Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (C) Domund

21-10-2007 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (C) (DOMUND) Ex. 17, 8-13; Slm. 120; 2 Tim. 3, 14-4, 2; Lc. 18, 1-8
Queridos hermanos:
- Celebramos hoy la Jornada del Domund y en España el lema que se nos propone para este año es “Dichosos los que creen”.
Llevo varios años de vicario episcopal. Todos los vicarios nos reunimos casi cada viernes del año con D. Carlos, nuestro Arzobispo, y con el Obispo auxiliar para dialogar sobre diversas situaciones de la Iglesia en Asturias y para tomar decisiones. Es normal que, desde finales de abril o primeros de mayo iniciemos en estas reuniones el asunto de los nombramientos de sacerdotes, bien porque pidan cambio, bien porque algunos hayan enfermado o se hayan jubilado… Estamos ahora en la segunda quincena de octubre y aún no hemos terminado de hacer los nombramientos, pues tenemos más parroquias y destinos que sacerdotes. Este año quedarán nuevamente algunas parroquias sin sacerdote. Cada vez hay menos sacerdotes y son cada vez más ancianos. Dice el Papa Benedicto XVI en el mensaje del Domundo a toda la Iglesia que, ante esta situación, las “Iglesias corren el peligro de encerrarse en sí mismas, de mirar con poca esperanza al futuro y de disminuir su esfuerzo misionero. Pero éste es precisamente el momento de abrirse con confianza a la Providencia de Dios, que nunca abandona a su pueblo y que, con la fuerza del Espíritu Santo, lo guía hacia el cumplimiento de su plan eterno de salvación.” Y, efectivamente, nos dice D. Carlos en su carta pastoral, con ocasión del Domund de este año, que nuestra diócesis de Oviedo no quiere encerrarse en sí misma. Por eso, un sacerdote asturiano, Luis Ricardo, que estaba de párroco en la Sagrada Familia de Las Vegas-Villalegre (Avilés) y de capellán en la cárcel de Villabona se ha ofrecido para irse de misionero a Aguarico (Ecuador). Mientras tenemos entre nosotros, en España, a tantas personas que vienen a ganarse el pan de cada día y a sacar adelante a sus familias ante tantas necesidades materiales como hay en Ecuador, Luis Ricardo deja su familia, sus amigos, su tierra natal, su país para irse… a Ecuador de misionero. También nos dice D. Carlos en su carta pastoral que hace muy pocos días despedía a un matrimonio (María y Alex), que se iban de misioneros para Chile.
¿Qué impulsa a Luis Ricardo a irse lejos de su familia y de su casa? ¿Qué impulsa a María y a Alex, que no son curas, a irse lejos de su familia y de su casa? ¿Qué impulsa a D. Carlos a dejar que Luis Ricardo, María y Alex se vayan con tanta necesidad como hay en Asturias de sacerdotes jóvenes, de matrimonios jóvenes y de cristianos jóvenes? PUES ES LA FE LO QUE LES IMPULSA A LOS CUATRO: La fe que recibieron en las aguas bautismales; la fe que creció en ellos por la catequesis y enseñanza de sus padres, de los sacerdotes y catequistas en las parroquias; la fe que se fue robusteciendo en los ratos de oración y de lectura espiritual; la fe que se afianzó ante las alegrías y los sufrimientos, pues en uno y otro momento siempre sentían de algún modo la presencia de Dios; la fe que, si les faltase, sería como si les quitasen el aire que respiran. Porque ¿qué otra cosa es la fe sino el amor de Luis Ricardo hacia Dios y sobre todo el amor de Dios hacia Luis Ricardo? ¿Qué otra cosa es la fe sino el amor de María hacia Alex y de Alex hacia María, y de ellos dos hacia Dios y sobre todo de Dios hacia ellos dos? D. Francisco, el obispo encargado en España de las Misiones nos narra esta experiencia personal: “El sacerdote de mi pueblo nos contaba a los niños la vida de Jesús con tal convicción que nos dejaba ‘con la boca abierta’. No eran narraciones bonitas como pudieran ser los cuentos o las fábulas; nos ayudaba a hacernos amigos de un Amigo que nunca habíamos conocido y del cual recuerdo que lo tuve como el mejor compañero. Creer, por lo tanto, no era saber muchas cuestiones o hacer cosas extrañas, sino vivir una amistad que vale más que ninguna otra cosa. En muchas ocasiones, a escondidas, me escapaba de casa para ir a visitarlo a la iglesia de mi pueblo, porque el sacerdote me decía que en el Sagrario –muy escondido-, allí estaba El. Era verdad, yo le sentía muy cercano. No me hablaba, pero me entendía; no jugaba, pero me divertía; no estudiaba, pero me enseñaba; no me acariciaba, pero me amaba; no le veía, pero le sentía. Yo le miraba y El me sonreía, me ayudaba y no me daba cuenta. ¡Qué feliz era cuando estaba a su lado! ¡Qué dicha la de creer!”
