Domingo XII del Tiempo Ordinario (C)



23-6-2013                               DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO (C)
                          Zac. 12, 10-11; 13, 1; Slm. 62; Gal. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24

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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            * El evangelio de hoy termina con unas palabras duras, y que no se predican en estos tiempos con demasiada frecuencia. Dice así Jesús: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”. En el día de hoy no quiero fijarme en el seguimiento que pide Jesús (‘el que quiera seguirme […] y se venga conmigo’), sino más bien en las duras y crudas palabras que hablan de sufrimiento y muerte: negarse a uno mismo, cargar con la cruz diaria, perder la vida por Jesús. ¿Qué significa negarse a uno mismo? No podemos esconder estas palabras de Jesús. En otros tiempos se predicaba mucho de ellas, pero hoy poco o nada. Cuando celebro el sacramento de la Penitencia y un fiel me dice que le pregunte yo, le propongo el examen de conciencia y una de las preguntas que le planteo es ésta: ‘¿Haces sacrificios y mortificaciones?’ Con frecuencia la respuesta es: ‘¡Bastantes sacrificios tiene ya la vida! ¿Le parecen poco los sufrimientos que tengo yo, que aún tengo que mortificarme más?’ Sin embargo, la palabra de Jesús en el evangelio de hoy es muy clara: Debemos negarnos a nosotros mismos y perder la vida por Jesús. Vuelvo a preguntar: ¿Qué significa esto? (No pretendo tratar exhaustivamente este tema. No hay tiempo ni espacio en una homilía de domingo).
            * La mortificación, el sacrificio, la negación de uno mismo, la ascesis… son conceptos que vienen a denominar el conjunto de esfuerzos mediante los cuales se quiere progresar en la vida moral y religiosa. Pero, ¿por qué hay que mortificarse, por qué hay que sacrificarse, por qué hay que negarse a uno mismo, por qué hay que practicar la ascesis? La respuesta no puede ser por ganar un campeonato del más fuerte, o del más constante, o del más perfecto. Sólo debemos y podemos hacer esto por y para Dios: para seguir a Jesús y para perder la vida por Jesús. Así nos lo confirma el salmo que acabamos de orar: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Hay hombres y mujeres que se depilan todo su cuerpo, que se someten a liposucciones, a cirugía estética y a ayunos tremendos para… estar más delgados, bellos y jóvenes. Hay hombres y mujeres que pasan horas de la noche y del día, al sol y a la lluvia para conseguir una entrada para un concierto de música; y podemos seguir poniendo ejemplos de los sufrimientos a los que se someten hoy las personas para conseguir objetivos meramente humanos y materiales. Pues los cristianos también hacemos esfuerzos para que Dios habite en nosotros más plena y profundamente. Pero en la fe y en las cosas de Dios, ¿no es todo gratuito, no nos da Dios todo gratis? Sí, pero también Jesús nos dijo que Dios nos daría el ciento por uno (Mc. 10, 30). Sí, nosotros ponemos uno, y Dios pone cien. Dios quiere la colaboración del hombre en su obra creadora y en su obra salvadora. DECIR QUE TODO PROCEDE DE DIOS Y QUE EL HOMBRE ES UN PURO SUJETO PASIVO, NO ES CRISTIANO. DECIR QUE TODO PROCEDE DEL HOMBRE Y QUE DIOS ES UN PURO ESPECTADOR DEL ESFUERZO HUMANO, NO ES CRISTIANO.
            * Veamos qué dicen la Iglesia y los santos sobre este tema:
            - Se dice en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2015): “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y en el gozo de las bienaventuranzas.
            - Dice San Juan de la Cruz en su obra ‘Monte de perfección’: “Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada […] Para venir a lo que gustas, has de ir por donde no gustas. Sigue diciendo este santo en su obra del ‘Cántico espiritual’: Quien a Dios busca queriendo continuar con sus gustos, lo busca de noche y, de noche, no lo encontrará.
- Decía San Juan Crisóstomo: “Despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo. Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta no es negocio de muchos, sino de pocos”.
            * Hay mortificaciones, sacrificios y negaciones de uno mismo graves y leves; los hay exteriores e interiores; buscadas por uno mismo o que nos encontramos con ellos a lo largo de la vida.
En alguna ocasión, el dolor y la mortificación los encontramos en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido, en incomprensiones, en injusticias graves. Pero lo normal será que nos encontremos con pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia; puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter de una persona con la que necesariamente hemos de convivir[1], planes que hemos de cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más nos eran necesarios, dificultades producidas por el frío o el calor, pequeñas incomprensiones, una leve enfermedad que nos hace estar con menos capacidad de trabajo ese día… Estas contrariedades pueden ser, cada día, ocasión de crecer en espíritu de mortificación, paciencia, caridad, santidad en definitiva, o bien pueden ser motivo de rebeldía, de impaciencia o de desaliento. La contrariedad -pequeña o grande- aceptada produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada o con una íntima rebeldía que sale enseguida al exterior en forma de tristeza o malhumor.
Veamos algunos ejemplos concretos y prácticos de ‘ese uno’ que podemos poner los hombres cristianos y que nos abrirá la puerta ‘al ciento’ de Dios, mantendrá nuestro espíritu despierto y alegre, e impedirá que caigamos en la desidia y la dejadez espiritual: + Nos podemos levantar a la hora prevista venciendo la pereza de ese primer momento; + ofrecer la enfermedad y los dolores; + realizar un trabajo bien hecho, aunque nadie lo perciba ni nos lo agradezca; + ser puntuales; + ser sobrios en las comidas y las bebidas; + aceptar con paz las contrariedades de cada día; + cuidar las cosas propias y ajenas que usamos; + tener un orden en nuestros horarios y con las cosas; + vencer el propio egoísmo; + sonreír cuando estamos cansados y los demás necesitan nuestra sonrisa; + ser constantes en las tareas que emprendemos; + dejar hablar a los demás y no imponer siempre nuestras razones; + evitar los gastos superfluos y aumentar las limosnas; + evitar las palabras inútiles y las murmuraciones; + ‘ayunar’ de la TV, del ordenador y del móvil; + luchar contra la curiosidad de vista y de oído…
Pero –repito y esto es importantísimo- todo esto no es para ganar ningún campeonato ni para ser los más fuertes, sino que es para cumplir las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.


[1] El domingo me dieron a leer una carta de un chico que vive con un hombre adulto y para el primero es un auténtico martirio soportar al segundo. Dice el adulto: ‘Trae una barra de pan de la tienda’. Así lo hace y, al llegar a casa, le echa la bronca: ‘¡Pero es que no te das cuenta que con una sola barra no tenemos para nada en la comida!’ Le manda que aparque el coche sin echar el freno de mano y le dice que lo aparque delante de casa, que está en cuesta. Si el coche se escapara, al chico le caería la bronca segura y, si no se escapa el coche porque echa el freno de mano, tiene asegurada la bronca porque no le hizo caso.