Domingo IV de Adviento (B)

21-12-2008 4º DOMINGO ADVIENTO (B)
2 Sam. 7, 1-5.8b-12.14a-16; Sal. 88; Rm. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38
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Queridos hermanos:
Estamos en el cuarto Domingo de Adviento. El próximo miércoles, día 24 de diciembre, por la noche celebraremos el nacimiento de Jesús, el Hijo Único de Dios. En este tiempo de Adviento nos hemos ido preparando para la venida de Jesús. Para ello hemos pensado un plan de Adviento; hemos tratado de ser fieles a ese plan; hemos orado sobre los textos bíblicos que la Iglesia nos proponía en las Misas; hemos querido ser receptivos a la Alegría, que sólo el Señor nos puede dar. Pero, para acercarnos más a Jesús, se nos propone hoy, además, hacerlo a través de su querida madre, María.
- Nos narra el evangelio que el ángel Gabriel se presentó a una doncella de una aldea perdida en la montaña de Galilea. A esta doncella se le propone de parte de Dios la posibilidad de ser la madre del Mesías, la madre del Hijo de Dios. Ella pregunta al ángel Gabriel que cómo va a quedar embarazada si no ha mantenido relaciones con ningún hombre, a lo que el ángel le contesta que será el Espíritu Santo quien la cubra y quien la deje encinta, pues todo es posible para Dios. Al oír esto María, ya sin ninguna duda y con total disponibilidad, contesta: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
En el momento en que María contesta de este modo, ella se queda embarazada. Su vientre recibió la semilla divina, que fecundó su óvulo, y allí apareció una vida humana y a la vez una vida divina. María llevaba dentro de sí a un niño humano y a la vez a Dios mismo.
El 25 de marzo la Iglesia celebra la festividad de la Encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María y el 25 de diciembre la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús. No quiero ahora detenerme en si tales días corresponden realmente a las fechas de la concepción y del nacimiento de Jesús. No es el momento. Pero lo que sí quisiera plantearme, aquí y ahora, es la siguiente pregunta: ¿Qué pasó durante estos 9 meses, es decir, durante el tiempo del embarazo[1]? Nada de esto se nos dice. Uno de los evangelistas únicamente nos dice que en estos 9 meses sucedió el encuentro de María con su prima Isabel.
Se ha de suponer que en estos 9 meses la Virgen María percibió algunos cambios en su cuerpo, lo mismo que les sucede a todas las mujeres que se quedan embarazadas. Lo que voy a decir ahora lo he preguntado a algunas mujeres que han sido madres. Lo primero que me dijeron es que cada embarazo es distinto. De modo general, lo que una mujer embarazada puede sentir y, por tanto, lo que María pudo haber sentido es esto (perdón por los errores e imprecisiones que cometa al decirlo):
* En el primer trimestre María pudo sentir, entre otras cosas, nauseas, vómitos, se volvió más sensible, tuvo más sueño, se le agudizó el olfato. A partir de la semana 12 de gestación ya estaba formado el bebé.
* Parece que el segundo trimestre pudo ser el mejor, pues María quizás no tuvo ya las nauseas, ni las molestias del primer trimestre, ni tampoco la pesadez que tendría en el tercer trimestre. También es cierto que hay mujeres que lo pasan mal, muy mal durante todo el embarazo. En este segundo trimestre, a partir de la semana 18, María habría empezado a notar que la criatura se movía dentro y daba alguna patada.
* En el tercer trimestre los pulmones de María se habrían visto aprisionados, porque el niño ya habría crecido bastante y necesitaba más espacio. Además, María tuvo que llevar más peso consigo en este tiempo y esto le dificultó para caminar, con la consiguiente hinchazón de piernas y con dolor de riñones.
