Corpus Christi (C)

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10-6-2007 CORPUS CHRISTI (C)
Gn. 14, 18-20; Slm. 109; 1 Co. 11, 23-26; Lc. 9, 11b-17
- Celebramos hoy el día del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo. Esta festividad procede de la Edad Media. Su origen histórico es el siguiente: Berengario de Tours (+ 1088) negó la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Igualmente los herejes cátaros, albigen­ses y valdenses negaron esta verdad de fe. Como reacción la Iglesia, los fieles fomentaron mucho la devoción eucarística y, en esta época, abundan las noticias sobre milagros eucarísticos (por ejemplo, Bolzano es una villa italiano un tanto al norte de Roma. En la Edad Media venía en peregrinación un sacerdote alemán a Roma. Este sacerdote tenía serias dudas de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Un día celebrando la Misa en una iglesia de Bolzano, este sacerdote tenía entre sus manos el pan eucarístico y, dudando que allí estuvieran realmente Jesús resucitado, dicho pan eucarístico se convirtió en un trozo sangrante de corazón humano. La sangre manchó el ara o el corporal sobre el altar, y el sacerdote ya no tuvo jamás dudas. Aún hoy se venera en Bolzano ese ara o ese corporal manchado en sangre. También está el famoso caso de S. Antonio de Padua y el asno que adoró el Santísimo haciendo una genuflexión).
Pues bien, una religiosa belga (la beata Juliana de Canillon), a través de unas revela­ciones del Señor, luchó por difundir la devoción a la presencia real de Cristo en las especies consagradas. De este modo, el Papa Urbano IV, con la bula ‘Transiturus’ del 11-VIII-1264, manda que se celebre en toda la Iglesia la fiesta de los Santísimos Cuerpo y Sangre de Jesús en el jueves posterior a la Santísima Trinidad. Rápidamente se extendió la celebración de esta festividad. Así, en Cataluña se introdujo en 1314, en Inglaterra en 1325, en Roma en 1350. El Papa no había dicho nada de proce­siones después de la Misa, pero en seguida se introdujeron y, al principio, se hacían en copones o custodias cubiertos, pero pronto se pasó a las custodias actuales para que el pueblo pudie­se ver y adorar al Cristo Eucarístico.
- Después de esta breve introducción histórica y, si me lo permitís, hoy os voy a dar otra clase de derecho canónico sobre el sacramento de la Eucaristía:
En el canon 898 dice que los fieles hemos de tributar la máxima veneración a la santísima Eucaristía y reseña el canon tres modos de hacerlo:
1) tomando parte activa en la celebración de la Misa. Parte activa con cantos, oraciones vocales en alto, silencios, posturas de atención y adoración[1];
2) recibiendo la Sagrada Comunión frecuentemente y con mucha devoción;
3) dándole culto con suma adoración. Quedándose un poco después de la Misa para adorar al Cristo Eucaristía que llevamos en nuestro pecho. Llegando un poco antes a la Misa para serenar nuestro espíritu y nuestra mente de las tensiones de la calle y de la casa y poder así preparar nuestro ser para recibir a Cristo Eucaristía.
En el canon 910 se dice que los ministros ordinarios para dar la comunión son el obispo, el sacerdote y el diácono. Los ministros extraordinarios son aquellos fieles laicos designados establemente por el Obispo y aquellos que, en casos de necesidad, el sacerdote celebrante les dé este encargo para cada caso, por ejemplo, cuando hay bastante gente para comulgar y necesita que se le ayude a repartirla. Estos ministros extraordinarios han de ser fieles laicos de experiencia de Dios, de formación adecuada y de rectitud en su vida moral.
En el canon 912 se dice que pueden recibir la Sagrada Comunión los bautizados, pero con las debidas disposiciones espirituales y morales. No pueden recibirla las personas que no estén bautizadas, ya que el Bautismo es la “puerta de entrada” para los demás sacramentos.
