Santina de Covadonga

8-9-2008 SANTINA DE COVADONGA (A)
Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47


Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
- Quisiera que esta primera parte de la homilía fuera más testimonial que teológica. En cierta ocasión una persona, a la cual le resultaba lejana y extraña la devoción a la Virgen María, y observaba que yo sí la tenía, me preguntó que cómo la había yo adquirido. Y le dije, más o menos, lo siguiente:
* Mi amor y mi fe fueron primero para Dios Padre y para su Hijo Jesús. La Virgen María era para mí una extraña y una figura meramente decorativa, a la que le rezaba un “Ave María”, pero sin demasiado sentido. A esto contribuía el hecho de que existieran tantas advocaciones diversas (la Virgen del Rosario, la del Rocío, la del Carmen, la de Covadonga, la de Guadalupe, la de Lourdes, la de…) y me parecía más bien un folclore que estaba muy lejos de María, la Madre de Jesús, la mujer de que nos hablan los evangelios. Por otra parte, el hecho que veía en algunos devotos de la Virgen María, que tenían más devoción y fe en ella que en su Hijo; el hecho de que hicieran kilómetros y kilómetros por ver una imagen de madera la Virgen y no hicieran el esfuerzo de ir a la Misa de los domingos; el hecho de que devotos de la Virgen María se gastaran millones en comprarle una corona de oro o un manto carísimo para la imagen de su devoción particular…; todo esto hizo que mi mente, mi sensibilidad y mi espíritu rechazara, más o menos conscientemente, la devoción a la Virgen María.
* Todo esto me sucedió durante los años que estuve en el Seminario, pero… poco antes de ser ordenado sacerdote, sin que yo hiciera nada en especial por modificar estos sentimientos, percibí un cambio en mi fe y en mi corazón con respecto a la Virgen María. En efecto, cierto día noté cómo en lo más profundo de mi ser nacía un amor y una inclinación profunda hacia María. Me di cuenta que la Madre de Jesús, la mujer del evangelio era la misma que la Virgen del Rosario, que la del Rocío, que la del Carmen, que la de Covadonga, que la de Guadalupe, que la de Lourdes, que la de… Fue Jesús, su Hijo, quien me enseñó esto y lo hizo sin que yo me diera cuenta. Cuando se ama (o se intenta de amar) de verdad a Jesús, he notado que El entonces nos lleva a sus amores: los sacramentos, la Palabra de Dios, la Iglesia, los pobres, la humildad…, y a María. Esto es indicio de que se nos va por el buen camino de la fe. Se da aquel refrán de que “los amigos de mis amigos, son también mis amigos”. Y este amor y esta devoción por la Virgen María, que Jesús me ha dado, ya me acompañó (y me acompaña) todos los años de mi sacerdocio.
* Cuando me ordené sacerdote, hubo una religiosa dominica de la Anunciata, la Hna. Violeta, que me regaló un cuadro de la Virgen. En el cuadro se ve nada más el rostro de María. Es un rostro precioso y me acompaña allá a donde yo vaya, según los destinos que me dé mi arzobispo. Lo primero que hago al levantarme, antes de asearme, antes de hacer mi tabla de gimnasia, antes de desayunar o de beber un vaso de agua, es besar con mis labios dos de mis dedos y aplicar dichos dedos en el rostro y/o en los labios de María, en ese cuadro. Mi saludo primero es para ella. Otras veces aplico mis dos dedos a sus labios y luego llevo los dos dedos a mis labios. Ella me besa y yo la beso. Esto, al principio, era por la mañana. Ahora puede ser a cualquier hora del día o de la noche, para ir a acostarme.
