Domingo IV de Pascua (A)

13-4-08 DOMINGO IV DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14a.36-41; Slm. 23; 1 Pe. 2, 20b-25; Jn. 10, 1-10





Queridos hermanos:
Celebramos hoy el domingo del buen Pastor. En otros años os he dicho que Jesús es el buen Pastor y el verdadero modelo de todos los pastores en la Iglesia. Comúnmente se entiende por pastores a los obispos, sacerdotes y diáconos. En esta ocasión, sin embargo, quisiera hablaros, no de los pastores, sino de los fieles. Me vino la idea de predicar sobre los fieles en un día como hoy, porque en estos últimos tiempos me han contado diversos casos en que algunos pastores no hemos defendido o cuidado convenientemente a los fieles a nosotros encomendados. Dice Jesús en el evangelio de hoy
“que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.” En ocasiones, los que hemos sido puestos por Dios como pastores para cuidar y defender los fieles nos hemos comportado con ellos como “ladrones y bandidos”. Por eso, los fieles han huido y huyen de nosotros, porque no conocen nuestra voz, que no se parece demasiado a la voz de Jesús, el buen Pastor.
La Iglesia reconoce en documentos doctrinales y conciliares, y en verdaderas normas jurídico-canónicas que todos los fieles, por el hecho de recibir el sacramento del Bautismo, poseemos el sacerdocio real y común (LG. 10-11). Dentro de los fieles existe un grupo de ellos que han sido consagrados con el sacerdocio ministerial (LG. 10). Ministerial quiere decir de servicio, o sea, que los sacerdotes ministeriales estamos para servir, según las palabras del mismo Señor: “el que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, sea vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt. 20, 26-28).
Los fieles son sujetos de derechos y de deberes dentro de la Iglesia. No son derechos ni deberes que pueden serles reconocidos o no, exigidos o no, dependiendo de un cura u otro, de un obispo u otro. Los fieles, por el mero hecho de haber recibido el Bautismo, tienen tales derechos y obligaciones. Vamos a ver detalladamente algunos de estos a continuación:
- Existe una verdadera igualdad en la Iglesia en razón del Bautismo que todos hemos recibido (LG. 32). Por ello, nadie es más que nadie, ni nadie es menos que nadie en la Iglesia. Cuando en una parroquia hay un problema o discusión y el cura lo zanja con un “aquí mando yo”, estas palabras están totalmente fuera de lugar y el sacerdote está conculcando el derecho de igualdad entre todos los fieles.
- Todos y cada uno de nosotros, desde los dones y carismas que Dios nos ha dado, tenemos el derecho y el deber de esforzarnos en expandir y propagar el evangelio de salvación para todos los hombres (LG. 17.30.33). No es tarea sólo de los obispos o de los sacerdotes. En estos días D. Carlos ha anunciado su intención de iniciar una Misión Joven. ¿En qué consiste esto? Pues en que los jóvenes católicos de Asturias salgan a la calle y vayan por las ciudades, pueblos y casas de la Archidiócesis anunciando el Evangelio de Jesucristo. D. Carlos quiere que los jóvenes evangelicen a los jóvenes, pero también a los mayores y a los niños, del mismo modo que S. Juan, el discípulo amado de Jesús y siendo el joven de los apóstoles, evangelizó por allí por donde estuvo.
- Todos los fieles tienen el derecho y el deber de exponer, dentro de su conocimiento y competencia, su parecer y opinión sobre los asuntos de la Iglesia (LG. 37). ¿Y esto por qué? Pues 1) porque la Iglesia es responsabilidad tanto de unos (pastores) como de otros (seglares), es responsabilidad de todos los bautizados, y 2) porque Dios da su Sabiduría a los sacerdotes, pero también a los seglares. ¿No recordáis a Sta. Catalina de Siena? Ella, una mujer y, además, seglar, recibió de Dios unas gracias extraordinarias y Papas, Cardenales, obispos, sacerdotes, seglares, reyes, duques y la gente más humilde le pedían consejo. Si podéis leer algo de esta santa, hacedlo.
- Todos los fieles tienen el derecho de vivir su fe desde la espiritualidad propia que les ha sido regalada por Dios, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia. Dentro de ésta existen muchas clases de espiritualidades y todas válidas: la espiritualidad de la Acción Católica, de la Renovación Carismática, de S. Ignacio de Loyola, de los carmelitas (Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, Sta. Teresita del Niño Jesús), de S. Francisco de Asís, de Sto. Domingo, del Hno. Rafael, del Opus Dei, del Camino Neocatecumenal… Nadie puede imponer una espiritualidad a otro, o impedir que cada uno viva según la espiritualidad que Dios mismo le ha regalado. Si Dios regaló a un fiel la espiritualidad del Opus Dei (o de los Kikos, o de los franciscanos, o…), ¿quién es el cura para impedirlo? Otra cosa es que el párroco coordine en su parroquia las distintas sensibilidades espirituales que existan. Os cuento un chiste sobre el Espíritu Santo, que ilumina esto: una vez hubo una señora que fue al párroco y le pidió una novena sobre el Espíritu Santo, pues le tenía mucha devoción. Y el cura le contestó: “¡Señora, rece a S. Antonio como todo el mundo y déjese de devociones raras!” Es un chiste, pero en ocasiones se acerca a la realidad de un querer dominar la fe de la gente y las manifestaciones de esta fe. Para ir hacia Dios hay muchos caminos, y no sólo los que al cura se le ocurren o los que al sacerdote le valen. Dios es mucho más grande que cada uno de nosotros.

