Bautismo del Señor (A)

9-1-2011 BAUTISMO DEL SEÑOR (A)

Is. 42, 1-4.6-7; Slm. 28; Hch. 10, 34-38; Mt. 3, 13-17



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Aunque hace ya algún tiempo prediqué sobre los ritos del sacramento del Bautismo y su significado, nunca está de más el repetir hoy lo ya dicho:

- Escrutinio. En esta parte se les pregunta a los padres y padrinos qué desean para los bautizandos (el Bautismo) y si están dispuestos a educarlos en la fe cristiana de amar a Dios, al prójimo y a los mandamientos tal y como se nos enseña en los evangelios. Luego el sacerdote hace sobre la frente de la criatura la señal de la cruz (asimismo los padres y padrinos) como signo de su aceptación en la Iglesia y de la salvación de Cristo sobre dichas criaturas.

- Exorcismo. Después de las lecturas y del sermón, el sacerdote invoca el poder de Dios para que libre a las criaturas del poder de Satanás, para que los arranque de las tinieblas para la luz, para que los libre del pecado original y los haga templo del Espíritu Santo.

- Unción. Se dice a los padres que descubran el pecho de las criaturas para que el sacerdote los unja con el aceite de los catecúmenos, que ha sido bendecido por el obispo en la Misa Crismal. En las luchas griegas de las olimpiadas los deportistas se ungían con aceite por todo el cuerpo para estar más ágiles, para tener los músculos más distendidos y estar más resbaladizos para sus contrincantes. En definitiva, se ungían para luchar mejor; pues así sucede con esta unción con la que la Iglesia prepara a sus hijos, ya que la vida de fe es una vida de lucha (“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha…, porque es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran” [Mt 7, 13-14]).

- Bendición del agua. El sacerdote bendice el agua con la que a continuación serán bautizadas las criaturas. Agua que significa limpie­za (que nos purifica de nuestras suciedades), agua que es fuente de vida (pues sin ella los frutos no pueden crecer), pero también agua que es fuente de muerte (que puede arrasar, como el Tsunami de las Navidades de 2004, y de tantas otras ocasiones, recientemente por Andalucía y Australia) y agua que arrasa nuestros pecados. Vemos esto en la oración de bendición del agua en donde se recuerda el diluvio universal. También en la oración se recuerda el paso del pueblo de Israel por en medio del mar Rojo. Así, se simboliza que Israel pasó de la esclavitud a la libertad a través del agua. Luego se recuerda el paso del desierto a la tierra prometida a través del río Jordán. De este modo se simboliza el paso desde el desierto, lugar de sed-calor-peligros a la tierra prometida en donde Dios nos espera; etc.

- Promesas y credo. Los padres y padrinos en nombre de las criaturas, que entonces no pueden hablar por sí mismas, si tienen pocos meses de vida, prometen a Dios y ante la comunidad eclesial que desean rechazar el pecado y todo lo que conlleva de alejamiento de Dios y del prójimo. Igualmente se confiesa la fe en Dios Padre, en Dios Hijo, en Dios Espíritu Santo y en la Santa Iglesia de Dios. Si falta uno de estos elementos o no se acepta, entonces quiere decir que no se puede seguir adelante con el Bautismo, pues no tiene sentido bautizarse en una fe que no se acepta, entrar en una Iglesia que no se acepta.

- Bautizo. Se puede hacer de tres modos: 1) Sumergiendo la criatura en el agua. Así, mediante la inmersión, era cómo bautizaba primeramente S. Juan Bautista. He visto algún cuadro en donde S. Juan con una concha echaba agua sobre la cabeza de Jesús y de este modo lo bautizaba, pero nada más lejos de la realidad. Más bien se acercaba la gente, S. Juan estaba en medio del río y sujetando a uno por los hombros o por la cabeza le introducía entero debajo del agua. Así es como hicieron los primeros cristianos sumergiendo a los que iban a ser bautiza­dos por tres veces; de este modo simbolizaban las tres personas de la Santísima Trini­dad y los tres días que Jesucristo estuvo enterrado en el sepul­cro hasta que resucitó. Y esto podía hacerse en un río o en una piscina. Incluso ahora algunos grupos cristia­nos bautizan hoy día a sus hijos de este modo. 2) Otra forma de bautizar es utilizando la aspersión con un hisopo, cuando hay una gran cantidad de gente para bautizar. Se dice que S. Francisco Javier en la India bautizó en un solo día a 10.000 personas de este modo. 3) Y el último modo de bautizar es el comúnmente conocido por echar agua sobre la cabeza del bautizando por tres veces mientras se dice la fórmula: "N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo."