Y es que como fruto de la fe, que Dios nos ha regalado sin que nosotros lo merezcamos en modo alguno, surge la dicha y la alegría interior ; de la fe surge también la necesidad de compartir la certeza de ese Dios que me ama, pero que también ama a todo aquel con el que nos encontramos o con el que nos encontraremos. Quien tiene fe y es una fe auténtica, no se la guarda para sí mismo, no tiene miedo ni vergüenza, sino que habla de ella y la ofrece a los demás. Por todo esto, para el lema de este año se ha propuesto éste: “Dichosos los que creen”.
Sí, felices los que creen, porque nunca se encontrarán solos. Felices los que creen, porque tendrán la paz de Dios y la querrán compartir con los demás. Felices los que creen, porque tendrán la sonrisa en los labios y en los ojos como la niña del cartel de la propaganda de este año y tendrán la mirada limpia como ella. Os propongo para hoy o para algún día de esta semana que cojáis un folleto de la propaganda del Domund y que hagáis oración simplemente mirando el rostro luminoso y feliz de la niña, mirando también la sonrisa en los labios y en el corazón del Cristo resucitado que está detrás de la niña mientras coge la mano de Santo Tomás para ayudarle a metérsela en su costado abierto. Y mirad también, en vuestra oración, el rostro de Santo Tomás ansioso, pero aún incrédulo, y comparad ese rostro de Santo Tomás aún incrédulo y el rostro de la niña y de Jesús, que son dichosos por el Dios Padre que habita y que acogen en ellos.
- Termino con las últimas palabras del evangelio de hoy: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” Si viniera ahora mismo Jesucristo a esta catedral de Oviedo, a mi corazón… encontraría esta fe que acabamos de describir. ¿No? Pues pidámosela:
Señor, dame la alegría de tu fe, la alegría de tu presencia,
la alegría de compartirte con mis hermanos los hombres.
Señor, no me dejes, aunque te deje.
Señor, tenme siempre dentro de tu Iglesia santa y pecadora.
Señor, esto que te pido para mí, también te lo pido para los que conozco
y para los que no conozco.
Señor, te pido por todos aquellos que han dejado su familia,
sus amigos, su casa, su país
y se han ido por el mundo para anunciarte
y para compartirte con todos los hombres que encuentren.
Amén

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

14-10-2007 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)
2 Re. 5, 14-17; Slm. 97; 2 Tim. 2, 8-13; Lc. 17, 11-19
Queridos hermanos:
- La primera lectura de hoy y el evangelio nos hablan de enfermos y de enfermedad. Concretamente nos hablan de la lepra y de leprosos. La lepra era y es una enfermedad terrible. Es la enfermedad de los pobres, de los hambrientos. A pesar de que en la actualidad hay medicinas contra ella, sigue estando presente en muchos sitios de la tierra. Por ejemplo, en la India. Recuerdo haber leído que una niña de unos doce años iba al basurero a recoger comida y otras cosas para ayudar a su familia. De repente un día vio unas manchas blancas sobre su piel y, al pincharse en esas zonas, no sentía el dolor. Tenía la lepra. Su propia familia la echó de casa. Es la norma. Con la lepra se pudre la carne del ser humano y esta carne se cae a pedazos. Un leproso se ha de apartar de la gente y vivir como un apesta­do. Si están casados y con hijos, deben salir de su casa No pueden beber en las fuentes públicas para no contaminarlas. En tiempos de Jesús, si un leproso caminaba por un sitio, debía ir tocando la campanilla para que al acercarse un hombre o una mujer sanos, estos se pudiesen apartar. Esta era y es la situación de los leprosos.
