Previo GP Malasia


Bueno, bien venido a la realidad, con esa frase que utilizo mucho en mi trabajo y es lo que pensé cuando vi como empezaba el fin de semana. La verdad es que pinta mal, mas bien muy mal. Siempre me quedaba la esperanza que con el calor mejoraría el tema, aunque mas bien era un deseo que una realidad  ya que cada vez que reflexionaba lo sucedido en Australia por mas que le diera muchas vueltas los tiempos no cuadraban llegó el calor y mis temores se confirmaron. Somos 1 seg más lentos que los 4 de arriba y eso no se soluciona en dos días, aunque Mc Laren lo han hecho, pero los milagros pasan muy pocas veces. Tengamos fe en la divinidad de Aldo Costa ya que me niego a darle la razón a Briatore (por lo menor por ahora) y dejarlo todo y centrarse en el coche del año que viene.
Esperemos a la carrera, que parece que no nos iba del todo mal y creo que tenemos una gran ventaja que nadie en la retrasmisión se ha dado cuenta y es tener los tres juegos de neumáticos duros sin usar (sólo uno tiene dos vueltas) con lo que posiblemente podamos exprimirlos más que Hamilton que tiene al menos 2 muy usados, con lo que podíamos hacer una parada menos que ellos. Luego Llovera y estropeara esto como siempre, pero lloverá para todos y será una ruleta de la fortuna.
Y por último muy mal los comentaristas de la sexta, no ven las estrategias ni de lejos. Era muy claro que en la primera vuelta de la Q2 utilizaban los blandos usados de la Q3 o es que los dos Ferraris iban a ir 7 décimas más lentos que antes, eso sí ¡espectacular vuelta!!el Coperfil de las carreras! ¡ay,ay,ay!,de Lobato me lo espero pero de Marc. Menos mal que al final alguien cayó.
Esperemos al menos diversión, pero eso será mañana

Domingo V Cuaresma (A)

10-4-11 DOMINGO V CUARESMA (A)


Ez. 37, 12-14; Slm. 129; Rm. 8, 8-11; Jn. 11, 1-45



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:


- Como ya sabéis, hace dos domingos escuchábamos en el evangelio el relato de la Samaritana. Aquí Jesús se nos presentaba como Agua Viva. Nos decía Jesús que, quien bebiera de cualquier agua, volvería a tener sed, pero, quien bebiera del agua que Él le diera, nunca más tendría sed: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Al domingo siguiente volvíamos a escuchar el evangelio de San Juan. En él Jesús curaba a un ciego de nacimiento, y Jesús se nos presentaba entonces como Luz del mundo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Jesús es Agua Viva y Luz del mundo.


En el día de hoy volvemos a escuchar otro evangelio de San Juan, concretamente en el que se narra la resurrección de Lázaro y en donde Jesús se denomina a sí mismo como Resurrección y Vida. “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


Con estos tres evangelios San Juan intenta llevarnos hacia Jesús, pues en Él está todo y fuera de Él no hay nada o, al menos, nada bueno. Unas veces Jesús nos es presentado como Agua Viva, que quita la sed para siempre: en este mundo y después de este mundo. Otras veces Jesús nos dice que es Luz: Luz que quita la oscuridad al hombre y que le ilumina hacia la verdad plena. Hoy se nos dice que Jesús da Vida a los vivos, y también da Vida o resucita a los muertos. Quien no está con Jesús, si muere, morirá para siempre; asimismo quien no está con Jesús, si está vivo, es como si estuviera muerto.


Vamos a reflexionar, a profundizar un poco sobre la muerte y sobre la vida.