* La devoción y la fe en María me ha hecho ser más humano, más tierno, más humilde, más capaz de descubrir el lado femenino de la fe y de Dios. Cuando miro sus ojos en el cuadro, veo claramente mi pecado y el perdón de Dios; veo mis infidelidades y la paciencia que me transmite María de parte de Dios para conmigo.
Ahora, cuando descubro a una persona que quiere, ama y tiene fe en la Virgen María, me siento más unido a esta persona. ¿Por qué? Porque ama a mi Madre. Quien tiene devoción en la Virgen María está muy protegido por ella. De hecho, tantas y tantas personas que dudan de los curas y de la Iglesia, y a veces hasta de Dios, se mantienen en la fe católica por su devoción a la Virgen María. Me lo decían hace tiempo: en Méjico avanzan mucho las sectas protestantes, pero un freno importante es la devoción en la Virgen de Guadalupe. En cuanto los protestantes u otras religiones les dicen a las gentes a las que predican que tienen que abandonar su devoción a la Virgen de Guadalupe…, esto les echa para atrás.
* Por último diré que la devoción a la Virgen María es un gran regalo de Dios; sólo El puede darla. Al menos, a mí me lo ha dado El y no quiero perder esta devoción y este amor a María por nada del mundo. Sí, hoy 24 ó 25 años después de que la Madre de Dios visitara mi corazón, como a su prima Sta. Isabel, puedo y debo decir como ella exclamó en el evangelio que acabamos de escuchar: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Y es que María no se quedó conmigo simplemente 3 meses, como hizo con su prima, sino que lleva ya todos esos años y sé que nunca me dejará.
- Y aquí quisiera enlazar con el principio del evangelio que hemos escuchado. Nos dice S. Lucas que, en cuanto María supo que Isabel estaba encinta, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña”. María acude a cualquier lugar y ante cualquier persona que la necesiten. Acudió a ayudar a su prima anciana y embarazada. Acudió hace tantos años a las montañas de Covadonga para proteger a sus hijos a punto de perecer. Acude a todos nosotros ante tantas necesidades. ¡Cuántas lágrimas han sido derramadas ante ella, bajo cualquier advocación! ¡Cuántos agradecimientos se le han dado, pues ella nunca nos deja solos!
Es María quien se pone en camino, quien nos sigue y cuida, quien va a los montes, a los mares, a las ciudades, a las soledades, a los hospitales… Y nosotros hemos de decir una y otra vez: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Termino esta homilía con los piropos que Dios dedica a María en la primera lectura del Cantar de los Cantares: “Levántate, amada mía, hermosa mía. Ven a mí […] Paloma mía, déjame ver tu figura, déjame oír tu voz: tu voz es dulce, tu figura es hermosa”. Pues bien, también nosotros decimos estas palabras a María en el día de hoy.
QUE ASI SEA

