Domingo V del Tiempo Ordinario (C)

7-2-2010 DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (C)

Is. 6, 1-2a.3-8; Slm. 137; 1ª Cor. 15, 1-11; Lc. 5, 1-11


HOY NO APARECE EL AUDIO DE LA HOMILÍA EN MP3 POR PROBLEMAS TÉCNICOS; EN VÍDEO TAMPOCO. Lo siento.

Queridos hermanos:

- La primera lectura y el evangelio siempre han sido y son muy usados en los ejercicios espirituales, en convivencias, en retiros o en oraciones personales para iluminar y reflexionar sobre las vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa. En mes y medio dos chicas de Oviedo se han marchado, llamadas por Dios, al monasterio de las religiosas clarisas de Lerma. Ésta es una noticia estupenda, y estoy seguro que ellas en algún momento de su vida oraron sobre estos dos textos bíblicos. Sin embargo, estos textos de la Palabra de Dios no pueden ni deben quedar reducidos sólo para seminaristas, curas, novicios y monjas o monjes. Hacer esto sería falsear las palabras de Jesús. Nadie puede apropiarse de tales pasajes bíblicos sólo para curas y monjas, pero tampoco nadie puede escudarse en la disculpa y justificación fácil de que Jesús no habla aquí para los laicos, solteros o casados. En conclusión, la primera lectura y el evangelio están destinados para todos los cristianos, pues la llamada de Dios es universal: Dios nos llama a existir como personas; Dios nos llama a ser hijos suyos y a la fe en su Hijo; Dios nos llama a la santidad de vida, al amor, a la libertad, a la esperanza perpetua, a su Santa Iglesia…

En algunas ocasiones me permito haceros alguna confidencia espiritual. ¿Por qué? Pues porque, como a mí me ha hecho tanto bien, quiero que también a vosotros os lo haga, si Dios quiere. En estos días de Adviento he recibido una luz de Dios, que quiero compartir con vosotros. Se refiere a que, cuando trato de conseguir algo, siempre procuro esforzarme por ello. Pero el Señor me ha enseñado que todo logro personal mío, a la hora de anunciar el evangelio de Cristo Jesús, o de conseguir una virtud, o de vencer un pecado, es tarea (esfuerzo mío), pero sobretodo es don (regalo de Dios). Es decir, ha de ser suplicado y a la vez trabajado. Dios lo concede y el mismo esfuerzo es también regalo del Señor. Parece una simpleza, pero a mí me ha confortado el corazón y deseo comunicároslo para que Dios os conceda vivirlo como yo lo he vivido y lo estoy viviendo. Sí, la vida de un cristiano, de cualquier cristiano es tarea y don a la vez, don y tarea; esfuerzo mío y regalo de Dios. Sí, en muchas ocasiones podemos sentir en lo más profundo de nuestro ser la tentación de abandonar la vocación cristiana (la llamada de Cristo Jesús) debido al cansancio, al aburrimiento, a la depresión, a nuestros pecados o los de otros. Pero el Señor renueva siempre su amor y su llamada cada día. Siempre es tiempo de responderle generosamente y de empezar cada mañana de nuevo el seguimiento y una nueva vida. Esta respuesta sólo se puede dar desde esta perspectiva: tarea-don, y don-tarea. Nunca conseguiremos nada, si Dios no nos lo concede (don), y a la vez Dios quiere contar con nuestra colaboración (tarea).

- No sé si ya os conté que hace años conocí a un sacerdote hispanoamericano que tenía familia en Estados Unidos. Me dijo que en una ocasión fue hasta allá para pasar unos días con ellos y se acercó a la parroquia para ofrecer sus servicios los días que estuviera por allá. El párroco aceptó inmediatamente y le encomendó que celebrara y presidiera algunas Misas. Resultó que en una de las Misas dominicales se le ocurrió a este sacerdote predicar unas ideas que había leído recientemente en un libro de teología. Al terminar la Misa se acercaron a la sacristía algunos feligreses y le preguntaron que de dónde había sacado esas ideas. Él contestó que del libro de un teólogo, a lo que replicaron los feligreses que para otra vez se guardase esas ideas para sí o propusiese una charla en la parroquia sobre ellas, pero que en la Misa predicase, por favor, únicamente la Palabra de Dios. La gente estaba durante la semana muy ocupada en su trabajo, con su familia…, y que necesitaba escuchar la Palabra de Dios y no ideas de teólogos o de otra gente. Para eso ya tenían ellos libros o Internet o la televisión o charlas en centros sociales.