Hace poco se estrenó una película francesa; creo que se titulaba Hombres y dioses”. Trataba de unos monjes católicos que fueron secuestrados y asesinados en 1996 en Argelia. Eran siete. Les cortaron la cabeza y no se sabe cuántas cosas más les hicieron. Habían recibido varias amenazas de muerte de los fundamentalistas musulmanes para que se fueran de allí. Ellos se sentaron a deliberar sobre aquellas amenazas y sobre aquella situación, y cada uno expresó lo que sentía y lo que quería hacer. Había libertad para marcharse a un lugar más seguro. Todos decidieron quedarse allí y afrontar los peligros que pudieran venir. Jesús vino a este mundo por nosotros; Jesús no huyó, sino que se entregó a la muerte por todos nosotros. Ellos tampoco podían escapar. No hacían mal a nadie y esta comunidad de monjes orantes eran como un oasis en el desierto: oasis de perdón, oasis de reconciliación, oasis de paz, oasis de oración, oasis de fraternidad entre los hombres independientemente de sus culturas y de sus creencias. Las gentes de los alrededores les apreciaban y no deseaban su marcha, sino todo lo contrario. Estos siete monjes hablaron y escribieron lo que sentían ante las amenazas y la proximidad de su muerte. Yo he recogido aquí las palabras de dos de ellos: Por ejemplo, Fr. Luc Dochier dijo: “¿Qué nos puede pasar? Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura. Dios es el gran misericordioso y el gran perdonador”<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->. O Fr. Christophe Lebreton, que escribió sus últimas voluntades: Mi cuerpo es para la tierra, pero, por favor, ninguna protección entre ella y yo. Mi corazón es para la vida, pero, por favor, nada de retoques entre ella y yo. Mis manos para el trabajo… sencillamente se cruzarán. Pero el rostro, que quede completamente desnudo para no impedir el beso. Y la mirada, dejadla VER”. Para decir y escribir esto, hay que estar o muy loco, o muy convencido, o… tener a Dios muy dentro. Estas palabras retratan a unos creyentes totalmente enamorados de Dios y olvidados de sí mismos. La vida no es un fin en sí mismo; tampoco lo es el cuerpo, ni el corazón, ni las manos, ni el rostro, ni la mirada…; nada de lo que se posee es fin en sí mismo, sino que todo ello es don y regalo de Dios. De Dios lo hemos recibido y a Dios hemos de entregárselo de nuevo.


Los siete monjes católicos están muertos desde 1996. Sus asesinos probablemente siguen vivos a fecha de hoy. Preguntas: Desde la perspectiva de Jesús, de Dios, ¿quiénes están más muertos: los siete monjes asesinados o aquellos que los mataron? ¿Quiénes están más vivos: los siete monjes que murieron o aquellos que los mataron? Para mí las respuestas están claras. De hecho, en estos siete monjes católicos se cumplieron y se cumplen totalmente las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


- Preparando esta homilía cayó en mis manos este cuento. ¡Otro cuento! Os lo leo y luego reflexiono un poco sobre él: “Un sabio griego hacía exploraciones por las tierras del Nilo. Muy satisfecho de su ciencia y de su filosofía, buscaba ufano por aquellas regiones oscuras los secretos que guarda la naturaleza. En una ocasión tuvo que pasar un río y subió a una barca. El viejo barquero movía acompasadamente sus remos y miraba distraído las aguas. De pronto, el sabio le preguntó: -¿Sabes astronomía? –No, señor. –Pues has perdido la cuarta parte de tu vida… ¿Sabes filosofar? – No, señor. –Pues has perdido la otra cuarta parte de la vida… ¿Sabes algo de la historia de este mundo? –No, señor. –Pues has perdido otra cuarta parte de tu vida. En esto, un golpe de viento zarandeó con estrépito la barca, la cual no resistió el golpe, dio media vuelta, y los dos cayeron al agua. El barquero comenzó a nadar a grandes brazadas en busca de la orilla; el sabio se hundía sin remisión dando grandes gritos y luchando por salvarse. Entonces el barquero le preguntó: -¿Sabes nadar, amigo sabio? –No, señor. –Pues ha perdido usted toda la vida”. Tenemos una vida. Sólo se vive una vez y, en tantas ocasiones, ¡perdemos tiempo en tantas cosas que no son fundamentales o nos vanagloriamos de lo que sabemos y despreciamos a los que saben o lo que tienen los otros!


Decía San Bernardo: “Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo habita”. Para poder morir como los siete monjes de Argelia hay que vivir como ellos, es decir, con Cristo como centro de nuestro ser. Cristo da VIDA a los muertos sólo cuando ha dado VIDA a los vivos. En tantas ocasiones no somos felices; sabemos astronomía, sabemos filosofía y sabemos historia del mundo, como el sabio griego, pero no “sabemos” a Cristo. Cristo es el único que da VIDA, que da AGUA VIVA, que da LUZ. Vayamos, pues, siguiendo los pasos de Cristo. Ya está aquí la Semana Santa. ¡Vivámosla con Él!


