Domingo Jesucristo, Rey del Universo (A)

Por error he preparado la homillía según las lecturas del Ciclo B, lo siento. Ya no me da tiempo a preparar la homilía según el Ciclo A. Las lecturas que figuran aquí son las del ciclo B, pero la referencia la he puesto para el Ciclo A. Siento todo este lío.
23-11-08 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (B)
Dn. 5, 1-3; Slm. 92; Ap. 1, 5-8; Jn. 18, 33-37
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Queridos hermanos:
- Con este domingo terminamos el año litúrgico , pues el día 30 empieza un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento. Con la festividad de Cristo Rey se hace referencia al sentido de nuestra vida y de la vida en este mundo. Nuestra visión del mundo no es cíclica o repetitiva, sino que para nosotros este mundo tiene un principio y un fin: Dios es el origen y será también la meta de todo y de todos. Hacia Dios caminamos.
En la homilía de hoy me fijaré especialmente en dos verbos referidos a Jesús: VER Y ESCUCHAR.
- VER. Al preparar esta homilía me detenía en unas palabras de la lectura del libro del Apocalipsis, que es el último libro de la Biblia. Dice así: “¡Mirad! Jesús viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo atravesaron”. Este texto responde a un anhelo grande (más o menos consciente) de la humanidad: ver a Dios. Recuerdo que hace unos 28 años, siendo yo seminarista, una chica de una parroquia, en la que yo colaboraba pastoralmente y que tenía algunas dudas de fe, me decía que para creer en Dios a ella le bastaría que El se le mostrase físicamente una sola vez. A esta chica le costaba creer en algo que le contaban, pero que no palpaba, que no veía, que no se podía demostrar científicamente. En esta misma línea, Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX decía de Jesús: “Si de verdad eras el Hijo de Dios, ¿por qué no nos lo has mostrado más claramente?” Incluso un famoso jesuita del siglo XX, Teilhard de Chardin, dijo: “¿Por qué callas, Señor? Tus criaturas están ante ti perdidas y angustiadas pidiendo ayuda; y a ti, si existieras, te bastaría –para hacerlas correr hacia ti- mostrarles un rayo de tus ojos, la orla de tu manto. Pero tú no lo haces.” Sí, en nuestro tiempo a muchas personas les cuesta creer en Jesús como Dios, pues la historia de su nacimiento, vida y muerte en cruz es algo que pasó hace muchos años. Estas personas no sienten en su ser, como experiencia concreta, que Jesús haya muerto por ellas. Por todo esto –repito- a muchos les cuesta creer en Jesús como Dios. Pero es que a las personas que estuvieron hace 2000 años con Jesús por las tierras de Israel también les costaba creer en El como Dios, porque lo veían como un hombre completamente normal, que comía, bebía, dormía… como todos los hombres. Sí, es verdad que le veían hacer cosas extraordinarias, pero algunos pensaban que hacía esto por ser un mago muy poderoso, o porque tenía el poder de Satanás, o de Dios, pero El, Jesús, no era más que un hombre; extraordinario, pero hombre.
Por todo esto, la Iglesia sitúa hoy este texto (“¡Mirad! Jesús viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo atravesaron”) en la Misa. Al final de los tiempos, o de nuestro tiempo, todos los ojos veremos a Jesús. Lo veremos quienes hemos creído en El y quienes no han creído. Verán a Jesús los que le atravesaron con la lanza en el costado cuando colgaba en la cruz; lo verán los que le crucificaron, los que le flagelaron, los que le condenaron, los que le negaron, los que se burlaron de él, los que lo amaron, los que lo siguieron, los que apostataron y los que se mantuvieron fieles. Lo verán quienes acuden a Misa y los que no acuden, quienes rezan el rosario y quienes no lo rezan. Lo verán quienes hicieron el bien y quienes hicieron el mal.
Sin embargo, yo no me conformo con ver a Jesús al final de los tiempos o al final de mi vida. Quiero verlo ya, aquí y ahora. Naturalmente que sé que esto es un don de Dios. Nosotros sólo podemos disponernos para recibirlo y clamar al Señor por este don. Clamamos por este don mediante la oración y la espera paciente ante Dios. Y nos disponemos para recibir este don por la pureza de nuestro comportamiento, de nuestras palabras, por la humildad y por la práctica de las virtudes. Este es un camino infalible para ser regalados aquí y ahora con la vista admirable del Señor Jesús.
- ESCUCHAR. Al finalizar el evangelio de hoy Jesús le dice a Pilato: “Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Existe una diferencia entre oír y escuchar. Oye la persona a la que se le habla, pero puede hacer caso o no, puede acoger dichas palabras o no. Los fariseos en tiempos de Jesús le oían, pero no acogían lo que les decía y lo despreciaban o lo dejaban de lado. Hacían realidad aquel refrán que dice: “Predícame, cura, predícame, fraile, que por aquí me entra y por aquí me sale”. Anás y Caifás oyeron a Jesús; Herodes y Pilato oyeron a Jesús; Judas y tantos fariseos oyeron a Jesús; hoy tanta gente oye a Jesús, pero no acogen sus palabras.
Escuchar, no quiere decir que se acepte sin ningún tipo de crítica o de reflexión lo que se nos dice. Escuchar significa oír las palabras y acogerlas en el corazón, en la mente, en el alma y tratar de adecuar la vida a lo que hemos escuchado. Escucho lo que me dice Jesús porque sus palabras me dan vida, alegran mi ser más íntimo, me conmueven las entrañas, arrojan de mí todos los miedos… Escucho las palabras de Jesús porque me fío de El; he tenido experiencia de El y sé que nunca me engaña ni me engañará; sé que me quiere y me ama, y que desea lo mejor para mí. Por lo tanto, escucho las palabras de Jesús por lo que me dice y por quién me lo dice. Así lo hicieron S. Pedro, María Magdalena y tantas personas a lo largo de la historia. María, la madre de Jesús, es el mejor modelo de escucha de su Hijo Jesús y de las cosas de su Hijo Jesús. En el evangelio de S. Lucas por dos veces se nos dice que “María guardaba estas palabras y las meditaba en su corazón” (Lc. 2, 19.51).
- Ya termino con unas palabras de un gran santo: S. Agustín. El ansió ver y escuchar a Jesús y lo logró. Por eso escribió estas palabras tan bellas de su Amado Jesús, y que yo hoy suscribo del mismo modo:
"Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (S. Agustín, Confesiones, Libro I, Cp. I, 1).
"¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le embriagues para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? […] Que yo corra tras tu voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y pueda así verle" (S. Agustín, Confesiones, Libro I, Cp. V, 5).
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! […] Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz” (S. Agustín, Confesiones, Libro X, Cp. XXVII, 38).