Domingo II de Pascua (C)

11-4-2010 DOMINGO II DE PASCUA (C)

Hch. 5, 12-16; Slm. 117; Ap. 1, 9-11a.12-13.17-19; Jn. 20, 19-31



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia.

Después de leer las lecturas que la Iglesia nos propone hoy para nuestra reflexión y oración, vemos que la resurrección de Jesús trae consigo una serie de consecuencias. Fijémonos en algunas de ellas:

- La resurrección de Jesús trae consigo la paz. Este es el saludo con el que Cristo Jesús se presenta a sus discípulos: “Paz a vosotros […] Jesús repitió: Paz a vosotros”. El domingo de Pascua, después de celebrar la Misa de 11, entré en la sacristía de la catedral, pues debía salir inmediatamente para la parroquia de San Emeterio de Bimenes (cerca de Nava) a celebrar allí la fiesta de Pascua. En la sacristía me encontré con D. Jesús, nuestro arzobispo, y, al saludarle, le comenté que marchaba para este pueblo y me dijo: ‘Dales la paz’. Y es que D. Jesús fue franciscano y San Francisco de Asís saludaba a la gente, no con: ‘buenos días o buenas tardes’, sino diciendo: “paz y bien’. Por eso, todos los franciscanos saludan también de esta manera.

En efecto, el hombre que experimenta a Cristo vivo siente cómo la paz se va apoderando de todo su ser. Tiene paz consigo mismo, pues se acepta tal y como es, con sus virtudes y con sus defectos, con su historia particular, con sus éxitos y con sus fracasos, con su pasado, con su presente y también abierto al futuro que Dios le depare. Igualmente este hombre tiene paz con los demás. Quizás los demás no tengan paz con él o le tengan odio o resentimiento, pero la persona llena de Cristo resucitado sí que tiene la paz para con los demás. Finalmente, el hombre que experimenta a Cristo vivo tiene la paz con Dios, porque Dios mismo es el origen de toda paz. Este día me comentaba una persona que, cada vez que se confiesa, por ejemplo, siente como que se le quita un gran peso de encima y que rejuvenece unos 10 años. La paz de Dios nos hace sentirnos más ligeros, alegres y confiados.

- Otro fruto de la resurrección de Cristo es el perdón. Dice el evangelio de hoy, refiriéndose Jesús a los discípulos: “a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. El perdón debe formar parte de toda convivencia humana y, por tanto, de toda persona humana. En la parroquia de La Corte (Oviedo) el párroco me llama siempre para dar una charla a los novios que van a casarse. El primer día el párroco divide una pizarra en dos partes. En una apunta todo aquello que debe tener un matrimonio y en la otra parte todo lo que no debe existir en el mismo. Para rellenar las dos partes se pregunta a los novios. En la primera escriben: amor, comprensión, diálogo, respeto, cariño…, pero nunca ponen el perdón. Antes de comenzar mi charla y al ver todo lo que está escrito en la pizarra, siempre cojo una tiza y escribo: ‘perdón’, pues nunca lo escriben, y les digo a los novios que, en toda relación humana hay errores y heridas, y el perdón es la mejor manera de superar todo eso. Perdón que se da, perdón que se recibe. Pues bien, en toda relación humana (en la sociedad o dentro de la Iglesia) y en toda relación con Dios se cometen errores, pecados… y Dios nos perdona. Para eso murió Cristo en la cruz: por nuestros pecados, para el perdón de los mismos. Y la Iglesia tiene que ser instrumento y mediadora del perdón de Dios para los hombres. Por ello, Jesús ha dejado a su Iglesia este poder: el de perdonar. Pero también Jesús dejó a la Iglesia el poder de no perdonar, o sea, de retener los pecados. Este es un tema escabroso, pero hoy me voy a detener un poco en él.

