Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)

7-9-08 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Ez. 33, 7-9; Slm. 94; Rm. 13, 8-10; Mt. 18, 15-20

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Queridos hermanos:
El evangelio que acabamos de escuchar es conocido como el de la CORRECCION FRATERNA. O sea, Jesús nos plantea hoy la posibilidad de que percibamos errores, fallos o pecados en las personas que nos rodean y nos da una serie de claves para proceder ante semejantes casos. Esto puede suceder en la convivencia que se tiene normalmente en un matrimonio, entre amigos, entre familiares, entre compañeros de trabajo o de estudio, en una comunidad de vecinos, en una parroquia o en un grupo eclesial.
En ningún momento Jesús habla de “poner verde” (por delante o por detrás) o de murmurar de la persona que actúa mal, sino que propone otro modo de actuación.
En efecto, Jesús plantea tres posibilidades y las aborda directamente: 1) “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Jesús no quiere que se humille a nadie (El nunca lo hace con nosotros a causa de nuestros fallos), sino que dice claramente que se aborde a solas a dicha persona y se le trate de hacer ver su deficiencia. 2) Pero muchas veces esta persona no nos hace caso, se burla de nosotros o se enfada con nosotros y nos dice que son apreciaciones nuestras. En este supuesto, Jesús da otra indicación: “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”. Es decir, hemos de hablar con otras personas sensatas y equilibradas para comentarles el caso, pues puede ser que los equivocados seamos nosotros y no la otra persona. Si estos testigos confirman nuestra visión, entonces sí que podremos los dos o tres acercarnos a la persona que cometió el fallo para manifestarle que realmente lo hizo mal y que tiene que modificar su conducta. 3) Mas ¿qué pasa si esta persona sigue sosteniendo ante todos los testigos que tiene razón en lo que hace o dice? Jesús dice que “si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”.
Expuesto así el evangelio, pueden surgir bastantes interrogantes y es que yo creo que hay que matizar las cosas un poco más. Para ello la Iglesia nos aporta las lecturas que acompañan el evangelio.
a) En la primera lectura se nos dice: “Así dice el Señor: ‘A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.’” Como veis, por esta lectura sabemos o debemos de saber que el ver un fallo o pecado en una persona no debe ser simplemente porque nos parece así, o porque es nuestra idea, sino porque es el mismo Señor Dios el que ve el fallo o pecado, y nos avisa en nuestro interior. Además, Dios nos dice que hemos de informar a esa persona y, si no lo hacemos (por comodidad, por cobardía, por evitarnos problemas…), el pecado de esa persona recaerá también sobre nosotros como cómplices: “y (si) tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.”
b) La segunda lectura nos dice que “uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Sólo podré hacer la corrección fraterna desde el amor por la otra persona. Le corrijo porque le amo y deseo su bien. Nunca se debe corregir –desde Dios- por tener razón, por vencer, por soberbia, con ira, por venganza… Sólo se puede corregir por amor y desde el amor (“uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”). En varias ocasiones algunas personas me pedían consejo para poder corregir a alguien que lo estaba haciendo mal o que lo había hecho mal y se lo prohibí. ¿Por qué? Porque no veía amor en su corazón ni había recta intención en su obrar.
c) Hace un tiempo una persona me decía que siempre tenía muchos problemas en las relaciones interpersonales, porque era muy sincero y, al “cantar las cuarenta” a otra gente, esto le acarreaba problemas. Aprovechando esta anécdota voy a entrar en la última condición que hoy quiero resaltar para efectuar la corrección fraterna: Hemos de estar dispuestos a corregir, sean cuales sean las consecuencias para nosotros mismos, pues antes hemos de obedecer a Dios que a los hombres, incluso que a nosotros mismos; SI. Pero TAMBIEN HEMOS DE ESTAR DISPUESTOS A QUE NOS CORRIJAN. ¡Cuántas veces me he encontrado con personas que dicen ser muy sinceras y con este “pasaporte” pueden poner “pingando” o “cantar las cuarenta” a quien sea, pero a ellos no se les puede “tocar” en nada! Hace falta una corrección fraterna DE IDA, pero también DE VUELTA. Desde Dios, tengo que estar dispuesto "a decir", pero sobre todo tengo que estar dispuesto "a que me digan".

