Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

10-10-2010 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)

2 Re. 5, 14-17; Slm. 97; 2 Tim. 2, 8-13; Lc. 17, 11-19



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

1) Existe un texto del evangelio de San Juan que dice así: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio” (Jn 14, 1-2). Si en la casa de Dios Padre hay muchas estancias, eso significa que cada estancia tiene una puerta, por lo menos, y, como hay muchas estancias, también hay muchas puertas. Y, si existen muchas puertas, es que igualmente existen muchas maneras de entrar en la casa de Dios.

A medida que transcurre nuestra vida, pasamos ante distintas puertas de la casa de Dios. Conozco a personas que han entrado por una puerta a la casa de Dios a una edad muy temprana; otros también, pero luego se salieron y retornaron muchos años más tarde. Unos entraron en unas circunstancias y otros en otras. Unos entraron por una puerta y otros por otra, pero todos, de un modo u otro, en un momento u otro, han entrado en la casa de Dios y están en una de sus muchas estancias.

No perdamos esto que acabo de decir de vista, pues luego tendremos que volver sobre ello a fin de averiguar si cada uno de nosotros ha entrado ya en la casa de Dios o está entrando, y por qué puerta ha entrado o está entrando.

2) Una de las puertas para entrar en la casa de Dios es la de la enfermedad y la del sufrimiento. En la primera lectura de hoy y en el evangelio se nos presentan los casos de los leprosos. Ya alguna vez he hablado aquí de esta terrible enfermedad y lo que suponía en tiempos de Jesús contraer la lepra.

* En la primera lectura se nos habla de Naamán, un general sirio enfermo de lepra. Había oído decir que en Israel existía un profeta que curaba en el nombre de Dios todo tipo de enfermedades. Para allá fue Naamán con una carta de recomendación de su rey para el rey de Israel. Naamán fue cargado de oro y de riquezas para pagar el “trabajo” del profeta. Eliseo, el profeta, le dijo desde la puerta de su casa, sin verlo ni recibirlo ni hacer los honores a un general del reino más poderoso de aquella zona y de aquella época, que se fuera a lavar a un río de allá cerca. Naamán se enfadó muchísimo y se quiso marchar para su país por donde había venido. Pero sus sirvientes le convencieron para que obedeciese al profeta. Finalmente cedió “y se bañó siete veces en el (río) Jordán […] y su carne quedó limpia de lepra, como la de un niño”. En aquel momento Naamán regresó a casa de Eliseo y le dijo: “Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel […] En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor”.

Para Naamán la puerta de entrada a una de las estancias a la casa de Dios fue su lepra, su enfermedad. Seguramente Dios le había invitado muchas veces, a lo largo de su vida, a entrar en su casa, pero la soberbia que tenía Naamán en su corazón le impidió reconocer la puerta de la casa de Dios y la llamada de éste, y atravesar dicha entrada. Cuando estuvo enfermo de lepra, Naamán seguía lleno de soberbia; hasta que no se desprendió de esa soberbia no pudo reconocer esa puerta de Dios y entrar a través de ella. Naamán tuvo que ser purificado por Dios y por la enfermedad de su soberbia y de sus seguridades para poder entrar en la casa de Dios.

* En el evangelio se nos narra el caso de diez leprosos. Cada uno de estos tendría su historia personal. Nada de esto nos es dicho por el evangelio. Seguramente tendrían su profesión, su familia, sus amistades…, pero todo esto quedó en nada al aparecer la lepra en sus cuerpos. En cada uno de ellos hubo un proceso de deterioro físico y psicológico. Seguro que hubo momentos de maldecir y blasfemar contra Dios, hasta que los diez ya agotados y derrotados, hundidos bajo su miseria y bajo su enfermedad, que les acercaba a la muerte de día en día y con gran rapidez, clamaron a Dios a través de su Hijo: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.