Existen varios casos en el Nuevo Testamento en los que los pecados de los hombres han sido retenidos. Voy a fijarme en tres de ellos: 1) Dice Jesús en el evangelio: “Quien hable mal del Hijo del hombre, podrá ser perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado” (Lc. 12, 10). No voy ahora a profundizar en qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo; simplemente quiero subrayar el hecho de que Jesús retiene el perdón por un determinado pecado. 2) En otro momento dice también Jesús: “Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano” (Mt. 18, 15-17). Aquí se ve cómo el empecinamiento de un hombre en su pecado y el no querer arrepentirse, ni siquiera a instancias de otros hermanos de comunidad, hace que se le retenga también el perdón. 3) Finalmente, reseño aquí un texto de San Pablo, en el que éste presenta un hecho que sucede entre los cristianos de Corinto: “Es cosa pública entre vosotros un caso de lujuria de tal gravedad, que ni siquiera entre los no cristianos suele darse, pues uno de vosotros vive con su madrastra como si fuera su mujer. Y vosotros seguís tan orgullosos, cuando deberíais vestir de luto y excluir de entre vosotros al que ha cometido tal acción. Pues yo, por mi parte, aunque estoy corporalmente ausente, me siento presente en espíritu, y, como tal, he juzgado ya al que así se comporta. Reunido en espíritu con vosotros, en nombre y con el poder de nuestro Señor Jesucristo, he decidido entregar ese individuo a Satanás, para ver si, destruida su condición pecadora, él se salva el día en que el Señor se manifieste” (1 Co. 5, 1-5). Como se ve en esta explicación del apóstol, retener el perdón no es un castigo, sino que es 1) una forma de hacer presente y mostrar al pecador su situación real de cara a Dios y de cara a los demás; 2) igualmente al quedar ese pecador aislado de Dios y de la ayuda de la comunidad, y verse “en poder de Satanás”, San Pablo espera que recapacite y pueda arrepentirse, convertirse, pedir perdón, ser salvado mediante la concesión del perdón divino y ser reintegrado en la comunidad. En efecto, Dios no quiere la muerte de nadie, sino que quiere que el hombre se convierta y se salve.

Estos dos frutos los cierro con la formula que el sacerdote pronuncia al absolver al fiel que se acerca a confesar sus pecados. Fijaros que belleza:

“Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, EL PERDON Y LA PAZ.

Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. AMEN”

- Fruto de la resurrección es la fe. Se nos presenta hoy en el evangelio el famoso caso de Santo Tomás: él sólo creería que Jesús estaba vivo si metía su mano en su costado abierto y sus dedos en el agujero hecho por los clavos en las manos de Jesús. Cuando éste le acercó su costado y sus manos para que hiciera lo que había dicho, Tomás responde con la fe: “¡Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le responde: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.

- Hay más frutos de la resurrección de Jesucristo: por ejemplo, la Iglesia y la venida del Espíritu Santo, pero de ello ya hablaré en otra ocasión.

Domingo I de Pascua (C)

4-4-2010 DOMINGO I DE PASCUA (C)

Hch. 10, 14a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- El evangelio de la Vigilia Pascual nos narra cómo el domingo, tres días después de la muerte de Jesucristo, de madrugada, unas mujeres, discípulas de Jesús, se acercaron al sepulcro en donde lo habían enterrado. Allí había dos ángeles que les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO”. Vamos a tratar de profundizar un poco en estas palabras:

* Aquellas mujeres buscaban a Jesús. Muchos hombres, a lo largo de toda la historia, han buscado a Jesús, a Dios. Ya sabéis aquella famosa frase de San Agustín: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones, Libro I, Capítulo I, 1). ¡Cuánto importa buscar a Jesús, necesitar encontrarlo! Una persona que dice no necesitar nada, que piensa no necesitar nada, ni de nadie, pienso que está muerto en vida. Una persona que no busca nada en esta vida o que no espera nada en esta vida ni de nadie, es una persona muerta en vida. Hace poco leía esta noticia de periódico: Cada vez hay un porcentaje mayor de jóvenes, al menos en España, que ni estudian ni trabajan. Ellos responden a esa generación bautizada ya como “Nini” (ni estudian ni trabajan), y que, si tienen la suerte de encontrar un trabajo, lo abandonan en cuanto tienen derecho a prestación por desempleo. La persona que no busca, vegeta y se muere por dentro y por fuera. La persona que busca, vive. Por lo menos, las mujeres del evangelio buscaban. ¿Y nosotros?

* ¿Dónde buscamos a Jesús? Pero, no sólo es importante buscar, sino también saber dónde buscamos. Decían los ángeles a las mujeres: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Sí, hay personas que buscan, pero en un lugar equivocado. En muchas ocasiones, cuando estoy entre la gente, me pregunto si conocerán al verdadero Dios y al que puede hacerles felices para siempre. Estamos todos tan atareados y tan nerviosos por terminar los estudios para encontrar trabajo; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para trabajar en un buen puesto para ganar más dinero; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para alcanzar la prejubilación o la jubilación para dejar de trabajar; estamos todos tan atareados y tan nerviosos por dejar de trabajar para descansar…, y entonces nos morimos. Estamos todos tan atareados para ir de vacaciones aquí o allá, por probar esta comida o este restaurante, por tener esta propiedad o esta otra… Y en tantas ocasiones creo que el Señor ve que buscamos en lugar equivocado: buscamos lo que da felicidad y vida entre lo que está muerto. Hace un tiempo habló conmigo un señor, de unos 50 años, que estaba en actitud de búsqueda en su vida. Este señor buscaba a Dios. En una ocasión, hace ya bastantes años, hizo el camino de Santiago y sintió una paz como nunca la había experimentado. Supo que aquella paz procedía de Dios y era Dios. Desde entonces y, en cuanto puede, coge la mochila y se pone a caminar hacia Santiago de Compostela. Quiere volver a experimentar una vez más aquello que vivió hace ya años. Los amigos no le entienden; cree que está haciendo el idiota, pero él piensa que quienes hacen el idiota son ellos, pues buscan al que vive entre los muertos, pero él busca al que vive en donde experimenta vida, paz, esfuerzo, compañerismo, generosidad, silencio…

* En el evangelio, los ángeles dicen a las mujeres que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, vive. Jesús, que fue perseguido, escupido, insultado, azotado, burlado, crucificado, asesinado y enterrado, está vivo, VIVE. Nosotros, los cristianos, no seguimos a un muerto, sino a uno que está vivo. Ciertamente, su vida fue un fracaso, humanamente hablando, pero Dios le ha dado la razón frente a todos los que lo tomaron por loco y frente a quienes lo mataron.

- En el evangelio del domingo de Pascua se cuenta cómo San Pedro y San Juan fueron corriendo al sepulcro, pues las mujeres les habían dicho que estaba vacío. Primero entró Pedro y luego entró Juan. Al entrar éste, dice el evangelio: “Vio y creyó”. Juan vio que el sepulcro estaba vacío y creyó que Jesús había resucitado y que estaba vivo. El lo vio morir en la cruz, pero ahora “sabía” por la fe que Él estaba vivo.

Hoy hay mucha gente que no cree en la resurrección de Jesús. Piensan que Jesús fue un hombre extraordinario, un maestro que supo enseñar muy bien cosas importantes de la vida y de los hombres, pero ha muerto; está bien muerto. En ocasiones me pregunto si sirve para algo seguir predicando el evangelio de Jesucristo o anunciando que éste ha muerto por todos los hombres y ha resucitado para todos los hombres. Y entonces me acuerdo de un cuento, que os voy a contar ahora: “Cierto día, caminando por la playa, reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar.

Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, y él me respondió:

- Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea es baja, y estas estrellas han quedado en la orilla; si no las arrojo al mar, morirán aquí por falta de oxígeno.

- Entiendo –le dije-, pero debe de haber miles de estrellas del mar sobre la playa… No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas. Y quizá no te des cuenta que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?

El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina, y mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:

- ¡Para ésta sí tiene sentido!”

Sí, pienso que hoy día, como siempre, sigue teniendo sentido el evangelio de Jesucristo. Tiene sentido seguir haciendo el bien y trabajar por los demás. Tiene sentido predicar la muerte y resurrección de Cristo Jesús, aunque sólo unos pocos hagan caso de ello. Jesús hubiera venido al mundo por un solo hombre que lo hubiera necesitado. Hubiera anunciado el evangelio a ese solo hombre. Hubiera muerto por ese solo hombre, y hubiera resucitado por ese solo hombre. (Caso del profesor de religión, al que sus alumnos molestaban en el aula, pero fuera le pedían, por favor, que los abrazara, pues nadie lo hacía).

Nosotros, los que hoy estamos aquí, en este templo, somos esas estrellas de mar afortunadas, a las que Jesús ha recogido de la arena, en la que moríamos por falta de oxígeno, y nos ha lanzado de nuevo al agua para que vivamos. Por eso, para nosotros sí que tiene sentido hoy día la Resurrección de Cristo. Es cierto que Jesús es más poderoso que el hombre del cuento y puede coger a todas las estrellas de mar que agonizan en todas las playas del mundo para devolverlas de nuevo al mar. Muchas no quieren; dicen que están bien donde están: en la arena, pero nosotros sí que queremos ser cogidos por Jesús y volver al agua. Nosotros queremos salir de la muerte en que estamos e ir a la vida que nos da Él en este día de Pascua.

Domingo de Ramos (C)

28-3-2010 DOMINGO DE RAMOS (C)

Is. 50, 4-7; Slm. 21; Flp. 2, 6-11; Lc. 22, 14-23, 56



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado Santo por la tarde hemos de mirar a Jesús Nazareno. En esta semana Jesús hace su camino de agonía, de pasión y de muerte. Cuando tanta gente muere y sufre, preguntamos: ¿dónde está Dios? (Hace un tiempo estuve con una familia. Su hijo se dedica por el verano a atender volun­tariamente a niños subnormales profundos o paralíticos. En uno de esos veranos cogió una enfermedad a consecuencia de esos cuidados que debía hacer y casi se muere. Estuvo varios días en la UVI. Él preguntaba: “¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí, si yo estaba haciendo bien a los demás?”) Sí, la pregunta de este joven vale perfectamente también para Jesús: ¿Por qué tuvo que padecer y morir injustamente Jesús, si El sólo hizo el bien a los demás en todo momento?

Acompañemos a este Nazareno en su recorrido. Nosotros hoy, 2000 años después, sabemos lo que le espera:

- Cristo va a pasar por la TRISTEZA, tristeza de muerte, no por una nimiedad. Pasará por la tristeza experimentada por una persona con una sensibilidad tan profunda como Jesús tenía.

- Cristo va a pasar por el MIEDO y el TERROR. No podía controlarlo, no podía hacer nada. Era algo que se adueñaba de El. Intuía lo que le iba a suceder.

- Cristo va a pasar por el ASCO. Repugnancia espiritual a causa del mal que se acerca y toma posesión de Él. El pecado se posó sobre El y lo sobó. Repugnancia material a causa de los escupitajos, la suciedad física, la sangre reseca, el polvo mezclado con sangre, los orines, la sudoración.

- Cristo va a pasar por la AUSENCIA de Dios: 1) en Getsemaní (“Padre, que pase de mí este cáliz” [¿por qué el Padre, si es tan bueno, no ahorró tanto sufrimiento gratuito a su Hijo único?]), y 2) en la cruz (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).

Además, Cristo va a pasar por cinco tribunales:

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA ENVIDIA ante el sanedrín de fariseos y sumos sacerdotes, que veían cómo la gente del pueblo se iba con Jesús y los dejaba a ellos, pues ellos estaban vacíos y sólo querían subir a costa de la gente, mientras que el Nazareno se entregaba por entero a ellos y los amaba a ellos.

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA SOLEDAD, pues Pedro y los apóstoles le niegan, le traicionan, le abandonan…

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DEL EGOISMO, pues Pilato no quiere comprometerse por un galileo, al que sabe inocente. No quiere involucrarse en algo que ni le va ni le viene, no sea que luego, si se mete, le salpique a él. Bastantes problemas tiene ya, como para buscarse otro más.