Por tanto, cualquiera de nosotros que desee hacer una corrección fraterna ha de practicar primero durante mucho tiempo el examen de conciencia sobre sí mismo a la luz del evangelio de Cristo. Sólo quien se ha acusado a sí mismo con frecuencia diaria, en un examen de conciencia general y en exámenes de conciencia en particular (o sea, sobre una virtud concreta o sobre un defecto concreto), estará en la mejor situación para ser atalaya del Señor Dios, para escuchar al Señor Dios y para hablar a los demás en nombre del Señor Dios. Está sí que será la verdadera corrección fraterna.

Homilía de las Bodas de oro de mis padres

Para empezar tras el período vacacional os entrego esta homilía, que prediqué en la Misa de celebración de las bodas de oro de mis padres.
16-VIII-2008 50 ANIVERSARIO DE MATRIMONIO

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Queridos hermanos:
A la hora de preparar esta homilía del 50 aniversario de las bodas de mis padres se me ocurrió hacerlo sobre cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Estas cuatro palabras resumen el matrimonio de mis padres y también cuatro palabras que resumen nuestra vida, cualquiera vida humana:
- Gracias. Mis padres tienen que dar gracias ante todo a Dios. Tienes que dar gracias a Dios, porque les ha puesto en el camino uno ante el otro y viceversa. Su vida hubiera podido ser mejor o pero, pero seguro que, si no se hubieran conocido, hubiera sido muy distinta. Por lo tanto, Sabina y Emeterio tenéis que dar gracias a Dios, porque os puso en el camino mutuo e hizo surgir entre vosotros el amor, el cariño y la idea de pasar toda vuestra vida juntos. Gracias a Dios.
Gracias también a Dios, porque ha hecho posible, no sólo el que os conocierais, sino que también El os ha ido acompañando durante todos los años de vuestra vida: antes de casaros y después de casaros. Seguramente, en el momento en que pasaron las cosas, a lo mejor no fuisteis capaces de reconocerlo, de reconocer la presencia de Dios, pero, ahora que uno mira para atrás, uno ve claramente cómo siempre, siempre Dios estuvo a vuestro lado: ante tanta enfermedad, ante accidentes que casi le costaron la vida a mi padre, ante tantas dificultades de tipo económico, de tipo laboral… Ante tantas dificultades de todo tipo, Dios siempre estuvo ahí presente. Y Dios siempre os fue bendiciendo: ante las dificultades del matrimonio, estando ahí presente una y otra vez. Ante tantos problemas había que empezar una y otra vez. En muchas ocasiones daba ganas de arrojar la toalla, de mandarlo todo “a la porra”. Y sin embargo, una y otra vez Dios os decía en vuestro corazón: “merece la pena.”
Gracias a Dios también por los hijos que os ha ido dando, que hemos sido vuestra corona de espinas con tantos dolores de cabeza y sufrimientos, pero también vuestra corona de rosas. Hoy por hoy… miráis y lo que más queréis en esta vida es… a vuestros hijos. Hijos que os ha dado Dios. También yo doy gracias a mis padres porque se casaron en 1958. Si se hubiera casado en el año 2000, yo habría nacido; mi hermano Gerardo… quizás, pero Sara y Luci iban a quedarse “por el camino”, porque ahora sólo se tienen un hijo o dos hijos. Por lo tanto, doy gracias a mis padres, que no sabían demasiado de métodos anticonceptivos ni píldoras… y, gracias a eso, estamos hoy aquí cuatro hijos. Uno, (señalo para mí, porque soy el mayor), dos (señalo para