En las lecturas de hoy vemos cómo Dios cura a los leprosos: a Naamán y a diez leprosos. “Naamán de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño”; “Cuando Jesús iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: - ‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.’ Al verlos, les dijo: - ‘Id a presentaros a los sacerdotes.’ Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.” Pero estas lecturas no nos hablan simplemente de curaciones de leprosos. Nos hablan de algo más. En el evangelio se nos dice que, de los 10 leprosos curados, sólo uno volvió para dar gracias a Jesús. Y entonces Jesús le otorga otro don mucho más grande que la salud, pues ésta, tarde o temprano, se acabará. Jesús le otorga la salvación que da la fe: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” Esto mismo le ocurrió a Naamán. El se marchó para su tierra, pero diciendo: “en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.”
Pienso que la idea central de estas lecturas no es simplemente que Dios nos cura y nos sana de nuestras enfermedades. Hay que profundizar más: Señor, ¿para qué me sirve la salud, si no me acerca más a Ti? Señor, ¿para qué me sirve la enfermedad, si no me acerca más a Ti? Voy a transcribiros unos trozos de una carta de un obispo. Fue obispo auxiliar de la diócesis de Madrid y murió a principios de este año, creo que de un cáncer. Fijaros, los cánceres y enfermedades alcanzan hasta los obispos, como no podía ser de otro modo. El obispo se llamaba Eugenio Romero Pose: “’Tu gracia vale más que la vida.’ Son palabras del salmista que se tienen como verdaderas cuando te sientes bendecido por la enfermedad y tocas los límites de tu caducidad. Sentir el hielo de la debilidad, del cuerpo que se rompe, de la mente que se oscurece, de la corruptibilidad que se adueña de lo que uno creía poseer, adquieren nuevo sentido cuando se obren los ojos a la verdad del dolor. Y únicamente uno puede mirar hacia delante y salir […] cuando en la oración deja que el corazón acoja la luz de quien sufrió y saboreó las hieles del sufrimiento hasta el extremo. Al sentir la incapacidad […] en la enfermedad […] entonces, sólo entonces, levantas los ojos a lo Alto y recibes el bálsamo que hace más dulce la existencia. La enfermedad […] nos hace tocar el fondo de la pequeñez […] No se aprecia la vida si no se acepta la muerte. Padre bueno, Padre Creador, me ha desbordado tu querer […] Llegó hasta mis ojos la cercanía de tu ser y estar en los enfermos, pobres, y débiles, que tu Hijo, Jesucristo, encontraba y curaba en los caminos de Galilea, Samaría y Judea. Sigo sintiendo la Mano sanadora del Nazareno que, más que nadie, saboreó el sufrimiento, la oscuridad del dolor, la entrega a la muerte […] Te pido, Señor, que sepa en el dolor pedirte el Espíritu para que mi vida y mi muerte estén en tu Cruz. Tiéndeme tu Mano para que contigo tenga la sencilla certeza de abrir un día los ojos y verte a ti a la derecha del Padre con el Espíritu Santo […] Déjame que no te deje y que dé gracias porque cada instante es un milagro en la espera de otro mayor; la vida eterna, vivir contigo. Me abandono, enfermo y débil, en tus Manos, que me hicieron, y en las de los hermanos que en el camino del dolor me comunican tu calor. Tus Manos están llenas de misericordia […] Gracias, Señor de mi vida y mi enfermedad, porque me has enseñado que tu gracia vale más que la vida, que la frialdad de la muerte no dejará que se apague el fuego de tu Amor.”
- En la segunda lectura se nos dice: “Haz memoria de Jesucristo […] Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.”
* Jesús ha de estar en el centro de nuestra fe, de nuestra vida, de nuestro pensamiento y de nuestro amor. Pero, si esto no fuera así, tenemos la absoluta certeza –gracias a las palabras de S. Pablo- que nosotros sí que estamos siempre en el centro de su Amor, de su Pensamiento, de su Vida y de su Gracia.
* Nosotros podremos alejarnos de Jesús o vivir de espaldas a El. Pero El nunca se alejará de nosotros. ¡Cuántas veces he sido testigo de esto a lo largo de mi vida sacerdotal! Personas que, por una causa u otra, han “pasado” de Jesús, de Dios y, al cabo de un tiempo, quieren retornar y El siempre está ahí para recibirlos, para recibirnos con los brazos abiertos. ¿Os acordáis de la carta que os leí a finales de septiembre de un soldado americano que murió en la segunda guerra mundial y que no aceptó a Dios en su vida hasta pocas horas antes de morir? Este es el Dios en quien yo creo. Este es el Dios al que yo amo. El Dios fiel para nosotros, que somos infieles. Esta es una doctrina segura, según nos decía S. Pablo.