¿Por qué os cuento esta anécdota? Pues porque, cuando me la contó aquel sacerdote hispanoamericano, me sorprendió y he reflexionado en muchas ocasiones sobre este hecho. Leemos en el evangelio que “la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios”. También hoy vosotros estáis aquí, porque queréis acercaros más a Dios y no venís simplemente a pasar el rato.

En esta misma línea habla San Pablo en la segunda lectura. Él y el resto de los apóstoles no predican lo que se les ocurre. Cada uno no predica su propia idea o su propia reflexión sobre Jesús. No. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos […]; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí […] Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído”.

La fe cristiana es una fe revelada, es decir, nos ha sido entregada por el mismo Dios a través de su Hijo. Nosotros solos nunca hubiéramos podido encontrar la verdad del evangelio. Cada uno de nosotros, todos los que estamos aquí, hemos recibido esta fe de nuestros padres, de catequistas, de sacerdotes, de otras gentes, es decir, de la Iglesia. Nadie ha venido con ella bajo el brazo al nacer. La hemos recibido de Dios a través de la Iglesia y no podemos cambiarla, ni recortarla, ni agrandarla. Hemos de transmitir lo que su vez hemos recibido. Esto es lo que se nos ha predicado y en lo que hemos creído: “que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce”.

Siendo seminarista leí que San Agustín, que era muy buen predicador y catequista, utilizaba un método para enseñar y transmitir la fe a sus feligreses: En las charlas y homilías que les daba les iba exponiendo ideas heréticas o contrarias a la fe, por ejemplo, la salvación depende sólo del esfuerzo de los hombres y no de la acción de Dios; o Jesús era verdadero hombre y el mayor de los profetas, pero no era Dios; o el bautismo y el sacramento de la confesión no nos quitan realmente los pecados, sino que su acción consiste simplemente en que Dios echa una especie de sábana sobre nosotros para no ver nuestros pecados, los cuales continúan presentes bajo la sábana (es como si yo barro y el polvo reunido lo echo bajo la alfombra y no lo recogiera y lo echara a la basura); etc. Cuando San Agustín predicaba así todos los feligreses suyos movían la cabeza negativamente, pues ésa no era la fe de Jesucristo, ni la fe de los apóstoles, ni la fe de la Iglesia. A continuación San Agustín pasaba a explicarles la doctrina evangélica recibida en el evangelio de Cristo a través de los apóstoles y entonces sí que todos los fieles asentían a lo que les decía su obispo, pues esta vez lo que les predicaba coincidía con los recibido por los apóstoles y con lo transmitido por éstos. Quienes estuvisteis en la Misa de la toma de posesión de D. Jesús, nuestro arzobispo, fuimos testigos de cómo, en medio de la homilía y al final de ésta, los fieles aplaudieron sus palabras. Este aplauso fue una muestra externa y palpable, no simplemente de que estaban de acuerdo con lo que éste dijo, sino y sobre todo que sus palabras coincidían con lo recibido y transmitido de parte de Dios a través de toda su Iglesia. Aquello era evangelio puro.

¿Sabéis por qué los fieles saben en su interior lo que procede del Señor y lo que no? Pues porque poseen un don o carisma del Espíritu Santo que se llama el “sensus fidei”: el sentido de la fe. Así nos lo dice el Concilio Vaticano II: La universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo no puede fallar en su creencia […] Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios, se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos, penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida (Lumen Gentium 12a).

Homilía D. Jesús Sanz, Arzobispo Oviedo

Homilía de la Toma de posesión de
D. Jesús Sanz como Arzobispo de Oviedo

Se me ha ocurrido coger este enlace de la radio COPE y publicarlo en el blog para que podáis escuchar la homilía de D. Jesús Sanz, el sábado 30 de enero de 2010 en la Catedral de Oviedo. Creo que no tiene desperdicio. ¡Que aproveche!

Andrés Pérez


Una vez dentro del enlace de la COPE, pinchad en la tecla de la izquierda del todo de la barra negra y escucharéis a D. Jesús.

Domingo IV Ordinario (C)

31-1-2010 DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (C)

Jer. 1, 4-5.17-19; Slm. 70; 1ª Cor. 12, 31-13, 13; Lc. 4, 21-30



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Mirando un poco a nuestro alrededor vemos lo volubles y variables que somos los seres humanos: lo que hoy nos gusta, mañana no nos gusta; lo que hoy damos por cierto, mañana lo desechamos como falso; la moda de hoy y por la que pagamos un montón de dinero, mañana la dejamos en el fondo del armario y nos reímos de ella. Siempre recordaré a Maradona, que hacia 1988 jugaba en el Barça y llevó al equipo a lo alto de la liga; luego se fue para el equipo de fútbol del Nápoles en Italia y fue recibido allí como un héroe, como un ser divino. Efectivamente, aquel año hizo ganar a este equipo el “Scudetto” (el primer puesto de la liga de fútbol de Italia); al poco tiempo Maradona se metió en drogas, fiestas, etc. y ya no rindió en el campo de juego y poco tiempo después fue expulsado entre insultos de los mismos “tifosi” (aficionados) que un día lo habían aclamado como el mejor del mundo.

Algo parecido le pasó a Jesús en varias ocasiones. La más famosa es aquella en que la misma gente que lo aclamó el Domingo de Ramos y le cantó los “aleluya” y los “¡bendito sea el que viene en nombre del Señor!”, el Viernes Santo gritó: “¡fuera, fuera, crucíficalo!” Otra ocasión se nos narra en el evangelio que acabamos de escuchar. Se dice al principio sobre Jesús: todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. Pero inmediatamente Jesús les dijo que un profeta no es nunca bien mirado en su tierra, y esa misma gente reaccionó de esta manera: “Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”. En cuanto Jesús les dice unas palabras duras, se ponen contra él, y ya querían matarlo.

Yo he observado en tantas ocasiones a gentes muy preocupadas de no perder la estima y la consideración que los demás tenían de ellas. Por eso, callaban sus razones o sus convicciones para no ser juzgados o despreciados por los otros. De la misma manera actuaban o dejaban de actuar de un modo u otro para no perder la imagen que se tenía de ellos. Pienso que tenemos que actuar según nuestra conciencia y de cara a Dios, y no de cara a lo que piense el mundo o la sociedad. Así lo decía ayer nuestro arzobispo, D. Jesús Sanz, en su toma de posesión: que no buscaba los halagos ni temía o huía de las críticas. Por eso, era libre para servir a Jesucristo y anunciar su evangelio. Así actuaron siempre y lo hacen hoy día los santos. Recuerdo a este respecto que en el muro de Shishu Bhavan, la Casa Infan­til que las Misioneras de la Caridad de la M. Teresa de Calcuta tienen en esta ciudad estaban escritas estas palabras: “Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas, ámalas de todos modos. Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoís­tas. Haz el bien de todos modos. Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdade­ros, lucha de todos modos. El bien que hagas hoy será olvidado mañana, haz el bien de todos modos”.

- Ahora de la mano de estas palabras quisiera pasar a la segunda idea y apoyarme en la segunda lectura. En ésta nos habla San Pablo del amor. Para Pablo amar es lo más importante que puede hacer un ser humano. Dice él que, si uno sabe todos los idiomas del universo, y habla y predica como los ángeles convirtiendo a todos los hombres al evangelio de Cristo Jesús, pero no tiene amor en su corazón, entonces es como una campaña que suena: “tan, tan, tan”, pero nada más. Dice Pablo que, si uno tiene toda la fe del mundo, puede hacer multitud de milagros y es el más sabio de los hombres llevándose año tras año los premios Nóbel en todas las materias del saber, pero no tiene amor en su corazón, entonces eso no vale de nada. Dice Pablo que, si uno da todo el dinero que posee, si entrega todo el tiempo que tiene para curar, para enseñar, para dar de comer…, pero no tiene amor en su corazón, entonces todo eso no sirve de nada.

¿Qué es el amor, pero el amor de verdad, no el de quita y pon? ¿Dónde podremos encontrar la fuente del AMOR? El AMOR es Dios y sólo en Dios podremos encontrar este AMOR. Si no se lo pedimos a Dios, si Dios no nos lo da, entonces nunca podremos tener este AMOR. Aquellos que buscan el AMOR sólo en sí mismos, no lo encontrarán.

Pero, ¿Dios nos puede dar su amor en cualquier circunstancia? Por ejemplo, ¿es posible recibir amor de Dios en medio de una violencia extrema y sentir el amor de Dios, y hacia Dios y hacia los demás hombres en medio de una violencia extrema? Yo he creído siempre que sí. Siempre he creído que el amor es más fuerte que el odio, el bien que el mal, Dios que Satanás. Esto me lo ha confirmado una vez más en estos días el texto precioso de un sacerdote: el padre Alfredo Delp, detenido por la Gestapo en 1944 y ahorcado al año siguiente. Durante su prisión meditó el Veni Sancte Spiritus, y escribió lo siguiente: “Las colinas eternas están allí, de donde viene la salvación. Dios me lo muestra cada día y mi vida entera es ahora un testimonio de ello. Todo lo que yo creía tener seguridad en mí mismo, de astucia y de habilidad ha volado hecho añicos bajo el peso de la violencia[1] y de aquello que me era opuesto. Estos meses de cautiverio han roto mi resistencia física y otras muchas cosas en mí. Sin embargo, he vivido horas maravillosas. Dios ha tomado todo en su mano y sé ahora implorar y esperar el socorro y la fuerza de las colinas eternas. La persona que reconoce su pobreza, que aleja de sí toda autosuficiencia y todo orgullo, incluso el de sus harapos, el hombre que se presenta desnudo delante de Dios, sin velos y en su indigencia, ese hombre conoce los milagros del amor y de la misericordia; desde la consolación del corazón y la iluminación del espíritu hasta el apaciguamiento del hambre y de la sed. Repetidas veces, en la agitación y sufrimientos de estos últimos meses, plegado bajo el peso de la violencia, he sentido de golpe que la paz y el gozo espirituales invadían mi alma con la fuerza victoriosa del sol que se levanta. El Espíritu Santo es la pasión con que Dios ama. El hombre tiene que encomendarse a esta pasión. Entonces el mundo se hará capaz de amor verdadero. Sólo podemos reconocer y amar a Dios si Dios nos toma y nos arranca de nuestro egoísmo. Es preciso que, en nosotros y por nosotros, Dios ame. Entonces viviremos en la verdad y el amor de Dios llegará a convertirse en el corazón viviente del mundo”.

Veamos la descripción del amor que nos hace Isaac el Sirio: “¿Qué es un corazón misericordioso? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando piensa en ellos y cuando los ve, sus ojos se llenan de lágrimas. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. Por ello intercede con lágrimas sin cesar por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad y por todos los que le molestan, para que sean preservados del mal y perdonados. En la inmensa compasión que se eleva de su corazón –una compasión sin límites, a imagen de Dios-, llega a orar incluso por las serpientes”.

San Pablo experimentó del mismo Dios el AMOR y nos dio una descripción maravillosa: “El amor es paciente, es servicial; la amor no es envidioso, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El amor no acaba nunca”.



[1] En los campos de nazis sucedía lo siguiente: Se sufría humillaciones, golpes, insultos, mordiscos de perros, chorros de agua helada cuando uno estaba devorado por la fiebre, sed y hambre, idas y venidas arrastrando cadáveres desde las celdas al horno crematorio. Aquello era la antesala del infierno.

Domingo III del Tiempo Ordinario (C)

24-1-2010 DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (C)

Nehm. 8, 2-4a.5-6.8-10; Slm. 18; 1ª Cor. 12, 12-30; Lc. 1, 1-4; 4, 14-21

Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre varios puntos:

- Nosotros creemos en un Jesús liberador. Así se presenta El en el evangelio de hoy: Dios Padre “me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar li­bertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Por lo tanto, la misión de Cristo es la de anunciar una Buena Noticia a todos los hombres y también la de liberar a todos los hombres de diversos males, pero esta liberación que nos promete y que nos da Jesús es integral. El otro día entrevistaron a Monseñor Munilla, el obispo de San Sebastián, y con ocasión del terremoto de Haití dijo que había desgracias tan grandes o peores que ésta. La gente se escandalizó, algunos salieron enseguida a atacarle y le llamaron el “obispo sin alma”. Entonces Monseñor Munilla publicó un comunicado en el que decía que sus palabras fueron tergiversadas, manipuladas y sacadas de contexto. Cuando decía que hay desgracias tan grandes o peores que el terremoto de Haití, hablaba en un plano teológico en el que el pecado es mucho peor aún que la enfermedad física[1] o que la misma muerte física y terrena[2]. Pues ésta acaba ahí, y el pecado nos puede llevar a la muerte eterna y a apartarnos para siempre de Dios. Y ya sobre la situación vivida en Haití, se ha de recordar que Monseñor Munilla había dado instrucciones a Caritas diocesana de San Sebastián para que donasen 100.000 € para las victimas de Haití. Igualmente os recuerdo el caso que os narraba el domingo del Bautismo del Señor, hace 15 días: Contaba una misionera, a la que una vez la invitaron a hablar en una universidad estatal de la India sobre Cristo y sobre los Evangelios, que al terminar le dijeron: “Conocemos misioneros que trabajan en la enseñanza o en hospitales; Vd. se ocupa de las mujeres del campo. Admiramos esto. Pero no trabaje sólo para mejorar el nivel de vida de otras personas. Por favor, transmítales la energía que toma de Jesu­cristo y su Mensaje. Ayúdeles a caminar hacia ese mismo Dios, para que también ellas tengan esa misma fuerza interior”.

Por lo tanto, hemos de repetir que la liberación de Cristo es integral. Jesús nos salva de la esclavitud del pecado, pero también de las miserias físicas del hombre como las enferme­dades, de las miserias sociales como la pobreza y la cárcel, de las miserias psicológicas como la depresión, etc. Ante todas estas mise­rias Jesús se presenta como el liberador. La libertad o la liberación siempre ha sido un mensaje atrayente para todos los hombres. En la primera mitad del siglo XX Hitler se presentó ante los alemanes como un libertador en medio de su miseria y de su humillación. Luego Hitler usó a los alemanes para sus fines de megalomanía, de odio y de destrucción.

Jesús libera realmente al hombre de todas sus ataduras, de sus esclavitudes. Pero no se aprovecha de él ni le pasa factura. La prueba de que Jesús no se aprovechó de nadie es que prefirió morir El a que cayesen algunos de sus compañeros, por ejemplo, en el huerto de los Olivos. Jesús no es como el capitán Araña que enrola una tripulación para el barco y él se queda en el puerto, mientras son los demás los que tienen que arrostrar los peligros y tormentas. Jesús es el que libera a costa de su propia vida.

Bien, Jesús nos ofrece a nosotros la libertad verdadera, total e integral. Pero, ¿nosotros nos sentimos necesitados de la liberación de Jesús? He tratado algo con personas que padecen trastornos psicopatológicos (neurosis o psicosis) y ¿sabéis qué es lo peor?, pues que, cuando tratas de llevarlos a un médico o especialista, dicen que no lo necesitan, que no están enfermos. Dicen que ellos están bien, que vayamos los demás. Igual pasa con los alcohólicos y con los drogadictos. Vuelvo a preguntar: ¿Nos sentimos necesitados de la liberación que nos ofrece Jesús? ¿Me siento esclavo de algo, de mi físico porque me gusta o porque no me gusta; de mis miedos, de mis inseguridades, de lo que diga la gente, de la moda, de mi trabajo, de mis depre­siones, de mis pertenencias, de mi mujer o marido o hijos, de mi enferme­dad, del alcohol, del tabaco? ¿Cómo sé si yo soy esclavo de algo? Muy fácil: si yo no soy feliz, eso significa que yo soy esclavo de algo. Pues bien, os anuncio que CRISTO ES EL UNICO QUE PUEDE LIBERARNOS DE TODAS NUESTRAS ESCLAVITU­DES.

b) En la segunda lectura se nos dice que los cristianos formamos un mismo cuerpo. Todos somos miembros de un mismo cuerpo (la Iglesia); todos somos diferentes y necesa­rios. Nadie es más importante que nadie. Todos necesitamos unos de otros. Como dice S. Pablo, cuando uno sufre, todos sufren. Pensad en un dolor de muelas: una muela con caries y tocando el nervio puede derrumbar al más pintado. Es sólo una pequeñísima parte del cuerpo, pero todo éste está mal. De la misma manera, cuando un miembro sana (la muela), todos se alegran con él. Pues lo mismo pasa con la Iglesia. Somos un cuerpo, en el que cada uno tiene su misión (pensad en una parroquia): está el sacerdote, los catequistas, la comisión económica, las limpiadoras, los lectores, los monagui­llos, el sacristán, el coro, los que se preocupan de visitar a los enfermos en la parroquia, etc. Cada uno tenemos una misión y todos somos necesarios. Si un cristiano que viene con frecuencia a Misa hace un acto malo, entonces desacre­dita a todos los cristianos de la parroquia; y al revés, si uno que viene a Misa con frecuencia y hace un acto bueno como cristiano, entonces honra a la parroquia, a Cristo y a su mensaje.

Con alguna frecuencia, cuando una persona descubre a Dios dentro de su corazón, quiere enseguida hacer algo por los demás, por la Iglesia, por anunciar a Jesucristo, y preguntan en qué pueden colaborar o actuar. Primero hay que ver cuáles son los carismas que Dios da a cada persona, sus circunstancias personales y, a partir de aquí, descubrir la tarea a la que Dios llama a cada uno. Todos tenemos nuestro lugar en este Cuerpo maravilloso que es la Iglesia de Cristo y este mundo que Dios ha creado.

¡¡Señor, te pedimos que cada vez nos sintamos más unidos entre nosotros, los cristianos; que nos demos cuenta que nuestros actos, buenos o malos, repercuten en los demás; y muéstranos la tarea para la que tú nos has llamado en tu Iglesia y en tu mundo desde la creación del mismo!!




[1] Recordad el pasaje del evangelio en que cuatro hombres presentan a Jesús un paralítico en una camilla para que lo curara y lo que se le “ocurre” a Jesús decirle al paralítico es lo siguiente: “Hijo, tus pecados quedan perdonados” (Mt. 9 2). Estas palabras pueden parecer un sarcasmo; también se podría decir aquí que Jesús es un hombre sin alma o un Dios sin alma. ¿Por qué Jesús habrá perdonado los pecados al paralítico antes de curarlo de su parálisis? Pues porque, para Jesús, era mucho más grave su situación espiritual que su situación física: un hombre postrado en una cama para el resto de sus días.

[2] En otro lugar del evangelio dice Jesús: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no puede quitar la vida; temer más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno” (Mt. 10, 28).

Domingo II del Tiempo Ordinario (C)

17-1-2010 DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (C)
Is. 62, 1-5; Slm. 95; 1ª Cor. 12, 4-11; Jn. 2, 1-12

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Quienes me conocéis un poco, sabéis lo mucho que me cuesta preparar las homilías y charlas, pues me pongo frente al ordenador y no sé por dónde voy a salir. Sin embargo, luego maravillosamente van surgiendo ideas y palabras. Hoy es uno de esos días: leo las lecturas de la Misa, miro en cosas que pasan a mi alrededor y veo muchos temas sobre los que hablar: la Iglesia y los diversos ministerios o carismas que Dios nos da; el amor de Dios para su pueblo; la acción de María y su figura en la fe de todo cristiano; el matrimonio; el hombre ante Dios… Hoy voy a hablaros de dos de estos temas:
- El primero de los temas se refiere a la Virgen María. Nos dice el evangelio de hoy: “Faltó el vino y le dijo su madre: ‘No les queda vino’. Jesús le contestó: ‘¿Quién te mete a ti en esto, mujer? Todavía no ha llegado mi hora’. Su madre dijo a los sirvientes: ‘Haced lo que él os diga’”. Siempre me ha sorprendido en este texto que acabamos de escuchar cómo Jesús da el brazo a torcer ante su madre. Ésta oye la respuesta negativa del hijo a su indicación, pero María no hace caso y actúa cómo si la respuesta de su hijo Jesús hubiera sido positiva. Él no tenía intención de hacer ningún signo o milagro aquel día en que fue invitado a una boda, pero su madre, de modo muy femenino y de la forma en que sólo una madre puede hacerlo, le mete en el brete de hacer tal milagro. María pidió a Jesús que se metiera en cosas muy prácticas, en cosas de la vida ordinaria, en cosas de la cocina. Aquí comprobamos la fuerza y el peso que tiene la Virgen María ante Dios, ante su hijo Jesús.
Estoy leyendo estos días un libro de Vittorio Messori, un periodista italiano, que en su juventud tuvo un encuentro con Jesús, se convirtió y dio un vuelco completo a su vida. En este libro suyo, titulado “Por qué creo”, habla en un momento de la Virgen María y dice que en el ámbito protestante se ha debilitado mucho la fe en Cristo, y precisamente por estar convencidos los protestantes que dar honores, alabanzas y oraciones a María era quitárselos al Hijo. “Justamente allí, donde se proclamaba el ‘Solus Christus’, allí donde se despreciaba como superstición pagana una devoción a María que habría oscurecido y contaminado la fe en el Único Redentor, he aquí que el Cristo como Hijo de Dios ha terminado por desvanecerse para transformarse en un sabio, en un moralista, en un profeta judío. La fe en Jesús, Hombre-Dios, se ha demostrado bastante más sólida entre católicos y ortodoxos, es decir, donde María tiene un lugar más importante. Por eso, si la fe es auténtica, cultivada, pensada, consciente, ocurrirá lo contrario de lo que se piensa, o espera, una cierta teología: antes o después nos encontraremos con María. La Virgen María es una garantía de salvaguardia, como sintetiza una antigua antífona litúrgica: ‘Gaude, Virgo Maria, tú que, sola, has destruido las herejías en el mundo’. Palabra de experiencia milenaria: allí donde está Ella, no sólo está Él también, sino que está la seguridad de que la fe es la justa, la ortodoxa. Pero esta certeza sobre María fue para mí una conquista y un don progresivo” (pp. 205-206). Recuerdo haber leído o escuchado hace tiempo que las sectas protestantes son muy activas en América Latina; por ejemplo, en Méjico. Aquí la gente tiene mucha devoción a la Virgen de Guadalupe y, cuando los integrantes de la secta les dicen que, para entrar en las comunidades protestantes, tienen que dejar de rezar a la Virgen de Guadalupe, porque eso es algo pagano y no querido por Dios ni por la Biblia, entonces los católicos mejicanos y amantes de la Virgen dejan de lado a los protestantes y continúan con su devoción a María. Ella está haciendo que mucha gente siga dentro de la Iglesia católica. Aquí también se comprueba la fuerza y el peso que tiene la Virgen María entre los hombres.