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA FRIVOLIDAD. Herodes no busca la verdad, ni siquiera martirizar o matar a Jesús. Sólo quiere que éste le divierta un rato y haga un milagro, como si fuera un mago, un malabarista o un payaso.

- Cristo va a pasar por el TRIBUNAL DE LA INGRATITUD. El pueblo al que Jesús curó, enseñó, dio de comer… prefiere liberar a Barrabás y que Jesús sea asesinado de mala manera. ¡Qué fácil resulta manipular a la gente!

En estos cinco tribunales hemos estado en algún momento; estamos ahora o estaremos en algún momento de nuestras vidas y desde estos tribunales juzgaremos a Jesús y a los demás, pero también, desde estos tribunales, hemos sido juzgados algún día, o quizás lo estamos siendo o lo seremos. Y es que el camino recorrido por Jesús en su Vía Crucis no es distinto del que recorren los seres humanos en su vida. Aprendamos de Él para cuando nos toque a nosotros.

21-3-2010 DOMINGO V CUARESMA (C)
Is. 43, 16-21; Slm. 125; Flp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- Éste es ya el último domingo de Cuaresma; el próximo será ya el domingo de Ramos. Hoy celebramos el día de Seminario, precisamente en el año dedicado al sacerdocio. Quisiera aprovechar este día par profundizar un poco en la vida San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, a quien el Papa Benedicto XVI nos propone como modelo para todos los sacerdotes. Los seminaristas de todo el mundo y los sacerdotes de todo el mundo debemos mirarnos en su espejo. ¡Cuánto bien haríamos los sacerdotes a todos los hombres, si fuéramos como el Santo Cura de Ars!
Ya en torno a la festividad de Todos los Santos del año pasado me he detenido a predicar sobre este santo sacerdote. Hoy quiero hacerlo de nuevo. En los encuentros de dirección espiritual que llevo con algunas personas les hablo del Santo Cura de Ars y les pido que lean algo de o sobre él. También por mi parte procuro hacerlo. Del último libro que estoy leyendo, en donde se recogen algunos de sus pensamientos y de sus acciones, voy a extraer algunos trozos para que nos ayuden a nosotros a conocer un poco más a este cura francés del siglo XIX, para amarle un poco más, para que él nos ayude a ser mejores cristianos, para rezar por los sacerdotes…
San Juan María Vianney era sobre todo un pastor, que fue perdiendo su vida poco a poco por todos los que llegaban a su lado. Pero su fin último no era el hombre. Su fin último era Dios, sólo Dios. Y a Dios quería llevar a todos, pues sabía que el auténtico amor por la gente era darles lo mejor, y lo mejor era Dios. El era un enamorado de Dios. Dios le había poseído totalmente. Por eso decía: “Uno no se equivoca cuando se da a Dios”. Desde aquí ha de entenderse toda su actuación y todas sus palabras. Veamos algunos aspectos de su vida y de sus palabras. El se desvivió por enseñar a todos los hombres el camino hacia Dios. Fijaros qué verdades y qué cosas tan bonitas dice. Atended y escuchad, pues habla un santo, una persona que está muy cerca de Dios:
* San Juan María Vianney era un devoto amante del Espíritu Santo. En cierta ocasión dijo esto: “Sin el Espíritu Santo somos como una piedra en el camino… Tomad en una mano una esponja empapada en agua y en la otra una piedrecita; apretadlas igualmente. No saldrá nada de la piedra y de la esponja haréis salir agua en abundancia. La esponja es el alma llena del Espíritu Santo y la piedra es el corazón duro y frío, en el que el Espíritu no habita”. Ésta es una imagen muy gráfica, que a aquellos campesino de Ars les decía mucho y la entendían muy bien. En otra ocasión dijo el Santo Cura: “A un cristiano guiado por el Espíritu Santo no le duele dejar los bienes de este mundo para correr tras los bienes del cielo. Sabe ver la diferencia”.
* Sobre la fe decía: “Los que no tienen fe son más ciegos que los que no ven. Estamos en este mundo como en medio de una niebla, pero la fe es el viento que la disipa y que hace lucir un hermoso sol en nuestra alma”. “Si buscáis a Dios, lo encontraréis”. “Dios mío, danos fe y te amaremos con todo nuestro corazón”.