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (C)

7-10-2007 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)
Hab. 1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
Queridos hermanos:
- En las lecturas de hoy escuchamos el salmo 94, que es el salmo con el que siempre se abre la liturgia de las horas que recita la Iglesia a diario. Voy a fijarme hoy concretamente en las siguientes palabras del salmo: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.’”
¿Qué es eso de Meribá y de Masá? Se nos cuenta en el libro del Éxodo, del Antiguo Testamento, que Dios liberó por medio de Moisés a los israelitas de la esclavitud de Egipto. Salieron los israelitas de este país por entre las aguas del mar Rojo (Éxodo capítulo 14); enseguida el Señor los alimentó con el maná y con codornices sin fin (Éxodo capítulo 16), pero, a pesar de haber visto tantos regalos y milagros de Dios, los israelitas protestaron pronto contra Dios. Efectivamente, en el capítulo 17 del Éxodo se nos cuenta el episodio de la fuente Meribá y de Masá. Leo el texto: “Cuando acamparon en Refidím, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: ‘Danos agua para que podamos beber’ […] El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: ‘¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?’ Moisés pidió auxilio al Señor […] El Señor respondió a Moisés: ‘Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo […] Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo’. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa ‘Provocación’– y de Meribá –que significa ‘Querella’– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: ‘¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?’” (Ex. 17, 1-7).
El pueblo de Israel provocó y se querelló contra Dios, a pesar de todo lo que le habían visto hacer en los días anteriores. Dios les había mostrado su amor liberándoles de esclavitud, de muerte, de duros trabajos. Dios les había mostrado su amor dándoles de comer maná y codornices. Dios les iba a mostrar su amor dándoles agua para calmar su sed en el desierto, pero antes de que pudiera hacerlo, los israelitas protestaron: provocaron (Masá) a Dios y se querellaron (Meribá) contra El como si fuese cualquier vecino de acera o cualquier vecino de piso. A pesar de todo el amor de Dios manifestado a los israelitas, estos endurecieron su corazón contra Dios. Por eso el salmo 94 nos advierte hoy: “Ojalá escuchéis hoy su voz: ‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto.” Nosotros somos en muchas ocasiones como los israelitas, y endurecemos el corazón rápida y fácilmente:
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando no quiere saber nada de El y le protesta y le grita y le echa cosas y acontecimientos en cara.
* Endurece el corazón el hombre contra Dios cuando le da la espalda de hecho y hace su vida sin tenerlo en cuenta. Así, este hombre de corazón duro y endurecido abandona la lectura de la Palabra de Dios, los sacramentos, la comunidad eclesial…
* Endurece también el corazón cuando un marido no hace caso a su mujer por la enfermedad crónica de ésta, y la llama loca.
* Endurece el corazón un conductor en el coche cuando vocifera y hace valer su derecho y su preferencia sobre los demás.
* Endurece el corazón el hombre contra sus hermanos y familiares cuando en el reparto de la herencia quiere apropiarse de lo que le corresponde… y de lo que no le corresponde.
* Endurece el corazón en el tribunal eclesiástico el marido contra la mujer, y la mujer contra el marido cuando sueltan por aquella boca todo el resentimiento que llevan.
* Endurece el hombre su corazón cuando no acoge al otro o cuando lo juzga o cuando murmura contra él o cuando lo rechaza o cuando se burla de él.
Al cabo del día endurecemos nuestro corazón contra Dios o contra los hombres en varias ocasiones. Si nos examinamos detenidamente, comprenderemos la verdad de lo que se dice en la Palabra de Dios y en los ejemplos anteriores. Seguro que, de una forma u otra, nos hemos visto reflejados.
¿Qué solución queda ante esto? Pienso que la solución es orar al Señor, el cual, a través del profeta Ezequiel, nos dice: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez. 36 25). ¡¡¡Sí, Señor, arráncanos nuestro corazón de piedra, nuestro corazón endurecido y danos un corazón de carne para relacionarnos contigo y con los demás!!!