- Por otra parte, en el texto evangélico que acabamos de escuchar me ha llamado hoy la atención lo siguiente: “Jesús les dijo: ‘Llenad las tinajas de agua’. Las llenaron hasta arriba. Luego les mandó: ‘Ahora sacad y llevádselo al mayordomo’. Lo llevaron al mayordomo. Este probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues la habían sacado ellos)”. Aquí se nos dice que Jesús convirtió agua en vino, y era un vino bueno. Más adelante Jesús convertirá el vino en su propia sangre: “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos” (Mc. 14, 24).
Pero en lo que quiero fijarme en el día de hoy es en unas palabras muy simples, pero que esconden mucha profundidad y carga detrás: El mayordomo no sabía de dónde venía el vino, pero los criados sí que lo sabían, pues habían sido ellos los que habían sacado el agua y llenado las tinajas. Los criados SABÍAN que el vino venía de Jesús, pues fue Jesús quien convirtió agua en vino. El mayordomo sólo se preocupó de gustar el vino y comprobar que estaba bueno, que tenía buen “bouquet”; el mayordomo sólo se preocupó de reñir con los novios, porque habían dejado el vino bueno para el final. Para nada le importaba de dónde venía ese vino bueno. Repito: los criados sí que SABIAN de dónde venía el vino: de Jesús.
Me preguntaréis que por qué me fijé en estas palabras: “sabían los criados y no sabía el mayordomo”. Pues porque el miércoles me llamaron a grabar una entrevista para un programa de radio y hablando con el chico del estudio, éste manifestó que no tenía fe, que no creía en Dios, que no creía que existiera otra Vida después de esta vida. Me di cuenta que este chico no “sabe” de Jesús… aún. El no lo conoce todavía.
El miércoles me enteré de la terrible noticia del terremoto en Haití. En uno de los periódicos se contaba la experiencia de un comerciante español, que estaba allí y que vivió esos momentos angustiosos. El iba en un coche por la carretera y vio cómo se abría ésta y la tierra tragaba coches con todos los ocupantes dentro. En esos momentos se vio morir y exclamó: ‘¡Yo soy cristiano y creo en Dios!’ Era una especie de confesión de fe y de acto de arrepentimiento ante Dios. No sé si este hombre era creyente y practicante, o más bien lo tenía un tanto olvidado. No sé si este hombre “sabía” de Jesús. Lo que sí sé es que en ese momento “supo” de donde venía el “vino bueno y auténtico”: de Jesús, y por eso hizo ese acto de fe, de certeza, de saber.
Otro ejemplo: os transcribo ahora la carta de un soldado americano que murió en la segunda guerra mundial, en el desembarco del norte de África de 1943. En un bolsillo de su guerrera se encontró una carta que decía así: “¡Escúchame, Dios mío!, nunca te había hablado; pero ahora quiero decirte: ‘¿Cómo te encuentras? Escucha, Dios mío; me dijeron que no existías y como un tonto me lo creí. La otra tarde, desde el fondo de un agujero hecho por una bomba, vi tu cielo… De pronto me di cuenta de que me habían engañado. Si me hubiera tomado tiempo para ver las cosas que Tú has hecho, me habría dado cuenta de que esas gentes no consentían en llamar al pan, pan y al vino, vino. Me pregunto, Dios, si Tú consentirás en estrecharme la mano… Y, sin embargo, siento que Tú vas a comprender. Es curioso que haya tenido que venir a este sitio infernal antes de tener tiempo de ver tu rostro. Te quiero terriblemente; quiero que lo sepas. Ahora se va a dar un combate terrible. ¿Quién sabe? Puede ser que llegue yo a tu casa esta misma tarde… Hasta ahora nunca habíamos sido camaradas, y me pregunto, Dios mío, si Tú me vas a estar esperando a la puerta. Mira, ¡estoy llorando! ¡Yo, derramando lágrimas! ¡Ah, si te hubiera conocido antes…! ¡Bueno, tengo que irme! Es extraño, pero desde que te he encontrado ya no tengo miedo a morir. ¡Hasta la vista!” También este chico americano “supo” de dónde venía el “vino bueno y auténtico”: de Jesús.
¡Señor, queremos ser en nuestra vida como los criados que llevan las tinajas siguiendo tu voz, y no como el mayordomo! ¡Señor, queremos “saber!”