* De la oración decía: “La oración es como el gas que hincha los globos y los hace subir hacia el cielo”. “Si hay tantas almas cobardes, tibias e indiferentes, es porque no dedican tiempo a la meditación (oración), cada día”. “El pez no se queja nunca de tener demasiada agua; de igual manera, el buen cristiano no se queja nunca de estar demasiado con Dios”. “Después de pasar una semana sin casi pensar en Dios, es justo emplear el domingo en rezar y dar gracias a Dios”. “Cuando predico, a menudo me relaciono con sordos o con gente que duerme, pero cuando rezo, me relaciono con Dios y Dios no es sordo”.
* El Cura de Ars se encontró con tres clases de penitentes que se acercaban a su confesionario. Por eso, él adoptó tres posturas diferentes. En primer lugar a él se acercaban los que él mismo llamaba ‘peces gordos’. Eran generalmente personas que habían abandonado totalmente la práctica religiosa o que se complacían en vivir para sí. Iban a Ars con mucho miedo y una cierta buena voluntad, atraídos por la fama de su párroco. La actitud de éste con ellos estaba llena de dulzura y compasión. Se sentía inclinado a descubrirles la grandeza de la bondad de Dios. “Nuestras faltas son como granos de arena ante la gran montaña de las misericordias de Dios”. Evidentemente, les mostraba el horror del pecado, les hacía sentir su peso, pero les hablaba sobre todo del amor. En segundo lugar el Santo Cura vería en confesionario a los ‘abominables” indiferentes; los que recitan ritualmente sus pecados y se encuentran satisfechos de este gesto. “Se dice que hay muchos que se confiesan y pocos que se convierten. Yo lo creo así. Es porque hay pocos que se confiesen con arrepentimiento”. Entonces se volvía duro. Les decía: “Lloro por lo que no lloráis”. Y no era tanto por sus pecados, cuanto por la mediocridad del penitente. Encontraba palabras rápidas e incisivas que lanzaba a los corazones indiferentes: “¡Qué lástima…!” “Me temo que a la hora de la muerte os arrepentiréis de haber vivido así”. Estos penitentes eran, desgraciadamente, los más numerosos. Les pasaba rápido. Incluso a veces les enviaba a prepararse de nuevo. Luego pasaba a otro suspirando. En tercer lugar se le presentaban almas que tenían un verdadero deseo de Dios y que buscaban abrirse camino espiritualmente, o que el las juzgaba dignas y capaces de hacerlo. Entonces, les daba un verdadero empujón hacia adelante.
* San Juan María Vianney enseñaba a sus feligreses a identificar la soberbia y el orgullo, y a huir de ellos. Sobre estos dijo: “El orgullo es el pecado que más horroriza a Dios”. “Una persona orgullosa cree que todo lo que hace está bien hecho. Quiere dominar a todos los que le rodean; cree que tiene siempre razón. Cree, siempre, que su opinión es mejor que la de los demás”. “El pecado de soberbia es el más difícil de corregir, cuando se ha tenido la desgracia de cometerlo”. “Los que hacen el bien, los que tienen alguna virtud lo estropean con el amor a sí mismos”. Lo contrario del orgullo es la humildad. El Santo Cura de Ars la predicaba, pero sobre todo la vivía. Durante su vida fue perseguido y calumniado. Recibió muchas denuncias identificadas… y anónimas. En cierta ocasión en que recibió una de estás últimas, él mismo cogió el papel lo firmó con su nombre y apellidos, y la envió a su obispo, como diciendo: “Éste soy yo. Así soy yo”.
- Del evangelio de hoy quisiera fijarme únicamente en una palabra que Jesús dirige a la mujer sorprendida en adulterio. Dice así el texto que acabamos de escuchar: “Jesús se incorporó y le pregunto: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?” Fijaros que Jesús le dice: “Mujer”. Jesús no la llama: “adúltera”, “mala madre”, “mala esposa”, “puta”, “cerda”, “asquerosa”… Jesús la llama “mujer”: “mujer” creada por Dios, “mujer” hecha a imagen y semejanza de Dios; “mujer” necesitada de amor y llena de amor para dar. “Mujer” equivocada, pero “mujer” de Dios. Con la palabra “mujer” Jesús HABLA de respeto, de comprensión, de cariño, de perdón, de cercanía, y no de juicio ni de condenación.