- ¿Cómo y cuándo sé yo que mi corazón de piedra y endurecido se va transformando en un corazón de carne? Las lecturas de hoy nos dan algunas claves para percibir este cambio y transformación:
* “El justo vivirá por su fe”. Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando vivo de la fe en Cristo Jesús, el cual pasa a ser poco a poco el centro de mi vida y de mi pensamiento (lectura del profeta Habacuc).
* “No te avergüences de dar testimonio de mi Señor.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando no me avergüenzo de dar testimonio ante el mundo y ante los hombres de mi condición de creyente, de cristiano y de miembro activo de la Iglesia católica (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando tomo parte sin temor alguno “en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios” (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* “Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando guarda las palabras del Señor, sus enseñanzas y su modo de comportarse como algo precioso y digno de amar (lectura de S. Pablo a Timoteo).
* “Auméntanos la fe.” Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando se ve uno necesitado de mendigar al Señor más fe y uno pide que se la aumente (evangelio).* Mi corazón se ablanda y se vuelve más de carne cuando, siendo dóciles al Señor y a su Santo Espíritu, uno clama: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (evangelio).

Conferencia del lama

El martes 2 de octubre de 2007 se impartió una conferencia en el Auditorio Príncipe Felipe de la ciudad de Oviedo (España) por un lama budista sobre el sufrimiento. Asistió una persona conocida y me habló del contenido y de sus impresiones. Me lo mandó por correo electrónico y, como consideré útil e interesante su contenido, lo publico en el blog por si puede ayudar a alguien.
Un abrazo

Andrés



REFLEXIONES SOBRE UNA CONFERENCIA

El título era atrayente: "El sufrimiento", y el conferenciante me iba a permitir conocer un poco más de cerca una corriente que, siendo muy antigua, tiene en el presente numerosos seguidores y hace gala de poseer un conocimiento y sabiduría grandes para caminar por la vida y encontrar la felicidad. Con todo este atractivo y con el aviso de la gran afluencia de personas al acto, me encaminé hacia allí.
No me habían engañado. La fila para entrar era impresionante; hasta tal punto que la organización, cuando ya estábamos sentados la mayoría, tuvo que habilitar una sala mayor.
Soy observadora y empecé a mirar a mí alrededor, tomando nota de las características de los asistentes; había de todo: personas mayores, hombres, mujeres, y gran número de jóvenes. No quiero olvidar el abundante grupo de religiosas.
Después de la presentación, y entre un gran silencio, veo subir las escaleras desde el patio de butacas a un hombre maduro que caminaba hacia la mesa ayudado por una chica joven, y que vestía un ropaje de vistosos colores, pero humilde.
Con una calma, que denota un gran dominio de la situación, empieza a explicarnos qué es el sufrimiento, y cómo la persona es clave para instalarse en ella o erradicarla de la vida, aunque esto último prácticamente es una quimera por su imposibilidad, todos sufrimos en algún momento de nuestras vidas.
Resumo en "cuatro palabras" lo que a él le llevo cerca de dos horas;
-- Hay sufrimiento porque hay felicidad, y a la inversa.
-- El sufrimiento lo generamos nosotros mismos, con nuestra actitud.
-- ¿Cómo hacer?
* Ser conscientes de que TODO es TRANSITORIO
* No poner nuestra ansia en COSAS perecederas y en TENER
* Practicar el altruismo, ayuda a no mirarse a uno mismo y desprenderse del EGO.
* Poner en marcha el mecanismo para vivir el DESAPEGO
Todo esto con unos minutos de meditación (con nombre exótico), que consiste en un ejercicio de respiración pausada y profunda, inspirando los "HUMOS NEGROS" (así los llamó) de los demás, y espirando los "HUMOS BLANCOS" de uno, que previamente habíamos pasado por una virtual luz blanca que...podíamos instalar a la altura del corazón.
Estas ideas, sin más, fueron explicadas hasta la saciedad, añadiendo, con mucho arte, algún elemento exótico. Parecía interminable, pero, como todo es TRANSITORIO, terminó.
Los aplausos fueros de varios minutos, y vi cómo la gente joven, en teoría la más exigente, se ponía de pie para aplaudir con fuerza y entusiasmo...