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)

7-9-08 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Ez. 33, 7-9; Slm. 94; Rm. 13, 8-10; Mt. 18, 15-20

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV
Queridos hermanos:
El evangelio que acabamos de escuchar es conocido como el de la CORRECCION FRATERNA. O sea, Jesús nos plantea hoy la posibilidad de que percibamos errores, fallos o pecados en las personas que nos rodean y nos da una serie de claves para proceder ante semejantes casos. Esto puede suceder en la convivencia que se tiene normalmente en un matrimonio, entre amigos, entre familiares, entre compañeros de trabajo o de estudio, en una comunidad de vecinos, en una parroquia o en un grupo eclesial.
En ningún momento Jesús habla de “poner verde” (por delante o por detrás) o de murmurar de la persona que actúa mal, sino que propone otro modo de actuación.
En efecto, Jesús plantea tres posibilidades y las aborda directamente: 1) “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Jesús no quiere que se humille a nadie (El nunca lo hace con nosotros a causa de nuestros fallos), sino que dice claramente que se aborde a solas a dicha persona y se le trate de hacer ver su deficiencia. 2) Pero muchas veces esta persona no nos hace caso, se burla de nosotros o se enfada con nosotros y nos dice que son apreciaciones nuestras. En este supuesto, Jesús da otra indicación: “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”. Es decir, hemos de hablar con otras personas sensatas y equilibradas para comentarles el caso, pues puede ser que los equivocados seamos nosotros y no la otra persona. Si estos testigos confirman nuestra visión, entonces sí que podremos los dos o tres acercarnos a la persona que cometió el fallo para manifestarle que realmente lo hizo mal y que tiene que modificar su conducta. 3) Mas ¿qué pasa si esta persona sigue sosteniendo ante todos los testigos que tiene razón en lo que hace o dice? Jesús dice que “si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”.
Expuesto así el evangelio, pueden surgir bastantes interrogantes y es que yo creo que hay que matizar las cosas un poco más. Para ello la Iglesia nos aporta las lecturas que acompañan el evangelio.
a) En la primera lectura se nos dice: “Así dice el Señor: ‘A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.’” Como veis, por esta lectura sabemos o debemos de saber que el ver un fallo o pecado en una persona no debe ser simplemente porque nos parece así, o porque es nuestra idea, sino porque es el mismo Señor Dios el que ve el fallo o pecado, y nos avisa en nuestro interior. Además, Dios nos dice que hemos de informar a esa persona y, si no lo hacemos (por comodidad, por cobardía, por evitarnos problemas…), el pecado de esa persona recaerá también sobre nosotros como cómplices: “y (si) tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.”
b) La segunda lectura nos dice que “uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Sólo podré hacer la corrección fraterna desde el amor por la otra persona. Le corrijo porque le amo y deseo su bien. Nunca se debe corregir –desde Dios- por tener razón, por vencer, por soberbia, con ira, por venganza… Sólo se puede corregir por amor y desde el amor (“uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”). En varias ocasiones algunas personas me pedían consejo para poder corregir a alguien que lo estaba haciendo mal o que lo había hecho mal y se lo prohibí. ¿Por qué? Porque no veía amor en su corazón ni había recta intención en su obrar.
c) Hace un tiempo una persona me decía que siempre tenía muchos problemas en las relaciones interpersonales, porque era muy sincero y, al “cantar las cuarenta” a otra gente, esto le acarreaba problemas. Aprovechando esta anécdota voy a entrar en la última condición que hoy quiero resaltar para efectuar la corrección fraterna: Hemos de estar dispuestos a corregir, sean cuales sean las consecuencias para nosotros mismos, pues antes hemos de obedecer a Dios que a los hombres, incluso que a nosotros mismos; SI. Pero TAMBIEN HEMOS DE ESTAR DISPUESTOS A QUE NOS CORRIJAN. ¡Cuántas veces me he encontrado con personas que dicen ser muy sinceras y con este “pasaporte” pueden poner “pingando” o “cantar las cuarenta” a quien sea, pero a ellos no se les puede “tocar” en nada! Hace falta una corrección fraterna DE IDA, pero también DE VUELTA. Desde Dios, tengo que estar dispuesto "a decir", pero sobre todo tengo que estar dispuesto "a que me digan".

Por tanto, cualquiera de nosotros que desee hacer una corrección fraterna ha de practicar primero durante mucho tiempo el examen de conciencia sobre sí mismo a la luz del evangelio de Cristo. Sólo quien se ha acusado a sí mismo con frecuencia diaria, en un examen de conciencia general y en exámenes de conciencia en particular (o sea, sobre una virtud concreta o sobre un defecto concreto), estará en la mejor situación para ser atalaya del Señor Dios, para escuchar al Señor Dios y para hablar a los demás en nombre del Señor Dios. Está sí que será la verdadera corrección fraterna.

Homilía de las Bodas de oro de mis padres

Para empezar tras el período vacacional os entrego esta homilía, que prediqué en la Misa de celebración de las bodas de oro de mis padres.
16-VIII-2008 50 ANIVERSARIO DE MATRIMONIO