Sí, en María hubo un cambio en su cuerpo durante el embarazo, pero también en su mente, pues dejó de ser adolescente para convertirse en toda una mujer. Dejó de ser mujer a secas para irse convirtiendo poco a poco en madre. Asimismo la relación con su entorno: vecinos, familiares… tuvo que cambiar. Ella vería ahora todo con otros ojos y a ella también la verían con otros ojos. El embarazo de María tuvo que ser muy bonito, el sentir cómo se iba creando dentro de su ser una vida nueva e independiente de ella. Para María lo más bonito que podía sucederle era el ser madre. Por todo lo que acabo de narrar, se puede decir que María fue, es y será solidaria (aunque los cristianos hablamos más de “estar en comunión”, que tiene un significado más profundo que la mera solidaridad) con todas las mujeres que han estado embarazadas, que lo están y que lo estarán. María acoge, comprende y vela sobre todas las mujeres embarazadas.
El 4 de diciembre de 2008 leía en un periódico el testimonio de una mujer, Esperanza Puente, que había abortado. Decía así: “He querido explicarles lo que vivimos las mujeres cuando vamos a abortar. El miedo, la angustia, la soledad cuando te enfrentas a un embarazo inesperado y te abandona tu pareja, o no hay comprensión por parte de la familia, o te amenazan en el trabajo: «abortas o te despido», o hay exclusión social, o tienes problemas económicos...”. También María pudo pasar por esta soledad, por esta angustia y por este miedo. José pudo denunciarla y ella podría haber acabado lapidada junto con su hijo. Por eso, María está en comunión con todas las mujeres que, por una razón u otra, se han visto obligadas a abortar, o están abortando ahora mismo, o van a abortar en un futuro.
María está asimismo en comunión con tantas mujeres que no pueden tener hijos
; está en comunión con tantas parejas que, por una dificultad del varón o de la mujer, no pueden engendrar hijos y se quedan sin ellos, a pesar de ansiarlos tanto.
Igualmente María está en comunión con tantas mujeres que se casaron enamoradas y por haber fracasado su matrimonio y debido a su edad ya no pueden tener hijos, a pesar de que los deseaban y los desean con todas sus fuerzas.
Alguien puede preguntarse o preguntar por qué María puede estar en comunión con todas estas personas y la respuesta es que María llevó en su vientre, no simplemente a un niño, sino que con ella tenía a Dios mismo, al Hijo Único de Dios Padre. ¿Qué habrá sentido María en su espíritu al llevar a Dios durante esos 9 meses? Pues bien, a través de su Hijo, María pudo, puede y podrá estar en comunión con todas esas personas.
- Como siempre, termino con una idea este domingo anterior al día 22 de diciembre; la idea es que no pongamos nuestras fuerzas o salvación en el dinero, sino en Dios. Es cierto que hay crisis, que hay una gran necesidad de dinero para muchas familias, pero creo que la lotería no es la solución. Además, la lotería solucionará el problema a mucho menos de un 1% de la población española.
En nombre de Dios, un año más rompo estas participaciones de lotería en presencia vuestra y digo que sólo quiero poner en El mi seguridad, y esto quiero hacerlo con su fuerza, con su luz y con su gracia.
[1] Hay algunas imágenes en las iglesias que nos muestran a María embarazada. A mí siempre me inspiraron ternura dichas imágenes

Domingo III de Adviento (B)

14-12-2008 3º DOMINGO ADVIENTO (B)
Is. 61, 1-2a.10-11; Lc. 1, 46-50.53-54; 1 Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8.19-28
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Queridos hermanos:
* En este domingo os invito a llegar a casa y coger los textos de la Biblia que hemos escuchado: leedlos despacio y saboreadlos, como si estuvieseis comiendo un helado. Son unos textos preciosos. También quien tenga la oportunidad que coja la homilía que estoy predicando ahora y saboree los textos de los santos que voy a citar al final.
* En este tercer domingo del tiempo de Adviento siempre se recogen frases de la Sagrada Escritura que hacen referencia a la ALEGRIA. Por ejemplo, en la primera lectura, que es del profeta Isaías, se dice: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. En el salmo responsorial se dice como respuesta: “Me alegro con mi Dios”, y más adelante: “Se alegra mi espíritu en Dios”. Y San Pablo, en la segunda lectura, dice: “Estad siempre alegres”.