<!--[if !supportFootnotes]-->


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<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> Fijaros: en vez de decir: ‘¿Qué nos puede pasar: que nos maten o que nos torturen…?’ Dice: “Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura…”

Bueno,me decidí


Pues eso,escuchando de fondo Volver,esa maravillosa canción creada por Gardel y Le Pera, inicio una andada por el interesante mundo de los blogs.
Ha sido de imprevisto aunque ya llevaba un tiempo rumiando la idea de crearlo pero no me atrevía a dar el paso ya que cuando se crea algo tan personal  es con la intención de darle una cierta continuidad con lo que eso conlleva.
No tengo pretensiones ni metas,sólo crear una ventana abierta a lo que ronda por mi cabeza.
Estará centrado a algunas de mis grandes aficiones,la fotografía,el cine,pero sobre todo la música y la velocidad.Bueno,le iré cogiendo el tranquillo al tema y me imagino que la imagen del mismo cambiará con el paso del tiempo.He pensado que la mejor manera de iniciarlo es como empecé,con buena música.que os guste.


Domingo IV de Cuaresma (A)

3-4-11 DOMINGO IV CUARESMA (A)

1 Sm. 16, 1b.6-7.10-13a; Slm. 23; Ef. 5, 8-14; Jn. 9, 1-41



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El domingo pasado, en el relato de la Samaritana, Jesús se nos presentaba como Agua Viva. Nos decía Jesús que, quien bebiera de cualquier agua, volvería a tener sed, pero, quien bebiera del agua que Él le diera, nunca más tendría sed: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.

En el evangelio de hoy, también de San Juan, se nos presenta el suceso de la curación de un ciego de nacimiento por parte de Jesús, y se nos habla de Jesús como luz del mundo. En efecto, la oscuridad sólo puede ser vencida por la luz, y Jesús nos dice que Él es luz para este mundo… y para todos nosotros: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.

- Jesús ha sido enviado por Dios Padre a este mundo para iluminarnos a todos nosotros, para hacernos llegar al conocimiento de la verdad y de la auténtica realidad. En el evangelio de hoy vemos que no basta para conocer la verdad tener ojos en la cara. Los fariseos tenían sanos y con buen funcionamiento los ojos físicos, pero no fueron capaces de reconocer a Jesús como el Hijo de Dios; sí, los fariseos no fueron capaces de reconocer que Jesús había hecho un milagro al devolver la vista a un ciego de nacimiento. En efecto, los fariseos se pararon en lo accidental y no llegaron a lo fundamental: El ciego les dijo que él era ciego de nacimiento, que Jesús le había devuelto la vida, y que lo había hecho así: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo”. El milagro estaba claro, pero había una ley judía que impedía trabajar en sábado y, como aquel día era sábado, como Jesús había hecho barro con sus manos y como eso se consideraba trabajar, entonces, para los fariseos, el milagro estaba manchado de un pecado y, como consecuencia, tal “milagro” no podía venir de Dios.

Para nosotros, aquí y ahora, está clara la cerrazón de mente y de corazón de los fariseos, porque, cuando alguien les señaló el milagro de la curación del ciego, se quedaron con el hecho de que… Jesús había hecho barro en sábado. Esta situación se parece a aquel dicho de un hombre que mostró a otros con el dedo la luna, y ellos se quedaron mirando el dedo en vez de fijarse en la luna. Pero este error no es sólo de los fariseos. Es un error propio de todos los hombres. Voy a poneros un ejemplo de esto y lo mostraré con un cuento. A ver si os gusta: “Un hombre muy rico llevó a su hijo a hacer un recorrido por sus tierras con el propósito de que el hijo, al ver lo pobre que era la gente del campo, comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran. Estuvieron por espacio de todo un día y una noche en una granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre le preguntó al hijo: -¿Qué te pareció el viaje? –Muy bonito, papá. -¿Viste qué pobre y necesitada puede ser la gente? –Sí. -¿Y qué aprendiste? –Vi que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, y ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo, y casi nunca os veo. Al terminar el relato, el padre se quedó mudo, y su hijo agregó: -¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser!”

Sí, en tantas ocasiones las cosas pueden cambiar a nuestros ojos, según cómo las miremos. Las podemos mirar como los fariseos y como el padre del cuento: fijarse en el dedo, fijarse en que Jesús trabajó un sábado, fijarse en todas las cosas materiales que se tienen. O podemos mirar las cosas con los ojos del ciego curado y con los ojos del niño del cuento, es decir, mirar todo con los ojos de Jesús gracias a la luz que Él mismo nos da: o sea, darse cuenta que Jesús hizo un auténtico milagro, que Jesús hablaba y actuaba de parte de Dios, que el padre y la madre del niño del cuento tenían muchas cosas y a su hijo le daban muchas cosas, pero no le daban ni tiempo ni cariño, que era lo que el niño más quería y, sobre todo, lo que él más necesitaba.

- Con estas reflexiones que os acabo de hacer, ¿quién tiene luz para ver realmente las cosas: los fariseos o el ciego de nacimiento, el padre o su hijo? Y es que surge enseguida una consecuencia de todo lo dicho hasta ahora: La luz puede ser acogida, como el ciego, o puede ser rechazada, como hicieron los fariseos. Sí, Jesús y su luz pueden ser acogidos o rechazados.

En efecto, en la segunda lectura dice San Pablo a los primeros cristianos, que han aceptado la fe y la luz de Cristo Jesús: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas”. Cuando se realiza el sacramento del Bautismo, se da a los recién bautizados (o a sus padres y padrinos) una vela, que se enciende del cirio pascual. Este cirio representa a Cristo, la luz de Dios. Así, los nuevos cristianos reciben la luz de Cristo y la luz de Dios, y las velas son un signo que representa esta realidad. De igual manera, en la Vigilia Pascual del Sábado Santo se enciende el cirio pascual a la entrada de la iglesia. Luego los fieles van acogiendo en sus velas el fuego y la luz de este cirio. Al final, cuando el sacerdote está delante del altar, con la iglesia a oscuras de luz eléctrica, pero con esa misma iglesia iluminada por el cirio pascual y por las velas de los fieles, se alcanza una emoción y una significación especial: Cristo y los cristianos son portadores de la luz de Dios para sí mismos y para el mundo entero. Sin embargo, todo esto quedaría como un rito muy bonito, pero vacío de contenido si no hacemos en nuestra vida lo que San Pablo dijo en su día a los cristianos de Éfeso y que acabamos de leer: “Caminad como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas”. Ésta es nuestra tarea para esta Cuaresma, pero también para toda nuestra vida.

Domingo III de Cuaresma (A)

27-3-11 DOMINGO III CUARESMA (A)

Ex. 17, 3-7; Slm. 94; Rm. 5, 1-2.5-8; Jn. 4, 5-42



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

EXAMEN DE CONCIENCIA

No quisiera que este examen de conciencia fuera una especie de losa sobre nosotros. No. La miseria humana, en cristiano, va siempre acompañada de la misericordia de Dios. Sólo a través de los ojos y del corazón de Dios el hombre puede y debe mirar sus propios pecados. El nos los descubre, y al mismo tiempo nos los perdona. Pero yo no puedo cambiar y caminar hacia Dios si no veo dónde estoy de verdad, y esto me lo hace ver Dios con su luz admirable y con la paz maravillosa que nos concede su perdón.

¿He sentido envidia hacia alguien por las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber más grande que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus fallos o cuando las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le salían bien? El sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por nosotros, pero es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza. En determinados momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin de quitarnos la paz.

¿He sentido celos ante otras personas porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo, más apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce enseguida lo “poco” que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…?

¿He hecho juicios en mi interior acerca de otras personas, desca­lificando las actuaciones de los otros, como si todo o casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior supone ponerse en una posición de superioridad y desde ahí considerar como negativo lo que los demás dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.

¿He murmurado contra alguien, bien iniciando yo la conver­sa­ción o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He sacado los defec­tos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un juicio previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale al exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz de decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces ¿por qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por pasar el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es mejor que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa persona. Lo peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas ocasiones es cierto, sino el “tonillo” con el que decimos esas cosas, es decir, no hay caridad. Y la verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la verdad de Cristo. Yo no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a mí ni a nadie, restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi verdad, mis defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo acepto y mi amor hacia El crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo hacemos así, es que estamos murmurando.

¿He difamado, es decir, he dicho cosas negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que digo o porque no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre los otros y “alegremente” lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA, NUESTRA LENGUA. Ya leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de domarla: es dañina e inquieta, cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y Padre; con ella maldecimos a los hombres creados a semejanza de Dios; de la misma boca salen bendiciones y maldiciones”. “Todos faltamos a menudo, y si hay alguno que no falte en el hablar, es un hombre perfecto, capaz de tener a raya a su persona entera”.

¿Soy una persona mal hablada con frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (“cada día te pareces más a tu madre…”, “cállate, gorda…”); buscando siempre el insulto, el dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a costa de los demás?

¿He mentido a alguna persona, a mi familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Cuando Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron sus propias palabras. Le preguntaron si El era el Hijo de Dios y Jesús contestó que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre. Pero no, El dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.