Rápidamente mi cabeza empezó reciclar aquello...y llegó a las siguientes conclusiones: ¡¡¡¡Qué mal nos hemos vendido los cristianos!!!!! Primera reflexión. ¡¡¡¡¡Qué mal hemos hecho rodeando de pompa y boato nuestras celebraciones y a nuestra jerarquía!!!!!
Este señor no incorpora a mi vida ninguna esperanza, me ayuda en el aquí y ahora. Una vez muerta seré materia transformable y nada más.
Mi credo, es ESPERANZA pura. Mi muerte no significa mi fin,¡¡ eso sí es materia para el sufrimiento!! ¿Cómo afrontar la vida, aún con sus consejos, si sé que terminaré definitivamente un día? ...y así mis seres queridos. Tengo un Dios que me AMA desde la eternidad, y perdona mis debilidades. Me manda "algo" de sí mismo para que, en mi cortedad, tenga un ejemplo vivo de cómo hacer. Mi LIDER (Jesucristo) es atrayente, innovador, rompedor con lo establecido y defensor a ultranza de la justicia. Es un revolucionario...y por si fuera poco, muere por la humanidad...y ¿cuál es la respuesta? Las Iglesias vacías, la juventud (donde está la autenticidad y las personas sin contaminar) hacen nulo caso, por no decir que denostan mi religión...
Creo que deberíamos reflexionar sobre todo esto. No estamos dando ejemplo con nuestra vida, hemos mezclado "churras con merinas": dinero, política y... la religión de Jesús de Nazaret. En resumen, un desastre ganado a pulso.
Siento ser tan pesimista, pero todo esto llenó mi cabeza durante y después de escuchar al tan esperado lama Jimgpa, bueno, o cómo se llame.

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (C)

30-9-2007 DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (C)
Am. 6, 1a.4-7; Slm. 145; 1 Tim. 6, 11-16; Lc. 16, 19-31
Queridos hermanos:
- El domingo pasado terminaba el evangelio diciendo: "No podéis servir a Dios y al dinero". Y, para ilustrar esto, Jesús nos pone en el evangelio de hoy como ejemplo una parábola: La del rico Epulón y el pobre Lázaro. La verdad es que esta parábola llamó mucho la atención a los judíos del tiempo de Jesús, pues estos pensaban que Dios castigaba y premiaba ya en esta vida. Es decir, cuando uno era pobre y tenía enfermedades y desgracias, era que Dios lo castigaba por sus pecados. Por el contrario, cuando uno era rico y tenía salud y todo le iba bien, era que Dios lo premiaba por sus virtudes. Jesús “da la vuelta a la tortilla” de un modo radical.
Jesús cuenta que hay un rico, Epulón, que comía bien y vestía bien. Este muere y va derecho al infierno. Jesús no le “adjudica” ningún pecado; pero, por el hecho de ser rico, va al infierno. También narra Jesús que el pobre Lázaro pasaba hambre y estaba enfermo; muere y va derecho al cielo. Lázaro no tiene más “virtud” que la de ser pobre y por esto va al cielo. ¿Qué tiene la riqueza que nos aparta de Dios? ¿Qué tiene la pobreza que nos acerca a Dios? La riqueza (de dinero, de cosas, de títulos académicos o de otro tipo, de salud, de buena fama…) nos vuelve insensibles (a los hermanos y a Dios y a sus cosas), autosuficientes (no necesitamos de nada ni de nadie), orgullosos, egoístas, ambiciosos (quien tiene…, quiere tener más), vanidosos, caprichosos. La pobreza (de dinero, de cosas, de títulos académicos o de otro tipo, con salud, con mala fama…) nos puede hacer más humildes, más comprensivos con los demás, nos puede hacer reconocernos que somos más dependientes de los demás, no puede volver más generosos (una vez me contaron que a un niño en una aldea de África le regalaron un paquete de galletas y enseguida buscó a todos los niños del poblado para compartir las galletas), más austeros, más sensibles a los demás y a Dios. Por eso, Jesús exclamó “¡Qué difícilmente entrarán en el cielo los que tienen riquezas!” (Mc. 10, 23). Por eso, Jesús terminaba el evangelio del domingo pasado diciendo: "No podéis servir a Dios y al dinero".