Normalmente para bautizar se utiliza el agua; por eso deci­mos que hay Bautismo de agua, pero igualmente existen otras dos clases de Bautismos: el de sangre y el de deseo. El de sangre es el de aquella persona que, queriendo ser cristiano y estando preparándose en doctrina cristiana para recibirlo, resulta que antes de ello acontece una persecución contra los cristianos y él, pudiendo librarse, se presenta voluntariamente al suplicio y lo matan. El derramamiento de su propia sangre sobre su cuerpo es su mismo Bautismo (Santos Inocentes, primeros bautizados). El Bautismo de deseo es de aquel que se encuentra en la misma situación que el anterior -se está preparando en la doctri­na cristiana para ser bautizado- y resultando que tiene una enfer­medad o situación de peligro accidental que lo lleva a la muerte, y no teniendo a nadie que lo bautice al morir, confiesa interior­mente su deseo de ser cristiano, su fe en Jesucristo y por este mismo deseo es bautizado.

- Crismación. Con aceite bendecido por el obispo se unge en la coronilla al recién bautizado y queda constituido sacerdote (está capacitado para comunicarse con Dios y ser intermediario para otros ante Dios), profeta (puede hablar a los demás de parte de Dios y recibir de El su palabra) y rey (está llamado a reinar con Cristo en el Reino de los cielos).

- Vestidura blanca. Es el alba que se ponen los sacerdotes, obispos, diáconos, o monaguillos en las celebraciones. Es una vestidura propia de todo cristiano, y no sólo de los clérigos. Esta vestidura blanca significa la limpieza de los pecados personales y/o del pecado original.

- Vela. Se coge el fuego únicamente del cirio pascual (no de un mechero o cerilla cualquiera), que representa a Cristo resucitado.

- Effetá (ábrete). Lo mismo que Cristo hizo oír a los sordos y hablar a los mudos (les tocaba según los curaba), así el sacerdote toca los oídos y la boca de la criatura para que, a su tiempo, pueda escuchar la Palabra de Dios y pueda hablar con El y de El.

- Ofrecimiento a la Virgen. Este rito no está en los libros litúrgicos, pero muchos sacerdotes lo hacemos. Al terminar la ceremonia ofrecemos a los recién bautizados a la Virgen María para que ella ejerza como Madre suya durante toda la vida.

Espero que estas palabras sirvan para conocer mejor este sacramento tan importante en nuestra vida de fe.

Epifanía del Señor (A)

6-1-2011 EPIFANIA (A)

Is. 60, 1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía (que significa manifestación) del Señor, más conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos. Unos Magos del Oriente, se cree que del actual Iraq o Irán, vinieron para adorar al Rey de los Judíos, a Jesús. Nos dice el evangelio que, cuando llegaron ante el portal de Belén, le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. De este acontecimiento viene la costumbre en España de hacer o intercambiar regalos por esta fecha del 6 de enero.

Hay distintas clases de regalos: regalos para los niños y para su diversión y ocio; regalos de compromiso y, a veces, ¡qué difícil es dar con el regalo adecuado para una persona y para una ocasión determinada!; regalos útiles para la persona que los recibe; regalos de mucho valor material; regalos de mucho valor sentimental… Esta homilía va de regalos.

