8-1-2012 BAUTISMO DEL SEÑOR (B)
Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hch. 10, 34-38; Mc. 1, 7-11
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Con su bautismo Jesús inaugura los tres años que dedicará a anunciar el evangelio de su Padre Dios. También nosotros inauguramos (o deberíamos de empezar) con nuestro bautismo una vida de fe, de trato íntimo, personal y constante con Dios, y una vida de anuncio del mensaje de Jesús. Su bautismo es modelo para nuestro bautismo; su vida debe ser modelo para nuestra vida.
Vamos a profundizar un poco en el evangelio que acabamos de escuchar:
Dice San Juan Bautista: “Yo os he bautizado con agua, pero Él (Jesús) os bautizará con Espíritu Santo”. Cuando San Juan predicó y anunció un bautismo de conversión, se formaron tres grupos de personas: 1) aquellos que le escucharon y… no le hicieron caso (fariseos, Herodes, los sabios de Jerusalén, los hombres ricos de Israel…); 2) aquellos que sí hicieron caso de San Juan Bautista, se arrepintieron de sus pecados, se convirtieron y se hicieron bautizar por San Juan; 3) aquellos que fueron bautizados por San Juan, pero después siguieron a Jesús y recibieron el bautismo de Jesús. Hoy voy a hablaros de los grupos segundo y tercero.
Los del grupo segundo fueron bautizados únicamente con agua, según las palabras del mismo San Juan Bautista[1]. Ser bautizado con agua significa que esa persona ha escuchado el mensaje de Dios, ha visto su propio pecado o sus propios pecados, se ha arrepentido de ellos, quiere cambiar y pide el bautismo de agua. Este bautismo de agua no tiene fuerza por sí mismo. El bautismo de agua es un signo y un compromiso entre el bautizado y el que bautiza. El primero hace el propósito de llevar una vida honesta, honrada y según la voluntad de Dios. El que bautiza recoge este compromiso. Pero el propósito se hace en base a las propias fuerzas de uno. Uno mismo es quien lleva una vida honesta. Uno mismo es quien lleva una vida honrada. Uno mismo es quien sigue la voluntad de Dios. Uno lo hace y Dios lo mira y lo ve, como quien ve los toros desde la barrera.
Los del grupo tercero fueron bautizados con agua y con Espíritu Santo. Ser bautizado con Espíritu Santo significa que esa persona ha escuchado el mensaje de Dios, el Espíritu le ha hecho ver su propio pecado o sus propios pecados, el Espíritu le concedido el don del arrepentimiento de ellos, y esa persona siente una fuerza interior que le impulsa al cambio y a la conversión. Este bautismo con Espíritu Santo tiene fuerza por sí mismo. La fuerza no procede del hombre pecador, arrepentido y convertido. NO. La fuerza, el perdón, el arrepentimiento, la conversión, la salvación, la santidad de vida… procede sólo y exclusivamente del Espíritu Santo, pero con la colaboración del creyente. Ciertamente hay una conjunción del hombre y de Dios, de lo humano y de lo divino, del agua (que aquí representa al hombre) y del Espíritu Santo.
Veamos en un cuento esta conjunción del hombre y de Dios, de Dios y del hombre. “Dicen que un hombre convirtió, en el espacio de dos años, un territorio pedregoso en un jardín lleno de flores que se hizo famoso en la comarca. Un día un santo varón pasó por el jardín y, para que el jardinero no olvidara quién era el Creador Supremo de su obra, le dijo: ‘Jardinero, este jardín tan hermoso es una verdadera bendición que Dios te ha dado’. El jardinero comprendió el mensaje y le respondió: ‘Tienes razón, santo varón. Si no fuese por el sol y por la lluvia, por la tierra y por el milagro de las semillas y por las estaciones del año, no tendría ningún jardín. ¡Pero deberías haber visto cómo estaba este lugar hace dos años, cuando Dios lo tenía sólo para sí mismo…!’”.
Moraleja: Dios nos da sus dones, su santo Bautismo y su Santo Espíritu, que es con mucho lo principal, pero también Dios necesita de nuestra colaboración para que se realice el milagro de la santidad. Ojalá un día también nosotros escuchemos, como escuchó Jesús, a Dios Padre decir sobre nosotros: “Tú eres mi hijo amado, mi preferido”.[1] Se dice por parte de algunos estudiosos que hoy día aún existen algunos discípulos de San Juan Bautista. Son los llamados mandeos. Su número no supera los 60.000 en todo el mundo. Principalmente están ubicados en Irak. Los mandeos nunca han aceptado a Jesús, a quien consideran un traidor que fue crucificado por Dios como castigo por volverse contra Juan el Bautista. Los mandeos obedecen diecisiete mandamientos. Un rasgo curioso es que la continencia se considera impiedad y quien no engendra hijos, no tendrá un lugar en el cielo, por lo cual el matrimonio es obligatorio y la poligamia está permitida. En el mandeísmo las mujeres poseen exactamente el mismo valor social, rango y respeto que el hombre. Las ceremonias más importantes de los mandeos son el entierro, la fiesta de los muertos y el bautizo. La ceremonia del bautizo tiene su origen en Juan el Bautista, quien es el último los profetas de los mandeos. Cada mandeo es bautizado varias veces a lo largo de su vida aunque sería deseable un bautizo cada domingo, pues, según la concepción mandea, durante la ceremonia del bautizo es cuando más nos acercamos al reino de la luz. Gracias a la inmersión ritual obtenemos el perdón de los pecados, la curación de las enfermedades y la expulsión de los demonios.