Gerardo), tres (señalo para Sara) y cuatro (señalo a Luci). Y Dios se sirve también de esas cosas: de la ignorancia, del no saber, de pensar que es lo que toca: casarse, estar juntos y tener hijos. Por ello, igualmente hay que dar gracias a Dios por estos cuatro hijos… y los demás que venís detrás (me refiero a los nietos), darle gracias, porque si no… Juan, Beatriz y los demás (hijos de mi hermana Sara y de mi hermana Luci) no sé cómo estaríais. Gracias, gracias hay que dar a Dios. Esta es la primera palabra sobre la que quería reflexionar y orar hoy en este 50 aniversario de bodas.
- Perdón. Es la segunda palabra. Los únicos que no tienen pecados son Jesucristo y la Virgen María. Todos los demás que estamos aquí, tenemos fallos, tenemos pecados. Pues bien, ¡cuántas veces mi padre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi madre! ¡Cuántas veces mi madre ha herido de palabra, de obra, de omisión, con gestos a mi padre! Y, por eso, después de 50 años hay que pedirse perdón. Sabina pide perdón a Emeterio. Emeterio pide perdón a Sabina. Y Emeterio y Sabina tienen que pedir perdón a Dios por no haber hecho las cosas como El quiso o por haber herido asimismo a otras personas que estaban a su lado. La palabra “perdón” siempre tiene que estar en la boca de una persona de bien y sobre todo en la boca de un cristiano.
- Recuerdo de los ya fallecidos. Hace 50 años Emeterio y Sabina se casaban en esta misma iglesia. Y había gente, mucha o poca, pero ahora no están… salvo algunos, muy pocos. Recuerdo de los fallecidos. Voy a nombrar únicamente a aquellos más cercanos a mis padres: de mi abuela Paula, de mi abuelo Domingo, de mi tío Nicanor, de mi abuelo Constantino, de mi abuela Guadalupe, de mi tío Kiko, de mi tía Tina, de mi primo Paco, de mi tío Antolín, de mi tío Avelino, de mi tía Pili, y los demás. Tantos que hoy no están aquí físicamente, pero sí que están. Nuestra fe nos dice que sí que están presentes entre nosotros. Por eso, recuerdo, recuerdo de tantas personas que han estado y que ya no están físicamente. Recuerdo también, porque ese recuerdo nos pone en nuestro sitio. Mis padres han vivido 50 años casados. No vivirán, gracias a Dios, otros 50 años de casados. Ya están a las puertas de la muerte. ¿Cuándo? Cuando Dios quiera. ¿Cómo? Como Dios quiera, pero lo que les queda de vida es para estar juntos. No sé quién irá primero, no sé quién irá después. No importa. El Dios que les ha acompañado de solteros y de casados les acompañará hasta el día que falten. Y lo mismo que ellos cuidaron de nosotros, sus hijos y sus nietos, también nosotros vamos a cuidar de ellos.
- Fuerza o fortaleza. Y así de esta manera enlazo con la cuarta palabra: la fortaleza. Fortaleza para vivir lo que les queda. Cuando uno va para mayor, el cuerpo se deteriora. Uno puede perder la mente, pero, como decía el otro, que me quiten lo bailado, que le quiten a Emeterio y a Sabina lo que han “bailado” y lo que queda, Señor, te pido, te pedimos que los dejes juntos. Juntos hasta que los lleves a ti. Ojalá tengan tanta suerte, quizás, que se llevaron 13 días entre sí a la hora de morir. ¡Eso Dios lo dirá!
Termino y lo hago recordando las cuatro palabras: gracias, perdón, recuerdo y fuerza o fortaleza. Y lo que he dicho de mis padres, igualmente quisiera decirlo de todos y cada uno de nosotros en nuestro matrimonio, en nuestro sacerdocio o en nuestra soltería.