En el canon 913 se dice que se puede dar la Comunión a los niños con las siguientes condiciones: que tengan suficiente conocimiento racional, que tengan una preparación cuidadosa, que entiendan el misterio de Cristo en la medida de su capacidad, y que puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción. Antes de recibir la Comunión, deben de haber confesado sacramentalmente (canon 914). Reseño este último canon ante los abusos que se dan en ciertas parroquias, en donde no permiten que los niños se confiesen, porque a esa edad (dicen los párrocos o catequistas) no se tiene pecados y para no traumatizar a los niños. Todo lo más, se les dice a los niños que escriban las cosas malas que hacen en un papel y que echen los papeles en un fuego, para que dicho fuego haga desaparecer sus pecados. Por todo esto, no es demasiado extraño que haya jóvenes, que se acercan a casarse con 29 ó 34 años, y no se hayan confesado en su vida, ni siquiera para hacer la Primera Comunión.
No se puede admitir a la Comunión eucarística a los excomulgados (por ejemplo, por un aborto sin haber recibido antes la absolución del Obispo o de un sacerdote dotado de la potestad de quitar una excomunión) ni a los que perseveren en pecado grave (por ejemplo, por robo y no devolución de lo robado, por rencor hacia otras personas[2], etc.) (canon 915).
En el canon 916 se dice que, quien tenga conciencia de pecado grave, no debe de acercarse a comulgar sin haberse confesado antes (por favor, que no nos pase más de dos meses sin confesarnos). Sin embargo, hay una excepción a esta norma, ya que puede acercarse a comulgar el fiel, si hay un motivo grave (por ejemplo, el funeral o la boda o la Primera Comunión de un familiar muy cercano) y no haya posibilidades de confesarse en ese instante. Pero el fiel ha de hacer un acto de contrición perfecta y proponerse confesarse sacramentalmente cuanto antes.
Quien recibió ya una vez la Eucaristía, puede de nuevo en el mismo día, una vez más recibirla. Si el fiel estuviera en peligro de muerte, después de haber comulgados dos veces en un mismo día, puede volver a comulgar ese día como viático (canon 917).
Antes de recibir la Comunión se ha de guardar una hora de ayuno. No rompe el ayuno eucarístico el agua o las medicinas. Los ancianos, enfermos y quienes los cuidan no están obligados a guardar la hora de ayuno (canon 919).
Se puede comulgar en la boca o en la mano. En este último caso, se ha de procurar tener las manos limpias y llevar la Sagrada Forma a la boca delante del sacerdote y nunca yendo de vuelta para el banco. El sacerdote deposita la Forma en la palma de la mano (nunca el fiel la coge de los dedos del sacerdote), y sólo entonces el fiel la recoge de su palma y se la lleva a la boca.
[1] Recuerdo que en cierta ocasión estaba celebrando una Misa para niños y les hacía preguntas en la homilía. De repente, uno niño de unos 7 años alzó la mano y, sin que viniera a cuento con lo que se estaba hablando en ese momento, dijo al micrófono: “Mi hermano mayor, de 10 años, no quiere venir a la Misa, porque dice que se aburre.” Todos quedamos cortados. Enseguida le pregunté: “¿Y tú no te aburres?” A lo que el niño respondió: “No, yo no me aburro, porque yo atiendo.”
[2] “Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt. 5, 23-24).

Santísima Trinidad (C)

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3-6-2007 SANTISIMA TRINIDAD (C)
Prov. 8, 22-31; Slm. 8; Rm. 5, 1-5; Jn. 16, 12-15
Queridos hermanos:
En el día de hoy se celebra el domingo de la Santísima Trinidad y también en este día se celebra el domingo “Pro Orantibus”, es decir, por todos aquellos dedicados a la vida contemplativa: los fieles que están en conventos de clausura o fuera de ellos, y que su misión preferente es la de orar; orar al Dios Uno y Trino, y orar por toda la Iglesia y por todo el mundo.