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
A la hora de preparar esta homilía del 50 aniversario de las bodas de mis padres se me ocurrió hacerlo sobre cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Estas cuatro palabras resumen el matrimonio de mis padres y también cuatro palabras que resumen nuestra vida, cualquiera vida humana:
- Gracias. Mis padres tienen que dar gracias ante todo a Dios. Tienes que dar gracias a Dios, porque les ha puesto en el camino uno ante el otro y viceversa. Su vida hubiera podido ser mejor o pero, pero seguro que, si no se hubieran conocido, hubiera sido muy distinta. Por lo tanto, Sabina y Emeterio tenéis que dar gracias a Dios, porque os puso en el camino mutuo e hizo surgir entre vosotros el amor, el cariño y la idea de pasar toda vuestra vida juntos. Gracias a Dios.
Gracias también a Dios, porque ha hecho posible, no sólo el que os conocierais, sino que también El os ha ido acompañando durante todos los años de vuestra vida: antes de casaros y después de casaros. Seguramente, en el momento en que pasaron las cosas, a lo mejor no fuisteis capaces de reconocerlo, de reconocer la presencia de Dios, pero, ahora que uno mira para atrás, uno ve claramente cómo siempre, siempre Dios estuvo a vuestro lado: ante tanta enfermedad, ante accidentes que casi le costaron la vida a mi padre, ante tantas dificultades de tipo económico, de tipo laboral… Ante tantas dificultades de todo tipo, Dios siempre estuvo ahí presente. Y Dios siempre os fue bendiciendo: ante las dificultades del matrimonio, estando ahí presente una y otra vez. Ante tantos problemas había que empezar una y otra vez. En muchas ocasiones daba ganas de arrojar la toalla, de mandarlo todo “a la porra”. Y sin embargo, una y otra vez Dios os decía en vuestro corazón: “merece la pena.”
Gracias a Dios también por los hijos que os ha ido dando, que hemos sido vuestra corona de espinas con tantos dolores de cabeza y sufrimientos, pero también vuestra corona de rosas. Hoy por hoy… miráis y lo que más queréis en esta vida es… a vuestros hijos. Hijos que os ha dado Dios. También yo doy gracias a mis padres porque se casaron en 1958. Si se hubiera casado en el año 2000, yo habría nacido; mi hermano Gerardo… quizás, pero Sara y Luci iban a quedarse “por el camino”, porque ahora sólo se tienen un hijo o dos hijos. Por lo tanto, doy gracias a mis padres, que no sabían demasiado de métodos anticonceptivos ni píldoras… y, gracias a eso, estamos hoy aquí cuatro hijos. Uno, (señalo para mí, porque soy el mayor), dos (señalo para Gerardo), tres (señalo para Sara) y cuatro (señalo a Luci). Y Dios se sirve también de esas cosas: de la ignorancia, del no saber, de pensar que es lo que toca: casarse, estar juntos y tener hijos. Por ello, igualmente hay que dar gracias a Dios por estos cuatro hijos… y los demás que venís detrás (me refiero a los nietos), darle gracias, porque si no… Juan, Beatriz y los demás (hijos de mi hermana Sara y de mi hermana Luci) no sé cómo estaríais. Gracias, gracias hay que dar a Dios. Esta es la primera palabra sobre la que quería reflexionar y orar hoy en este 50 aniversario de bodas.
- Perdón. Es la segunda palabra. Los únicos que no tienen pecados son Jesucristo y la Virgen María. Todos los demás que estamos aquí, tenemos fallos, tenemos pecados. Pues bien, ¡cuántas veces mi padre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi madre! ¡Cuántas veces mi madre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi padre! Y, por eso, después de 50 años hay que pedirse perdón. Sabina pide perdón a Emeterio. Emeterio pide perdón a Sabina. Y Emeterio y Sabina tienen que pedir perdón a Dios por no haber hecho las cosas como El quiso o por haber herido asimismo a otras personas que estaban a su lado. La palabra “perdón” siempre tiene que estar en la boca de una persona de bien y sobre todo en la boca de un cristiano.
- Recuerdo de los ya fallecidos. Hace 50 años Emeterio y Sabina se casaban en esta misma iglesia. Y había gente, mucha o poca, pero ahora no están… salvo algunos, muy pocos. Recuerdo de los fallecidos. Voy a nombrar únicamente a aquellos más cercanos a mis padres: de mi abuela Paula, de mi abuelo Domingo, de mi tío Nicanor, de mi abuelo Constantino, de mi abuela Guadalupe, de mi tío Kiko, de mi tía Tina, de mi primo Paco, de mi tío Antolín, de mi tío Avelino, de mi tía Pili, y los demás. Tantos que hoy no están aquí físicamente, pero sí que están. Nuestra fe nos dice que sí que están presentes entre nosotros. Por eso, recuerdo, recuerdo de tantas personas que han estado y que ya no están físicamente. Recuerdo también, porque ese recuerdo nos pone en nuestro sitio. Mis padres han vivido 50 años casados. No vivirán, gracias a Dios, otros 50 años de casados. Ya están a las puertas de la muerte. ¿Cuándo? Cuando Dios quiera. ¿Cómo? Como Dios quiera, pero lo que les queda de vida es para estar juntos. No sé quién irá primero, no sé quién irá después. No importa. El Dios que les ha acompañado de solteros y de casados les acompañará hasta el día que falten. Y lo mismo que ellos cuidaron de nosotros, sus hijos y sus nietos, también nosotros vamos a cuidar de ellos.
- Fuerza o fortaleza. Y así de esta manera enlazo con la cuarta palabra: la fortaleza. Fortaleza para vivir lo que les queda. Cuando uno va para mayor, el cuerpo se deteriora. Uno puede perder la mente, pero, como decía el otro, que me quiten lo bailado, que le quiten a Emeterio y a Sabina lo que han “bailado” y lo que queda, Señor, te pido, te pedimos que los dejes juntos. Juntos hasta que los lleves a ti. Ojalá tengan tanta suerte, quizás, que se llevaron 13 días entre sí a la hora de morir. ¡Eso Dios lo dirá!
Termino y lo hago recordando las cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Y lo que he dicho de mis padres, igualmente quisiera decirlo de todos y cada uno de nosotros en nuestro matrimonio, en nuestro sacerdocio o en nuestra soltería.