Con esta súplica y con la consiguiente curación de Jesús, los diez entraron un poco en la casa de Dios, pero nueve se quedaron en la estancia más cercana a la salida. Se conformaron con una curación física y… hasta la próxima vez. Mas hubo uno que quiso entrar más profundamente en la casa de Dios, en otra estancia; quiso atravesar otra puerta. Por eso, éste regresó a dar gracias y se echaba a los pies de Jesús con humildad. Por eso, Jesús certifica que está curado de la lepra, pero que su fe, su ansia de un Dios más pleno y verdadero le ha salvado. Y este hombre entró en otra estancia de la casa de Dios.

3) Y ahora sí; ahora es momento de ver nuestra propia historia personal y recordar las veces que Dios nos ha salido al encuentro, nos ha invitado a entrar en su casa. Hemos de examinarnos si hemos entrado, cuándo hemos entrado y cómo hemos entrado. O si todavía estamos, más o menos, cercanos a la puerta y con ganas o no de entrar.

Hemos de darnos cuenta que todos nosotros evolucionamos. La vida y las circunstancias nos hacen cambiar: + Un libro que ahora no lo soportamos, más adelante nos parece de lo mejor. + Una persona que nos parece aburrida o indiferente, al cabo de unos años la encontramos de lo más interesante y pasa a ser uno de nuestros mejores amigos. + Unas palabras que hace años nos resbalaron, hoy nos hacen un gran bien o nos hacen cambiar nuestra vida. + Una religión y un Dios enemigo o que no nos decían nada, hoy son el centro de nuestra vida y lo que nos hace vivir. (Todo esto que os digo no son meras suposiciones, sino realidades que yo he ido encontrando a lo largo de mi vida, en mi mismo o en otras personas).

Dios sabe todo esto y sabe que necesitamos un tiempo para madurar, para crecer, para ver las cosas al modo de Dios. El otro día me decía una persona que hace unos años estaba resentida contra sus padres, contra la vida por el daño que le habían hecho. Hoy, sin embargo, gracias a la acción de Dios en su espíritu está en paz con sus padres, con tantas personas que se han cruzado en su camino y sabe que todo eso era necesario para su crecimiento espiritual y para su acercamiento a Dios.

* ¿Qué hubiera sido de Naamán si no hubiera tenido la lepra, si no le hubieran hablado de un profeta israelita que curaba las enfermedades, si no hubiera hecho caso a sus sirvientes y obedecido al profeta, si no hubiera entrado en la humildad? Pues que seguramente no hubiera entrado por la puerta a la casa de Dios, a una de sus estancias.

* ¿Qué hubiera sido de los diez leprosos si la enfermedad no les hubiera transformado hasta suplicar la curación del único que podía dársela: Jesús?

* ¿Qué sería de nosotros si Dios no nos hubiera ido transformando (y lo que nos queda) hasta reconocerlo y querer entrar a su casa por la puerta que ponía a nuestro lado?

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (C)

3-10-2010 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)

Hab. 1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10

ORACION (y IV)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Aunque habría aún muchas más cosas que explicar sobre la oración, sin embargo, con la homilía de hoy voy a cerrar el ciclo relativo a este tema.