Domingo III de Pascua (A)

6-4-08 DOMINGO III DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14.22-33; Slm. 15; 1 Pe. 1, 17-21; Lc. 24, 13-35



Queridos hermanos:
En este domingo III de Pascua se nos presenta el relato tan conocido de los discípulos de Emaús. Vamos a ver qué podemos extraer de aquí a fin de que nos sirva para nuestra vida personal.

* Nos dice el evangelio que dos discípulos se habían marchado de Jerusalén y que regresaban a sus casas. Iban “con el rabo entre las piernas”. Habían dejado su familia, sus trabajos, sus casas para seguir a un hombre, Jesús, que hablaba de parte de Dios y hacía milagros de parte de Dios. El viernes, hacia las tres de la tarde, murió Jesús y estos dos estuvieron escondidos el viernes por la tarde y el sábado todo el día por miedo a que también a ellos les pasara lo mismo. El domingo por la mañana ya regresaban a sus casas. En el camino, “mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos reconocido a Jesús a nuestra vera y en nosotros mismos? ¿O quizás nunca lo hemos percibido o reconocido? Sería muy triste que Dios fuera para nosotros alguien muy lejano. Para los cristianos Jesús no debe de ser el hombre muerto hace 2000 años, no debe de ser el gran desconocido, o el conocido simplemente de oídas. El pasa a nuestra lado a cada instante..., sólo que, como los discípulos de Emaús, quizás en tantas ocasiones tampoco nuestros ojos son capaces de reconocerlo. Recuerdo un caso en que yo reconocí la presencia de Jesús (no hay que buscar apariciones ni grandes milagros, El suele ser más sencillo que todo eso); me refiero al caso de unos padres que se besaron en los labios a través de la mano de su hijo de 5 años. Esto sucedía en un coche. Yo estaba en el coche inmediatamente anterior, mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde.
¿Qué podemos hacer para que nuestros ojos sean capaces de reconocer a Jesús? El evangelio de hoy nos da dos pistas:
- Jesús “les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Ante todo tenemos que leer-meditar-orar la Santa Biblia. Nadie que no lea-medite-ore este libro podrá encontrarse con el Cristo auténtico. Conozco personas que a través de la ayuda solidaria a los hombres encuentran a Jesús, pero luego han de profundizar en la Biblia. Antes o después se ha de pasar por ella. ¿Por qué? Porque ella es la Palabra de Dios en la que encontramos los dichos, hechos, enseñanzas de Jesús, y encontramos al mismo Jesús. Si no leemos la Biblia, inventamos otro dios distinto del Dios de Jesús. Cuenta S. Agustín que, cuando empezó a leer la Sagrada Escritura, notaba el bien que le hacía y cómo las lágrimas llenaban sus ojos e iban haciendo un bien inmenso a su espíritu. En la Misa Crismal de esta Semana Santa, como siempre, nuestro Arzobispo nos escribió una carta a los sacerdotes y este año nos puso el ejemplo de S. Antonio María de Claret, el cual decía: “Lo que más encendía mi entusiasmo por la salvación de los hombres era la lectura de la santa Biblia, a que siempre he sido muy aficionado. Había pasajes que me hacían tan fuerte impresión, que me parecía que oía una voz que me decía a mí lo mismo que leía.” Fijaros lo que dicen los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” ¿Alguna vez os ha ardido el corazón al leer vosotros la Biblia o al escucharla en la Misa?
- “Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.” Partir el pan ha sido siempre sinónimo de la celebración de la Eucaristía. Es en la Misa donde llegamos al rostro genuino de Jesús, pues en ningún sitio está más fuertemente presente que en la celebración de la Misa. Pero claro una Misa en la que vengamos por El, para escuchar su Palabra, para alimentarnos de su Cuerpo y Sangre, para estar con nuestros hermanos, para dejar que El tome posesión de nosotros y haga en nosotros su santa voluntad. Si no es así, no podremos encontrarnos con Jesús, aunque vengamos todos los días a Misa[1].
Por otra parte,