Vacaciones de verano

Queridos amigos:

Esta vez no publico la homilía, sino un pequeño texto para deciros que mañana empezaré mis vacaciones y estaré todo el mes de agosto fuera. Por este motivo no "colgaré" en el blog las homilías durante este tiempo. Si Dios quiere, reanudaré mi tarea en el blog a partir del mes de septiembre.

Os encomiendo mis oraciones y en la Santa Misa. Por favor, haced vosotros lo mismo conmigo. Gracias.

Andrés Pérez

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (A)

27-7-08 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (A)
1 Re. 3, 5.7-12; Slm. 118; Rm. 8, 28-30; Mt. 13, 44-52

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Queridos hermanos:
- Dice Jesús en el evangelio de hoy que el Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido o a una perla de gran valor, que, cuando uno los encuentra, vende TODO lo que tiene y, con lo que saca, se compra esa perla o ese campo en donde está enterrado el tesoro.
En la vida ordinaria esto se hace comúnmente: El otro día un amigo mío aprobó una oposición de funcionario y le tocó como destino la otra punta de España; deja aquí todo lo querido por él para ir a trabajar allá; renuncia, aunque sea momentáneamente, a todo por aquello que considera más valioso: su puesto de trabajo. Otro caso: un chico y una chica se conocen; cada uno es de un punto de España o del mundo; se enamoran y deciden pasar su vida juntos, pues cada uno es para el otro como esa perla de gran valor o ese tesoro escondido; por ello, uno o los dos dejan su familia, sus amigos, su trabajo, su ambiente de toda la vida y se va al lado de su amado o de su amada.
Pues si esto lo hacemos en nuestra vida ordinaria y es entendido como algo normal, ¿por qué no admitir como algo normal el “vender todo por el Reino de los cielos”? Tenemos el caso del P. Kolbe, sacerdote polaco, que murió en un campo de concentración nazi. Estaba en unos barracones del que un prisionero se fugó. El comandante del campo sometió al bloque a torturas espeluznantes, hasta que por fin se decidió a elegir a diez presos que irían a morir a las celdas de hambre. Formados en el centro del campo, a la vista de todos los compañeros de otros bloques, el comandante ordenó a los diez elegidos: - Descalzaos, vais a la celda del hambre. Los desgraciados gritaron adiós... Y se oyó el lamento desesperado de uno de ellos: -Decidles adiós a mi mujer, a mis hijos, decidles adiós. Hubo un instante de terror cuando los presos vieron que de la formación uno se atrevía a salir hacia el comandante. Los guardias echaron mano a la pistola. Pero se detuvieron atónitos. Nunca nadie en Auschwitz vio que un preso le hablara al comandante. "Kolbe, es el padre Kolbe", se pasaban la noticia los detenidos. Le conocían todos, porque hablar de noche unos minutos con él servía de consuelo. - Señor comandante... Kolbe se ha quitado el gorro de preso y habla educadamente. - ¿Qué pasa? -Señor comandante, yo le pido permiso para ocupar el puesto de uno de los condenados. -¿Morir tú en su lugar? ¿Por qué? -Yo estoy viejo y enfermo, ya no sirvo para trabajar. - ¿A cuál de los condenados quieres sustituir? - A ese que tiene mujer y tiene hijos. - Pero ¿tú quien eres? - Soy un sacerdote católico. - Un cura. Kolbe sabe que las SS ponen a los curas en el segundo lugar de la basura humana. Primero los judíos, segundo los curas. El comandante cederá. - Acepto, tú ocuparás su lugar. Duró quince días la lenta agonía, el martirio por hambre. A los diez condenados los encerraron desnudos en el sótano, en el famoso búnker, todos juntos en la celda del hambre. Ni una chispa de pan, ni una gota de agua. Al segundo, al tercer día, comenzaron a morir. Pero aquella vez los sótanos de Auschwitz, entre lamento y lamento, escucharon plegarias y cantos a la Virgen. Los alemanes tenían un polaco guardián encargado de sacar fuera el cadáver de los que morían y de vaciar la única letrina colocada en la celda. Él lo ha contado y su relato está en las arcas de los tribunales de justicia y en los archivos del Vaticano. Kolbe y otros tres duraron hasta el día quince: El comandante necesitaba la celda para un nuevo lote de condenados y mandó al médico del campo que con una inyección de ácido fénico apagara el último pulso de sus vidas.