Vacaciones de verano

Queridos amigos:

Esta vez no publico la homilía, sino un pequeño texto para deciros que mañana empezaré mis vacaciones y estaré todo el mes de agosto fuera. Por este motivo no "colgaré" en el blog las homilías durante este tiempo. Si Dios quiere, reanudaré mi tarea en el blog a partir del mes de septiembre.

Os encomiendo mis oraciones y en la Santa Misa. Por favor, haced vosotros lo mismo conmigo. Gracias.

Andrés Pérez

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (A)

27-7-08 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (A)
1 Re. 3, 5.7-12; Slm. 118; Rm. 8, 28-30; Mt. 13, 44-52

Homilía de audio en MP3

Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
- Dice Jesús en el evangelio de hoy que el Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido o a una perla de gran valor, que, cuando uno los encuentra, vende TODO lo que tiene y, con lo que saca, se compra esa perla o ese campo en donde está enterrado el tesoro.
En la vida ordinaria esto se hace comúnmente: El otro día un amigo mío aprobó una oposición de funcionario y le tocó como destino la otra punta de España; deja aquí todo lo querido por él para ir a trabajar allá; renuncia, aunque sea momentáneamente, a todo por aquello que considera más valioso: su puesto de trabajo. Otro caso: un chico y una chica se conocen; cada uno es de un punto de España o del mundo; se enamoran y deciden pasar su vida juntos, pues cada uno es para el otro como esa perla de gran valor o ese tesoro escondido; por ello, uno o los dos dejan su familia, sus amigos, su trabajo, su ambiente de toda la vida y se va al lado de su amado o de su amada.
Pues si esto lo hacemos en nuestra vida ordinaria y es entendido como algo normal, ¿por qué no admitir como algo normal el “vender todo por el Reino de los cielos”? Tenemos el caso del P. Kolbe, sacerdote polaco, que murió en un campo de concentración nazi. Estaba en unos barracones del que un prisionero se fugó. El comandante del campo sometió al bloque a torturas espeluznantes, hasta que por fin se decidió a elegir a diez presos que irían a morir a las celdas de hambre. Formados en el centro del campo, a la vista de todos los compañeros de otros bloques, el comandante ordenó a los diez elegidos: - Descalzaos, vais a la celda del hambre. Los desgraciados gritaron adiós... Y se oyó el lamento desesperado de uno de ellos: -Decidles adiós a mi mujer, a mis hijos, decidles adiós. Hubo un instante de terror cuando los presos vieron que de la formación uno se atrevía a salir hacia el comandante. Los guardias echaron mano a la pistola. Pero se detuvieron atónitos. Nunca nadie en Auschwitz vio que un preso le hablara al comandante. "Kolbe, es el padre Kolbe", se pasaban la noticia los detenidos. Le conocían todos, porque hablar de noche unos minutos con él servía de consuelo. - Señor comandante... Kolbe se ha quitado el gorro de preso y habla educadamente. - ¿Qué pasa? -Señor comandante, yo le pido permiso para ocupar el puesto de uno de los condenados. -¿Morir tú en su lugar? ¿Por qué? -Yo estoy viejo y enfermo, ya no sirvo para trabajar. - ¿A cuál de los condenados quieres sustituir? - A ese que tiene mujer y tiene hijos. - Pero ¿tú quien eres? - Soy un sacerdote católico. - Un cura. Kolbe sabe que las SS ponen a los curas en el segundo lugar de la basura humana. Primero los judíos, segundo los curas. El comandante cederá. - Acepto, tú ocuparás su lugar. Duró quince días la lenta agonía, el martirio por hambre. A los diez condenados los encerraron desnudos en el sótano, en el famoso búnker, todos juntos en la celda del hambre. Ni una chispa de pan, ni una gota de agua. Al segundo, al tercer día, comenzaron a morir. Pero aquella vez los sótanos de Auschwitz, entre lamento y lamento, escucharon plegarias y cantos a la Virgen. Los alemanes tenían un polaco guardián encargado de sacar fuera el cadáver de los que morían y de vaciar la única letrina colocada en la celda. Él lo ha contado y su relato está en las arcas de los tribunales de justicia y en los archivos del Vaticano. Kolbe y otros tres duraron hasta el día quince: El comandante necesitaba la celda para un nuevo lote de condenados y mandó al médico del campo que con una inyección de ácido fénico apagara el último pulso de sus vidas.