la Misa verdadera no empieza “en nombre del Padre...” y termina cuando el sacerdote dice: “Podéis ir en paz.” La Misa verdadera empieza con el bautismo de un cristiano y nunca termina, pues sigue en el cielo eternamente. ¿Y cómo es esa Misa de cada minuto, de cada segundo? Es como nos dice el profeta Isaías: no oprimir a los que están a tu lado, desterrar de ti las ironías, las malas palabras, las críticas, el juzgar a los demás, el señalar con el dedo a los demás. Sacia el estómago del hambriento, viste al que está desnudo, entonces “surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía” (Is. 58, 6-10).
* Si me permitís voy a aludir ahora a una carta que ha sido publicada estos días y es de un periodista egipcio que se convirtió del Islam al catolicismo. Es una carta fuerte y dura. La traigo aquí porque
Magdi Cristiano Allam ha reconocido a Cristo resucitado caminando a su lado. Transcribo algunos trozos de la carta:
- “Desde hace cinco años estoy obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia fija de mi casa y escolta de policías permanente, a causa de las amenazas y de las condenas a muerte de los extremistas y de los terroristas islámicos, tanto de los que residen en Italia como de otros del exterior […] Me he preguntado cómo es posible que alguien como yo, que ha luchado con convicción y hasta el cansancio por un ‘Islam moderado’, asumiendo la responsabilidad de exponerse en primera persona a las denuncias del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del Islam, basándose en una legitimación del Corán. Por esto he llegado a comprender que, más allá de la contingencia de los fenómenos extremistas y del terrorismo islámico a nivel mundial, la raíz del mal está inscrita en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo. Paralelamente, la Providencia me ha hecho encontrar personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, han llegado a ser un punto de referencia en el plano de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores.”
- “Me has preguntado si no temo por mi vida, sabiendo que la conversión al cristianismo me acarreará una enésima y muy grave condena a muerte por apostasía. Tienes toda la razón. Sé bien a lo que me expongo, pero me enfrento a ello con la cabeza alta, con la espalda derecha y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe […] Ya es hora de poner fin a la arbitrariedad y a la violencia de los musulmanes que no respetan la libertad de elección religiosa. En Italia hay millares de convertidos al Islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay millares de musulmanes convertidos al cristianismo, que son constreñidos a silenciar su nueva fe por miedo de ser asesinados por los extremistas islámicos que están entre nosotros.”
- “Me he convertido a la religión cristiana católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta manera, finalmente ha visto la luz, por gracia divina, el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en el sufrimiento y en la alegría, entre la profunda e íntima reflexión, y su consciente y manifiesta exteriorización. Estoy especialmente agradecido a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, que me ha conferido los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, en el transcurso de la solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y he asumido el nombre cristiano más sencillo y explícito: ‘Cristiano’. Desde ayer me llamo ‘Magdi Cristiano Allam’. Para mí ha sido el día más hermoso de mi vida. Conseguir el don de la fe cristiana el día de la Resurrección de Cristo, de manos del Santo Padre es, para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. Teniendo casi 56 años, es un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que señala un cambio radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la resurrección de Cristo ha reverberado en mi alma, librándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia con los ‘diferentes’, condenados acríticamente como ‘enemigos’, prevalecen sobre el amor y el respeto del ‘prójimo’ que es siempre y en todas partes ‘persona’. Mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la mentira y la disimulación, la muerte violenta que induce al homicidio y al suicidio, la ciega sumisión y la tiranía, y he podido adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto a Jesús, sino que he descubierto por primera vez el verdadero y único Dios, que es Dios de la Fe y de la Razón.”