A primeros del mes de mayo acudí a un monasterio de clausura de la archidiócesis para hacer dirección espiritual con una religiosa. Esta me comentó que el día de la Santísima Trinidad era el día de la vida contemplativa y que lo mencionara en la homilía. A lo que yo le contesté que mejor preparaba ella ese día la “homilía” y yo la predicaría adaptándola en lo que estimare oportuno. Sin cambiar casi nada de lo que me ha remitido, aquí está el resultado:
Cuenta S. Jerónimo de sí mismo que, siendo ya sacerdote y llevando una vida de privaciones, había algo de lo que no podía desprenderse: su biblioteca. Preciosa y valiosa biblioteca. Dice S. Jerónimo que ayunaba de comer manjares exquisitos, pero no podía pasar un solo día sin leer a Cicerón y otros clásicos de la literatura pagana. Hasta tal punto que, si intentaba leer los profetas o los evangelios, le horrorizaba su lenguaje inculto y los despreciaba en su interior. “Al no ver la luz, pues tenía los ojos ciegos, no me acaba de convencer que era por culpa de mis ojos y no del sol”, decía S. Jerónimo. Sucedió que, en una Cuaresma, cayó gravemente enfermo. Ya le daban por muerto y comenzaron a prepararle el entierro. En esta situación, S. Jerónimo se vio llevado ante Dios y allí le preguntaron de qué condición era, a lo que él respondió que era cristiano, pero se le replicó que eso era falso, que en todo caso él era ‘ciceroniano”, pues donde estaba su tesoro, allí estaba su corazón. Jerónimo no tenía razones para alegar, y se quedó sin palabras. Aquello era verdad. Sentía que su conciencia le atormentaba por haber buscado la alabanza y la gloria humana, y haberse recreado en ella. Así que comenzó a gritar al Señor y a pedir misericordia. Se le concedió retornar a la vida humana con gran sorpresa de los que ya le tenían por muerto. Fue tal el vuelco que dio a su vida, que puso su corazón y, por tanto, su tesoro en la Sagrada Escritura y ha pasado a la historia de la Iglesia como un gran comentador de la Escritura. A él se debe la traducción al latín de la Biblia; es lo que se conoce como la Vulgata.
Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Hoy la Iglesia, nuestra Madre, en su liturgia nos abre su Tesoro. ¿Cuál es el Tesoro de la Iglesia? Es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos lo abre y nos dice: 1) Tu corazón ponlo en el Padre. No busques otros apoyos, otras referencias. Confía en Dios, confía en su Providencia y su amor sobre ti. El te guía y te acompaña siempre. El Padre del cielo cuida de ti. 2) Tu corazón ponlo en el Hijo. No busques otros señores. El es nuestro único Señor. Jesús es la perla preciosa, y el tesoro escondido de que nos habla el Evangelio. Sólo El es el camino de la felicidad. 3) Tu corazón ponlo en el Espíritu Santo. No busques la vida en otras partes ni en otras cosas. El Espíritu es Señor y dador de vida. Sólo El puede darte la paz y el gozo verdadero.
La Iglesia, además de abrirnos su Tesoro, también hoy nos abre su corazón y nos dice: En mi corazón están los hermanos y hermanas contemplativos. Hoy debéis rezar por ellos. Recordadlos y ayudadlos; ellos también necesitan de vuestra oración y cariño. El corazón de nuestra Iglesia diocesana está latiendo con la ofrenda de la vida y con la oración de los contemplativos. En nuestra archidiócesis hay monjes cistercienses en Valdediós, monjas dominicas en Cangas de Narcea, clarisas en Villaviciosa. En Gijón hay agustinas y carmelitas descalzas, y en Oviedo hay benedictinas, salesas, agustinas, pasionistas y carmelitas descalzas. También hay seglares que llevan una vida apartada de oración, de silencio y de trabajo.
Los contemplativos no os olvidamos ante el Señor. No hace mucho me decía una amiga: “Tú te has ido, nos has dejado. Tú tienes vocación, pero a nosotros qué nos va en ello…” Es verdad que me he ido, pero no me he alejado.
No os he dejado. Al contrario. Estoy más cerca, aunque, como el corazón, esté más dentro y, por eso, más escondida. Dios me ha dado esta vocación, porque me ama, porque ama a la Iglesia, porque ama a la humanidad, porque os ama a vosotros, porque te ama a ti. Os va mucho en ello: mi vocación os pertenece y es para vosotros.
No me he alejado. Cuando estoy con Jesús en la oración, durante el día o durante la noche, vosotros estáis aquí, conmigo y con El, como en una mesa de familia que El, el Señor, preside y en la que nos está regalando su amor. Yo procuro serviros, como una madre sirve a la mesa de sus hijos. Así, en la mesa de mi corazón y de mi oración estáis vosotros –con vuestras vidas, vuestras necesidades, vuestras preocupaciones, dudas, enfermedades, desesperanzas…- para ser presentados y escuchados por el Señor. Y El, tan bueno, quiere que os sirva amor en abundancia, alegría de Espíritu, paz y paciencia. De este modo, desde el Corazón del Señor llego a vuestro corazón.