Hay otro caso y que a mí se me quedó grabado desde que lo supe: hacia 1980 en El Salvador (Centroamérica) hubo una guerra civil en que se hicieron auténticas barbaridades. En una aldea había una capilla, a la que la gente acudía los domingos a cantar salmos y a escuchar la palabra de Dios. No había sacerdote y dirigía el culto un catequista. Un domingo, mientras estaba la gente allí, se presentó un capitán del ejército con algunos soldados y entraron en la capilla buscando guerrilleros. Dijo que aquello era una reunión subversiva, tiró el crucifijo al suelo y dijo que fueran saliendo todos, y que escupieran al crucifijo. Quien no lo hiciera, sería muerto allí mismo. Hubo un silencio y al cabo de unos minutos salió un hombre de la aldea de unos 45 años; al marchar escupió y calló el escupitajo en pleno rostro del Cristo. A continuación se adelantó una niña de unos 12 años, se arrodilló ante el crucifijo y puso sus labios en el rostro de Jesús, justo donde había caído el escupitajo. El capitán, al ver aquello, le pegó un tiro en la cabeza a la niña y le reventó el cerebro. El padre de la niña se lanzó hacia ésta y la abrazaba llorando. Entonces el capitán se marchó con sus soldados. La niña sólo vio a su amado Jesús escupido y por el suelo, y no pensó en su vida, sino en su Dios y su todo. Jesús era su tesoro escondido y su perla, por la que estaba dispuesta a perder todo, hasta su propia vida.
¿Cuál es mi tesoro y mi perla por la que estoy dispuesto a vender todo lo que tengo?
- En esta segunda parte de la homilía quisiera pararme en la primera lectura. Si, como a Salomón, Dios se nos apareciera y nos dijera: “Pídeme lo que quieras”. ¿Qué le pediríamos? Creo que habría gente que le pediría salud; poder jubilarse y disfrutar durante unos años de la pensión; un trabajo y algo de dinero para los hijos; que los hijos o los nietos acaben unos buenos estudios; que le toque la lotería; que le dé una enfermedad al jefe para que deje a uno tranquilo; que se muera un vecino, la mujer, el marido o el que me está fastidiando; etc.
Fijaros en lo que pidió Salomón: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Y Dios valora mucho su absoluto desinterés y su falta de egoísmo cuando le responde: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”
Para acertar en la vida del cristiano hemos de mirar las cosas y los hechos que nos rodean con los ojos de Dios y no con los ojos del mundo, ya que, lo que un momento nos parece malo o negativo, a la larga puede ser lo mejor y lo conveniente (así se dice en la segunda lectura: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”). Desde esta perspectiva se entienden perfectamente las palabras de los santos que encontraron un día a ese Dios. Por ejemplo, Santa Teresa de Ávila, la cual decía: “Dadme muerte, dadme vida: dad salud o enfermedad, honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz cumplida, flaqueza o fuerza a mi vida, que todo diré que sí. ¿Qué queréis hacer de mí? Dadme riqueza o pobreza, dad consuelo o desconsuelo, dadme alegría o tristeza, dadme infierno o dadme cielo, vida dulce, sol sin velo, pues del todo me rendí. ¿Qué mandáis hacer de mí? Si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar, si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando”.