[1] Es importante la asistencia a la Misa de cada día. Práxedes asistía a tres Misas al día. La primera para prepararse, la segunda para comulgar y la tercera para dar gracias. Práxedes es una mujer asturiana que murió en olor de santidad durante la guerra civil española (1936), pero por enfermedad.

Domingo II de Pascua (A)

30-3-08 DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (A)

Hch. 2, 42-47; Slm. 117; 1 Pe. 1, 3-9; Jn. 20, 19-31




Queridos hermanos:
El domingo de Pascua os decía que hemos de luchar, suplicar y orar para que tengamos una experiencia personal de Cristo resucitado, lo mismo que la tuvieron María Magdalena, S. Pedro, S. Pablo, Sto. Tomás, Julio Figar,
Manuel García Morente y tantos otros. Acababa la homilía de ese domingo diciéndoos que hoy os daría unas claves para lograr ese encuentro con el Jesús vivo. La verdad es que esta afirmación ha sido muy pretenciosa,… demasiado. Lo que sí quería lograr con mis palabras era “abriros boca” para que vuestro espíritu sintiera la curiosidad por saber más acerca de ese encuentro personal con Cristo vivo. Pero sobre todo quería que tuvierais necesidad de ello. No obstante, no me desdigo de lo dicho entonces y hoy apuntaré algunas claves sacadas de la Palabra de Dios y de la experiencia de otras personas de fe que sí han tenido un encuentro personal con El[1].
¿Cómo hemos de hacer para tener esa experiencia personal de Cristo resucitado y vivo en nuestras vidas? Lo que diré a continuación va encaminado para los cristianos creyentes y practicantes. Para otras personas (ateos, agnósticos, creyentes no practicantes, etc.) daría otras claves, aunque muchas de éstas también les son perfectamente válidas.
- Primera clave: Lo primero que hemos de saber es que el encuentro con Cristo resucitado es un don y un regalo de Dios, y que El nos lo concede cuando quiere, donde quiere y como quiere, pero…. ¡tranquilos! que Dios lo quiere conceder a todos, sea de un modo o de otro. Por lo tanto, esta experiencia no depende principalmente de nosotros, sino que depende de El. Cuando dicho encuentro sucede, entonces el fiel entiende las palabras del salmo 117, que hoy hemos cantado:
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. El Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.”
- Segunda clave: En
la Vigilia Pascual el profeta Isaías nos decía: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en algo que no alimenta y vuestras ganancias, en algo que no sacia? Hacedme caso [...] prestad atención y venid a mí, escuchad bien y viviréis” (Is. 55, 1-3). Tengamos total confianza en Dios, por favor. En esto consiste esta segunda clave: en tener confianza absoluta en Dios. En estos días pasados estuve en Madrid con un amigo. Un día pensamos en ir a comer el plato del día a un restaurante. Nos paramos ante la puerta de uno para leer el menú, y mi amigo me decía que el local era nuevo, que no sabía cómo sería la comida… Un chico que entraba nos dijo que la comida era buena, que entráramos. Yo intuí que él trabajaba en el restaurante y que en su voz había cierta ansia. Ansia porque funcione el negocio, ansia para saldar las deudas del crédito que pidieron al banco para