- Veamos ahora los regalos de los Magos al Niño Jesús:

Oro. ¿Por qué oro? El oro fue siempre un metal precioso y de mucho valor para los hombres. Lo llevaba la gente rica y los reyes. Jesús no era rico, había nacido en un establo entre pajas, pero era rey, y como tal le regalaron oro. Muchos hombres siempre han querido ofrecer lo mejor que tenían para Dios. ¿No veis los edificios, como esta catedral de Oviedo o este retablo, que se han construido para Dios? ¿No veis lo que se gastan algunas cofradías en mantos a la Virgen, en coronas para la Virgen, en flores, en restaurar los pasos de Semana Santa para mostrarlo sólo unas horas al año? Me consta que algunos sacerdotes en Andalucía han querido que no se gastaran esas cantidades ingentes de dinero en todo lo que acabo de decir, sino que se diera a los necesitados, pero los cofrades se enfadaban, porque querían dar “eso” para sus devociones.

Incienso. El incienso se utilizaba entonces en las ceremonias religiosas y pretende elevar el humo aromatizado ante Dios. Por eso, los Magos, aunque no lo supieran de un modo muy claro, estaban ofreciendo incienso al Niño Jesús…, como Dios que era. También ahora en las ceremonias más solemnes se quema incienso y se rocía del mismo al altar en donde se va a consagrar el pan y el vino, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se rocía de incienso el mismo pan y vino. Se rocía de incienso el ambón y la Palabra de Dios que va a ser proclamada. Se rocía con incienso al sacerdote u obispo que presiden la Misa, a los sacerdotes que concelebran, a los fieles que celebran la Misa, y al cadáver de cristiano fallecido, pues ellos van a realizar funciones sagradas y en ellos está presente Dios por la creación (a su imagen y semejanza) y por el Bautismo (hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo). El incienso es para Dios y para elevarnos a Dios.

Mirra. Cuando un hombre o una mujer mueren, rápidamente su cadáver se descompone y huele mal. ¿No habéis pasado alguna vez por el campo o en la ciudad al lado de un cadáver de un gato, de un perro o de otro animal? Salen de él las moscas y huele muy mal. Pues bien, eso también pasa en los hombres que mueren. A veces, como se tardaba un tiempo en enterrarlos, y por Israel y el Oriente hacía mucho calor, lo que se producía era una descomposición del cadáver más rápida, y por ello se utilizaba la técnica de embalsamamiento. Y uno de los elementos usados en ésta era la mirra. Cuando murió Lázaro, el amigo de Jesús, y éste quería verlo, le dijeron las hermanas: "Señor, tiene que oler muy mal, porque ya hace cuatro días que murió" (Jn 11, 39b). A Jesús, cuando murió, quisieron embalsamarlo (Lc. 23, 56 - 24, 1). Por lo tanto, ofrecer mirra a Jesús como regalo por parte de los Magos significaba que Él era hombre como nosotros, y, por lo tanto, iba a morir igual que mueren todos los hombres.

- Hasta aquí hemos hablado de los regalos que los Magos ofrecieron a Jesús. Pero veamos también algunos de los regalos que Dios nos hizo a los hombres con el nacimiento de Jesús:

Luz. Isaías, en la primera lectura, profetiza en este sentido: "¡Levántate Jerusalén, que llega tu luz! Mira: las tinieblas cubren la tierra, las oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz". Jesús viene presentado como Luz en medio de las tinieblas que rodean al mundo. Por ejemplo, los Magos fueron guiados hasta Belén por un estrella, que desapareció en cuanto se mostró el lugar donde se encontraba el Niño Jesús. Desapareció porque todas las estrellas desaparecen cuando llega el sol y éste trae el día. Así, el Sol-Jesús hizo desaparecer la Estrella del Oriente. Por eso, vemos cómo Cristo Jesús es Luz para todos noso­tros. Para todo el que cree en Él, Jesús es Luz en medio de las oscuridades y dudas de esta vida. El que no cree en Jesús camina en la oscuridad; en la oscuridad, porque no ve más que lo que toca, que lo que palpa; en la oscuridad de su propio egoísmo y pecado. Hace unos días se quejaba una madre de familia de que no tenía trabajo fuera de casa. Yo le dije que, de parte de Dios, le daría un trabajo al lado de casa, con una paga 2.400 € mensuales, con 8 horas de trabajo por las mañanas, con fines de semana libres, con un mes de vacaciones, con 14 pagas anuales, pero… con dos condiciones: (1) le quitaría la fe que tenía en Dios, (2) le quitaría a su marido y a sus hijos. Me dijo que no, que se quedaba como estaba. No le quise decir que el trabajo fuera de casa que pretendía fuera malo, pero sí quise que se diera cuenta que tenía en su poder lo mejor de este mundo y su queja continua le impedía disfrutar de lo bueno que Dios le había dado. Dios le dio luz para ver esto.

Fe. Éste es uno de los regalos de Dios que yo más aprecio. ¿Qué sería de mí sin fe? ¿Qué sería de mí sin la esperanza de verlo y de abrazarlo plenamente un día y para toda la eternidad? ¿Qué sería de mí sin la certeza de su inmenso amor? Tengo un amigo periodista y el pasado mes de junio me escribió a propósito de un funeral por un asesinado lo siguiente: “Te comento una experiencia intensa que tuve el pasado viernes, 18 de junio. Me tocó hacer la información del funeral de uno de los dos chicos que mataron a tiros en N. Fue un funeral religioso, aunque su familia se encontraba más bien lejos de la Iglesia. De hecho, éramos una minoría los que sabíamos responder al sacerdote. Hubo dos cosas que me impresionaron en una Iglesia que estaba llena con gente que trabaja en puticlubs y esos ambientes. Por una parte, el respeto a la muerte y al propio lugar sagrado. Además, noté en ellos ese frío que en su momento yo noté en el funeral de mi tía N, el frío de las personas que se encuentran al margen de la Fe, el frío de la vida sin esperanza. Fue una impresión pero muy honda”. Sólo hay una cosa en el mundo más grande –para mí- que la fe en Dios y es… Dios mismo.

Alegría. Dice la primera lectura: “Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará.” También el evangelio nos dice que los Magos “se llenaron de inmensa alegría.” Recuerdo al padre de una señora de color de Cabo Verde (esta señora vive en Lugones) cuando vino a España a ver a su hija y después de unos días, al marchar, dijo: ‘Aquí en Europa, en España, tenéis de todo, pero no sois felices; no estáis alegres’. Si yo me lleno de cosas, entonces sale Dios de mí. Si yo me vacío de cosas en mi interior, entonces ese vacío lo puede ocupar Dios, el Dios de mi alegría.

- Esta última parte de la homilía es para que la rellenemos nosotros: ¿Qué regalos estoy dispuesto a hacer a Dios y a los demás en este año que empieza? ¿Serán regalos de compromiso…; regalos útiles…; regalos de mucho valor material…; regalos de mucho valor sentimental…; regalos de mi tiempo…; regalos de lo que me sobra…?

Domingo II de Navidad (A)

2-1-2011 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (A)

Eclo. 24,1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En estos días recibimos muchas felicitaciones de Navidad. Unas contienen los mensajes tradicionales y otras con algo no demasiado habitual. Yo he recibido una de estas últimas felicitaciones con una poesía de un autor anónimo. La poesía te titula: “Navidad es...”. Os leo la poesía:

“Si tienes enemigos, reconcíliate con ellos.

Navidad es Paz.

Si en tu corazón tienes soberbia, sepúltala.

Navidad es Humildad.

Si tienes deudas, págalas antes de gastar todo.

Navidad es Justicia.

Si tienes pecados, arrepiéntete y conviértete.

Navidad es nacer al Espíritu.

Si tienes pobres a tu lado, ayúdalos.

Navidad es un Don.

Si en tu mente tienes sombras y dudas, ilumina tus pensamientos.

Navidad es Luz.

Si tienes errores, piensa y reflexiona.

Navidad es Verdad.

Si tienes tristezas y preocupaciones, alégrate.

Navidad es Gozo.

Y si sientes odio y resentimiento, arrepiéntete, perdona a todos,

y perdónate a ti mismo, porque entonces Dios ya te ha perdonado.

Navidad es Amor”

¿Os acordáis que ayer os animaba a elaborar una oración para el nuevo año 2011 que estamos estrenando? Pues una manera de hacer esta oración consiste en tomar como base esta poesía y trabajarla durante unos cuantos días. Ciertamente la Navidad es sobre todo don y regalo de Dios. La Navidad nos es ofrecida completamente gratis. Pero también es verdad que la Navidad ha de ser “trabajada” por nosotros y tener una serie de frutos dentro de nosotros y a nuestro alrededor, pues de lo contrario quedaría reducida a una mera parafernalia o a una celebración vacía de contenido.

Por lo tanto, si la Navidad es paz, tendré que pensar quiénes son mis enemigos y para quién soy yo enemigo, y buscaré la paz y la reconciliación con todos ellos, al menos en lo que de mí dependa.

Si la Navidad es humildad, procuraré esconder mi enorme y gran ego detrás de los demás y de Dios. Buscaré que no se me vea tanto, que no se me oiga tanto, no presumir tanto, no hacerme tanto la víctima, no vanagloriarme tanto de mis virtudes y de mis éxitos. Desapareceré yo para que aparezcan Dios y lo demás.

Si la Navidad es justicia y don, buscaré reconocer lo bueno de los demás y disculpar lo malo ajeno, pues del mismo modo Dios hace siempre conmigo. Procuraré devolver las cosas prestadas que están meses y meses en mi casa. Haré lo posible por compartir mis bienes, pues son primero de Dios que míos, y Él quiere que también los entregue (al menos parte de ellos) a otras personas mucho más necesitadas que yo.

Si la Navidad es nacer al Espíritu, procuraré ir dejando atrás mis pecados sempiternos, mis vicios y defectos omnipresentes (con la ayuda de Dios, de su Santo Espíritu). Empezaré este mes de enero por uno solo de ellos; por el más fácil, y haré como el Papa Juan XXIII, “sólo por hoy procuraré…”

Si la Navidad es luz, aunque yo no pueda disipar mis propias dudas e incertidumbres, procuraré ser luz, certeza, compañía y comprensión para quien está a mi lado y duda. Quizás no logre ahuyentar mis dudas, pero habrá un poco más de luz en el mundo, si logro despejar una sola duda del que está cerca de mí, aunque sólo sea para decirle: ‘No sé darte ninguna razón de por qué te suceden esas cosas; sólo sé que estoy a tu lado y que te quiero’.

Si la Navidad es verdad, procuraré no vivir en la mentira, no mentir a lo tonto o para justificarme o para sobresalir o por cobardía. Soy como soy, y Dios me ama así. Vivir en verdad significa aceptarse tal y como soy, presentarme tal y como soy ante los demás. Si los demás nos aceptan así, ¡enhorabuena! Si no nos aceptan como somos, mejor así… que estar siempre sobreactuando para caer bien al otro y estar roto por dentro entre lo que soy y lo que aparento ser.

Si la Navidad es gozo, buscaré dicho gozo en lo profundo de mi vida, de la vida de los demás y en Dios. No dejaré que mi alegría dependa sólo y exclusivamente de las cosas externas a mí o de las circunstancias que me rodean. No maldeciré la oscuridad, sino que encenderé una vela; no pondré gestos oscos, sino que mostraré la sonrisa que Dios me ha dado.

Si la Navidad es amor, procuraré que el odio, el resentimiento, el egoísmo y la distancia respecto a los demás no ahogue mi espíritu, mi ser más íntimo. No dejaré que la amargura y el egocentrismo aniquilen la semilla del amor que Dios ha sembrado en mí al crearme. Si un hombre no ama o tiene el corazón endurecido como una piedra, no es hombre; es un monstruo. El hombre está hecho para ser amado, pero también está hecho para amar. El hombre es el ser para el amor: amor que se da y amor que se recibe.

La Navidad es una realidad y es posible porque nos lo dice Dios a través de la Sagrada Escritura: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”. En esta frase está resumido el significado más hondo de la Navidad.