Ya estamos haciendo oración. Porque al principio la hacemos para después empezar a percibir que recibimos la oración. Y ahora, ¿qué pasa? No tenemos que ser ilusos. Como os decía hace tiempo, al empezar a orar lo más normal es que no percibamos nada: Sta. Teresa de Jesús estuvo en torno a 20 años aburriéndose en la oración y contando baldosas y verjas, mientras estaba “oficialmente” en oración; tenía que ayudarse de un libro para concentrarse, para no aburrirse, para no marchar de allí inmediatamente. Yo estuve durante 3 años haciendo más o menos 5 minutos diarios (y no todos los días) sin percibir nada. Estos 3 años los pasé con lectura, con sacrificios, con insistencia y luchando por no pecar y por hacer el bien. Sólo recuerdo el caso de una mujer italiana que no tenía oración de meditación, vino a hablar conmigo y le dije cómo tenía que hacerlo y le “funcionó” en ese mismo momento (es decir, sintió al Señor instantáneamente). Si sorprendida se quedó ella, más sorprendido estaba yo, pues esto no es lo habitual. En efecto, en la oración encontramos aburrimiento, inapetencia, dudas, ganas de dejarlo, sensación de estar perdiendo el tiempo, tentaciones; nos sentimos mal, porque somos capaces de dedicar 1 hora ó 2 horas a la tele y no somos capaces de dedicar 2 minutos a Dios. En estos primeros momentos de inicio del camino de una oración meditada nos suceden algunas de las cosas que S. Ignacio de Loyola describía al hablar de la desolación en sus famosos apuntes sobre los ejercicios espirituales. Decía él que la desolación era “como oscuridad del alma, turbación en ella, inclinación hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador”. La desolación se presenta siempre en la vida de un cristiano, en oración y fuera de ella, y ¡ay del que no pasa por ella! La desolación fue experimentada por Cristo y por todos los santos y los cristianos de todos los tiempos. Es necesaria esta desolación a fin de que seamos purificados. Dios, en su maravillosa pedagogía, nos va llevando a Él y con Él a través de oscuridades y luces, de soledades y compañías, de tentaciones permitidas y de presencias que nos rescatan de esas sensaciones, de pecados y de perdón… La purificación de Dios nos quita los pecados, las imperfecciones, las seguridades en las cosas que no son Dios. La purificación nos vacía de nosotros mismos para que ese vacío sea llenado únicamente por Él. “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Pero en la oración también percibimos paz, alegría, aumento de fe; en definitiva, la consolación. Decía S. Ignacio de Loyola en sus apuntes sobre los ejercicios espiritualeshaciendo oracinta para la oraci pr padre, y vete a la tierra que yo te indicar: “Llamo consolación espiritual cuando en el alma se produce alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador; y asimismo, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo, cuando derrama lágrimas que mueven a amor de su Señor, sea por el dolor de sus pecados o por la pasión de Cristo, o por otras cosas directamente ordenadas a su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud del alma, aquietándola y pacificándola en su Creador.” Estar consolados es percibir claramente en nuestro espíritu cómo se cumple en nosotros las palabras del profeta Oseas: “Esto dice el Señor: Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón […] Me casaré contigo en matrimonio perpetuo […], y te penetrarás del Señor” (Os. 2, 16.21.22b).

Llegados a este punto, creo que ya nos hemos dado cuenta todos que para caminar en la oración, para entender el estado en que uno se encuentra y lo que ha de hacer en cada caso, es totalmente necesario conseguir un maestro de oración, alguien que nos oriente, nos anime y al que podamos ir a contar cada mes, más o menos, cómo nos va, es decir, para hacer un discernimiento de lo que nos pasa en la oración y en la vida de fe y por qué nos pasa. Para más encarecer la necesidad de un maestro de oración utilizaré las mismas palabras de S. Juan de la Cruz: “- El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los caminantes se la cogerán y no llega­rá a madurar. - El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encen­dido que está solo; antes se irá enfriando que encen­diendo. - El que a solas cae, a solas está caído y tiene en poco su alma, pues de sí solo la fía.”

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (C)

26-9-2010 DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (C)

Am. 6, 1a.4-7; Slm. 145; 1 Tim. 6, 11-16; Lc. 16, 19-31

ORACION (III)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Hoy quiero detenerme en una serie de cosas muy prácticas que también se han de tener en cuenta para la oración. Vamos allá:

* Lugar. No vale cualquier sitio. Se ha de buscar un lugar sin ruido, con luz tenue, que invite al recogimiento. Podemos tener ante nosotros alguna imagen que no nos distraiga y a la vez nos ayude en la oración. El mejor lugar es delante de un sagrario, pero, si esto no es posible, entonces buscaremos una habitación o sala tranquila. Si es posible, siempre en el mismo lugar para que las cosas nuevas no nos distraigan. Y si la hacemos en una iglesia, siempre ocupando el mismo lugar para habituar nuestra vista a ver las mismas cosas y que se fije sólo en Dios.