pagar alquileres, arreglo del local, compra de mesas, platos, cubertería, vinos, Seguridad Social… ¿Qué quiero decir con este episodio? Pues que las necesidades materiales nos agobian y sí que hemos de esforzarnos en cubrirlas, pero no podemos dejar por ello al Señor de lado. Temo que estemos tan preocupados por lo material, por las deudas e hipotecas, por lo perecedero…, que dejemos pasar a nuestro lado lo que importa de veras, lo que vale para siempre: Dios, nuestro Señor.
- Tercera clave: La encontramos en una lectura que escuchamos también en la Vigilia Pascual: “Buscad al Señor mientras se le encuentra […] que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad […] mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is. 55, 6-8). Mientras hay un hálito de vida, siempre se puede encontrar al Señor (o permitir que El nos encuentre), pero es necesario que dejemos el mal fuera de nosotros. Debemos intentarlo. No me refiero ahora al mal que nos hacen o que hay a nuestro alrededor; me refiero sobre todo al mal que hay en nosotros mismos y que sale a la superficie a lo largo del día. Si estamos atentos, lo notaremos: este mal nuestro sale en la ira, en la lengua de víbora, en la envidia, en la falta de perdón y de comprensión, en la dureza de nuestro corazón… Recordemos las palabras del libro de la Sabiduría: Porque Dios se deja encontrar por los que no lo tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de Él. Los pensamientos tortuosos apartan de Dios […] la Sabiduría no entra en un alma que hace el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado (Sb. 1, 2-4). O también lo que nos dice S. Pedro: “Los ojos del Señor se fijan en los justos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal” (1 Pe. 3, 12).
- Cuarta clave: También la primera lectura de hoy nos da pistas para prepararnos a tener este encuentro con Cristo resucitado. Se nos presenta una imagen de los primeros cristianos que ya quisiéramos hoy para nosotros en toda
la Iglesia. Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones [...] Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común […] a diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón.” Por tanto, 1) ser constantes en la lectura de la Palabra y en la escucha de la enseñanza de nuestros pastores; 2) ser constantes en la oración, personal y comunitaria; 3) ser constantes en vivir unidos, que nos significa ser fotocopias o clones unos de otros. Cada uno de nosotros tenemos unos carismas que Dios nos ha dado, pero no para nuestro provecho personal, sino para el servicio de la comunidad y del resto de los hombres; 4) ser constantes en compartir nuestros bienes con los demás, ya que no son nuestros, sino que son de Dios y nosotros sólo somos meros administradores de ellos y hemos de administrarlos según el pensamiento y la voluntad de su auténtico y eterno dueño: Dios.
Estoy completamente seguro que, si tenemos en cuenta estas claves y las procuramos poner en práctica, el encuentro personal y vivificante con Cristo resucitado se producirá. Si vivimos así, sería un milagro que no tuviéramos el encuentro. Si no vivimos así, el milagro sería que tuviéramos dicho encuentro.