¿He sido impaciente con los demás y conmigo mismo? El impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y por eso “salta” con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar con sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de los demás, pero los míos propios… tampoco.

¿He tenido ira, rabia, enfados hacia alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado esta ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso también en mi interior?

¿Tengo rencor hacia alguna persona, de tal modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo y, cuando la veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi inquina contra ella? ¿Llevo mi “agenda” de los agravios que me han hecho los demás y las fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay alguien a quién no salude ni tenga intención de hacerlo? ¿Soy una persona vengativa; las cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más pequeña oportuni­dad se las "restriego" en la cara o suelto mi "veneno" ante otras personas?

¿He tenido pereza para levantarme, para acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones, asistencia a la Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan, y las que no, las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los azulejos, tareas en el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos. Con frecuencia la pereza va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las cosas que me gustan y me interesan, pero las otras cosas quedan las más de las veces sin hacer o a medio hacer.

¿He perdido el tiempo? Tenía diversas cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me gusta: ver la Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con alguien… y mientras tanto las cosas sin hacer.

¿He tenido gula, es decir, me dominan las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce sobre mi voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas ocasiones pensamos como el gallego: “perdono o mal que me fai, por o ben que me sabe”. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por la comida, o como o bebo con ansia, etc.?

¿He sido egoísta en el trato con los demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o dejando de lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de la TV y no lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa que a mí me gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto… sin pensar en los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros, en lo que les viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis apetencias y mis necesidades?

¿He faltado a la pobreza cristiana con gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias (ropas, tabaco, cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)? ¿Compro cosas baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente? Al comprar pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque El tendrá algo que decir, sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se cumpla en mí. Un cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra persona que le dé igual vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío poseer cosas materiales? ¿Doy limos­nas a la Iglesia o a ONGs o a familias necesitadas (es bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en limosnas para los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna es lo que yo llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su Voluntad y no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse en mi bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías (coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He robado, es decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas que no son mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas, esparadrapos, tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo cuando en el colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para mi casa. Robo en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el trabajo al no pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus derechos. El hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está justificado que lo haga yo.

¿He sido desobediente en mi casa, con mi familia, con Dios, con la Iglesia, con mi director espiritual, con las normas de tráfico, con las cosas que me piden muchas veces por favor; y soy más bien de los que siempre hace lo que les da "la realísima gana"? La obediencia no es simplemente hacer sin más lo que me digan o me pidan, también hay que mirar el modo y las maneras en que lo hago. Por ejemplo, si realizo las cosas que se me piden pero con protestas, interiores o exteriores, entonces no estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he leído que, cuando Dios Padre indicó a su Hijo que fura a la Cruz, por el perdón de los pecados de los hombres, Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre! ¡Siempre me toca a mí!” ¿A quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis hijos, a mi marido, a mi mujer...

¿He faltado a la castidad con pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revis­tas, conversaciones, etc.?

¿He tenido el pecado de la vanidad de tal manera que estoy demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al final soy un esclavo de ello? Hay personas que son incapaces de salir desconjuntadas de casa o de no salir a la calle con prendas que no son de marca. Hay personas que visten o se acicalan de una determinada manera, pero no por convencimiento o gusto propio, sino por obtener el parabién de la gente con la que están.

¿He tenido soberbia al considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía sufrir, puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea mentira o verdad, y "despo­trico" contra ellos y busco rápidamente el justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hablo de mí mismo (mal o bien) con frecuencia, me pregunten o no? ¿Hago o dejo de hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera que soy un esclavo de lo que piensen los demás? Veamos algunos de los frutos de la soberbia: En las relaciones con el prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles, inflexibles, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el mal. El amor propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y obsequiados como esperábamos.

¿He faltado en el amor al prójimo hacia los enfermos, ancia­nos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las necesidades materiales, morales y espirituales de las personas que me rodean, de la gente que vive en Asturias, en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero a las demás personas como hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?

¿He tenido falta de confianza en Dios buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no salía tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con El? No tengo confianza en Dios cuando las cosas positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.

¿He dejado mis oraciones de lado, o las he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me iba mostrando o pidiendo en ellas?

¿He faltado a la Misa de los domingos, o he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y distracciones?

¿He realizado alguna lectura espiritual para alimentar mi ser y abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que puedan acercarme más a Dios?

Se podían sacar muchas más cosas, pero de momento yo creo que con esto vale para tener una guía más o menos exhaustiva.