Santa María, Madre de Dios (A)

1-1-2011 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (A)

Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En la homilía de hoy quisiera tratar varios temas:

- En un primer momento quisiera aclarar un concepto de la predicación del día de la Sagrada Familia. Quien haya leído o escuchado la homilía del pasado domingo podrá haber sacado la idea de que pongo al mismo nivel la unión de hecho, el matrimonio civil y el matrimonio canónico o por la Iglesia. Nada más alejado de la realidad. Para mí no tienen el mismo valor los diversos modos de convivencia entre un hombre y una mujer. El domingo pasado lo que hice fue fijarme simplemente en la convivencia en las parejas, independientemente del modo de unión o enlace entre sí. Pero, por supuesto que, para los católicos, no es lo mismo una manera u otra de convivir el hombre y la mujer. Nosotros, los católicos, pensamos y creemos firmemente que la única unión que vale para un hombre católico y para una mujer católica es el matrimonio sacramental. ¿Por qué? Pues porque (1) Dios mismo ha instituido el sacramento del matrimonio y porque (2) sabemos que, ante las dificultades de las que hablaba en la homilía anterior, Dios mismo está presente en esa convivencia para hacerla posible, para ayudar a esos esposos en su amor conyugal. Todo católico sabe que Dios está en nosotros y entre nosotros, y que su presencia y su ayuda nos hacen la vida más feliz y provechosa para nosotros y para los que nos rodean. ¡Qué sería de nosotros sin Dios! Para quienes no tienen fe, esta frase no tiene sentido alguno, pero para los que creemos, sabemos la absoluta verdad de esta afirmación: ¡Qué sería de todos nosotros (casados, solteros, casados, viudos, jóvenes y mayores, ricos y pobres, sanos y enfermos…) sin Dios, sin su ayuda y sin su presencia!

- Otra cosa que quisiera aclarar en el día de hoy es un comentario que hice en la homilía del día de Navidad. El comentario no estaba escrito en el texto que publiqué en Internet, pero sí lo verbalicé. Os decía que, al preparar esa predicación para el día de Navidad, sentí en mi interior una voz que me decía que era todo una mentira, que era siempre lo mismo, que Dios no podía salvar a nadie, que todo era ya sabido y aburrido… Lo percibí como una tentación de Satanás; era una idea y un pensamiento molestos y persistentes, pero procuré retirarlos de mi voluntad y de mi mente, aunque siguieron rondando y siguen todavía. Los efectos de las tentaciones dejan a uno con intranquilidad, con desasosiego, con

dudas, con falta de alegría… Pero, ¿sabéis qué es lo peor de las tentaciones? Para mí lo peor no son las mismas tentaciones, sino el silencio de Dios. Dios en esos momentos de tentación suele callar y uno se siente que ha de luchar en completa soledad contra todo lo que se le viene encima. No obstante, la experiencia me dice una y otra vez que todo eso es necesario pasarlo para que se fortalezca la fe. En caso contrario, ante cualquier dificultad, enseguida claudicamos o entramos en la más absoluta de las mediocridades. Hace poco regalaron a mi casa un pollo de corral. Mi madre me decía que el pollo de corral tenía la carne más dura y era porque caminaba por la huerta y por el prado. Sin embargo, el pollo “de fábrica” estaba siempre encerrado en un pequeño compartimento y su carne era blanda. El pollo mejor y más caro es el de corral, por supuesto. Pues Dios quiere que nuestra fe sea probada, profunda y buena como el pollo de corral, y no como el pollo “de fábrica”. En medio de la tentación habitualmente no sentimos ni percibimos sensiblemente a Dios, pero Él siempre está. Así nos lo dice San Pablo: “Ninguna prueba habéis tenido que rebase lo soportable, y podéis confiar en que Dios no permitirá que seáis puestos a prueba por encima de vuestras fuerzas; al contrario, junto a la prueba, os proporcionará fuerzas suficientes para superarla” (1 Co. 10, 13).

- Ya para ir finalizando esta homilía quisiera leeros una oración que me enviaron hace poco tiempo. Se titula así: Oración para terminar el año”. La leo:

“Señor Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.

Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de TI.

Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol; por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.

Te ofrezco cuanto hice en este año; el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.

Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mi y los que están más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.

Pero también Señor, hoy quiero pedirte perdón; perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado. Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo.

También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.

Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.

Quiero vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.

Abre, en cambio, mi ser a todo lo que es bueno, que mi espíritu se llene solo de bendiciones, y las derrame a mi paso.

Cólmame de bondad y de alegría para que cuantos conviven conmigo o se acerquen a mi encuentren en mi vida un poquito de TI.

Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad.

Amén”

Hasta aquí ‘la oración para terminar el año’, pero hoy estamos a 1 de enero de 2011. Por tanto, es necesario que hagamos otra oración para empezar el año. Esta oración para 2011 la tendremos que elaborar cada uno de nosotros. En esta nueva plegaria (1) pidamos a Dios lo que deseamos para este año que empieza, pero también (2) hemos de incluir en esa oración lo que nosotros pensamos o lo que podemos hacer para entrar en la voluntad de Dios y lo que podemos hacer en favor de los demás; de esta manera no tendremos que pedir “perdón por el tiempo perdido”, como en la oración de despedida de 2010.

Sagrada Familia (A)

26-12-2010 SAGRADA FAMILIA (A)

Eclo. 3, 2-6.12-14; Slm. 127; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el día de hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia. El año anterior me fijé en los niños al predicar la homilía. En este año quisiera fijarme un poco en los esposos.

La semana pasada un joven soltero y sin compromiso me decía que la Iglesia tiene que cambiar en muchas cosas, pues se está quedando atrás y sola. Le pedí que me pusiera algún ejemplo de estos cambios que ha de hacer la Iglesia e inmediatamente me habló de las parejas y de los matrimonios. Me contaba el caso de sus hermanos: dos varones y una chica. Todos ellos con pareja. Su hermano mayor llevó un noviazgo “por el libro”, se casó por la Iglesia y su matrimonio… es un auténtico desastre. Me decía este joven que, si su hermano hubiera convivido con su novia, se hubieran podido conocer más y mejor antes de llegar al matrimonio y quizás no estarían como están ahora. Me comparó este matrimonio canónico y fracasado con la relación de pareja que lleva su otro hermano con una chica y las cosas van bastante mejor entre ellos. Lo que pasa es que, como yo conozco un poco las tres relaciones de sus hermanos, le hice ver las contradicciones y las tensiones de las convivencias de sus otros dos hermanos que están sin casar, ni por lo civil, ni por la Iglesia. El joven me acabó reconociendo esto. Parece que hoy día casarse por la Iglesia no es garantía de que el matrimonio y la convivencia conyugal “funcione”, pero… casarse por lo civil o convivir como pareja de hecho tampoco es garantía de conocerse mejor y de que la relación “funcione”. Hay que ir profundizar más que lo que este joven hacía –desde mi punto de vista- sobre la vida de pareja.

Hace poco leí en un periódico una carta de una mujer que pasaba por dificultades conyugales. Decía la carta: Querido marido de más de media vida juntos: Sin necesidad de acuerdo previo, desde siempre coincidimos, primero en enamorarnos fulminantemente y luego en esas menudencias que ensamblan la vida. Coincidimos en política, en religión, en dedicación a nuestra casa y a nuestros hijos, en cuidar uno de otro cuando hemos estado enfermos y… ¡vive Dios que no nos han faltado sustos de salud! Juntos hemos disfrutado de los pequeños triunfos y juntos, codo con codo, hemos sufrido, padecido y luchado, contra la variada injusticia que nos tocó en el lote. No hemos sido una idílica pareja de esas que nunca discuten. Hemos discutido, nos hemos enfadado y nos hemos amigado; en fin, lo normal, hemos vivido. Sin embargo, ahora estás imposible. Sentadas las grandes bases, sin problemas irresolubles, te veo sonreír y hablar amablemente… pero no conmigo. Mi presencia te agobia, mi ausencia te disgusta. Rechazas mis iniciativas, te niegas a acompañarme (porque no te encuentras bien, me dices) y, a continuación, sí que te encuentras bien para ir a ver a cualquiera que yo no haya mencionado. Si hay verdura, quieres pasta. Si hay pasta, quieres arroz. Si hay sopa, quieres puré. Si te pregunto qué quieres, contestas que cualquier cosa. Si dispongo “cualquier cosa”, apareces con algo nuevo que tú has ido a buscar. Si hablas con los hijos, no haces de correa de transmisión. Si yo hablo con ellos, te molestas si no comento nada. ¿Te muestras correcto? Sí. Correcto y distante, correcto y despegado. ¿Hablas conmigo? Sí, sin entablar conversación alguna. Si muestro interés por las cosas que tienes que hacer, me contestas con vaguedades o si alguna vez me contestas algo concreto… luego me reprochas que no lleve una memoria exacta de lo que has dicho. Si me acerco a ti, retrocedes porque te parece que te mando o que te fiscalizo. Si procuro mantenerme distante, acaba escapándosete algún suspiro como de pena. Si te pregunto, me contestas algo bien críptico y abstruso, que me suma en la indignación o en la tristeza… Tiene que bastarte esta muestra para comprender porqué digo que estás imposible”.