Tiempo. Es conveniente hacer la oración siempre a la misma hora, pues de otro modo lo más normal es que, un día por otro, nos vaya quedando. A algunos les viene mejor por la noche y a otros por la mañana para concentrarse mejor. Si es posible, no hacer la oración cuando inmediatamente después vamos a hacer otra cosa o a salir de casa, pues nos distraerá de lo que hemos de realizar a continuación. Además, mejor es proponerse hacer 5’, que proponerse hacer media hora y hacer 15’. Empezar por poco.

Postura. Ni tan cómoda que nos durmamos, ni tan incómoda que no nos deje concentrarnos. Preferentemente sentados en una silla (no en la cama, ni en sillón) con la espalda recta y pegados al respaldo. Se pueden poner las manos sobre las rodillas, en actitud de súplica o de intercesión. También puede ser de rodillas o de pie.

* Entre las muchas divisiones que puede hacerse de la oración, podemos decir que hay tres tipos de oración: de petición, de agradecimiento y de alabanza. En las dos primeras entra el “yo”, “para mí”, “conmigo”. Petición: “YO te pido que cures a MI abuela; que YO apruebe las oposiciones; que YO entienda la fe, que YO”. Agradecimiento: “YO te doy gracias porque ME diste esto o lo otro, o porque diste a MI familia esto o lo otro”. Sin embargo, en la oración de alabanza sólo entra el Señor y nada más que Él. Fijaros en la oración del Santo de la Misa, en el que no entra para nada ni el YO, ni el MI, ni el MIO: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.” Sólo está Dios, sólo importa Él. La oración de alabanza es el culmen y la cima de la oración. Por tanto, os insto a practicarla, pero sobre todo os exhorto a que la pidáis al Señor para que os la regale.

* Y ahora, para terminar esta homilía, voy a daros unas normas prácticas para hacer-recibir una oración cristiana.

1) Hacemos una invocación al Espíritu Santo, porque es Él quien ora, no noso­tros. A veces esta invocación dura unos minutos, y otras toda la oración. Nos ponemos ante Dios Padre, ante Dios Hijo, ante Dios Espíritu Santo o ante la Virgen María, con los que dialogamos (o ellos con nosotros). Aprovechamos este tiempo para silenciar nuestro ser de los ruidos que traemos de fuera.

2) Se ora sobre una oración escrita, sobre un salmo, sobre los evangelios, sobre un acontecimiento de mi vida, sobre unas palabras, etc. Por ejemplo, podemos orar sobre la oración en Getsemaní. Leemos el texto, lo recreamos de nuevo en nuestra mente despacio como si nosotros estuviéramos allí con Jesús. Sentimos su soledad de los apóstoles y de Dios, su miedo, su oscuridad, su incertidumbre, su fracaso. Luego recordamos situaciones parecidas nuestras de gran sufrimiento y de soledad, y podemos repetir las palabras de Cristo: “Padre, que me pase de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.

3) Al terminar, se da gracias a Dios por todo lo que hemos recibido, aunque no seamos conscientes de haber recibido nada. Eso son cosas que no se ven, y muchas veces no se perciben. Otras se ven fuera del tiempo de la oración, otras las ven en nosotros quienes están a nuestro lado, y otras reciben los frutos de nuestra oración otras personas más necesitadas que nosotros mismos.

4) Al terminar la oración siempre es conveniente hacer un propósito para que dicha oración no sea improductiva. Es bueno que el propósito tenga que ver con el tema de la oración o las luces recibidas en la misma.

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (C)

19-9-2010 DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (C)

Am. 8, 4-7; Slm. 112; 1 Tim. 2, 1-8; Lc. 16, 1-13

ORACION (II)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

ACTITUDES: Continúo con la homilía del domingo pasado en que analizaba las premisas y las actitudes necesarias para la oración cristiana y de fe.

