (n. 23)[1].
- “Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la limosna— serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores” (n. 26). El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo […] Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive ‘sólo de pan’ (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3), una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano” (n. 28).
- “La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia 1) la ideología (curas guerrilleros) que pretende realizar ahora lo que, según parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la solución universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en 2) una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada (derrotismo). En esta situación, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre. La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción […] La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello” (n. 36). “La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas. Una actitud auténticamente religiosa evita que el hombre se erija en juez de Dios, acusándolo de permitir la miseria sin sentir compasión por sus criaturas. Pero quien pretende luchar contra Dios apoyándose en el interés del hombre, ¿con quién podrá contar cuando la acción humana se declare impotente? […] En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en la ‘bondad de Dios y su amor al hombre’ (Tt 3, 4). Aunque estén inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros” (nn. 37-38).
[1] “Una alusión a la figura del emperador Juliano el Apóstata († 363) puede ilustrar una vez más lo esencial que era para la Iglesia de los primeros siglos la caridad ejercida y organizada. A los seis años, Juliano asistió al asesinato de su padre, de su hermano y de otros parientes a manos de los guardias del palacio imperial; él imputó esta brutalidad —con razón o sin ella— al emperador Constancio, que se tenía por un gran cristiano. Por eso, para él la fe cristiana quedó desacreditada definitivamente. Una vez emperador, decidió restaurar el paganismo, la antigua religión romana, pero también reformarlo, de manera que fuera realmente la fuerza impulsora del imperio. En esta perspectiva, se inspiró ampliamente en el cristianismo [...] Los sacerdotes debían promover el amor a Dios y al prójimo. Escribía en una de sus cartas que el único aspecto que le impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa de la Iglesia. Así pues, un punto determinante para su nuevo paganismo fue dotar a la nueva religión de un sistema paralelo al de la caridad de la Iglesia. Los «Galileos» —así los llamaba— habían logrado con ello su popularidad. Se les debía emular y superar. De este modo, el emperador confirmaba, pues, cómo la caridad era una característica determinante de la comunidad cristiana, de la Iglesia” (n. 24).