No os he dejado. Sí, es verdad, a muchos hermanos no los conozco ni nunca sabrán de mí, pero han llegado a ser tan importantes que por cada uno y por todos ofrezco con Jesús mi vida cada día. Nadie debería sentirse solo; siempre, con nuestra oración, os echamos un cable, os tendemos la mano.
¿Es difícil darse cuenta de esta realidad? A veces sí, porque habitualmente no nos paramos a pensar que nuestro corazón está latiendo y regando nuestro cuerpo. Pero un día nos hacemos una herida y empieza a chorrear sangre y entonces nos percatamos que el corazón nos envía sangre a todo el cuerpo y tenemos vida. Por eso, a veces necesitamos tener heridas en el alma: insatisfacción, decepciones, fracasos, contrariedades, sufrimientos… para levantar nuestro corazón al cielo y saber que nuestra Vida es Dios. Sólo Dios. Todo pasa y caminamos hacia El. Pero estamos sostenidos, somos ayudados; alguien, una hermana o un hermano contemplativo, se acuerdan hoy de mí y puedo seguir caminando con confianza y llevar con paz y hasta con alegría mi cruz de cada día.
Allí donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Fijaos lo que nos dice hoy la Iglesia: allí donde está mi tesoro, es decir, mi Dios Uno y Trino, allí está mi corazón, es decir, los hermanos y hermanas contemplativos. Los hermanos y hermanas contemplativos tenemos nuestro corazón en el Tesoro de la Iglesia, y allí os tenemos a vosotros, nuestros hermanos, en el amor del Señor.

Pentecostés (C)

27-5-2007 PENTECOSTES (C)
Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12, 3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23
Queridos hermanos:
Como hemos visto el domingo pasado, domingo de la Ascensión del Señor, nosotros, los cristianos, somos teístas (creemos en un Dios que está entre nosotros y se implica con nosotros: en las pequeñas cosas y en las grandes) y también somos monoteístas (creemos en un solo Dios). Pero igualmente es cierto que nosotros creemos en un solo Dios, mas con tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los dos primeros son más conocidos y orados por nosotros que el tercero. El tercero, el Espíritu Santo, es el gran desconocido.
Acabamos de escuchar la SECUENCIA DE PENTECOSTÉS. Este un texto precioso, tanto literaria como religiosamente hablando. Sólo se puede hablar del Espíritu Santo de un modo alegórico y con ejemplos, o narrando las sensaciones que percibe la persona de fe, pero este “hablar” y este “narrar” no logran expresar toda la riqueza de lo que sucede en quienes reciben este Espíritu. Veamos lo que se dice en la Secuencia de Pentecostés. Haré algunos comentarios:

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.

El Espíritu ha de ser pedido y suplicado a Dios Padre y a Dios Hijo. No se puede fabricar el Espíritu aquí, en la Tierra. Su lugar es el cielo, en donde están el Padre y el Hijo, y es a ellos a quienes se lo hemos de pedir. ¿Cómo sé yo que el Padre y el Hijo han escuchado mi oración y me han dado o me dan su Santo Espíritu? El Espíritu Santo está en mí cuando tengo luz para ver la realidad de mi vida. Vamos a ver un ejemplo de una chica que no tenía el Espíritu Santo y de otra que sí lo tenía: La primera se trata de una chica de Taramundi. Cuento el primer caso porque fue público y notorio. Esta chica iba a casarse y, preparando las cosas y los papeles en la sacristía, le dije que tenía que confesarse antes de la boda. Ella me contestó que no le hacía falta, que ella no tenía pecados. Yo le dije que sí los tenía, que todo el mundo los teníamos. Entonces ella insistió en que no tenía pecados. Le dije que sí tenía algunos, y le puse algunos ejemplos a partir de su propia vida: su madre, viuda y jubilada por enfermedad se levantaba todos los días hacia las 6 de la mañana a dar de comer a las vacas y a ordeñarlas a mano; luego su madre cogía el cántaro de leche y, en invierno y en verano, se lo cargaba a su espalda y a pie lo llevaba desde la casa en que vivían unos 4 km. hasta la carretera de Taramundi-Vegadeo por donde pasaba el camión de la leche. Allí su madre esperaba al camión con lluvia, viento, nieve o frío. Luego su madre de nuevo cargaba con el cántaro vacío y regresaba a casa, y al llegar le preparaba el desayuno a la hija, la cual se levantaba hacia las 12 del mañana y veía la telenovela