* La alegría, según Sto. Tomás de Aquino, es el primer efecto del amor. Sólo quien ama puede estar contento y alegre. Se podría decir que hay tantas clases de alegría como clases de amor: la alegría de quien ama una buena comida es bien distinta de la que goza quien acaba de enamorarse. Sin embargo, la alegría de amar a Dios no puede compararse con ninguna otra. Por ello, S. Pablo en el momento en que relata los padecimientos que está sufriendo por causa de la fe declara abiertamente: “estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de todas nuestras tribulaciones” (2 Cor. 7, 4).
En los relatos de la Resurrección del Señor se percibe una alegría especial, que llevarán los apóstoles siempre en su espíritu, a pesar de las dificultades y persecuciones. Es el cumplimiento de la promesa que les hiciera Jesús en la última Cena: “Y yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn. 16, 22). En efecto, la alegría de los cristianos no va a depender de su estado de ánimo, ni de su salud, ni de ninguna otra causa humana, sino de haber visto al Señor, de haber estado con El. Sólo la cercanía de Dios es el motivo de la alegría profunda, de un gozo incomparable. Como bien nos dice San Pablo en la carta a los Gálatas, la alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal. 5, 22).
La alegría cristiana es de una naturaleza especial. Es capaz de subsistir en medio de todas las pruebas, incluso en los momentos más oscuros. Puede elevarse siempre sobre todas las circunstancias de lo que nos rodea. Con la alegría, el cristiano hace mucho bien a su alrededor, pues esa alegría lleva a Dios. Dar alegría a los demás será frecuentemente una de las mayores muestras de caridad, el tesoro más valioso que puede dar a quienes le rodean. Muchas personas pueden encontrar a Dios en la alegría del cristiano.
* ¿Cómo lograr y alcanzar esta alegría en nosotros? La “receta” se nos da también en las lecturas de hoy:
- “Dar la buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”. Es decir, dar noticias de esperanza a los demás.
- “Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión […] No apaguéis el espíritu […] Guardaos de toda forma de maldad”.
* Si me permitís y para terminar, voy a transcribir a continuación una serie de frases de unas personas expertas en alegría: los santos. Sus palabras son mejores que las mías y tienen la fuerza de haberlo vivido en sus propias vidas:
- Decía San Gregorio Magno: “Perdemos la alegría verdadera por el deleite de las cosas temporales”.
- Decía el Pastor de Hermas, un autor cristiano de los primeros siglos del cristianismo: “Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal”.
- Decía San Josémaría Escrivá: “¿No hay alegría? Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. Casi siempre acertarás”.
- San Atanasio: “Los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua, la Resurrección de Jesús”.
- San Juan Crisóstomo: “Los seguidores de Cristo viven contentos y alegres, y se glorían de su pobreza más que los reyes de su corona”.
- Sta. Teresa de Jesús: “Mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: que olvida más nuestra alegría por alegrar a quien amamos. Y verdaderamente es así, que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo alegramos a Dios, se nos hacen dulces”.
- San Juan Crisóstomo. “En la tierra, hasta la alegría suele parar en tristeza; pero para quien vive según Cristo, incluso las penas se transforman en gozo”.
- San Agustín: “El gozo en el Señor debe ir creciendo continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debamos alegrarnos mientras estemos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en el mundo, nos alegremos ya en el Señor”.
- San Basilio: “Siempre estarás gozoso y contento, si en todos los momentos diriges a Dios tu vida, y si la esperanza del premio suaviza y alivia las penalidades de este mundo”.
- Santo Tomás de Aquino: “Las fiestas se han hecho para promover la alegría espiritual, y esa alegría la produce la oración; por lo cual, en día festivo se han de multiplicar las plegarias”.
- Juan Pablo II: “La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo… ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!”