¡Qué preciosa es la vida matrimonial, pero al mismo tiempo qué difícil y cuántos sinsabores aporta a tantos hombres y a tantas mujeres! Seguro que todos, los maridos y las mujeres, tienen miles de razones para quejarse -¡y con razón!- de lo mal que se comporta su cónyuge. Cuando el párroco de La Corte (Oviedo) me llama para hablar un día a los novios que se preparan para el matrimonio, al llegar a la sala veo en la pizarra que hay una serie de palabras escritas el día anterior en que el párroco les pregunta qué actitudes deben existir en un matrimonio y cuáles no. Leo siempre lo que han dicho los novios en dos columnas: amor, respeto, cariño, comprensión, fidelidad,/ malos humores, gritos, rencores, etc. Y siempre me fijo que falta una actitud muy importante: el perdón. Sí, en toda relación humana, y sobre todo en toda relación de pareja-matrimonio el perdón debe de estar siempre presente, pues uno, otro o los dos comenten errores y fallos, y el otro debe siempre perdonar.

La buena relación entre los esposos no se consigue durante el noviazgo llegando su cenit en el momento de la celebración de la boda. No. Dicha relación es fruto de toda la vida. Constantemente hay que estar luchando, ambos y codo con codo, por esta relación. Hace tiempo leí una frase de un autor cristiano (Tertuliano), que hablando de los esposos escribía así: “¡Qué vinculación la de dos fieles que tienen la misma esperanza, el mismo deseo, la misma disciplina, el mismo Señor! Dos hermanos comprometidos en el mismo servicio: no hay división de espíritu ni de carne; realmente son dos en una misma carne. Juntos oran, juntos se acuestan, juntos cumplen la ley del ayuno. Uno y otro se enseñan, uno y otro se exhortan, uno y otro se soportan. Juntos están en la Iglesia de Dios, juntos toman parte en el banquete de Dios, juntos pasan las angustias, las persecucio­nes, las alegrías. No se ocultan nada el uno al otro, todo es compartido, sin que por eso sea carga el uno para el otro...” En esta misma línea me ha emocionado la actuación de San José en el evangelio de hoy. Cuando Dios le avisa para que huya ante Herodes, que quiere matar a su hijo, San José coge a su hijo y a su mujer y se las lleva al extranjero a fin de protegerlos. Cuando años más adelante Dios le avisa que puede regresar, San José vuelve a coger a su hijo y a su mujer y los trae de vuelta a Israel, pero temiendo que el hijo de Herodes aún busque al niño para matarlo, lleva a éste y a su mujer a una aldea remota de Galilea: Nazaret. San José es padre que protege a su hijo. San José es esposo que protege y cuida de su esposa.

En esta Misa pido a San José y a la Virgen María, verdaderos esposos según la voluntad de Dios, que protejan y cuiden de todos los esposos y de todas las parejas de la tierra, y que les enseñen que el amor esponsal verdadero es olvidarse de sí mismo para darse al otro por entero.