Domingo IV de Cuaresma (C)

14-3-2010 DOMINGO IV CUARESMA (C)
Jos. 5, 9a.10-12; Slm. 33; 2ª Cor. 5, 17-21; Lc. 15, 1-3.11-32

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
En el domingo de hoy la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y para nuestra oración la parábola del hijo pródigo. Creo que todos la conocemos, pero vamos a pararnos una vez más en ella, pues siempre podemos sacar de ella cosas buenas y nuevas para nosotros.
Esta semana pasada estuve con un sacerdote joven que dio unos ejercicios espirituales en su parroquia. Le pedí que me mandara el material que había utilizado y así lo hizo. Vi que había dado los ejercicios espirituales mediante el sistema de la “lectio divina”. Es decir, enseñó a la gente un método usado ya por los cristianos de hace siglos para poder profundizar y escuchar la Palabra de Dios. El sistema es el siguiente: en un primer momento se lee un trozo de la Biblia, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo; se lee despacio y todo seguido. En un segundo momento se hacen cinco pasos para profundizar en la Palabra leída y escuchada: 1) Me fijo en qué dice el texto: ¿Cuántos hermanos son? ¿Qué le pide el hijo pequeño al padre? ¿A dónde se va el hijo pequeño? ¿En qué gasta el dinero de la herencia? ¿Qué hace cuando se queda sin nada? ¿En qué piensa al no tener qué comer? Etc. 2) ¿Qué me dice a mí el texto? Pienso y me pregunto: ¿Con quién me identifico más? ¿Soy más parecido al hijo pequeño o al mayor? ¿En qué momentos de la vida me he comportado con Dios y con los demás como el hijo pequeño? ¿En qué momentos de la vida me he comportado con Dios y con los demás como el hijo mayor? Etc. 3) ¿Qué le digo a Jesús en mi conversación personal con Él?: Le pido que me enseñe a ver el amor de Dios Padre; le pido a Dios a ver mis pecados y a arrepentirme como el hijo pequeño; le pido a Dios que no deje que mi corazón se endurezca ante Dios y ante mis hermanos, los hombres; etc. 4) Nos miramos Dios y yo. Me quedo un tiempo contemplando y saboreando esta escena: tomando parte en lo que allí sucede, como si estuviera presente e intervengo con confianza en el diálogo y la conversación. 5) Nos despedimos. Saco algunas conclusiones de lo orado, de lo que Dios me ha dicho, y me propongo algo concreto que me ayude en mi vida de fe y/o en mi vida ordinaria.
De esta manera que acabo de exponer es como hago yo mi oración personal, cuando me ayudo de la Biblia, pero también cuando preparo las homilías que cada domingo os predico. Y los frutos, luces y conclusiones que yo saco y que me vienen bien a mí, os las predico a vosotros para haceros partícipes de todo ello.
A veces el Señor me contesta en medio de mi oración personal, pero otras veces en el tiempo de oración me tiene a “palo seco”= o sea, no me dice nada, pero luego, a lo largo de la semana o del mes, me habla a través de otras personas o de acontecimientos de la vida. Así, concretamente sobre este evangelio de hoy el Señor me ha hablado en estos días de atrás de estas dos formas:
1) Hijo mayor. La primera fue en los ejercicios espirituales que impartí en Lugo. Una persona hablaba conmigo y me dijo, con mucha pena, que sentía una gran lástima de ver a tantos sacerdotes que eran como el hijo mayor. Es decir, ellos estaban siempre al lado de Dios Padre, tenían todas sus riquezas, sabían todo o casi todo de Él…, pero se comportaban ante Dios y ante los demás como de mala gana, siempre protestando y no valorando lo que Dios les daba. Recordad lo que decía el hijo mayor al padre: “En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. ¡Qué