Domingo II de Adviento (B)

7-12-2008 2º DOMINGO ADVIENTO (B)
Is. 40, 1-5.9-11; Slm. 84; 2 Pe. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8
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Queridos hermanos:
Se dice en la segunda lectura: Esperad y apresurad la venida del Señor”.
- ESPERAD. El tiempo de Adviento en que estamos es un momento de preparación, de vigilancia y de espera, pero ¿qué hemos de esperar o a quién hemos de esperar? Nos dice S. Pedro en la segunda lectura: “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”.
Estamos hartos de tanta injusticia, de tantas lágrimas, de tanto dolor sin sentido y de tanto dolor sin fin. Hace un tiempo se me presentó una mujer mayor, de unos 75 años. Su vida era un auténtico fracaso: el hijo mayor con esquizofrenia y sin posibilidad de curación, el pequeño con un alcoholismo tan fuertemente arraigado que, a pesar de haber visitado varios centros de desintoxicación y de curación a lo largo de España, recaía una y otra vez. El marido de esta señora se la está “pegando” con una mujer más joven, que lo único que hace es “sacarle” el dinero que se precisa para atender tantas necesidades de la familia. Esta mujer sufre por esta situación y sufre pensando qué será de sus hijos el día en que ella falte y no haya quien mire por ellos. Sí, estamos hartos de tanto dolor sin fin, de tantas familias y matrimonios rotos.
Estamos hartos de tanta injusticia en gente que ha luchado toda la vida por tener algo y, en medio de esta crisis, se queda sin trabajo, sin el piso para el que había ahorrado toda su vida y se queda sin horizonte.
Estamos hartos de tanto engaño, porque se nos ha dicho, por activa y por pasiva, que poseyendo cosas materiales: casa, coche, dinero, máquinas… seríamos felices o estaríamos más contentos, y ahora resulta que todo eso se nos quita, o no podemos alcanzarlo, o no somos más felices al tenerlo.
Por todo esto y por mucho más “esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”. Sí, estoy completamente seguro que estos años de miedo, de incertidumbre, de crisis, de mayor pobreza… a mucha gente le hará tener una perspectiva distinta de sí mismos, de los demás, de la vida, de las cosas. Todo esto nos ayudará a crecer como personas, a ser más humildes…
Nosotros, los cristianos, sabemos que este cielo nuevo, esta tierra nueva y esta justicia nueva no vendrán porque la traigan los poderosos de la economía o de la política. También es cierto que nosotros, los cristianos, sabemos que este cielo nuevo, esta tierra nueva y esta justicia nueva no vendrán sólo por el mero fruto de nuestro esfuerzo personal y comunitario. No vendrán tampoco porque sí. Este cielo nuevo, esta tierra nueva y esta justicia nueva nos serán dados por el Señor. Todos necesitamos de Dios, necesitamos al Señor y por eso lo ansiamos y lo esperamos. Sí, el Señor viene. Ya lo anunciaba S. Juan Bautista en el evangelio de hoy: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo”.
- APRESURAD. Os recuerdo que decía S. Pedro en la segunda lectura: “Esperad y apresurad la venida del Señor”. Y es que para los cristianos la espera no debe de ser algo pasivo, como estar sentados en una silla en la estación de tren haciendo tiempo hasta que éste llegue. Hemos de apresurar esta venida del Señor. Pero ¿cómo? En las lecturas que nos propone hoy la Iglesia se nos presentan varias acciones para apresurar la llegada del Señor a nosotros y a este mundo:
* “Consolad, consolad a mi pueblo”. No tengamos el corazón duro e insensible ante tanto sufrimiento que nos rodea y nos rodeará. El jueves me hizo daño la fotografía que vi en los periódicos en donde se mostraba a varios hombres en un bar alrededor de una mesa y jugando una partida a las cartas. Por lo visto eran los compañeros de partida del hombre asesinado por ETA. El hueco dejado por este hombre fue ocupado por otro y continuaban la partida como si tal cosa. Me hizo daño esto. Hay un himno de Vísperas (la oración de la liturgia de las horas) que dice así: “que el corazón no se me quede desentendidamente frío”. No quiero un corazón frío ni ante la muerte de un hombre a manos de ETA, ni ante un niño asesinado en el vientre materno, ni ante el dolor de una mujer, feligresa mía de Taramundi, que me llamó este día porque su hijo sufría acoso escolar y pedía mi mediación para que lo admitiesen en un determinado colegio, ni… Por eso, quien escucha, consuela y se compadece (padece con) de los que sufren está apresurando la venida del Señor.