Hay otro caso y que a mí se me quedó grabado desde que lo supe: hacia 1980 en El Salvador (Centroamérica) hubo una guerra civil en que se hicieron auténticas barbaridades. En una aldea había una capilla, a la que la gente acudía los domingos a cantar salmos y a escuchar la palabra de Dios. No había sacerdote y dirigía el culto un catequista. Un domingo, mientras estaba la gente allí, se presentó un capitán del ejército con algunos soldados y entraron en la capilla buscando guerrilleros. Dijo que aquello era una reunión subversiva, tiró el crucifijo al suelo y dijo que fueran saliendo todos, y que escupieran al crucifijo. Quien no lo hiciera, sería muerto allí mismo. Hubo un silencio y al cabo de unos minutos salió un hombre de la aldea de unos 45 años; al marchar escupió y calló el escupitajo en pleno rostro del Cristo. A continuación se adelantó una niña de unos 12 años, se arrodilló ante el crucifijo y puso sus labios en el rostro de Jesús, justo donde había caído el escupitajo. El capitán, al ver aquello, le pegó un tiro en la cabeza a la niña y le reventó el cerebro. El padre de la niña se lanzó hacia ésta y la abrazaba llorando. Entonces el capitán se marchó con sus soldados. La niña sólo vio a su amado Jesús escupido y por el suelo, y no pensó en su vida, sino en su Dios y su todo. Jesús era su tesoro escondido y su perla, por la que estaba dispuesta a perder todo, hasta su propia vida.
¿Cuál es mi tesoro y mi perla por la que estoy dispuesto a vender todo lo que tengo?
- En esta segunda parte de la homilía quisiera pararme en la primera lectura. Si, como a Salomón, Dios se nos apareciera y nos dijera: “Pídeme lo que quieras”. ¿Qué le pediríamos? Creo que habría gente que le pediría salud; poder jubilarse y disfrutar durante unos años de la pensión; un trabajo y algo de dinero para los hijos; que los hijos o los nietos acaben unos buenos estudios; que le toque la lotería; que le dé una enfermedad al jefe para que deje a uno tranquilo; que se muera un vecino, la mujer, el marido o el que me está fastidiando; etc.
Fijaros en lo que pidió Salomón: “Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Y Dios valora mucho su absoluto desinterés y su falta de egoísmo cuando le responde: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”
Para acertar en la vida del cristiano hemos de mirar las cosas y los hechos que nos rodean con los ojos de Dios y no con los ojos del mundo, ya que, lo que un momento nos parece malo o negativo, a la larga puede ser lo mejor y lo conveniente (así se dice en la segunda lectura: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”). Desde esta perspectiva se entienden perfectamente las palabras de los santos que encontraron un día a ese Dios. Por ejemplo, Santa Teresa de Ávila, la cual decía: “Dadme muerte, dadme vida: dad salud o enfermedad, honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz cumplida, flaqueza o fuerza a mi vida, que todo diré que sí. ¿Qué queréis hacer de mí? Dadme riqueza o pobreza, dad consuelo o desconsuelo, dadme alegría o tristeza, dadme infierno o dadme cielo, vida dulce, sol sin velo, pues del todo me rendí. ¿Qué mandáis hacer de mí? Si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar, si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando”.