de turno (Cristal), mientras su madre estaba en la huerta sembrando o escarbando las patatas y otras verduras. Encima de la cabeza de la chica, en la cocina, estaba la ropa tendida, que su madre había primero lavado y que plancharía más adelante. Luego su madre regresaba de la huerta y preparaba la comida, que servía a la chica, y con exigencias de ésta, si la comida no le gustaba. Después su madre fregaría, y la chica seguiría viendo la tele esperando a que diera la hora de vestirse y salir con su novio, que la vendría a buscar al pueblo. En este comportamiento yo distinguía los pecados de egoísmo, de pereza, de ira, de desamor hacia su madre. Le dije a la chica que, si le parecían pocos estos pecados, que miraríamos más. Veamos ahora el segundo caso; se trata de la chica que sí tenía la luz del Espíritu Santo. Lo tomo de un escrito de la propia chica: “An­tes... yo nunca veía mis pecados, sólo los de los demás, y sobre todo los de mis padres; hasta sentía satisfacción en criticar y humillar a mi madre... Todo ha cambiado. Ahora, si obro mal, lo reconozco y pido perdón. Y cada día voy descubriendo más cualida­des buenas en mi madre".

Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

El Espíritu Santo, con su luz lee, en nuestro interior. Ante El no hay engaño ni maquillaje. Pero, al penetrar el Espíritu en nuestras almas hasta lo más profundo, no nos humilla ni nos abochorna, sino que, en medio de nuestra mediocridad y pecado, nos produce el mayor de los consuelos. Nada en este mundo se puede parecer a la sensación de paz y serenidad y alegría que nos produce el tener el Espíritu Santo en nosotros. Narra un sacerdote que, dando un retiro, explicaba a los asistentes que “Dios te quiere tanto, porque te mira con ojos de madre. No se fija en tu pequeñez, en tus defectos y fallos; sólo ve en ti un trozo de cielo; un reflejo de su propia luz, belleza y bondad... Entre los participantes de ese retiro se encontraba una señorita muy acom­plejada por su desmesurada talla. Al día siguiente esta señorita dio un testimonio así: ‘Anoche, estando en la capilla, podía sentir la mirada de Dios sobre mí. Y de lo más hondo de mi cora­zón surgió espontánea esta oración: ‘Te doy gracias, Señor, porque me has creado así, como un trozo de cielo, ¡y menudo trozo!’ Y por primera vez en mi vida pude reírme a gusto pensan­do en mi talla. Además, me parecía oír a Jesús riéndose conmigo. El caso es que todos mis complejos se los llevó el viento’". ¡Cuánto nos hacen sufrir nuestros fracasos personales y nuestros complejos! Por eso, podemos decir que el Espíritu Santo es el “padre amoroso del pobre”, de los pobres de este mundo, de los que sufren por cualquier cosa física, moral o espiritual.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Ante esta riqueza y ante tantos dones y regalos (descanso, tregua, brisa, gozo, consuelo, agua en la sequía, salud en la enfermedad, limpieza, calor, guía del que no sabe…) como nos otorga el Espíritu Santo no es extraño que uno vuelva a clamar al Padre y al Hijo por este Espíritu.

Ascensión

20-5-2007 ASCENSION (C)
Hch. 1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1, 17-23; Lc. 24, 46-53
Queridos hermanos:
* En la homilía de hoy os voy a dar, si me lo permitís, otra clase de teología.
En esta semana hablaba con una persona y surgió la conversación sobre la fe y los distintos modos de creer en la existencia de Dios o de un dios. Cuando alguien dice que cree en Dios, yo siempre me pregunto en qué Dios cree esa persona. Porque al oírles hablar acerca de su fe, me doy cuenta que, a veces, su Dios no es mi Dios, su fe no es mi fe. Asimismo, le explicaba a esta persona que la fe en Dios puede dividirse en una fe teísta, en una fe deísta, en una fe monoteísta, en una fe politeísta, en una fe panteísta y en una fe henoteísta. De un modo rápido voy a describir cada una de estas creencias:
- La fe panteísta acepta y sostiene que el universo y todo lo que contiene son dioses. No sólo dios está en el aire, en el mar, en la montaña, en las flores, en las estrellas…, sino que el aire es dios, el mar es dios, la montaña es dios, las flores son dios, las estrellas son dios… Aquí estarían, entre otras, las religiones primitivas. También he escuchado a gente aquí, en Asturias, que ésta es su fe.