* “Procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”. Apresuro la venida de mi Señor Jesucristo cuando busco la paz: paz con los de lejos, paz con los de cerca; paz con los demás, paz conmigo mismo; paz en el exterior, paz en el interior de mi ser. Y estoy en paz cuando pido perdón a Dios de mis pecados, cuando pido perdón a los demás, cuando perdono a los demás, cuando me perdono a mí mismo, cuando acepto a los demás, cuando me acepto a mí mismo. Es tan importante la paz en la vida de un hombre que en todas las Misas, tras orar el Padrenuestro, se pide dicha paz de modo constante, hasta 8 veces: ‘Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días…’; ‘Señor Jesucristo, que dijiste a los discípulos: la paz os dejo, mi paz os doy, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y, conforme a tu palabra, concédele la paz…’; ‘la paz del Señor sea siempre con vosotros’; ‘daos fraternalmente la paz’; ‘Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz’; ‘podéis ir en paz’.
* “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Apresuro la venida del Señor cuando más austeramente vivo; cuando pongo mi corazón en los valores humanos más que en los materiales, cuando pongo mi corazón en los valores que no se ven ni se tocan más que en los valores que se ven y se tocan, cuando pongo mi corazón en los valores divinos y eternos más que en los valores mundanos y perecederos.
Termino con el himno de Vísperas al que aludí antes y que es precioso. Quisiera que fuera como una oración para esta semana de Adviento:
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dices que estás muerto!...).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo.
Amén.

Domingo I de Adviento (B)

30-11-2008 1º DOMINGO ADVIENTO (B)
Is. 63, 16b-17; 64, 1.3b-8; Slm. 79; 1ª Co. 1, 3-9; Mc. 13, 33-37
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Queridos hermanos:
- Hace unos 2.500 años en Israel se vivía una situación bastante dura y difícil en muchos aspectos, especialmente en el ámbito religioso. El profeta Isaías veía esta situación con sus propios ojos y, como él tenía una gran sensibilidad, lo sufría en carne propia. Este dolor lo dejó plasmado en sus escritos. En el trozo que hoy hemos leído se dice: “Nadie invocaba Tu nombre ni se esforzaba en aferrarse a Ti”. “Todos éramos impuros”. “Nuestra justicia era un paño manchado”. “Todos nos marchitábamos como follaje”. En esta misma línea se pronuncia el salmo 13, en el que se lee: “Dice el necio para sí: ‘¡Dios no existe!’ Todos están pervertidos y practican la maldad, no hay quien haga el bien. El Señor mira desde el cielo a los hombres para ver si queda alguien juicioso que busque a Dios. Pero todos se obstinan en su rebeldía, ninguno hace el bien”. Sí, el profeta, igual que el salmista, veía que la fe en Dios era abandonada: no creían ni los jóvenes, ni los viejos, ni los hombres, ni las mujeres. Pero Isaías sufría por tantas cosas. Veamos si la situación hoy día está algo mejor.
* También ahora se abandona la fe a marchas forzadas. Hay muchas solicitudes de apostasía en toda Europa, y no sólo en España, pero estas apostasías formales son únicamente la punta del iceberg de la gran apostasía práctica de tantos y tantos bautizados a lo largo y ancho de Asturias, de España, de Europa.
* En una sentencia judicial reciente, concretamente en Valladolid, se obliga a quitar los crucifijos de un colegio; el otro día leía en el periódico que un número de la Guardia Civil paró a una señora que circulaba en su coche hacia el Valle de los Caídos y le obligó a quitar el rosario que llevaba colgando alrededor del espejo retrovisor porque “eso” era algo provocador y podía originar altercados y desordenes públicos; también leía esta semana que dos números de la Guardia Civil de un cuartel en Córdoba presentaron una reclamación para que una imagen de la Virgen del Pilar que estaba a la entrada del cuartel fuera quitada, pues ofendía a su sensibilidad; el año pasado, por estas fechas, en varios centros escolares se obligó a suspender la celebración de las fiestas navideñas para no herir las sensibilidades de los niños, cuyos padres eran no creyentes.
* No se puede poner una placa en el Congreso de los Diputados a Sor Maravillas, una monja santa y católica. Si fuera una tenista, o una escritora, o una artista de la música o del teatro o del cine… entonces sí que se podría poner dicha placa.
* Se ensalza como un logro sanitario la vacuna contra el cáncer de útero en las adolescentes, cuando el otro día escuchaba cómo un médico decía que esta vacuna actúa exclusivamente contra dos virus que se contraen por tener frecuentes relaciones sexuales con varones distintos y que el mejor remedio contra estos dos virus no es la vacuna, sino que es evitar la promiscuidad, es decir, mantener relaciones sexuales con una única persona. Pero decir esto es políticamente incorrecto.
* En España y en Asturias se ponen problemas para las medicaciones de tantos enfermos crónicos; se dice a los médicos de cabecera que ahorren en las recetas lo que puedan, pues la Seguridad Social tiene que ahorrar (lo cual me parece muy bien y creo que nos medicamos demasiado), pero, por otra parte, se quiere financiar a cargo de esta misma Seguridad Social el cambio de sexo o la vacuna contra el cáncer de útero o la píldora poscoital, porque todo esto es moderno y progresista.
* Estamos en una época donde no se puede decir la verdad, sino que la verdad es la que se propugna desde la clase política dominante o desde determinados medios de comunicación.
* La crisis de valores, ya no sólo religiosos, sino simplemente humanos es impresionante. El vacío en los valores religiosos o espirituales, o dicho de otro modo, el buscar sólo las cosas materiales, el tener más que el ser… hace que la gente se encuentre y se sienta sin ilusión y vacía, y buscando siempre más y más sensaciones extremas. Parece que si no bebes alcohol, si no vas de vacaciones a Cancún, si no tienes dos casas, si no sales a comer o cenar los fines de semana, si no estrenas ropa frecuentemente, si no te realizas personalmente…, entonces eres un carca y un pasado de moda o de la Edad Media.
Ante todos los desastres que observaba el profeta Isaías en su tiempo, él clamaba al Señor y le pedía: “Vuélvete por amor a tus siervos […] ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! […] Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en El […] Señor, tú eres nuestro padre”. Ante todas estas situaciones también nosotros hemos de clamar al Señor y no dejarnos arrastrar por las modas y por lo que no construye a la persona, sino que la destruye por dentro.
Además de clamar al Señor, Jesús nos dice que hemos de vigilar y estar en vela para no dejarnos arrastrar por modas y pensamientos que no dan vida, sino que nos la quitan. Como medio, en este Adviento, para estar vigilantes y para clamar al Señor os propongo, como cada año, confeccionar un plan de Adviento.
- En efecto, al llegar este primer domingo de Adviento, os recuerdo la conveniencia de que todos realicemos y preparemos un plan de vida, que dure desde hoy, 30 de noviembre hasta el 24 de diciembre por la noche. Todos los cristianos somos o debemos ser como madres embarazadas de Cristo Jesús. Hemos de preparar los patucos, la cuna, biberones… para el Niño Jesús, que nacerá el 24 del mes que viene.