Y aquí quisiera traer ahora una experiencia que se da habitualmente en todas las personas que de verdad se van encontrando con Dios en sus vidas. Hablo de santos canonizados como S. Francisco de Asís o de cualquier cristiano “de a pie” de Oviedo, de España o de cualquier parte del mundo. La experiencia es ésta: cuando Dios entra en mi vida y en mi alma y en mi corazón, las cosas materiales salen de mi vida, de mi alma y de mi corazón. Y uno se siente llamado por Dios al desprendimiento, a despojarse de cosas materiales y no tan materiales. Voy a contaros un ejemplo: Recuerdo que hace años hablaba con una persona y le preguntaba si estaba apegada a las cosas materiales. Me dijo que no. Entonces le pedí que me diera el reloj que tenía en su muñeca. Se quedó muy sorprendido, pero enseguida me respondió que no, que se lo había regalado un ser muy querido y que no se iba a desprender de él. Yo le insistí en que me lo diera. Que me diera el reloj y que se quedara con el cariño de esa persona que representaba ese reloj. Me replicó que no. Entonces yo volví a plantearle el primer interrogante: “¿Estás apegado a cosas materiales?” Agachó la cabeza y me contestó que sí, que estaba apegado. A los pocos días, según supe después, perdió el reloj o se lo robaron y quedó muy asombrado. Pensó que había sido un castigo de Dios por no querer desprenderse del reloj. Dios no actúa así, pero no cabe duda que esta experiencia se le quedó muy grabada y que esta persona aprendió algo más sobre sí mismo.
Y ahora os pregunto y me pregunto: ¿A quién se parece más mi vida: a la del rico Epulón o a la del pobre Lázaro? ¿A quién se parece más mi vida: a la de la persona del reloj o a la de aquellos que sienten la llamada de Dios para despojarse de cosas y de seguridades?
- El rico Epulón, según nos cuenta el evangelio de hoy, estaba en el infierno. Sólo entonces comprende que sus riquezas le han apartado de Dios y de los hombres necesitados que estaban a su alrededor y de los que no se ocupó en vida para nada. Por eso, Epulón no protesta ni se queja ante Dios por la "injusticia" de su destino. Sólo hace dos peticiones: 1) "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Quien tuvo de todo en la vida terrena, no tenía nada, aparte de sus torturas, en el infierno. 2) Epulón también pidió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Cuando Abraham le contesta que escuchen a Moisés y a los profetas (hoy se diría a la Iglesia, a la Biblia, a los sacerdotes). Epulón dice que a ésos nos les hacen caso, pero si un muerto resucita, entonces sí que harían caso. Cuando estuve de seminarista a Jove (Gijón) recuerdo que una chica tenía dudas de fe y en un momento de una conversación me dijo que todo sería más fácil si un muerto viniese a esta tierra y dijese qué había después de la muerte y si era cierto todo lo de Dios, lo de la Iglesia, lo de los sacramentos. Lo que pasa es que cada uno quisiéramos que se nos aparecieran nuestros muertos y no un único muerto para todos, pues ese muerto sería conocido por sus amigos y familiares, pero no por el resto de la gente. ¿Pensáis vosotros que la gente creería más y tendría más fe si se le aparecieran sus muertos y les dijesen lo que hay después de la muerte? Veamos lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto".
Os contaré un hecho que leí hace tiempo y que me llamó mucho la atención. Había una niña que tenía una gran enfermedad y le quedaba poco de vida. Su madre era muy creyente, y desesperada porque los médicos no le daban esperanza alguna, llevó a su hija a la tumba de un santo de su especial devoción y depositó a su hija sobre esta tumba. Esta sintió un calor en el cuerpo y luego la llevaron al hospital de nuevo y allí los médicos comprobaron sorprendidos que el mal había desaparecido. Estaba curada. Con el tiempo esta niña hizo una vida normal, pero, al llegar a la juventud, esta chica dejó la fe, se volvió iracunda con su madre y le hizo la vida imposible, bebía, consumía drogas… ¿De qué le sirvió el milagro a esta chica, si luego su vida fue lo que fue? También he oído hablar que el Hno. Rafael curó milagrosamente a una chica de un accidente de coche (perdió parte de la masa cerebral) y luego ella pudo vivir y hacer una vida normal, pero esta chica en la actualidad “pasa” de la fe. ¿De qué le sirvió el milagro a esta otra chica, si su vida está de espaldas a la fe?
Por eso, para mí, tiene toda la razón Jesús cuando dice: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto".