Domingo IV de Adviento (C)

20-12-2009 DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)
Miq. 5, 2-5a; Slm. 79; Heb. 10, 5-10; Lc. 1, 39-45

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Queridos hermanos:
- Le dice Isabel a su prima María en el evangelio: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. ¿A qué se refería Isabel? Pues se refería al episodio narrado por san Lucas unos versículos antes sobre cómo el arcángel Gabriel se acercó a María y le dijo que Dios se había fijado en ella, que iba a tener un Hijo de Dios, que no hacía falta que se acostara con un hombre para quedar encinta, que el Espíritu Santo la fecundaría con esperma divino… Si viene una hija vuestra o una vecina o una conocida con esta “historia”. ¿Cómo reaccionarías vosotros? María sí que discernió que realmente aquello era cierto, que aquello era de Dios, y creyó y aceptó aquel embarazo. María fue recibiendo enseguida varias pruebas de la veracidad de lo anunciado por el arcángel: 1) se quedó realmente embarazada sin intervención de un hombre; 2) una prima suya, Isabel, nada más verla, cuando María fue a visitarla, le dijo: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Pero seguramente en nuestro caso, en nuestra vida ordinaria no tengamos tanta suerte como tuvo María en esa ocasión, es decir, probablemente no recibamos tantas pruebas de que es Dios quien está con nosotros o quien nos habla.
Sigamos profundizando en este tema y para ello vamos a fijarnos ahora en la primera lectura. Es un trozo de la profecía de Miqueas, el cual fue un profeta que vivió unos 700 años antes de Jesucristo. Miqueas recibió una Palabra de Dios y se la creyó. Y, como se la creyó y creyó que venía de Dios, no se la guardó para sí, sino que la proclamó a sus contemporáneos. En aquellos momentos el pueblo de Israel estaba en una guerra civil entre el reino del norte y el del sur. En esta guerra hubo unos 120.000 muertos en el reino del sur. Y, más o menos, los mismos habría en el reino hermano. Pero es que, además, poco después el reino de Asiria aplastó al reino del norte y cogió a todos sus habitantes y los desterró para siempre por otros territorios conquistados, y el lugar vacío que dejaron los habitantes del reino del norte fue ocupado por otros desterrados por Asiria: los samaritanos. De aquí viene el origen de ellos y su mención en el evangelio. Pues bien, en medio de tanto odio y tanta devastación Miqueas recibe una Palabra de Dios, la que hoy acabamos de escuchar y que dice así: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel [...] Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel […] Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz”. ¿Creerían a Miqueas las madres, esposas e hijos de los muertos en la guerra civil? ¿Creerían a Miqueas los parientes y conocidos de los que habían sido llevados por Asiria como desterrados? ¿Creerían a Miqueas todos aquellos que sólo veían guerra, destrucción, hambre cuando el profeta les anunciaba que Dios traería la paz? Esta profecía de Miqueas se cumplió 700 años después de haber sido procamada. De hecho, cuando los reyes magos se acercaron al rey Herodes para preguntarle dónde habría de nacer el futuro rey de los judíos, Herodes consultó a los sabios y le citaron este pasaje del profeta, pues sí hubo hombres y mujeres que habían creído a Miqueas y habían escrito sus palabras, y esperaban que el liberador de Israel viniera un día y naciera en un pequeña aldea: Belén.
Y ahora nos toca hacer presente la Palabra de Dios en nosotros. Hoy, 2709 años después de predicada esta profecía por Miqueas, Dios nos vuelve a decir que una mujer da a luz a un Niño, que ese Niño será el pastor de todos los hombres de la tierra, que ese Niño hará que todos los hombres retornen a Dios para siempre, que ese Niño nos traerá la paz. ¿Creemos esto? ¿Creemos esto cuando los templos están vacíos y casi todos somos gente mayor? ¿Creemos esto cuando los musulmanes avanzan más y más, y la fe cristiana retrocede? ¿Creemos esto cuando nos vemos débiles, frágiles, pecadores y más viejos cada día? Y es que el tiempo de Navidad puede ser tomado como un aniversario de un hecho cosa que ocurrió hace muchos años, o más bien como algo cierto que está ocurriendo aquí y ahora, y en nuestra vida concreta. Si hoy estuviera Isabel, la prima de la Virgen María, delante de nosotros, ¿nos podría decir como a ella: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”?
- En la segunda lectura se nos dice que Jesús vino a este mundo para cumplir la voluntad de Dios Padre: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. ¿Estoy yo cumpliendo la voluntad de Dios en mi vida, o se está cumpliendo su voluntad en mi vida? Hace poco una persona comentaba que estaba asustada de lo ingrata que era para con Dios. Decía que se había dado cuenta de esa ingratitud un día que reflexionó un poco en su relación con Dios. Se dio cuenta que, en tantas ocasiones Dios le había pedido en su vida ordinaria un poco de tiempo para hablar con Él, pero esta persona le había contestado tantas veces que estaba muy ocupada, que en ese momento no podía, que ya hablaría con El dentro de un rato, o por la tarde, o por la noche, pero al final del día nunca encontró ese momento o ese rato para hablar con Dios. Al mismo tiempo esta persona se había dado cuenta que, tantas veces estando ella haciendo alguna cosa en casa, vino alguien y le pidió un favor, y al momento dejó de lado la tarea que estaba realizando entonces para hacer ese favor. Y en otras ocasiones estando ocupada en casa alguien llegaba a su casa a pasar un rato de conversación, y ella paraba de hacer las cosas que estaba haciendo y se ponía a hablar con la visita. Con lo cual se daba cuenta que en su vida Dios era el “último mono”. Para los demás estaba siempre dispuesta, pero para Dios casi siempre sacaba disculpas y lo dejaba para después...
Estoy preocupado con estas Navidades que están a la vuelta de la esquina y como sacerdote de mi Señor Jesucristo no quisiera que nos pasaran desapercibidas; no quisiera que las viviéramos como paganos. Por eso, voy a daros algunas pautas:
* En estos días procurar no faltar a los cultos cristianos. El viernes 25, día de Navidad. El domingo 27, día de la Sagrada Familia. El viernes 1, día Santa María, Madre de Dios. El día 6, miércoles, fiesta de la Epifanía (manifestación) del Señor a los Reyes y a todos los hombres. El domingo 10, día del Bautismo del Señor y último día de las celebraciones navideñas. Asimismo podemos proponernos acudir a alguna Misa entre semana o, al menos, hacer alguna visita al Santísimo deteniéndonos unos minutos con el Señor, Jesús.
* María se puso en camino para atender a su prima Isabel en las labores de casa y en el parto. Ella se preocupó por los demás. También en este tiempo debemos preocuparnos de otras personas. Dios nos guiará hacia ellas.
Procuremos que no nos pase a nosotros como a esa persona de la que hablaba más arriba, cuando se dio cuenta que Dios para ella era el “último mono”.

Domingo III de Adviento (C)

13-12-2009 DOMINGO III DE ADVIENTO (C)
Sof. 3, 14-18a; Is. 12; Flp. 4, 4-7; Lc. 3, 10-18


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Queridos hermanos:
El evangelio de hoy tiene dos partes: En la segunda habla Juan Bautista de Jesús y de la misión de éste. En la primera parte Juan nos presenta el caso de tres tipos de personas que, habiendo escuchado a Juan Bautista, fueron tocados por Dios en su corazón y se dieron cuenta que tenían que cambiar de vida. Por eso le preguntaron a Juan qué debían hacer. Sin embargo, sería un gran error si pensáramos que la conversión de vida, o el caminar hacia Dios, o el encontrarse con Dios supone sólo repartir y compartir las cosas que tenemos con los necesitados, o contentarnos con lo que se nos da sin exigir nada más, o el no usar la violencia y el poder con los otros. Ver la relación con Dios de esta manera es una caricatura y una burla. Si las gentes, los publicanos y los soldados se acercan a Juan Bautista y le piden orientación no es principalmente porque él sea un hombre bueno o sabio, sino porque –repito- ha entrado Dios en vida de ellos; saben que no pueden seguir viviendo como hasta entonces y quieren saber qué más espera Dios de ellos.
Este encontrar a Dios y este caminar hacia Dios no es fruto de un día. Estoy completamente seguro que todas esas personas que se acercaron aquel día a Juan Bautista y le preguntaron qué debían hacer, eran personas que ya estaban desde hacía tiempo en búsqueda de Dios o, al menos, Dios estaba en su busca y los esperaba al lado de Juan Bautista.
Si me permitís, voy a leeros una experiencia de un chico que hace poco me encontré y creo que puede iluminar muy bien lo que trato de decir y, además, puede ayudarnos a nosotros. Fijaros de qué modo tan extraño Dios se vale para llegar al corazón de una persona. Se trata de Juan, un joven valenciano, que a sus 26 años acaba de entrar en un seminario español. Dejemos que él cuente su propia historia: “Nací en una familia católica, pero no practicante. A los 5 años me apuntaron a hacer artes marciales. Cuando yo tenía 8 años, llegó a casa un lama tibetano. Nos dijo que había tenido unas visiones y que pensaba que quizá yo era la reencarnación de un lama tibetano. Mis padres no sabían casi nada del budismo. El lama les inspiró confianza y decidieron darme una formación paralela. Por las mañanas yo iba al colegio como un niño normal, a los salesianos. Por las tardes, tenía clase con dos tutores budistas tibetanos que vinieron a España. Completaba mi formación con artes marciales. Mi educación estaba orientada clarísimamente a ser lama, es decir, maestro, y no un simple monje. Incluía meditación y enseñanzas budistas. Durante todo esto, mis padres sólo pidieron discreción. Nadie en mi colegio conocía mi formación budista. Fui nombrado lama oficialmente con 15 años. Para mis maestros, yo era la reencarnación de Tan-ñon-Gon-Chen-Tulku-Rimpoché, un lama ermitaño tibetano del siglo IV d.C. Ese lama estaba especializado en sanaciones espirituales, en las enseñanzas más chamánicas del budismo. Se considera que, cuando un lama vuelve a nacer, va a seguir desarrollando las mismas actividades que en su otra vida. Por eso yo atendía muchos casos de dolencias espirituales, me traían enfermos, hacía rituales de sanación. A los 21 años, vivía en Barcelona. Llegó un matrimonio hindú, de la India, recién aterrizado, porque habían oído hablar de un curandero o sanador espiritual que podía ayudar a su hija enferma. Resulta que el tal "curandero" era un cura católico; ellos ni sabían eso. El sacerdote me los remitió, porque pensó que yo, al ser budista, de una tradición asiática, podía atenderlos mejor. Por lo general, en los casos de dolencia espiritual grave, yo siempre pedía varios informes: uno médico, otro neurológico y otro psiquiátrico. Ellos estaban tan desesperados que habían venido de la India ya con la niña y con todos los informes hechos. Organicé una sesión de sanación según el ritual budista. Como de costumbre, además de los padres y la niña, estaban con nosotros unos amigos a los que yo solía invitar como testigos y ayudantes. Uno es notario, otro psiquiatra, otro ingeniero y el otro informático. Llevábamos ya 13 horas de ritual y no conseguía nada. La niña se agitaba con fuerza sobrehumana, hablaba mezclando idiomas, se ponía en trance... Yo no conseguía ninguna mejora. Y entonces la madre, que no sabía español, dijo en castellano: ‘En el nombre de Jesús libera a mi hija’. Y en ese momento la madre y la hija cayeron inconscientes. Cuando se despertaron la niña estaba curada y la madre no recordaba haber dicho nada. Aquello me impactó. Para mí, Jesús sólo había sido un hombre sabio que ayudaba a la gente. Yo nunca había reflexionado sobre Jesús. Lo conocía sobre todo por la asignatura de religión con los salesianos, pero para mí lo que me habían contado de Jesús era sólo como un cuento. Salí a pasear, a reflexionar sobre lo que había pasado. Me encontré un mendigo, que me hizo señas para que me acercase. Yo iba vestido de monje, con la túnica azafrán y la cabeza rapada. Supuse que mi aspecto le había hecho gracia y querría decirme algo. Pero él sacó un libro y me dijo: ‘ábrelo’. Era la Biblia. Lo abrí 3 veces y me salía la sanación de Jesús en Gerasa. Y entonces entendí que mi vida era seguir a Jesús. Mi maestro budista me dejó marchar. Dijo que siguiera mi corazón. El budismo enseña que la mente a menudo es tramposa, pero el corazón no miente. Dijo que si Jesús estaba en mi corazón, que lo siguiera. Ellos pensaban -y siguen pensando- que volveré al budismo. Así que volví ‘al mundo’. Incluso estuve saliendo con algunas chicas. Visité a los capuchinos, que me enseñaron el cristianismo. Me hice terciario capuchino, su rama laica. Pero me parecía que Dios me pedía más. Me dediqué a conocer las órdenes monásticas, los movimientos católicos, y también los ambientes protestantes, ortodoxos, el islam sufí... Buscaba entender lo que Dios me pedía. Hice los Ejercicios Espirituales de los jesuitas. Me hablaron de un seminario que parecía serio. Un médico amigo mío, diácono permanente, me preparó una cita con el obispo. Hablé con él después de la Misa, y vimos que Cristo me había tocado. ¿Mi vocación es diocesana o monástica? No lo sé, pero en el seminario, en silencio y estudio se irá descubriendo. De Jesús me impactó su Dios, el Padre que nos quiere, que nos ha creado a su imagen y semejanza. También me impresiona el testimonio de Jesús, su coraje de morir por nosotros. Es impresionante cómo lucha con todos en contra. Hay muchos maestros espirituales, pero sólo Él ha muerto por los hombres. Me impresiona la Pasión: Ese ‘muere por nosotros’... Si no es el Hijo de Dios, no puede morir por nosotros. Ni Buda, ni Moisés ni Zoroastro murieron por los hombres. Después de mucha reflexión pienso que Dios es como la cima de una montaña. Cima sólo hay una. Caminos hay muchos. Ojo, unos son de piedra, otros de fango; no son todos iguales. Pero hay un camino recto, el de Cristo. Del budismo mantengo cosas valiosas. La disciplina del budismo, la práctica de la meditación, es muy valiosa. El adiestramiento de la mente, el cuerpo y del espíritu. La ascética es un esfuerzo del hombre, un método, no está mal. Pero la mística es la acción del Espíritu, Dios que actúa y te rompe hasta el método. El voto de pobreza y el de castidad no me resultan difíciles. El de obediencia, el concepto de jerarquía, son cosas que me resultan más novedosas. En ello estamos”.
Termino: estamos en Adviento; Dios nos sale al encuentro y toca nuestro corazón, o lo quiere tocar, si nos dejamos; nosotros quisiéramos seguirlo; y le preguntamos, como aquellos del evangelio preguntaron a Juan Bautista: ‘Entonces, ¿qué hacemos ahora?’ La respuesta es individual y personalizada para cada uno de nosotros. Abramos el oído y que El nos dé la fuerza de seguir sus indicaciones.

Inmaculada Concepción de María (C)

8-12-06 INMACULADA CONCEPCION (C)
Gen. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38

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Queridos hermanos:
- En este tiempo de Adviento, como ya sabéis, estamos preparando la venida y el nacimiento de Cristo Jesús entre nosotros. Pero, como creo que ya os he dicho en otras ocasiones, hay tres formas de venida (o llegada) de Cristo Jesús a nuestras vidas:
1) La más conocida de todas y la que celebramos comúnmente en estos días: el Hijo de Dios se ha encarnado en el vientre purísimo de la Virgen María y va a ser dado a luz en Belén. Es la primera venida de la segunda Persona de la Santísima Trinidad.
2) Jesús vendrá otra vez más y por última vez a este mundo cuando éste se acabe. De hecho, esta segunda venida la estamos anunciando y pidiendo los católicos en cada Misa: - Al alzar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, después de la Consagración, el sacerdote dice: “Éste es el Sacramento de nuestra fe”. Y todos respondemos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Creo que ya os conté que, explicando esto una vez en Vegadeo, una señora me dijo después que desde aquel día había dejado de responder a las palabras de la Consagración, porque no quería que Jesús viniera y el mundo se acabara. – Al finalizar el Padre nuestro, ora el sacerdote: “…vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo”. Y, ¿recordáis las últimas palabras con las que termina la Biblia? Dice así: “Sí, estoy a punto de llegar. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
3) Hay una tercera manera de venida de Cristo Jesús a este mundo. Las dos anteriores son, por así decir, ‘modos comunitarios’. Esta tercera forma de venir Cristo, sin embargo, es individual. Me estoy refiriendo a la muerte. Sí, Cristo Jesús llega a cada uno de nosotros cuando nos morimos. El está a nuestro lado. La señora de Vegadeo que no decía en la Misa: “¡Ven, Señor Jesús!”, para que el mundo no se acabase, hace unos años que se murió, con lo cual este mundo sí que se acabó para ella. Repito: la tercera manera de venir Jesús a este mundo es a través de nuestra muerte, y es una venida personalizada. Estando en este punto quiero compartir con vosotros una gracia que he recibido hace poco: El 8 de noviembre de este año estaba en la capilla de la Casa de Ejercicios Espirituales de Covadonga; asistía e impartía unos Cursillos de Cristiandad. Como sabéis, cada mes de noviembre los hago. Éramos 26 personas tratando de acercarnos un poco más a Jesús a través de María, su Madre, ya que Covadonga es un lugar privilegiado. Creo que en otras ocasiones os he contado el amor y la devoción hacia María que Jesús me ha regalado, cuando faltaba poco para mi ordenación sacerdotal. Pues bien, ese domingo 8 percibí en la capilla en un instante (fue un visto y no visto) que la Virgen María me concedería morir uno de los días del año en que la Iglesia celebra una festividad mariana. No sé si será cierto o no. Lo que sí sé es que mi amor hacia Ella ha crecido más y más, y en sus brazos estoy feliz. Siempre me ha llamado mucho la atención ciertos detalles o hechos que he ido conociendo en los que una persona amante de la Virgen recibe una gracia especial de Ella a la hora de su muerte. Ciertamente, os he de confesar que no me importa el hecho en sí (si mi muerte acontecerá un día dedicado a María), sino más bien el percibir claramente cómo el amor entre María y yo es recíproco. Por supuesto, que Ella me quiere más y mejor que yo a Ella, pero la verdad es que yo me apoyo en su amor y no en el mío, que es tan pobre y frágil. En este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María he querido compartir esta gracia para que juntos alabemos y glorifiquemos a María, Madre de Cristo Jesús.
- Voy a contaros otra cosa personal mía. Hoy va la homilía de confidencias. Resulta que, cuando entro en una iglesia por primera vez, enseguida recorro mi vista por ella y miro las imágenes que hay en sus paredes y/o en sus altares, pues suelo orar con ellas o en las homilías que predico al celebrar la Misa allí suelo hacer referencia a dichas imágenes. ¿Por qué? Porque quiero enseñar a los fieles para que la fe les entre por los ojos y para que profundicen en lo que tienen ante sí, pues quizás les ha pasado un tanto desapercibido. Una de las imágenes que más evoca sentimientos de Dios dentro de mí es la imagen de la Inmaculada. En esta imagen se ve a la Virgen María que puede estar rodeada de una corona de 12 estrellas, lo cual simboliza a las 12 tribus de Israel y a los 12 apóstoles. Suele tener la luna por pedestal, pero sobre todo a los pies de María está una serpiente con un fruto entre su boca. Esta última parte de la imagen evoca al texto del Génesis que acabamos de leer hoy, más concretamente cuando Dios se dirige a la serpiente y le dice: “establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Sí, la serpiente hiere el talón de la mujer (Eva) cuando le ofreció el fruto de desobediencia a Dios. Y la mujer (en este caso la Virgen María) por el nacimiento del Mesías, pisa la cabeza de la serpiente. En esta sencilla parte de la imagen se contiene nuestra traición a Dios y la salvación de Dios para con todos nosotros.
- En este tiempo de Adviento la Iglesia nos propone varias figuras bíblicas que nos pueden ayudar a preparar las venidas de Jesús, el Hijo de Dios, a nosotros y a nuestro mundo. Estas figuras son San Juan Bautista, San José y la Virgen María. Pues bien, hoy la Iglesia nos propone de un modo especial a María, bajo la advocación de su Inmaculada Concepción. En este tiempo de Adviento y en todos los momentos del año yo me arrimo a María y le pido que me sirva de apoyo para preparar la venida de su Hijo a mi ser, sea en el fin del mundo, sea en mi muerte.

Domingo II Adviento (C)

6-12-2009 DOMINGO II DE ADVIENTO (C)
Baruc 5, 1-9; Slm 125; Flp. 1, 4-6.8-11; Lc. 3, 1-6

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Queridos hermanos:
- Fijaros cómo empieza el evangelio de hoy: “En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. La primera vez que escuché este trozo pensé para mí: ‘Pero, ¿para que sirven todos estos datos que nos da san Lucas?’ Con decir que Dios habló a Juan Bautista y la misión que le dio… hubiera bastado. Pero el evangelista nos da nombres y más nombres de gente importante, y de gente que gobiernas imperios, reinos y provincias. La razón –creo yo- de todos estos datos es que Lucas nos sitúa en el espacio y en el tiempo el mensaje de Dios a los hombres. En efecto, el evangelio no es algo atemporal o que sucede en un lugar muy lejano o en ningún sitio concreto. No.
* ¿Cuándo habla Dios? Lucas nos da detalles muy precisos de cuándo Dios habla, y para probarlo apunta emperadores, gobernadores y reyes, los cuales confluyen en un determinado momento de la historia. También nos dice Lucas que la Palabra de Dios la oye Juan Bautista, y no esos emperadores, gobernadores y reyes.
* ¿Dónde habla Dios? Tampoco se escucha la Palabra de Dios en los palacios, en las ciudades, en las aglomeraciones de gentes, sino que la voz de Dios es proclamada en un desierto.
Pues bien, igualmente podemos decir ahora nosotros que Dios nos habla en este justo instante, siendo Obama presidente de USA, Calderón de México, Lula de Brasil, Merkel primera ministra de Alemania, Juan Carlos I rey de España, y que Dios nos habla en la Catedral de Oviedo, o en cualquier otro lugar en donde nos encontremos. En efecto, Dios habla aquí y ahora.
- Pero, si importante es saber que Dios nos habla, más importante aún es saber qué nos dice Dios. ¿Cuál es la Palabra de Dios que Dios mismo transmitió a Juan el Bautista? Pues esa Palabra es la misma que se nos entrega hoy día: 1) Que todos estamos llamados a ver la salvación de Dios en nuestras vidas. “Dios guiará a su pueblo con alegría a la luz de su gloria”, nos dice la primera lectura. Y la salvación de Dios es algo que se nos da aquí y ahora. 2) Mas para ver la salvación de Dios hemos de preparar el camino por el que Cristo Jesús vendrá. En este punto es donde entra el plan de Adviento que os proponía el domingo pasado y que os propongo cada año por este tiempo.
- El salmo 125 que acabamos de escuchar es un salmo precioso. Escuchadlo una vez más:
“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión , nos parecía soñar; la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares.
Al ir, iban llorando, llevando la semilla, al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas”.

Como sacerdote en varias ocasiones he tenido que atender y escuchar a personas con grandes sufrimientos y que piden una explicación o justificación a Dios y a su fe, o también la piden desde Dios y desde la fe, de su realidad doliente. Es difícil entender tantas veces lo que nos pasa, sobre todo lo malo y negativo, o mejor aún, por qué nos pasa, es decir, conocer el sentido de lo que acontece en nuestra vida. Me han entregado poco antes de la Misa de 11 una poesía de José María Pemán (poeta español del siglo XX), el cual escribió una poesía a su esposa, Resignación. El buscó entender desde Dios la falta de su mujer y compuso este poema, del cual entresaco las siguientes palabras:
“¡Qué triste es mi caminar!,/ llevo en mi pecho escondido/ un gemido de pesar,/ y en mis labios un cantar/ para esconder mi gemido…
No hay como saber sufrir/ con entereza el dolor/ para saber combatir,/ que el dolor es la mejor/ enseñanza de vivir./Él (Dios) nos enseña a tener/ siempre al alma apercibida,/ y a esperar y a no temer,/ y a dar su justo valor/ a las cosas de la vida./”

Nuestro mundo actual y occidental está hecho a las medidas, a saber y a entender. Enseguida queremos saber el por qué, el para qué, el cuándo, el hasta cuándo, el dónde, el cómo… Estamos tan preocupados por esas preguntas y por hallar respuestas que nos cuesta mucho esfuerzo el vivir y experimentar en toda su plenitud lo que sucede en nosotros. Recuerdo que, siendo seminarista, supe del siguiente hecho: una religiosa muy moderna y bastante joven, de unos 40 años, padeció un cáncer fulminante y muy doloroso. La vida se le escurría entre los dedos y ella se veía morir de día en día. Ella protestaba y renegaba por su situación. No aceptaba la muerte; no la aceptaba ni por el mal que padecía ni por la edad que tenía. Finalmente, faltando unos tres días para el desenlace final, aceptó su situación, su muerte inmediata y decía que, desde que había hecho eso, había sentido cómo la paz la inundaba en todo su ser: en su cuerpo, en su mente, en su espíritu. ¿Qué quiero decir con esto? 1) Que el dolor y el sufrimiento no proceden de Dios. El no quiere nuestra muerte . 2) Que el dolor y el sufrimiento nos va a alcanzar a todos, antes o después: seamos creyentes o no, tontos o listos, ricos o pobres, jóvenes o viejos, hombres o mujeres. 3) Que el ser humano puede aprender de todo sufrimiento, pues éste nos hace más humildes y nos permite percatarnos de lo que verdad es importante. Algunas personas con odios de años son capaces ante la muerte o enfermedad del enemigo de acercarse a la persona sufriente, y logran una reconciliación.
Sí, las crisis o momentos de sufrimiento (otros dirán de crecimiento) por las que pasa el ser humano, nos ayudan mucho. Por eso, el salmista canta: “Al ir, iban llorando, llevando la semilla, al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas”. En un primer momento pensamos que vivimos una auténtica desgracia, pero, vivida desde la experiencia de Dios y una vez superada, nos damos cuenta que el fruto, la ganancia, la madurez y la fe conseguidas superan con mucho a todo el mal que hemos pasado. Y entonces reconocemos que ha sido Dios quien nos ha acompañado en todo momento y, por eso, seguimos cantando: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”.
Termino con una cita de un periódico. Es de marzo de 2008: “La gente que cree en Dios es más feliz que los agnósticos o los ateos, según un estudio realizado por el profesor Andrés Clark y la Doctora Orsolya Lelkes y presentado en la conferencia anual de la Sociedad Real Económica. La gente religiosa está más capacitada para enfrentarse a decepciones como el paro, el divorcio o la muerte de un amigo. Además, esta capacidad aumenta en el momento en que los religiosos van a la iglesia y rezan. Los investigadores del estudio dijeron que: ‘la religión hace que las personas puedan soportar mejor los momentos difíciles de la vida’”. Por eso, hemos de confesar una vez más que la Palabra dirigida a Juan Bautista entonces y a nosotros ahora, en este tiempo de Adviento, se cumple: “verán la salvación de Dios”.

Domingo I Adviento (C)

29-11-2009 DOMINGO I DE ADVIENTO (C)
Jr. 33, 14-16; Slm. 24; 1 Tes. 3, 12-4, 2; Lc. 21, 25-28.34-36