Los que tenéis experiencia de otros años ya sabéis las cosas que yo aconsejo para este tiempo: 1) intensificar la oración y los tiempos dedicados a ella, 2) más lectura espiritual, que pueden ser lecturas de las Misas o las cartas de San Pablo, pues estamos en el año paulino, 3) confesarnos antes del 24 de diciembre, 4) no comprar lotería, 5) no comer nada de dulces navideños antes del 24 de diciembre, 6) visitar a enfermos, ancianos, amigos que lo necesitan y agradecerán, 7) obras de caridad y de amor con nuestros familiares de casa o de fuera de casa, 8) luchar contra algún vicio o defecto más dominante en nosotros: tabaco, alcohol, comida, lengua, televisión, ordenador, gastos excesivos…, 9) más limosnas, 10) asistir a Misas por la semana, 11) reconciliarse con alguna persona, 12) ordenar cosas mías o de la casa, 13) darse en el trato con el cónyuge y los hijos, 14) y un largo etcétera.
Yo os doy simplemente ideas. Vosotros las concretaréis según vuestras fuerzas y circunstancias. Lo que sí es cierto, y de ello estoy totalmente seguro, es que, si hacemos un plan para el Adviento y procuramos adecuarnos a él, estas Navidades el Niño Jesús estará mucho más a gusto en la cuna de nuestro espíritu.

Domingo Jesucristo, Rey del Universo (A)

Por error he preparado la homillía según las lecturas del Ciclo B, lo siento. Ya no me da tiempo a preparar la homilía según el Ciclo A. Las lecturas que figuran aquí son las del ciclo B, pero la referencia la he puesto para el Ciclo A. Siento todo este lío.
23-11-08 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (B)
Dn. 5, 1-3; Slm. 92; Ap. 1, 5-8; Jn. 18, 33-37
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Queridos hermanos:
- Con este domingo terminamos el año litúrgico , pues el día 30 empieza un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento. Con la festividad de Cristo Rey se hace referencia al sentido de nuestra vida y de la vida en este mundo. Nuestra visión del mundo no es cíclica o repetitiva, sino que para nosotros este mundo tiene un principio y un fin: Dios es el origen y será también la meta de todo y de todos. Hacia Dios caminamos.
En la homilía de hoy me fijaré especialmente en dos verbos referidos a Jesús: VER Y ESCUCHAR.
- VER. Al preparar esta homilía me detenía en unas palabras de la lectura del libro del Apocalipsis, que es el último libro de la Biblia. Dice así: “¡Mirad! Jesús viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo atravesaron”. Este texto responde a un anhelo grande (más o menos consciente) de la humanidad: ver a Dios. Recuerdo que hace unos 28 años, siendo yo seminarista, una chica de una parroquia, en la que yo colaboraba pastoralmente y que tenía algunas dudas de fe, me decía que para creer en Dios a ella le bastaría que El se le mostrase físicamente una sola vez. A esta chica le costaba creer en algo que le contaban, pero que no palpaba, que no veía, que no se podía demostrar científicamente. En esta misma línea, Nietzsche, filósofo alemán del siglo XIX decía de Jesús: “Si de verdad eras el Hijo de Dios, ¿por qué no nos lo has mostrado más claramente?” Incluso un famoso jesuita del siglo XX, Teilhard de Chardin, dijo: “¿Por qué callas, Señor? Tus criaturas están ante ti perdidas y angustiadas pidiendo ayuda; y a ti, si existieras, te bastaría –para hacerlas correr hacia ti- mostrarles un rayo de tus ojos, la orla de tu manto. Pero tú no lo haces.” Sí, en nuestro tiempo a muchas personas les cuesta creer en Jesús como Dios, pues la historia de su nacimiento, vida y muerte en cruz es algo que pasó hace muchos años. Estas personas no sienten en su ser, como experiencia concreta, que Jesús haya muerto por ellas. Por todo esto –repito- a muchos les cuesta creer en Jesús como Dios. Pero es que a las personas que estuvieron hace 2000 años con Jesús por las tierras de Israel también les costaba creer en El como Dios, porque lo veían como un hombre completamente normal, que comía, bebía, dormía… como todos los hombres. Sí, es verdad que le veían hacer cosas extraordinarias, pero algunos pensaban que hacía esto por ser un mago muy poderoso, o porque tenía el poder de Satanás, o de Dios, pero El, Jesús, no era más que un hombre; extraordinario, pero hombre.