5) La quinta actitud que reseño es la de no buscar seguridades, pero sí la Seguridad en Él. Para explicar este apartado y que se pueda comprender mejor utilizaré un ejemplo: el de los españoles y los portugueses a la hora de lanzarse a la aventura de llegar a las Indias Orientales (como todo ejemplo, habrá de tomarse de modo analógico y no totalmente identificado en cada aspecto). Los portugueses aparejaron barcos en Lisboa u otras ciudades de su país y bordeando el continente africano pasaron al Océano Indico y bordeando costas de Asia llegaron a las Indias Orientales. Con esta táctica tenían, en su viaje de ida, la costa a mano izquierda y el mar-océano a mano derecha. Si les faltaba agua, se acercaban a la cercana costa y llenaban los barriles de agua. Si les faltaba comida, se acercaban a la cercana costa y conseguían alimentos variados: carne, verduras, frutas… Si venía una galerna o la navegación se convertía en algo muy arriesgado, se acercaban a la cercana costa a guarecerse hasta que pasaba el peligro. Si algún día querían volverse a su lugar de origen, era todo muy fácil: daban un giro de 180 grados y en ese momento tenían la costa a mano derecha y el mar a mano izquierdo y, sin ningún tipo de pérdida, llegarían a Portugal de nuevo. Aquí casi todo estaba asegurado. Sin embargo, los españoles hicieron de otro modo. Aparejaron barcos y se lanzaron por el Océano Atlántico. En aquellos momentos se pensaba que la Tierra era plana por lo que la gente pensaba que, llegados a un punto, no había nada más y los barcos caerían al vacío. Al poco tiempo de iniciar los españoles la navegación no se veía más que la mar por todas partes, salvo por arriba que tenían el cielo. Tuvieron que aguantar con la comida, que se iba agotando y se pudría; tuvieron que aguantar con el agua, que se iba agotando y se deterioraba; tuvieron que aguantar galernas y tormentas sin tener donde guarecerse. Además, de los peligros e incomodidades físicas, tuvieron que soportar la incertidumbre, el miedo, el terror, el no saber cuándo llegarían, a dónde llegarían, ni si sabrían retornar a España…

Pues bien, la vida de oración de los seres humanos la podemos hacer como los portugueses, es decir, buscando seguridades. Quiero saber a dónde voy, por dónde voy, qué me pasa, por qué me pasa, y no estoy dispuesto a correr riesgos. Quiero sentir siempre al Señor conmigo. Si me falta, quiero saber por cuánto tiempo y por qué motivo. Si me falta el Señor, quiero tener otras cosas a las qué agarrarme, como rosarios, Misas, limosnas, buenas obras…, que me aseguran que estoy en el buen camino. Ejemplo típico de esto es la oración del publicano: “Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo” (Lc. 18, 12). De ahí la seguridad de este publicano, que oraba ERGUIDO ante Dios, que basaba su confianza y seguridad en lo bueno que era y que hacía: “No soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como es publicano” (Lc. 18, 11). De este modo y manera, la oración la hacemos nosotros, no la hace Él en nosotros; además, no dejamos que Él se manifieste en nosotros, que Él nos salve. Yo no estoy dispuesto a peligrar por Él, a no saber por Él, a perderme por Él…

La oración, al modo de los españoles, consiste en abandonarse a Dios, en despreciar cualquier seguridad que no sea Él. Sé de dónde parto, pero no sé a dónde voy, ni cómo voy, ni por dónde voy. No sé qué será de mí mañana o pasado. No sé si moriré en el intento. Sólo sé que me fío de Él o que quiero fiarme de Él[1]. Pero este fiarse de Dios no es una cosa del principio y lo demás es dejarse llevar. NO. Este fiarse de Dios ha de ser al principio, al final y también por el medio. No me he de preocupar tanto si avanzo o no en la oración y en la fe, si siento o no siento, si estoy consolado o desolado, si me aburro o no, si tengo éxtasis y arrobamientos al estilo de Sta. Teresa de Jesús o si estoy más frío que un carámbano de hielo, si soy bueno o malo, si me quieren Dios y los demás o no…rpincipio y lo demDios, en despreciar cualquier seguridad que no sea El. o que era y que hac Porque, en definitiva, eso es mirarme a mí mismo, y la oración es para mirarle a Él, o por mejor decir, para que Él me mire a mí. No me ha de importar si se me acaba el “agua”, porque estoy con Él y Él está conmigo. No me ha de importar si se me acaba la “comida”, porque estoy con Él y Él está conmigo. No me ha de importar si estoy en medio de las tormentas o galernas, porque estoy con Él y Él está conmigo. No me ha de importar si se acaba el Océano y caeré por el precipicio abajo, porque estoy con Él y Él está conmigo. Lo que quiero decir es que, en la vida de oración y en la vida de fe, IMPORTA ÉL Y NO YO, e, importándome sólo Él, me doy cuenta de que a Él sólo le importo yo.