[1] He de añadir, por otra parte, que esta experiencia personal es necesaria para poder ser testigos de la fe. Testigo es el que ha visto y ha oído. ¿De qué o de quién vamos a hablar a los otros, si nosotros mismos no sabemos de ello más que a través de libros o por terceras personas?

Domingo de Pascua (A)

23-3-08 DOMINGO DE PASCUA (A)

Hch. 10, 34a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9



Queridos hermanos:
¡¡Felices Pascuas de Resurrección para vosotros y para vuestras familias!! ¡¡Cristo Jesús padeció, murió, fue enterrado, ha estado en el sepulcro y con los muertos durante tres días, pero Dios Padre lo ha resucitado!! Este es el resumen de nuestra fe. En esto creemos y en esto nos alegramos con una alegría eterna y perpetua.
Las lecturas de la Vigilia Pascual nos recuerdan los grandes acontecimientos e intervenciones de Dios en la historia humana: 1) Se nos narra en el libro del Génesis cómo Dios creó el mundo: creó la luz, separó el cielo de la tierra, separó las aguas de la tierra, creo semillas, árboles y frutos, creó el sol, la luna y las estrellas del firmamento, creó las criaturas de los mares, creó las criaturas de tierra firme y creó al hombre a su imagen y semejanza. Y todo esto lo hizo Dios, bien en 7 días de 24 horas, bien según la teoría de la evolución de Darwin. ¡Qué más da! Fue Dios quien lo hizo. 2) Se nos narra otra vez en el libro del Génesis que Dios eligió a Abrahán y que le dio un hijo en la vejez, que se lo pidió para sacrificarlo y que se lo devolvió en vida. 3) Se nos narra en el libro del Éxodo que Dios liberó al pueblo de Israel de los egipcios a través del mar Rojo con el portento de abrir sus aguas. 4) Se nos narra a través del profeta Isaías que Dios ha cuidado al pueblo de Israel y se ha casado con él con un matrimonio perpetuo. 5) Se nos narra a través del profeta Ezequiel cómo Dios recoge a sus hijos y los lava y los purifica de sus suciedades, cómo Dios les arranca el corazón de piedra y les da un corazón de carne, cómo Dios les da un espíritu nuevo para siempre. 6) En el evangelio se nos dice que un ángel anunció a las mujeres que Jesús había resucitado y éste se apareció resucitado y vivo a dichas mujeres. do al pueblo de Israel y se ha casado con con el portento de abrir sus aguas. egrandes acontecimientos e intervenciones de Dios en la historia humana: 1)
Pero estos relatos de hechos históricos, más o menos creíbles para unos, más o menos increíbles para otros, pueden dejarnos fríos a muchos de nosotros. ¿Realmente tengo una experiencia personal de que el mismo Dios me ha creado a mí y ha creado todo el universo para mí, o soy simplemente fruto del amor de mis padres o de una casualidad de la naturaleza? ¿He tenido la experiencia personal de haber sido liberado de esclavitudes por medio de portentos maravillosos? ¿Siento personal e íntimamente cómo Dios me ha cuidado y me cuida, se ha casado conmigo en matrimonio perpetuo y me es fiel? ¿He tenido la experiencia personal de cómo Dios me ha lavado y purificado, me ha dado un corazón de carne y me ha dado su espíritu divino en lo más íntimo de mi ser? ¿Ha resucitado realmente Jesús para mí y en mí? ¿Mi Dios es un Dios de vivos o de mis abuelos muertos, es un Dios de la historia pasada o de mi historia y vida presentes, aquí y ahora? Sí, Jesús se ha aparecido hace casi 2000 años a la Magdalena, a Pedro, a los apóstoles. Jesús ha dejado que Tomás le tocara las llagas de las manos y del costado. Jesús ha comido con los discípulos de Emaús y les ha explicado las Escrituras. Jesús ha tirado del caballo a Pablo y se ha hecho presente a tantos hombres y a tantas mujeres, pero ¿y a mí?
Toda esta fiesta de la Pascua de Resurrección puede ser una broma pesada, o puede quedarse en unas costumbres religioso-culturales-turísticas, si no hay una experiencia personal de ese Cristo vivo en mí, es decir, de un Jesús que me da vida a mí y que da sentido a esta vida mía, tantas veces sin sentido, y que corre día tras día a no se sabe dónde.