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (A)

20-7-08 DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (A)
Sab. 12, 13.16-19; Slm. 85; Rm. 8, 26-27; Mt. 13, 24-43

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Queridos hermanos:
- En estos días se celebra la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney-Australia. El Papa Benedicto XVI se ha reunido en un país tan lejano con jóvenes de todo el mundo. Desde España y desde sturias han ido jóvenes, a pesar de la distancia, para compartir su fe con otros católicos del mundo.
Muchas personas se trasladaron a finales de junio a Austria y a Suiza para ver jugar a España en la Eurocopa del fútbol. Estuvieron ahorrando y trabajando durante tiempo para pagarse el viaje, la estancia y las entradas. Otros harán lo mismo para irse a Pekín-China, a los juegos olímpicos. Pues bien, jóvenes católicos han estado ahorrando y trabajando para estar en Australia celebrando y compartiendo su fe. Allí es invierno; tienen una temperatura entre 8 grados de mínima y 16 grados de máxima; algunos han cogido la gripe, según he leído; los jóvenes están en oración, en catequesis, en teatro y conciertos religiosos, y también en vigilia durante algunas noches.
La gente puede entender que se pasen unos días de veraneo o de viaje de novios en Cancún u otro sitio paradisíaco; pueden entender que se vaya a ver la final de la Eurocopa entre España y Alemania (este día me comentaron que el marido de la Belén Esteban se fue, pocas horas después de casarse con ésta, a ver la final del fútbol con unos amigos); la gente puede entender que se vaya a los juegos olímpicos de Pekín; pero ya se entiende menos lo de irse a Australia a Misa, a ver al Papa y a rezar.
- A la hora de preparar la homilía sobre el evangelio de hoy, que relata la parábola del trigo y de la cizaña, me encontré con algunas reflexiones que católicos seglares hacían sobre dicha parábola. En efecto, desde su fe y experiencia de Dios, y desde su situación concreta estos católicos escribieron lo que este evangelio les decía:
* Una mujer casada, con dos hijas, de baja laboral y enferma de cáncer: “¡Qué grande es el campo que tenemos que sembrar hoy en día! Tan grande que hay tantas semillas como malas hierbas. Desde nuestra condición humana, nuestro primer instinto sería aniquilar esas malas hierbas para que la semilla creciera sin problemas, de la misma forma que los campesinos propusieron al dueño del campo. Sin embargo, Jesús nos dice en esta parábola que debemos aprender a con-vivir con todo lo que nos rodea. Qué fácil sería vivir sin problemas al lado: sin ese familiar que te hace sufrir gratuitamente, sin el vecino que critica tu forma de vida, sin tu jefe, sin políticos, sin guerras, sin enfermedad... Pero seamos auténticos, nuestra misión en este mundo es vivir conforme a nuestro principal mandamiento, que no es otro que el amor a los demás. Ese amor hace y conseguirá que el mundo cambie desde dentro. Pensemos en todas las personas que viven dedicadas a los demás, sea el campo que sea. ¿Verdad que siempre nos encontramos con gentes entregadas? Eso es lo importante y debemos tener ojos para verlo, y corazón para reconocerlos.”
* Un hombre casado, trabaja, pertenece a comunidad cristiana y es voluntario patrullando la calle en una ONG católica para atender a drogadictos y gente sin techo: “En la realidad de las personas sin hogar no es fácil encontrar el fruto de la buena semilla. La cizaña, disfrazada de indiferencia, soledad, desidia de las administraciones o desprotección, es capaz de acabar por sí sola con cualquier atisbo de esperanza. Sin embargo, el haber sido testigo de recuperaciones increíbles, me ayuda a confiar ciegamente en el evangelio y a no ceder a la tentación de abandonar. Puedo dar fe de que, en situaciones en las que parecía que todo estaba perdido, la obra de Dios ha emergido por encima de las dificultades. Así, he visto cómo una toxicómana en fase terminal, que literalmente se arrastraba por las calles, ha encontrado trabajo y disfruta ahora de su hogar. Cuento también con orgullo cómo un ex convicto, con una vida totalmente desestructurada, colabora en un programa de ayuda a la reinserción de personas, cuyo presente se asemeja enormemente al que para él es ahora su pasado. Puede que esto no convenza a los incrédulos, pero yo las vivo como signo de la manifestación del Reino de Dios en nuestras vidas.”
* Un matrimonio que trabaja en residencia de ancianos y pertenece a comunidad cristiana: “Conforme pasan los años, nos hacemos más conscientes de lo efímera que es nuestra existencia, y que pronto nos llegará la ‘siega’. En ese momento todos querremos ser trigo y no cizaña, pero, a diferencia de las plantas, que se sabe de antemano qué son desde antes de sembrarlas, nosotros sólo lo sabremos al final…, por nuestros frutos. Nuestras acciones y omisiones determinarán el que alcancemos o no la vida eterna. Pero, todavía estamos a tiempo, sólo tenemos que rezar para que Dios avive nuestra fe.”
En tantas ocasiones gente mayor me pregunta si a su edad está a tiempo de cambiar, de acercarse a Dios, si no estaré perdiendo el tiempo con ellos… Y yo les contesto que siempre estamos a tiempo, puesto que contamos con la paciencia de Dios y con su misericordia que todo lo puede. En definitiva, este evangelio nos enseña que:
1) Dios tiene una paciencia infinita con todos y cada uno de nosotros, independientemente de nuestra historia personal y de nuestra situación. Así lo dice el salmo: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan.”
2) La paciencia y la misericordia de Dios han de producir en nosotros ESPERANZA. Por eso, decía S. Pablo. “Todo lo puedo en Aquel que me conforta.”
3) Nadie puede señalar al otro como “cizaña”, y creerse a sí mismo como “trigo”. Esto sólo corresponde a Dios y se verá por los frutos.
4) Mientras hay vida… el “trigo” puede volverse “cizaña”, y la “cizaña” puede volverse “trigo”. Ese refrán que dice: “la cabra siempre tira al monte”, será muy castizo, pero no es evangélico. Mientras hay vida, hay esperanza de cambio, no sólo por nuestra acción, sino sobre todo por la acción amorosa de Dios en nosotros.

¡Señor, si somos "trigo", no dejes que nos volvamos "cizaña"!

¡Señor, si somos "cizaña", vuélvenos "trigo"!