[1] Fijaros en cómo Abraham se fió de Dios y abandonó su hogar, su país, sus amigos y sus parientes por una promesa de Dios. Y lo hizo, no a los 20 años, sino a los 75 años: “El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre, que será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra. Partió Abrán, como le había dicho el Señor. Tenía Abrán setenta y cinco años” (Gen. 12, 1-4).

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (C)

12-9-2010 DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (C)

Ex. 32, 7-11.13-14; Slm. 50; 1 Tim. 1, 12-17; Lc. 15, 1-32

ORACION (I)



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Ya en otras ocasiones os he hablado de la oración, pero veo conveniente repetir lo dicho entonces. Lo que diré a continuación no está cogido de los libros, salvo de la Biblia, sino de mi propia experiencia y de la experiencia de otras personas. Cada uno debe descubrir su propio camino de oración (el que Dios nos ha marcado para cada uno), aunque el camino de los otros nos puede servir de orientación. Además, toda vida cristiana y religiosa, o está fundada en la oración o no es vida cristiana ni religiosa. Y es que la oración es el medio ordinario de comunicación con Dios. Nadie puede ser cristiano sin una oración diaria, tranquila, seria, reposada, de escucha... Una vida cristiana sin oración se convierte en una ideología o en unos ritos vacíos o en la más espantosa de las mediocridades.

El evangelio nos presenta a Jesús continuamente orando, de noche y de día. Antes de hacer algo importante Jesús oraba: * oró 40 días antes de iniciar la vida pública, * oró en el Bautismo (Lc. 3, 21), * oró antes de elegir a los doce apóstoles (Lc. 6, 12), * oró antes de enseñar el padrenuestro (Lc. 11, 1), * oraba después de un día agotador de trabajo apostólico, * oraba antes de iniciar un día agotador de trabajo apostólico, * oró en la transfiguración (Lc. 9, 29), * oró en Getsemaní antes de su pasión, etc.

Cristo dice que Él es el camino, la verdad y la vida, que nadie va al Padre si no es por Él. Pues bien, para llegar a Dios Padre tenemos que hacerlo a través de Cristo, pero para llegar a Cristo hemos de hacerlo a través de la oración (junto con otras cosas: Biblia, sacramentos, amor a los prójimos y a los enemigos, etc.). La oración nunca puede faltar. Esto lo sabían los santos y en todos ellos encontramos la oración. Por ejemplo, en los conventos de carmelitas de Sta. Teresa de Jesús hay una frase que dice: “En esta casa hablamos con Dios o de Dios”.

Antes de empezar a deciros cosas prácticas sobre la oración hemos de conocer algunas premisas muy importantes y hemos de procurar en nosotros mismos unas actitudes, sin las cuales no podrá haber auténtico contacto con el Señor a través de la oración.

PREMISAS:

1) Se ha de distinguir entre rezar y orar: *Rezar consiste en la recitación de plegarias compuestas por otros como el Ave María, el Padre Nuestro, el Rosario, el Credo… En estos casos –en que rezamos- hemos de procurar que nuestra mente marche al unísono con lo que dicen nuestros labios, y que nuestro corazón marche al unísono con lo que dicen nuestros labios y lo que piensa nuestra mente. Es lo que se conoce por rezar con atención y con devoción. * Por otra parte, orar puede entenderse como el diálogo que tenemos con Dios a través nuestras propias palabras en que comentamos nuestras cosas a Dios, o le pedimos, o le damos gracias, o le alabamos, o meditamos sobre algo que hemos leído o sobre algo que nos ha pasado, pero sobre todo hemos de tener en cuenta que… (pasamos al segundo punto)