- La fe politeísta asegura que existen varios dioses en el universo. Por ejemplo, las religiones romana, griega…
- La fe monoteísta nada más acepta la existencia de un único Dios: vg. el Islam, el cristianismo, el judaísmo.
- La fe henoteísta es la creencia religiosa según la cual se reconoce la existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es suficientemente digno de adoración por parte del fiel. El caso de henoteísmo más famoso es el de los primitivos hebreos. En las partes más antiguas de la Biblia han quedado múltiples rastros de que los hebreos, en una fase inicial de su desarrollo religioso, creían en la existencia de varios dioses. Esta fe pensaba que los dioses eran territoriales, es decir, su poder cubría un territorio determinado[1]. El concepto de un único Dios que con su poder alcanza a todo el universo es bastante posterior, de la época de los profetas, quienes denostaron a los otros dioses como ídolos que "tienen ojos y no ven, tienen boca y no comen", etc. En ese período, el primitivo henoteísmo hebreo se transformó en el riguroso monoteísmo judío actual.
- La fe deísta es aquella que admite la existencia de un Dios creador, pero que, una vez creado el universo y habiéndolo dotado de leyes propias (leyes de la naturaleza), ésta sigue su camino al margen e independiente de ese Dios. El está a lo suyo, y los hombres y las demás criaturas también van a lo suyo. Recuerdo que un chico en Alemania me decía que Dios estaba en su chalé de verano y que no intervenía para nada en la vida de los hombres, los cuales se las tenía que apañar como pudieran.
- Finalmente, la fe teísta es la que admite y cree en la existencia de un Dios Creador, pero que también interviene en la historia de los hombres y de cada hombre. El Dios de la fe teísta es un Dios personal. Ejemplo de esta fe es la cristiana: Dios Padre envía a su Hijo para que salve a todos los hombres y a cada hombre, para que perdone a todos los hombres y a cada hombre. Dios Hijo comparte la condición humana en todo, menos en el pecado.
¿Cuál es mi fe? ¿En qué Dios o en qué dioses creo yo? ¿Soy panteísta; soy politeísta; soy deísta; soy teísta? El cristiano, el que confiesa a Jesús como el Hijo de Dios, como el Salvador del mundo, como un Dios Creador y personal, que interviene en la vida de los hombres, tiene la fe teísta. "Mirad las aves del cielo que ni siembran, ni siegan, ni recogen cosechas en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre Celestial las alimenta" (Mt. 6, 26). Dios se interesa tanto por nosotros y por nuestras cosas, que "hasta los pelos de la cabeza los tiene contados".
* Alguien puede preguntarse a qué vino la clase de teología anterior. Pues “viene” ante la celebración que realiza la Iglesia Católica en el día de hoy. Hoy celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos: en la primera lectura leíamos que Jesús, mientras hablaba con sus discípulos se fue levantando del suelo hacia el cielo, “hasta que una nube se lo quitó de la vista”; en el evangelio leíamos que Jesús “levantando las manos, los bendijo (a los apóstoles). Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.” Es decir, Jesús se marchó al cielo. ¿Quiere esto decir que Dios nos dejó solos y a solas? ¿Quiere esto decir que tenía y tiene razón el chico de Alemania, cuando afirma que Dios está en su chalé de verano y que nosotros, aquí en la tierra, nos las tenemos que apañar como podamos? NO. Nuestra fe monoteísta (creemos en un solo Dios) y a la vez nuestra fe teísta (creemos en un Dios que nos ha creado y que está en nuestra historia general y particular, de todos y de cada uno de nosotros, desde antes de ser concebidos en el vientre materno y para toda la eternidad) confiesa que Jesús, el Hijo de Dios Padre, nos ha dejado una tarea a realizar: predicar la necesidad de la conversión, del cambio de vida de los hombres, y también la de anunciar que Dios perdona nuestros pecados y enjuga nuestras lágrimas, sana nuestras heridas, acompaña nuestras soledades y ama nuestro corazón necesitado de amor y comprensión.