Por todo esto, la Iglesia sitúa hoy este texto (“¡Mirad! Jesús viene en las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo atravesaron”) en la Misa. Al final de los tiempos, o de nuestro tiempo, todos los ojos veremos a Jesús. Lo veremos quienes hemos creído en El y quienes no han creído. Verán a Jesús los que le atravesaron con la lanza en el costado cuando colgaba en la cruz; lo verán los que le crucificaron, los que le flagelaron, los que le condenaron, los que le negaron, los que se burlaron de él, los que lo amaron, los que lo siguieron, los que apostataron y los que se mantuvieron fieles. Lo verán quienes acuden a Misa y los que no acuden, quienes rezan el rosario y quienes no lo rezan. Lo verán quienes hicieron el bien y quienes hicieron el mal.
Sin embargo, yo no me conformo con ver a Jesús al final de los tiempos o al final de mi vida. Quiero verlo ya, aquí y ahora. Naturalmente que sé que esto es un don de Dios. Nosotros sólo podemos disponernos para recibirlo y clamar al Señor por este don. Clamamos por este don mediante la oración y la espera paciente ante Dios. Y nos disponemos para recibir este don por la pureza de nuestro comportamiento, de nuestras palabras, por la humildad y por la práctica de las virtudes. Este es un camino infalible para ser regalados aquí y ahora con la vista admirable del Señor Jesús.
- ESCUCHAR. Al finalizar el evangelio de hoy Jesús le dice a Pilato: “Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Existe una diferencia entre oír y escuchar. Oye la persona a la que se le habla, pero puede hacer caso o no, puede acoger dichas palabras o no. Los fariseos en tiempos de Jesús le oían, pero no acogían lo que les decía y lo despreciaban o lo dejaban de lado. Hacían realidad aquel refrán que dice: “Predícame, cura, predícame, fraile, que por aquí me entra y por aquí me sale”. Anás y Caifás oyeron a Jesús; Herodes y Pilato oyeron a Jesús; Judas y tantos fariseos oyeron a Jesús; hoy tanta gente oye a Jesús, pero no acogen sus palabras.
Escuchar, no quiere decir que se acepte sin ningún tipo de crítica o de reflexión lo que se nos dice. Escuchar significa oír las palabras y acogerlas en el corazón, en la mente, en el alma y tratar de adecuar la vida a lo que hemos escuchado. Escucho lo que me dice Jesús porque sus palabras me dan vida, alegran mi ser más íntimo, me conmueven las entrañas, arrojan de mí todos los miedos… Escucho las palabras de Jesús porque me fío de El; he tenido experiencia de El y sé que nunca me engaña ni me engañará; sé que me quiere y me ama, y que desea lo mejor para mí. Por lo tanto, escucho las palabras de Jesús por lo que me dice y por quién me lo dice. Así lo hicieron S. Pedro, María Magdalena y tantas personas a lo largo de la historia. María, la madre de Jesús, es el mejor modelo de escucha de su Hijo Jesús y de las cosas de su Hijo Jesús. En el evangelio de S. Lucas por dos veces se nos dice que “María guardaba estas palabras y las meditaba en su corazón” (Lc. 2, 19.51).
- Ya termino con unas palabras de un gran santo: S. Agustín. El ansió ver y escuchar a Jesús y lo logró. Por eso escribió estas palabras tan bellas de su Amado Jesús, y que yo hoy suscribo del mismo modo:
"Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (S. Agustín, Confesiones, Libro I, Cp. I, 1).
"¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le embriagues para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? […] Que yo corra tras tu voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y pueda así verle" (S. Agustín, Confesiones, Libro I, Cp. V, 5).
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! […] Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz” (S. Agustín, Confesiones, Libro X, Cp. XXVII, 38).