¿Dónde estás Jesús? ¿Realmente vives? ¿Realmente eres el presente o eres simplemente un pasado bonito, maravilloso, pero pasado, al fin y al cabo?
Voy a transcribiros a continuación tres experiencias personales de encuentros con Jesús vivo y resucitado: 1) Julio Figar, sacerdote dominico y asturiano, muerto en accidente de tráfico en 1987: “El Señor se valió de un retiro carismático para salvar la vocación de Julio como dominico y sacerdote. Estaba en 2º curso de filosofía. El era un joven agresivo, duro, con continuas protestas, todo le parecía mal. Junto con otros cinco compañeros de curso hacía continuas huelgas por parecerles las clases y los profesores anticuados y abstractos. Todos los detalles de la vida del convento de Alcobendas eran inaguantables para ellos. Se decidieron entonces a pedir permiso para vivir algunos años fuera del convento. Con este motivo alquilaron un piso donde quería ellos fundar una comunidad alternativa para demostrar a todos cómo se podía y se debía vivir en auténtica comunidad de fraternidad y trabajo.
Pocos días antes de pasarse al piso un compañero le invitó a un retiro carismático. Iba por la calle haciendo una ‘oración’ que era también un desafío: ‘Señor, ésta es la última oportunidad que te doy’. En una carta de 1976 Julio cuenta esta experiencia diciendo que en aquel momento puso toda su confianza en aquel Dios que tantas maravillas hacía en los demás. Desde lo hondo de su corazón solamente tenía una palabra para ese Dios desconocido: ‘¡Ayúdame, Señor!’ Y el Señor le escuchó. El viernes por la noche se acercó con toda la humildad de que era capaz a que un grupo de hermanos carismáticos oraran por él. En pocas palabras les resumió su problema y puso en las manos de Dios su angustia. Lo que luego sucedió nunca se podrá explicar, pues no hay palabras para explicar el amor de Dios. Julio sólo pudo decir que sintió cómo el Señor se acercó a él suavemente llenándole con su amor. De algún modo a Julio le parecía estar tocando a Dios. Luego una paz profunda que nunca jamás había experimentado estaba en él. En el convento todo se tornó diferente. La gracia y el amor de Dios le hicieron libre para decidir. Se puso en manos de Dios para que se cumpliera su voluntad plenamente. Es curioso que constataba los problemas de antes, pero de un modo diferente. Era los mismos, pero diferentes, pues los contemplaba desde la paz profunda. El Señor le hizo ver muy pronto que no había razón alguna para irse del convento. Estaba curado. Cuando se lo fue a decir a sus compañeros, fue duro. Tuvo que oír de todo: que si estaba loco, que qué iba a hacer él solo allí. Para ellos era insoportable ya el quedarse. Para él comenzaba una etapa de gozo.” Con el tiempo sus compañeros dejaron a los dominicos y el sacerdocio. Sólo él siguió.
2) Manuel García Morente, catedrático de Etica y ateo convicto y confeso. Nació en 1886 y huyó por la guerra civil a París. El 29 de abril de 1937, a medianoche se puso a oír música clásica. Escuchó “L’enface de Jesús”, de Berlioz. Narra él en su diario: “No puedo decir exactamente lo que sentí: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable que iba a suceder ya mismo, en el mismo momento, sin tardar. Me puse en pie, todo tembloroso, y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba El. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero El estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y la percibía. Percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras –negro y blanco- que estoy trazando.
Pero no tenía ninguna sensación, ni en la vista, ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente, con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era El, puesto que le percibía aunque sin sensaciones. ¿Cómo es posible? Yo no lo sé. Pero sé que El estaba allí presente, y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada le percibía con absoluta e indubitable evidencia. Si se me demuestra que no era El o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como en mi memoria se actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era El, porque yo le he percibido.
No sé cuánto tiempo permanecía inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello –El allí- hubiera durado eternamente, porque su presencia me inunda de tal y tal íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía.
¿Cómo terminó la estancia de El allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba El allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después ya no estaba El allí, ya no había nadie en la habitación, ya estaba yo pesadamente gravitando sobre el suelo y sentía mis miembros y mi cuerpo sosteniéndose por el esfuerzo natural de los músculos.”
Enseguida regresó a España y se hizo sacerdote.
3) Pascal nos narra su encuentro con Dios: "Año de gracia de 1564. Lunes 23 de no­viem­bre, día de san Clemente.... Desde alrededor de las diez y media de la noche hasta más o menos las doce y media. Fuego. Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certidumbre, certidumbre, sentimiento, alegría, paz. (Dios de Jesucristo). 'Deum meum et Deum Vestrum'. Tu Dios será mi Dios. Olvido del mundo y de todo menos de Dios. No se le halla más que a través de los caminos señalados por el evange­lio... Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría".
Alguno preguntará: ¿Qué tengo yo que hacer para tener este encuentro personal con Cristo vivo y resucitado? Algo diré en la próxima homilía, la del II domingo de Pascua, el domingo de la Misericordia.