2) La oración no es algo que se hace, sino que se recibe… de Dios. Ir a la oración es ponerse a mendigar, a pedir (“El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables” [Rm 8, 26]). Yo no oro, es Él quien ora en mí. La oración auténtica y plena es la que Dios mismo nos da. Él ya sabe todo lo nuestro; no tendríamos que decirle nada, no tendríamos que pedirle nada. Nosotros no sabemos, Él sí sabe, por eso tenemos que escucharlo. La oración es sobre todo escucharle a Él, es recibir de Él. Lo dicho en el punto primero es preparatorio para este segundo punto: rezamos, meditamos, pedimos y damos gracias para preparar nuestro espíritu, para sosegar nuestro ser: nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu para recibirlo a Él. Por eso, caminamos en la verdadera oración cuanto más callamos, cuanta más capacidad de silencio y de recogimiento tenemos. callamos, cuanto m la verdadera oraci cuerpo, nuestra mente y nuestro espos gracias para preparar nuestro espamos o

3) Hemos de orar en todo momento, o por mejor decir, hemos de recibir y estar abiertos a la oración (a Dios) en todo momento, incluso cuando dormimos. Al principio la haremos unos determinados minutos, pero, cuanto más inserta está la oración en nuestra vida, más nos daremos cuenta que brota de nosotros y en nosotros en cualquier momento.

ACTITUDES:

1) Una de las actitudes que debe tener el orante es la constancia. Importa ponerse en oración todos, todos los días, aunque sea simplemente unos minutos, aunque sean dos minutos. Con la constancia lograremos habituar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu a un orden, y lo someteremos a nuestra voluntad para no ser esclavo de nuestros impulsos de pereza, de desidia… de los pecados capitales. Posteriormente someteremos nuestro entero ser a Dios.

2) Otra actitud necesaria es la confianza. Vemos que ésta es muy importante en la oración de Jesús: su certeza total y absoluta de ser escuchado (Mt. 7, 7-11)[1]. Esta certeza es fuente, origen y condición de la oración. Aquel que no confía en ser escuchado no ora. Jesús confiaba totalmente en esta escucha de su Padre y por ello oraba.

3) La esperanza es condición para orar, es actitud necesaria para orar, pero también es fruto de la misma oración. Los judíos llaman a Dios Adonai: Señor, Elohim: el Otro, Yahvé: Yo soy el que soy, el que existo. Los judíos tenían y tienen miedo a Dios. No pueden ver su rostro, porque si no se mueren (película de Indiana Jones y el Arca perdida en una escena al final en que mueren todos los que no cierran los ojos al abrir el Arca de la Alianza). Pero Jesús nos enseña que Dios es papá, papaíto, papi querido. Jesús se sentía profundamente Hijo de Dios y con confianza oraba, se comunicaba con El. En el tiempo que vivió en Nazaret oculto, muchas veces se apartaba a los montes cercanos a orar en soledad y allí fue descubriendo que Dios no es el terrible, sino el papá, su papá. Por eso, para nosotros, los cristianos, Dios es Padre, papaíto. Esto no es una idea, esto hay que sentirlo en la propia carne. Hay que sentirse querido por Dios. Hasta que uno no perci­be esto no puede orar ni ser auténtica y profundamente cristiano. Por todo ello, el cristiano que sabe que Dios es Padre vive en la esperanza radical de la bondad de este mundo, de un mundo nuevo (Reino de los cielos) que vendrá, de que el amor divino lo transforma todo y es todopoderoso.

4) La humildad es la última actitud en la que hoy voy a fijarme. No puedo ir ante Dios de igual a igual. Él es Dios, yo soy criatura caduca; Él es rico en bondades, yo soy pobre y miserable; Él es santo, yo soy pecador; Él es Padre, yo soy hijo; Él ama, yo soy amado y enseñado a amar.



[1] “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren. ¿Acaso si alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra?; o si le pide un pez, ¿le da una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!”