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Queridos hermanos:
Como os decía el otro domingo, en el día de hoy comenzamos un año litúrgico nuevo y lo abrimos con el tiempo de Adviento.
Habitualmente, al comenzar el tiempo de Adviento, siempre os propongo que elaboréis un plan de acción personal para prepararse a la Navidad, es decir, UN PLAN DE ADVIENTO. No podemos ser como los paganos, que sólo se quedan en lo externo y todo lo más celebran en Navidad “los días de la familia”. Nosotros no celebramos unos días de familia, sino que celebramos la Navidad, es decir, la venida y el nacimiento del Hijo de Dios. Para acogerlo en nuestros corazones, en nuestra Iglesia y en nuestro mundo hemos de prepararnos, y lo hacemos con este tiempo de Adviento, y el plan que yo os propongo puede ser un buen instrumento.
Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos muestran algunos caminos o pautas a seguir en esta preparación de la Navidad. Vamos a examinar estos caminos con detalle y asumir aquellos que mejor nos vengan a nosotros. Cada uno, desde su circunstancia personal, escogerá aquel camino o caminos que mejor le ayuden a preparar el nacimiento de Jesús. Bien, dicho esto os doy algunas propuestas sacadas de las lecturas de hoy:
1) En nuestro plan de Adviento puede haber una súplica confiada al Dios para librarnos de todos los peligros, de todas las necesidades y llevarnos al Reino de su Hijo querido. Por eso, en el salmo de hoy oramos : “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”. Y es que nos damos cuenta a lo largo de nuestra vida que sólo Dios puede todo, mientras que nosotros fallamos una y otra vez, pues somos débiles e inconstantes.
2) La súplica confiada a Dios la hemos de hacer mediante la oración. Por eso, Jesús en el evangelio nos dice: “Estad en vela, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza […] y podáis estar en pie delante del Hijo”. Recordad las palabras de Satanás a Jesús, cuando lo tentaba: “todo esto te daré, si te postras y me adoras” (Mt. 4, 9). Satanás y las cosas materiales nos piden que nos humillemos y que nos echemos al suelo ante ellos. Sólo Jesús me levanta y me hace estar de pie ante El. Jesús me ensalza, me pone a su altura y me trata de igual a igual. A este trato amistoso se llega a través de la oración constante, “en todo tiempo”. Por lo tanto, la oración debe tener una parte importante en mi plan de Adviento y en todos los momentos de mi vida. De hecho, yo siempre digo que, quien no ora, no es cristiano.
3) También podemos subrayar, suplicar y trabajar en este Adviento para que se cumpla en nosotros el camino marcado por la segunda lectura: “que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos”. Quizás podemos marcarnos de una manera especial en este tiempo de Adviento un trato más amistoso y cariñoso con alguna persona en particular: marido, mujer, hijos, suegros, cuñados, yernos, nueras, primos, vecinos, compañeros de trabajo… Creo que ya os conté en varias ocasiones lo que hacía un hermano lego jesuita que estuvo destinado en la ‘Iglesiona’ de Gijón: estaba de portero en el templo y en la comunidad, y él procuraba ver a Jesús en cada persona que se le acercaba. A la ‘Iglesiona’ venían muchos transeúntes a pedir comida y él les daba un bocadillo. Cuenta una persona que fue testigo de un hecho: resultó que llegó un día un transeúnte a la ‘Iglesiona’ y de malas maneras exigió un bocadillo al jesuita y se marchó con la comida sin dar las gracias. El testigo oyó al hermano lego diciendo para sí: “¡Ay Señor, hoy venías tan disfrazado que casi no te reconocí!” Es decir, si nos proponemos en nuestro plan amar a cada una persona concreta, nos puede ayudar el procurar ver en esa persona al mismo Jesús. El jesuita lo hacía así y no le iba tan mal.
4) En el plan podemos esforzarnos por practicar el derecho y la justicia en nuestros ambientes, tal y como nos lo recuerda la primera lectura. Procuremos en estos días (del 29 de noviembre al 24 de diciembre) ser honestos y honrados con los demás, independientemente de lo que hagan los demás. Aunque quedemos como tontos. Este día me contaban el caso de un chico joven que estaba al frente de un organismo y le hicieron una propuesta para aprobar una propuesta de una empresa. Si lo hacía así, le daban una importante cantidad de dinero, que le venía muy bien en ese momento. Pero el chico dijo que no; es decir, renunció a algo en provecho propio por querer ser honrado. El empresario le dijo que en su ambiente era todo así: para conseguir un contrato había que entregar una cantidad importante de dinero, que luego se aplicaba al presupuesto y ganaban el empresario, el intermediario, aunque perdían otros empresarios más honrados y sobre todo los ciudadanos que tenemos que pagar esas faltas de moral y de honestidad.
5) El evangelio de hoy nos indica que hemos de huir y guardarnos del libertinaje que, en definitiva, no es más que hacer nuestra propia voluntad y seguir nuestros caprichos y gustos, incluso a costa de los demás. Por lo tanto, dejemos de lado todo capricho egoísta y pensemos más en los demás, aunque sea sólo por estos días de Adviento. Igualmente, nos guardamos del libertinaje cuando guardamos nuestra vista y evitamos la curiosidad por saber, por ver, por escuchar. Evitemos preguntar por cosas que no nos interesan y que nos llevan a emitir juicios y murmuraciones sobre otras personas. En definitiva, seamos dueños de nosotros mismos y no dejemos que lo que nos rodea nos esclavice.
6) Hemos de evitar la embriaguez, que no significa simplemente no emborracharnos o no beber de más, sino que hemos de procurar evitar que nuestro dios sea el vientre, con lo que comemos y bebemos: probar de todo, atiborrarnos de todo, aunque ya no tengamos hambre.
7) Evitaremos que las preocupaciones de la vida, que es algo legítimo, nos aparten de la preocupación de buscar a Dios, pues importa más esto que aquello, ya que, como bien dice Cristo a Satanás en sus tentaciones, “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4). Es decir, confiemos más en Dios, que es Padre bueno y sabe lo que nos conviene y lo que necesitamos.
Estas son algunas ideas que la Palabra de Dios nos pone hoy delante, pero podemos coger otras cosas para nuestro plan de Adviento.
Jesús en el evangelio de hoy nos da el sentido de este tiempo de Adviento. El nos dice: “cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”. A estas palabras de Jesús toda la Iglesia responde: “¡Ven, Señor Jesús!” Con este plan de Adviento personal queremos decir a nuestro modo: “¡Ven, Señor Jesús!” Pues bien, digamos todos a una voz: “¡VEN, SEÑOR JESUS!”