diferencia entre el comportamiento del hijo mayor y el comportamiento del padre! El hijo mayor se irrita ante el regreso de su hermano, el padre se conmueve al ver regresar a su hijo. El hijo mayor se niega a entrar en la casa, el padre echa a correr para abrazar a su hijo pequeño. El hijo mayor protesta porque NUNCA se le ha dado un cabrito, el padre manda matar el ternero cebado para su hijo. El hijo mayor dice “ese hijo tuyo” (quiere separarse de él), el padre dice “ese hermano tuyo” (quiere unirlos a los dos). El hijo mayor se hace la víctima y sólo se ve a sí mismo pues NUNCA ha desobedecido a su padre, el padre muestra lo bueno de su hijo pequeño: estaba perdido y ha sido encontrado. El hijo mayor ve sólo lo malo de su hermano: ha comido los bienes del padre con malas mujeres, el padre ve sólo lo bueno su hijo: estaba muerto y ha revivido.
2) Hijo pequeño. A principios de febrero me escribió Luz, la chica que ha venido ya dos veces a esta Misa y tiene dificultades para caminar. Dice así en su carta: “Soy una chica de tan solo 24 anos, que ha dejado su país cuando la vida me dio una enfermedad. Sí, es duro reconocer que los seres humanos con frecuencia aprendemos a base de golpes, pero afortunadamente creo más en Dios gracias a esta enfermedad. Tengo que confesar que Dios me levanta cada mañana y el Espíritu Santo me da energía, fuerza de voluntad y coraje. Se lo pido desde que me confirmé, gracias a una esplendida catequista, que hoy no está con nosotros. Sin embargo, es donde mejor ahora puede estar. Tomé la decisión de irme, porque necesitaba terminar mi carrera en Inglaterra, pero luego me gustó mucho el trato que recibí y me quedé. No sé si Dios quiere que me quede o que regrese; muchas veces no sé escuchar…y me veo perdida, pero tengo que confiar más. Sí, si tuviera la fe que debería de tener, no tendría miedo, porque sabría que Él me cuida siempre. En realidad, sé que lo está haciendo; no me cabe la menor duda, pues es imposible que con mi problema pueda estar viviendo sola, trabajando y estudiando también. Mis médicos consideran que es imposible que con mi problema pueda estar sola en Inglaterra viviendo en un piso sin ningún cuidador. Yo… me río y les sonrió diciendo que Dios me levanta y me cuida durante todo el día, cuando estoy solita en casa y tengo que cocinar o simplemente hacer las tareas de la casa. Además, cuando intento caminar, me pone a la persona que necesito encontrar en mitad de mi camino, porque sabe que yo sola no puedo llegar lejos. Ahora rezo más, pero no tanta oración, sino que hablo con Él mucho, porque es mi mejor amigo. Cuando no tienes a la familia cerca, te das cuenta de que amigos hay muy pocos. En realidad si has encontrado uno, eres muy afortunado… Sí, cuando estás sola, empiezas a valorar los pequeños detalles y no quiero decir que, gracias a mi enfermedad, soy más buena, porque, aunque preferiría no tenerla, pero desde que me doy cuenta lo difícil que es levantar un pie o ponerse el pijama por las noches, mi empatía por las personas se incrementa y me hace ser más buena o, al menos, menos mala. Hemos de confiar de verdad en Dios, porque existe y muchas veces no entendemos por qué sufrimos o por qué nos pasa cualquier cosa, pero debemos pensar que es por nuestro bien y estoy complemente segura que tiene que ser por nuestro bien. Por eso no podemos estar nunca tristes. Si uno se da cuenta, el católico sonríe más que los demás y eso es porque sabemos que Dios está con nosotros”.
De alguna forma Luz era un poco la hija pequeña, como el de la parábola de Jesús, y Dios la ha ayudado a volver a casa.