Asimismo, nuestra fe monoteísta y teísta confiesa que, lo mismo que Jesús ascendió al Reino de Dios, tras haber cumplido su tarea y su misión, también nosotros seremos llevados por El a su Reino de vida, de justicia, de amor, de verdad, de gracia, de santidad y de paz. Así se nos dice en la segunda lectura: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo […] ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.”
[1] Narra la Biblia cómo Naamán, general sirio, viene a ser limpiado de la lepra por un profeta hebreo. Al marcharse curado se lleva consigo tierra de Israel para poder adorar a Yahvé en su país, pues en la tierra estaba Yahvé. Cuando en el año 722 es arrasado el reino de Israel (10 tribus y media) por los asirios, a los supervivientes los sacan de aquella tierra y los mandan a otros lugares del imperio asirio para desvincularlos de su Dios. Y el rey asirio trae a otras gentes y las instala allí, al norte del actual Israel. Estas gentes piensan que deben adorar al Dios que está en esa tierra, a Yahvé, pero son rechazados por los judíos. Estas gentes son los samaritanos.

Domingo VI de Pascua

13-5-2007 DOMINGO VI DE PASCUA (C)
Hch. 15, 1-2.22-29; Slm. 66; Ap. 21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29
Queridos hermanos:
* El evangelio de hoy empieza de este modo: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.’” Esta frase se está cumpliendo hoy en Asturias y en todo el mundo. Las palabras de Jesús no son palabras vanas o vacías, sino que son reales y están presentes por muchos años que pasen y en las circunstancias más diversas. Voy a contaros varios ejemplos en los que veremos que Jesús y el Padre hacen morada en las personas:
- Me decían ayer que este jueves fue una religiosa colombiana a un colegio de una villa asturiana para hablar a los alumnos de EGB (entre 10 y 12 años) sobre las misiones. Lo habitual durante las charlas era que los niños y adolescentes estuvieran en una actitud displicente, poco educada, tuteando a la religiosa y diciendo bobadas o “graciosadas”. En uno de los grupos y en un determinado momento la religiosa preguntó qué hacían los niños los fines de semana y fueron diciendo cosas banales y tonterías. Había un niño, que por su vestimenta parecía más bien de aldea, y que había estado muy formal sentado y muy atento, que levantó el dedo y dijo: “Oiga. Yo ayudo los domingos en la parroquia al sacerdote.” Lo dijo con seriedad y con convencimiento. Lo dijo tratando de Vd. a la religiosa. Lo dijo con sinceridad y sin soberbia.
- Hubo otro caso en el colegio. Al final de una de las charlas, se acercó a la religiosa un niño de unos 12 años, con una vestimenta más urbana, y le dijo a aquélla: “Yo no estoy bautizado, pero yo creo en Dios”. La religiosa lo abrazó y le dijo unas palabras de ánimo. Posteriormente la profesora de religión aclaró la historia de este adolescente: su padre es el médico y ni él ni su mujer son creyentes; no han bautizado a su hijo ni quieren que él tenga nada que ver con la Iglesia ni la fe; el hijo, sin embargo, se siente muy atraído por todo ello y ha conseguido el permiso paterno para acudir a la clase de religión.
- El último ejemplo que os voy a contar es de algunas experiencias por las que pasaron miembros de las Comunidades Neocatecumenales (popularmente conocidos como los “kikos”). Kiko Argüello, fundador de este grupo, pidió a los integrantes de estos grupos que predicaran en los domingos de esta Cuaresma por las calles a la gente con la que se encontraran. Muchos fueron en Asturias, en España, en Europa… y hablaron de Dios y unos fueron mal recibidos (los más) y otros mejor recibidos (los menos). Tres de estos “kikos” fueron a Pola de Siero y hablaron a matrimonios de mediana edad e invariablemente todos se mofaron o les dijeron que no les interesaba el tema. Luego se acercaron a un grupo de jóvenes y les empezaron a anunciar que Dios les amaba; que Dios envió a su Hijo Jesús al mundo para darles luz, amor y perdón por sus pecados; que Jesús sufrió y murió por ellos en la cruz; que Jesús resucitó por ellos y para ellos… En un primer momento había tres jóvenes alrededor, luego se fueron juntando más y más; llegó a haber unos veinte. Todos escuchaban con atención, pero uno empezó a reírse y mofarse en voz alta. Los demás le dijeron que se callara, que respetara y, si no estaba de acuerdo, que se fuera, pues a ellos sí que les interesaba lo que estaban escuchando. Como el otro chico siguiera mofándose, lo cogieron por la chaqueta y lo apartaron del grupo. También estas tres personas hablaron en otro momento con una pareja de jóvenes: ella era creyente y no muy practicante, él no era creyente. A ella le había muerto hacía poco su abuela. Al escuchar que tenía que rezar a su abuela y pedirle que la ayudara, dijo la chica que nunca se le había ocurrido que pudiera hablar con su abuela muerta. Cuando le preguntaron a la chica si su novio creía en Dios, dijo que no lo sabía, y fue cuando él dijo que no era creyente, que en su casa no se hablaba de ese tema. Le dijeron a este chico que en la Semana Santa fuera a los cultos de su parroquia y que hablara con el sacerdote. Dijo que sí, que lo iba a hacer, y lo dijo convencido.