Viernes Santo

21-3-08 VIERNES SANTO (A)

Is 52, 13-53, 12; Slm. 30; Heb. 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19, 42



Queridos hermanos:
Cuando nos detenemos ante un crucifijo y contemplamos pausadamente aquellos que está ante nuestros ojos...; cuando leemos el Evangelio y tratamos de profundizar en qué sucedió a Jesús, sobre todo durante su pasión, nos podemos dar cuenta de que los sufrimientos de Jesús en la cruz fueron de tres tipos:
1) De tipo físico. Al introducirle tres clavos. Dos en las manos/muñecas otro clavo en los pies superpuestos.
La muerte de un crucificado se produce no por dolores..., no por la pérdida de sangre..., sino por asfixia. El cuerpo que cuelga de la cruz, con los brazos estirados, ejerce una presión sobre la caja torácica de tal modo que impide la respiración del crucificado, por lo que éste debe empinar­se sobre sus pies ayudándose del clavo que tiene en ellos. Así levantándose un poco puede tomar aire, pero esto le causa tal dolor en los pies que debe dejarse caer. En este momento los pulmones quedan nuevamente "aprisionados", por así decirlo, y vuelve a faltarle el aire y se ha de repetir la operación: alzarse sobre los pies, dolor extremo y dejarse caer. Esta agonía puede durar de 3 a 4 horas, depende de la fortaleza del crucificado. Además, enseguida todo se agrava con calambres en los brazos, la angustia de quedar sin aire en los pulmones con la consiguien­te sensación de ahogo y la pérdida de sangre a través de las heridas que hace sufrir una sed atroz a los que padecen tal muer­te. De ahí que era normal tener algunas sustancias, como vinagre, que empapadas en una esponja servían en cierta medida para calmar y al mismo tiempo "anestesiar" o adormecer al reo.
A veces, como una medida de gracia, para acortar el sufri­miento y la agonía, se les partía los huesos de las piernas con unas mazas de hierro o madera de tal modo que, al no poder empinarse sobre los pies, la asfixia total llegase en breves minutos y, por tanto, la muerte. Esto fue lo que hicieron con los dos ladrones crucifica­dos a los lados de Jesús.
Se nos puede ocurrir una pregunta: ¿por qué Jesús murió antes que los otros que tenía a su izquierda y a su derecho? ¿Tal vez era menos resistente que ellos? No. Seguramente se debió al hecho de que Jesús había tenido el fenómeno de sudar sangre en el día anterior por la angustia y el terror ante lo que se le venía encima. Además, le había golpeado muy duramente los judíos en el Sanedrín. Y, por último, le había dado los 39 latigazos. Por todo ello, cuando Jesús llega a la cruz, estaba ya muy debilitado.
2) De tipo psicológico y afectivo. Jesús vio cómo sus discípulos amados lo negaban, lo traicionaban, lo abandonaban. Jesús vio cómo la gente a la que él había curado, predicado, dado de comer, querido... ahora se volvían contra él y pedían su crucifixión o simplemente se volvían a sus casas desilusionados. Salvo Juan, los demás apóstoles no estuvieron con él a la hora de su muerte. Aquellos apóstoles a los que había escogido, enseñado, querido y mimado durante tres años, ahora no estaban.
3) De tipo espiritual. Toda la obra de su vida se veía derrumbada. ¿Mereció la pena abandonar su Nazaret de la infancia para... nada? ¿Mereció la pena vivir en la incomprensión y remando contra corriente: contra su propia familia, contra sus conocidos, contra los apóstoles, contra toda la gente que le rodeó para... nada? Todo aquello por lo que había luchado desapareció en un instante.
En la cruz Jesús grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Jesús experimentó el abandono de Dios. Dios se sintió abandonado por Dios. Jesús experimentó el silencio de Dios ante el sufrimiento de los hombres. ¿Dónde estaba el Dios del monte Tabor? ¿Dónde?
Jesús cargó sobre sí con todos nuestros pecados, con los pecados y dolores de todos los hombres y de todos los tiem­pos. Los pecados de las guerras, de los niños con hambre o maltratados, de los exterminios nazis y otros a lo largo de la historia; toda esa podredumbre la tomó sobre sí. Todo el odio de los hombres, todas las injusticias, las calum­nias, avaricias, egoísmos, soberbias, etc. de los hombres se cargaron sobre Jesús en este momento. Este sufrimiento es algo totalmente misterioso para nosotros y sólo sabemos de él por algunos trozos de la Escritura como cuando Isaías dice "traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... tomó el pecado de todos..." (Isaías 53 5.8b).
Sin embargo, las lecturas bíblicas nos traen una frase de sentido a su pasión y muerte, de esperanza, de resurrección: "Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el 'Nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo-, y toda lengua proclame: 'Jesucristo es el Señor', para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11).