Domingo V de Cuaresma (C)



17-3-2013                               DOMINGO V CUARESMA (C)

Homilía Domingo V Cuaresma (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos: 
            DAMOS GRACIAS A DIOS PORQUE NOS HA REGALADO A FRANCISCO, PAPA DE LA IGLESIA DE CRISTO. QUE ÉL NOS GUÍE EN EL NOMBRE DE PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.        AMÉN

- Una psicóloga, en una sesión con pacientes de gestión de estrés, levantó un vaso de agua; todo el mundo esperaba la pregunta: ‘¿Está medio lleno o medio vacío?’ Sin embargo, ella preguntó: ‘¿Cuánto pesa este vaso?’ Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos. Pero la psicóloga respondió: ‘El peso absoluto no es importante; lo que importa es cuánto tiempo lo sostengo.  Si sostengo el vaso 1 minuto, no es problema; si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo; si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará.  El peso del vaso no cambia, pero, cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado se vuelve...’ Y continuó: ‘El estrés, las preocupaciones, los estados de ánimo, la soledad, las traiciones... son como el vaso de agua. Si piensas en ellos un rato, no pasa nada. Si piensas un poco más, empiezan a doler y, si piensas en ellos todo el día, acabas sintiéndote paralizado, incapaz de hacer nada. Es importante acordarse de dejar las tensiones tan pronto como puedas; al llegar a casa suelta todas tus cargas. No las acarrees días y días. ¡Acuérdate de soltar el vaso!’
Se trata de una historia bonita y con una enseñanza profunda y práctica a la vez. ¿Se puede aplicar de algún modo a las lecturas que acabamos de escuchar ahora?
            - El evangelio de hoy nos habla, entre otras muchas cosas, de piedras: La ley de Moisés nos manda APEDREAR a las adúlteras; el que esté sin pecado, QUE LE TIRE LA PRIMERA PIEDRA.
            Las piedras hieren y matan a quienes se las lanzamos, pero también esas piedras nos hieren y nos matan a nosotros mismos. He leído en diversas ocasiones que ha habido personas que han asesinado o hecho daño, de palabra o de obra, a otros y eso, con el tiempo, no les deja reposo. En la guerra civil española un hombre mató a una persona a causa de las diferencias políticas y el asesino, con el tiempo, tenía tan grabado en su mente los ojos y las súplicas del difunto antes de que lo matara que no encontraba reposo ni de día ni de noche, ni despierto ni dormido. Aquellos ojos suplicantes los tenía tan clavados en sí que llegó a enloquecer, pues no había modo alguno de librarse de ellos.
            ¡Qué fácil es agacharse a recoger piedras para lanzarlas a otros… que son culpables de tantas cosas! ¡Qué fácil es amontonar piedras y tenerlas listas para tirárselas a otros… que son culpables de tantas cosas! ¡Qué fácil es tirar esas piedras a otros… que son culpables de tantas cosas! Mas con tanta frecuencia y con el tiempo esas piedras que hemos cogido, amontonado y tirado a otros, son como el vaso de agua: Pesan y pesan; ya no en nuestra mano, sino en nuestra conciencia, en nuestro corazón, en nuestra alma. Sí, pesan tanto, que nos van despedazando y aplastando.
            Sí, el evangelio de hoy nos habla de la adúltera, pero hoy no quisiera fijarme tampoco en la actriz principal (junto con Jesús) del evangelio: la adúltera. No. Hoy quisiera fijarme en estos otros actores secundarios: los escribas y los fariseos, y tantos otros que estaban allí cerca dispuestos a abastecer de piedras a los demás o a tirar ellos mismos esas piedras a aquella mujer. Estos hombres estaban tan llenos de odio, de rabia, de resentimiento de falta de Dios, de falta de misericordia, de falta de perdón… que no veían sus propios pecados; seguramente mucho más graves que el de la mujer. Estos hombres estaban dispuesto a añadir otro pecado más (otra piedra más) a sus almas ya debilitadas por tanta podredumbre.
            Os propongo que en esta semana que falta para el Domingo de Ramos, en nuestra oración, pidamos luz a Dios para ver los vasos de agua que llevamos en la mano y también las piedras que llevamos encima durante días, semanas, meses y años, y que no nos dejan descansar. Una vez que, por pura gracia de Dios, veamos esos vasos de agua, esas pesadas piedras, soltémoslas, también por pura gracia de Dios, de nuestras manos, de nuestras conciencias, de nuestros corazones y de nuestros espíritus… para ir más ligeros. Así nos lo aconseja la primera lectura: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo. Y de este modo podremos descansar en paz, durante el día y durante la noche.
            - Se nos narra en los Hechos de los Apóstoles que San Pablo también fue de los que recogió piedras y de los que amontonó piedras. ¿Cuál fue el resultado de todo esto en él? Vamos a escuchar lo que San Pablo mismo nos dice: Pues también nosotros fuimos en algún tiempo insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, llenos de maldad y de envidia, aborrecibles y nos odiábamos unos a otros(Tit. 3, 3). Pero Dios tuvo misericordia de San Pablo. Dios le hizo ver sus piedras pesadas, sus vasos de agua a los que se agarraba con fuerza y no quería soltar. Pero, en cuanto Dios le mostró la verdad camino de Damasco, San Pablo reaccionó como nos dice la segunda lectura de hoy: Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él […] Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.
            En esto consiste el fruto de la Cuaresma por la que estamos pasando. Al practicar el ayuno, la abstinencia de la carne, el intensificar la oración, la lectura de la Palabra de Dios, la limosna, el trato amable y cariñoso con los demás, el perdón hacia los demás, la confesión de nuestros pecados… buscamos que Dios nos haga soltar vasos de agua, piedras, rencores, miedos y dejando todo eso fuera de nosotros, como basura que es, corramos hacia Cristo Jesús. En Él está nuestro descanso y nuestra salvación.

            ¡Señor, líbranos de tantos vasos de agua que llevamos por años en nuestra manos y que nos pesan y paralizan nuestros brazos!
¡Líbranos de las piedras que amontonamos a nuestra vera y de las piedras que hemos tirado en otro tiempo a otros hombres!
Y el Señor nos contesta: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.