¿Qué quiero decir con todo esto? Simplemente quiero demostrar lo que Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.” Es decir, Dios Padre y su Hijo Jesús habitan en el corazón del niño de la aldea, que los domingos va a ayudar al cura de su parroquia y su corazón está atento a las palabras sobre Dios. Dios lo educa, le hace tratar con respeto a las personas mayores y desconocidas. Dios le hace hablar con serenidad y seriedad, y no con bobadas. En este niño se cumple el: “y vendremos a él y haremos morada en él.”
En el hijo del médico también se cumple esta Palabra de Dios. Su corazón ha sido tocado por Dios Padre y por su Hijo Jesucristo, a pesar de no estar bautizado, a pesar de tener unos padres que le obstaculizan el contacto con Dios y con las cosas de Dios. Este niño siente en su corazón y en lo más íntimo de su ser a Dios, por eso cree en Dios. No puede dejar de creer, porque lo siente, porque se siente amado por Dios.
En los jóvenes de Pola de Siero también habita Dios Padre y su Hijo Jesús, por eso, en cuanto oyen hablar de Dios, su atención queda presa de las palabras sobre Dios. Sólo hizo falta que alguien les hiciera la caridad de escarbar un poco y, enseguida, afloró lo que llevaban dentro. Como dice S. Pablo, “cómo van a creer, si no hay nadie que les hable de Dios”.
Ahora la pregunta obligada es si las palabras de Jesús (“el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”) se cumplen también en nosotros.
Aunque las palabras de Jesús estén redactadas de esta manera: “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”, yo creo que hay que leerlas justo al revés: 1) Dios Padre y Jesús habitan en nosotros; nosotros somos su morada y su hogar. Ellos no están de visita por unos minutos; no están de vacaciones por unas semanas. No, nosotros somos su hogar permanente, para siempre. 2) Somos su hogar, porque ellos han venido a nosotros y han entrado en nosotros. Han entrado sin que nos diéramos cuenta muchas veces de su entrada y de su presencia. 3) Somos su hogar, han venido a nosotros, pero ¿por qué? Porque nos aman. Si no hay amor, no tendría sentido nada de lo que hacen. Su amor hacia nosotros hace que nos acepten tal y como somos, hace que se aproximen y acerquen a nosotros, hace que quieran entrar en nosotros y quedarse para siempre. 4) Dios Padre y su Hijo Jesús tiene su morada eterna en nosotros, se han acercado y venido a nosotros, nos han amado, nos aman y nos amarán para siempre; todas estas son las razones por las que nosotros les amamos y queremos guardar sus palabras, y no al revés. Así, podemos decir, parafraseando al hijo del médico: “No soy fiel, pero creo en Dios”. “No soy humilde, ni caritativo, ni bueno, ni santo, ni sincero, ni casto, ni cariñoso, ni servicial, ni pacífico, ni…, PERO CREO EN DIOS”.
* Se va acercando la celebración de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Jesús nos habló de ello hoy, en el evangelio. El Espíritu Santo será enviado por Dios Padre y nos irá enseñando todo lo que necesitamos. Digamos todos en estos días que faltan hasta Pentecostés esta petición: “¡Ven, Espíritu Santo a nuestros corazones, a nuestra Iglesia, a nuestra ciudad, a nuestra sociedad, a nuestro mundo!”